Sobre los rumores de la muerte de Castro y la crisis de los misiles, por Jon Lee Anderson
Por Jon Lee Anderson | Pro Da Vinci17 de Octubre, 2012
En el quincuagésimo aniversario de la Crisis de los misiles de Cuba, el hombre que fue su catalizador, Fidel Castro, tiene ochenta y seis años de edad y su estado salud es el tema de fervientes chismes y apasionadas especulaciones. Ha habido reportes de la muerte de Castro en el pasado. Una de las veces más relevantes fue en el año 2006, cuando enfermo de diverticulitis después de un viaje a Argentina con su amigo y protegido Hugo Chávez, Presidente de Venezuela. Aquella vez Castro desapareció de la escena pública durante semanas. Los miembros de la comunidad cubana en el exilio de Miami-americano celebraron en público hasta que se dieron pruebas de la “existencia biológica” de Fidel Castro.
Castro estaba más delgado, más viejo, y disfónico, pero claramente con vida, y en esta nueva existencia virtual solía usar ropa deportiva llamativa con los colores de la bandera cubana, rojo, blanco y azul. El icónico Castro parecía un tanto disminuido, pero no obstante, incluso después de dimitir como líder del gobernante Partido Comunista de Cuba y de la Presidencia en favor de su hermano menor, Raúl, quien formalmente le sucedió en febrero de 2008, se mantuvo involucrado con pronunciamientos ocasionales y la publicación de sus ideas sobre una amplia gama de temas en Granma, periódico oficial de Cuba, en su columna “Reflexiones del Compañero Fidel”.
La más reciente de las especulaciones comenzó la semana pasada, luego de que Castro, extrañamente, no felicitara públicamente a Chávez por su reelección como Presidente de Venezuela. Chávez, quien tiene cincuenta y ocho años, ha estado enfermo de cáncer. (Fue diagnosticado en 2010, en una de sus muchas visitas a Cuba, después de que Castro notó la incomodidad de Chávez e insistió en que viera a un médico.) Si bien ha sido típico de Castro esperar más de lo que cabría esperar para negar los informes de su muerte, la omisión es, de hecho, extraña. Hay rumores de que Castro se encuentra en estado de coma, que no se ha declarado oficialmente muerto, y se mantiene vivo con un respirador y entubado para su alimentación. Esta información fue negada hace unos días por el hijo de Castro, Alex, un fotógrafo, pero los rumores no han desaparecido.
En lo que podría ser otra señal, Castro dejó de publicar en junio, abruptamente, sus “Reflexiones”. Sus últimos textos se destacaron también por su extrema brevedad. Su última columna, llamada “El Universo y su expansión”, sonaba como las reflexiones de un hombre más cerca de la muerte que de la vida. (“De los más ignorantes a los más sabios, los seres humanos buscan una razón para su existencia. La Ciencia busca constantemente explicaciones de las leyes que gobiernan el universo ….”) Y continuando con una serie de medidas económicas, que no reformas políticas, Raúl anunció el martes la supresión de algunas restricciones onerosas para viajar fuera de la isla que tenían décadas de antigüedad y que habían sido utilizadas para mantener a la gente dentro del país. La bloguera disidente cubana Yoani Sánchez, a quien se le ha negado el permiso de viaje por años, escribió en un tweet: “Lo primero que pensé cuando me enteré de la nueva ley de migración fue El #fidelismo se hace jirones, se deshace” seguido por un emoticón que denota asombro.
Si Castro está muerto, la crisis de los misiles de octubre de 1962, será recordada, sin duda, como el momento decisivo de su épica carrera política. La crisis estalló cuando la inteligencia de EE.UU. descubrió que Castro había permitido a los soviéticos instalar secretamente misiles nucleares en Cuba, a sólo noventa millas frente a las costas de Estados Unidos. Bajo el mando de una brigada especial de las fuerzas militares rusas, los misiles fueron instalados y dirigidos a varias ciudades de Estados Unidos. Fue un acto de provocación extrema y llevó a las superpotencias al borde de la guerra nuclear.
Castro estaba totalmente preparado para una guerra nuclear. Él puso a Cuba en pie de guerra, y su confidente cercano, el revolucionario argentino Ernesto Che Guevara, se mudó a un complejo de cuevas desde donde dirigiría al ejército occidental de Cuba en caso de una invasión. Castro se enfureció cuando, después de trece estresantes días de “enfrentamientos” entre el gobierno de Kruschov y la administración de Kennedy, se le informó que Khrushchev había “pestañeado primero” y había accedido a retirar los misiles soviéticos de la isla. (Aunque se mantuvo en silencio en ese momento, Kennedy había prometido, a cambio, la retirada de una batería de misiles estadounidenses Júpiter instalados en Turquía). Castro estrelló un puño contra un espejo, hiriéndose a sí mismo, cuando se enteró de la decisión.
Sólo el día anterior, el 27 de octubre de 1962, en el momento álgido de la crisis, después de que un misil ruso SA-2 derribara a un avión espía norteamericano U-2 y matado a su piloto, Castro le había escrito a Kruschev para decirle que , en el caso de una invasión estadounidense, esperaba que Moscú lanzara los misiles contra los objetivos estadounidenses que habían sido asignados, y que él y el pueblo cubano, estaban dispuestos a morir luchando. (Si los soviéticos no daban marcha atrás, el secretario de Defensa Robert McNamara de EE.UU. había, de hecho, sugerido a JFK la necesidad de lanzar una invasión terrestre masiva a Cuba luego de una intensa campaña de bombardeos aéreos.) Las relaciones entre los cubanos y los rusos fueron tensas durante algún tiempo, y en las calles de la Habana, fidelistas enojados gritaban insultos con rima: “Nikita, Mariquita, lo que se da no se quita”.
Unas semanas más tarde, Sam Russell, un reportero del periódico británico marxista Daily Worker, entrevistó a Guevara y lo encontró todavía indignado por la traición soviética. El Ché le dijo a Russell que si el control de los misiles hubiera estado en manos de los cubanos, en lugar de los rusos, hubieran sido lanzados.
Las cosas ya nunca fueron igual después de la crisis de los misiles cubanos. El terremoto provocó muchos cambios geoestratégicos en el mundo, entre ellos, un diálogo más estrecho entre los Estados Unidos y la Unión Soviética para evitar futuras crisis y una continua obsesión estadounidense con los riesgos que supone que las armas nucleares y otras armas de destrucción masiva caigan en manos equivocadas. Parte del acuerdo que puso fin a la crisis fue una promesa de los EE.UU. de no invadir Cuba. Esto permitió a un indiscutible Fidel Castro mantenerse en el poder durante dos generaciones —sobreviviendo a nueve presidentes estadounidenses, e incluso a la Unión Soviética—, y, por su capacidad de resistencia y audacia incansable, ganarse un lugar duradero en la historia moderna.
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Texto publicado originalmente en inglés en The New Yorke
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