La heterodoxia de Benedicto XVI
RICARDO GIL OTAIZA | EL UNIVERSAL
viernes 15 de febrero de 2013 12:00 AM
La inesperada renuncia a la silla vaticana por parte de Su Santidad Benedicto XVI, efectiva a partir del 28 de febrero, ha conmocionado al mundo, y no es para menos. Acostumbrados como estamos a que los papas fallezcan usufructuando su cargo vitalicio tal como ocurrió hace casi ocho años con el Papa Juan Pablo II, y así lo dicen también los últimos seiscientos años de historia , el recibir en la mañana del lunes de Carnaval la noticia de la renuncia de Joseph Ratzinger a su trono, trae consigo nerviosismo en algunos sectores de la Iglesia católica, pero al mismo tiempo interesantes aristas que no podemos pasar inadvertidas, sobre todo en un momento histórico en el que ríos de tinta se vuelcan para gritar al mundo lo que muchos consideran como un supuesto desvarío.
Nadie mejor que el propio Ratzinger (uno de los estudiosos y expertos más connotados en la historia de la era cristiana), para acogerse a lo establecido en el Código de Derecho Canónico, que contempla no solo la perpetuidad del cargo (como opción), sino también una salida por libre decisión de parte de quien lo ostenta; como el presente caso. Este no es precisamente el punto crucial de su decisión. Lo es, en todo caso, el abrupto rompimiento a una tradición (ortodoxia) de siglos, que de alguna manera impele a los papas a agotarse en el trono al extremo de consustanciarse en él. Ni más ni menos, un atentado contra la naturaleza humana; un suicidio.
Benedicto XVI, estigmatizado hasta hoy como un prelado ultraconservador, inamovible, fuertemente anclado a los preceptos y a la tradición de la iglesia universal, le sale al paso a tanta maledicencia para decirle al mundo que sus posiciones no son a ultranza, o por apego enfermizo a un canon, sino que responden como debe ser en un hombre de su formación y de sus luces a su conciencia y a su libertad de pensamiento.
La supuesta ortodoxia de Ratzinger se transforma de pronto en heterodoxia y se erige en consecuencia por el solo hecho de renunciar al trono petrino, movido por razones de cansancio, de edad y de salud (quizás por su ardiente deseo de volver a los libros y a la escritura, que son sus grandes pasiones) en un pastor de mirada lúcida, preocupado por el destino de su ingente empresa divina, a quien no le interesa dar continuidad a una larga tradición eclesial, si con ello pone en peligro la fuerza y el dinamismo que requiere su alta investidura.
Benedicto XVI en pleno ejercicio de sus facultades mentales, se pone de lado, da paso en vida a un nuevo cónclave, abre derroteros inéditos en la historia reciente del catolicismo y nos dice a todos que sus "férreas" posiciones en cuanto a la doctrina, no son producto de mera tozudez o de cuadratura mental, o por deformación profesional, sino la resultante de su profunda convicción moral y personal (respetables, sin duda alguna) con respecto a temas cruciales como la eutanasia, el aborto, el matrimonio gay y el sacerdocio femenino, entre otros, lo que a todas luces lo reivindica, lo eleva por encima de sus propias falencias humanas, para mostrárnoslo como a un magnífico prelado; como a un gran conductor espiritual.
Casi ocho años después de aquél interesante cónclave de abril de 2005, que lo designara para su turbación como nuevo Papa, como sucesor de Juan Pablo II, Joseph Ratzinger, el hombre sencillo y erudito, el menudo maestro de maestros, el inigualable bastión de la iglesia contemporánea, da muestra clara y diáfana de lo acertada de aquella decisión. En sus manos no se perdió la Iglesia en medio de las grandes tempestades y turbulencias que tuvo que sortear. Es más, hoy a pesar de la secularización: una de las grandes pestes de nuestra civilización la Iglesia se encuentra fortalecida y dispuesta a continuar su camino en pos de una sociedad más humana y más justa.
Según la antigua tradición eclesial, la decisión final, la fumarola que indica al mundo que "Hay Papa", es posible por obra del Espíritu Santo. Invoquémoslo en este momento de transición para que el nuevo Prelado, de la mano de su dignísimo antecesor, tenga el pulso y la lucidez necesaria para llevar a buen puerto la pesada nave que a partir de marzo tendrá sobre sus hombros, sobre todo en medio de la oscuridad y de la incertidumbre global que se ciernen como destino planetario.
rigilo99@hotmail.com
@GilOtaiza
Nadie mejor que el propio Ratzinger (uno de los estudiosos y expertos más connotados en la historia de la era cristiana), para acogerse a lo establecido en el Código de Derecho Canónico, que contempla no solo la perpetuidad del cargo (como opción), sino también una salida por libre decisión de parte de quien lo ostenta; como el presente caso. Este no es precisamente el punto crucial de su decisión. Lo es, en todo caso, el abrupto rompimiento a una tradición (ortodoxia) de siglos, que de alguna manera impele a los papas a agotarse en el trono al extremo de consustanciarse en él. Ni más ni menos, un atentado contra la naturaleza humana; un suicidio.
Benedicto XVI, estigmatizado hasta hoy como un prelado ultraconservador, inamovible, fuertemente anclado a los preceptos y a la tradición de la iglesia universal, le sale al paso a tanta maledicencia para decirle al mundo que sus posiciones no son a ultranza, o por apego enfermizo a un canon, sino que responden como debe ser en un hombre de su formación y de sus luces a su conciencia y a su libertad de pensamiento.
La supuesta ortodoxia de Ratzinger se transforma de pronto en heterodoxia y se erige en consecuencia por el solo hecho de renunciar al trono petrino, movido por razones de cansancio, de edad y de salud (quizás por su ardiente deseo de volver a los libros y a la escritura, que son sus grandes pasiones) en un pastor de mirada lúcida, preocupado por el destino de su ingente empresa divina, a quien no le interesa dar continuidad a una larga tradición eclesial, si con ello pone en peligro la fuerza y el dinamismo que requiere su alta investidura.
Benedicto XVI en pleno ejercicio de sus facultades mentales, se pone de lado, da paso en vida a un nuevo cónclave, abre derroteros inéditos en la historia reciente del catolicismo y nos dice a todos que sus "férreas" posiciones en cuanto a la doctrina, no son producto de mera tozudez o de cuadratura mental, o por deformación profesional, sino la resultante de su profunda convicción moral y personal (respetables, sin duda alguna) con respecto a temas cruciales como la eutanasia, el aborto, el matrimonio gay y el sacerdocio femenino, entre otros, lo que a todas luces lo reivindica, lo eleva por encima de sus propias falencias humanas, para mostrárnoslo como a un magnífico prelado; como a un gran conductor espiritual.
Casi ocho años después de aquél interesante cónclave de abril de 2005, que lo designara para su turbación como nuevo Papa, como sucesor de Juan Pablo II, Joseph Ratzinger, el hombre sencillo y erudito, el menudo maestro de maestros, el inigualable bastión de la iglesia contemporánea, da muestra clara y diáfana de lo acertada de aquella decisión. En sus manos no se perdió la Iglesia en medio de las grandes tempestades y turbulencias que tuvo que sortear. Es más, hoy a pesar de la secularización: una de las grandes pestes de nuestra civilización la Iglesia se encuentra fortalecida y dispuesta a continuar su camino en pos de una sociedad más humana y más justa.
Según la antigua tradición eclesial, la decisión final, la fumarola que indica al mundo que "Hay Papa", es posible por obra del Espíritu Santo. Invoquémoslo en este momento de transición para que el nuevo Prelado, de la mano de su dignísimo antecesor, tenga el pulso y la lucidez necesaria para llevar a buen puerto la pesada nave que a partir de marzo tendrá sobre sus hombros, sobre todo en medio de la oscuridad y de la incertidumbre global que se ciernen como destino planetario.
rigilo99@hotmail.com
@GilOtaiza
No hay comentarios:
Publicar un comentario