Benedicto XVI: la fragilidad del Bien
La civilización occidental no ha avanzado mucho respecto del más primitivo Cavernícola
EMETERIO GÓMEZ | EL UNIVERSAL
domingo 24 de febrero de 2013 12:00 AM
Imposible evadir ese título, por más que resulte algo irrespetuoso para con el Papa. Porque hemos trabajado mucho -entre varios otros- cuatro libros que sintetizan esa fragilidad: esa debacle del Bien y de la Filosofía, que hace exactamente 273 años, en 1740, nos dejó a la deriva. Cuatro textos: La fragilidad del Bien, de Martha Nussbaum; La banalidad del Mal, de Hannah Arendt; El Mal radical de Richard Bernstein; y El Mal o el Drama de la Libertad,de Rüdiger Safranski. Y entre los cuatro -y muchos otros- se va asomando ¡¡la muerte de la Filosofía!! Una hecatombe cuyo epicentro podemos ubicar en ese 1740, en el que aparece la última parte del Tratado de la Naturaleza Humana,de David Hume. Una Muerte que se produjo ese año, pero que se veía venir desde que Platón confesó que su pensamiento ¡¡tal como le ocurrió a Aristóteles!! no podía abordar siquiera la Dimensión Moral de Lo Humano: la conexión entre la Lógica y la Ética. Una dramática sospecha que pervivió por más de dos mil años -desde Platón-, en los que se mantuvo la ilusión de que alguien pudiese establecer esa conexión entre la Razón y la Moral.
En 1740 se concretó la Tragedia. Ese año, Hume publica su fatal "Is-Ought Passage" (¡¡que de ningún Ser se deduce ningún Deber Ser!!), el brevísimo fragmento en el que planteó que no hay ninguna conexión entre la Lógica y la Ética. O sea, que no tenemos la más mínima posibilidad de darle a la Moral un piso racional. Que solo estás ante un dilema ético -racionalmente irresoluble- cuando con exactamente (¡¡con exactísimamente!!) las mismas razones y, lo más importante, con tus mismos valores y tu misma estructura moral, con la que decides perdonar una ofensa, divorciarte, abortar, matar a alguien, invadir Iraq o... comerte el postre, con exactamente esas mismas razones y valores, puedes decidir todo lo contrario. ¡¡Sin que por ello seas -en ninguna de las dos opciones- ni racional ni irracional!! Porque cuando tienes razones poderosas para hacer algo en el plano moral, no estás en realidad en ese plano sino en el de la Razón. Si respetas "para que te respeten" no estás evidentemente en el plano de la Ética sino en el de la Lógica.
¡¡Y empezamos entonces a descubrir -a partir de 1740-, que la filosofía griega tenía 2.000 años engatusándonos!! Y que durante todo el Medioevo había logrado, además, bajear al Cristianismo. Dos mil años montando su visión helénica del Mundo y del Ser Humano en la Lógica, la Tecnológica, la Ciencia, la Política, el Derecho... y la Voluntad de Poder. Es decir: ¡¡dos mil años dejando de lado a la Moral!! Esperando que de algún lado surgiese esa conexión milagrosa entre la Ética y la Razón. Dos mil años -o, al menos 1740- confiando en que el Amor al Prójimo suavizase en algo nuestra profunda (e intacta) Animalidad.
Y, de repente ¡¡la bomba le estalla en la cara a Benedicto XVI!! A él y a todos los que alguna esperanza teníamos. Que duro es palpar que en la más elevada jerarquía eclesiástica -entre supuestos hombres a más no poder espirituales, en el círculo más inmediato del Papa- la podredumbre moral, la famosa "Pérdida de los Valores", era más o menos la misma que en cualquier pandilla de facinerosos. Qué dolor -con esta renuncia de Ratzinger por delante y con él mismo denunciando las bajezas de su entorno- qué dolor redescubrir que la civilización occidental no ha avanzado mucho respecto del más primitivo Cavernícola. Y qué inmenso esfuerzo nos toca ahora hacer para reforzar a la Iglesia y para recuperar aunque sea una pizca de confianza en la condición humana.
http://emeteriogomez.wordpress.com
En 1740 se concretó la Tragedia. Ese año, Hume publica su fatal "Is-Ought Passage" (¡¡que de ningún Ser se deduce ningún Deber Ser!!), el brevísimo fragmento en el que planteó que no hay ninguna conexión entre la Lógica y la Ética. O sea, que no tenemos la más mínima posibilidad de darle a la Moral un piso racional. Que solo estás ante un dilema ético -racionalmente irresoluble- cuando con exactamente (¡¡con exactísimamente!!) las mismas razones y, lo más importante, con tus mismos valores y tu misma estructura moral, con la que decides perdonar una ofensa, divorciarte, abortar, matar a alguien, invadir Iraq o... comerte el postre, con exactamente esas mismas razones y valores, puedes decidir todo lo contrario. ¡¡Sin que por ello seas -en ninguna de las dos opciones- ni racional ni irracional!! Porque cuando tienes razones poderosas para hacer algo en el plano moral, no estás en realidad en ese plano sino en el de la Razón. Si respetas "para que te respeten" no estás evidentemente en el plano de la Ética sino en el de la Lógica.
¡¡Y empezamos entonces a descubrir -a partir de 1740-, que la filosofía griega tenía 2.000 años engatusándonos!! Y que durante todo el Medioevo había logrado, además, bajear al Cristianismo. Dos mil años montando su visión helénica del Mundo y del Ser Humano en la Lógica, la Tecnológica, la Ciencia, la Política, el Derecho... y la Voluntad de Poder. Es decir: ¡¡dos mil años dejando de lado a la Moral!! Esperando que de algún lado surgiese esa conexión milagrosa entre la Ética y la Razón. Dos mil años -o, al menos 1740- confiando en que el Amor al Prójimo suavizase en algo nuestra profunda (e intacta) Animalidad.
Y, de repente ¡¡la bomba le estalla en la cara a Benedicto XVI!! A él y a todos los que alguna esperanza teníamos. Que duro es palpar que en la más elevada jerarquía eclesiástica -entre supuestos hombres a más no poder espirituales, en el círculo más inmediato del Papa- la podredumbre moral, la famosa "Pérdida de los Valores", era más o menos la misma que en cualquier pandilla de facinerosos. Qué dolor -con esta renuncia de Ratzinger por delante y con él mismo denunciando las bajezas de su entorno- qué dolor redescubrir que la civilización occidental no ha avanzado mucho respecto del más primitivo Cavernícola. Y qué inmenso esfuerzo nos toca ahora hacer para reforzar a la Iglesia y para recuperar aunque sea una pizca de confianza en la condición humana.
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Lectura Tangente
Notitarde 23/02/2013 La renuncia
Luis Ugalde (*)
Pedro, el primer Papa, impidió que lo divinizaran y se afirmó como servidor de la humanidad y de la Iglesia como mensajero de Jesús. Al entrar con Juan al templo de Jerusalén se encontró con un paralítico que pedía limosna y le dijo: "No tengo plata ni oro pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo el Nazareno, levántate y camina". Le dio la mano y lo levantó, el hombre se puso a saltar y a alabar a Dios y la gente a divinizar a Pedro. Éste los frenó: "¿por qué se asombran y nos miran como si hubiéramos hecho caminar a éste con nuestro propio poder y santidad?" Lo hemos hecho en nombre de Jesús, el "santo e inocente" que dio su vida, y resucitado es enviado como esperanza y camino para nosotros (Ver Hechos de los Apóstoles 3,1-26). El Papa y la Iglesia, son para brindar la vida y la esperanza de Jesucristo y salir al paso de todo intento de auto-divinización y de creación de ídolos laicos o religiosos. Todo ídolo humano -incluso Hitler y Stalin- nace de alguna acción buena que luego, entre las ganas de adorar y de ser adorado, construye monstruos. La Iglesia no es el Reino de Dios, sino su servidora humana con el Espíritu de Jesús, pero con la tentación y el pecado dentro de sí. El gobierno central de la Iglesia no debe una corte real, ni un palacio feudal, pero…
Me hubiera extrañado que este Papa no renunciara, dejando en claro que no quiere el poder, sino el servicio con la esperanza de Jesús. Cuando hace 47 años llegué a Alemania a estudiar teología, justo al terminar el Concilio Vaticano II, Ratzinger era un joven y brillante teólogo renovador. Todavía guardo los apuntes de sus tratados teológicos; en ellos el Papado es servicio de fe a la comunidad cristiana y a la humanidad. No es un poder de dominación, sino autoridad espiritual de orientación, de inspiración y de gobierno. Pero en más de un milenio de cristiandad el palacio vaticano ha tomado formas de cortes y monarquías absolutas que hoy poco inspiran a seguir el camino de Jesús. La sacralización de estas formas de poder tiende a hacer vitalicio al Papa, en lugar de un servicio temporal renunciable con la edad y los achaques. ¡Qué gran regalo para la Iglesia y la Humanidad esta renuncia! El hombre cristiano que sirve como Papa y se retira, sin corte palaciega ni poder. Lo mismo conviene a reyes y gobernantes…
Extrañamente también se volvió vitalicio el cargo de superior general de los Jesuitas, aunque el mismo fundador Ignacio quiso renunciar a los 10 años de gobierno (a los 60 años), aunque sus compañeros no le aceptaron la renuncia. Su seguidor, contemporáneo nuestro, P. Arrupe hizo a los jesuitas y a la Iglesia un extraordinario servicio de renovación espiritual postconciliar en fidelidad al carisma de la Compañía de Jesús y cargó con la cruz de las contrariedades que pesa sobre todo profeta en busca de cambio. En 1980 quiso renunciar y -como está establecido- consultó a sus cuatro consejeros y luego a los provinciales de todo el mundo. En la primavera de ese año pidió mi opinión como Provincial de Venezuela y me dijo: Espero que nos veamos en otoño para elegir al nuevo P. General, pues en Semana Santa le pediré al Papa su aprobación y no creo que tenga inconveniente. Pero el Papa no le aprobó y no se dio la dimisión. Tampoco pudo renunciar su sucesor Kolvenbach luego de 20 años de gobierno, hasta que Benedicto XVI le aceptó, aunque le pidió que esperara a cumplir los 80 años. Parece que algunos en la Iglesia temían que "el mal ejemplo" del "Papa negro" jesuita contagiara al pontificado.
Hoy la Iglesia católica, la curia romana y el modo evangélico de ejercicio de la autoridad de Pedro, requieren profundos cambios para acompañar a los hombres y mujeres a mantener viva su fe y esperanza. Esta renuncia papal puede ser un gran paso para que en la renovación requerida siempre estén más presentes las "sandalias del pescador" y la libertad del Nazareno para ir al encuentro de la fragilidad humana y de los pobres, libre de los laberintos de las cortes monárquicas, que en otro tiempo pudieron tener algún sentido. Gobernar espiritualmente a 1.000 millones de católicos es complejo, y exige enormes cambios para al modo de Jesús acompañar a las personas en sus múltiples situaciones de fragilidad, que a menudo no se resuelven con rigideces legales. La renuncia del Papa presenta un gran reto y una poderosa invitación a la renovación de la Iglesia para ser testigos de Jesús.
(*) Sacerdote jesuita; ex rector de la
Universidad Católica Andrés Bello
Me hubiera extrañado que este Papa no renunciara, dejando en claro que no quiere el poder, sino el servicio con la esperanza de Jesús. Cuando hace 47 años llegué a Alemania a estudiar teología, justo al terminar el Concilio Vaticano II, Ratzinger era un joven y brillante teólogo renovador. Todavía guardo los apuntes de sus tratados teológicos; en ellos el Papado es servicio de fe a la comunidad cristiana y a la humanidad. No es un poder de dominación, sino autoridad espiritual de orientación, de inspiración y de gobierno. Pero en más de un milenio de cristiandad el palacio vaticano ha tomado formas de cortes y monarquías absolutas que hoy poco inspiran a seguir el camino de Jesús. La sacralización de estas formas de poder tiende a hacer vitalicio al Papa, en lugar de un servicio temporal renunciable con la edad y los achaques. ¡Qué gran regalo para la Iglesia y la Humanidad esta renuncia! El hombre cristiano que sirve como Papa y se retira, sin corte palaciega ni poder. Lo mismo conviene a reyes y gobernantes…
Extrañamente también se volvió vitalicio el cargo de superior general de los Jesuitas, aunque el mismo fundador Ignacio quiso renunciar a los 10 años de gobierno (a los 60 años), aunque sus compañeros no le aceptaron la renuncia. Su seguidor, contemporáneo nuestro, P. Arrupe hizo a los jesuitas y a la Iglesia un extraordinario servicio de renovación espiritual postconciliar en fidelidad al carisma de la Compañía de Jesús y cargó con la cruz de las contrariedades que pesa sobre todo profeta en busca de cambio. En 1980 quiso renunciar y -como está establecido- consultó a sus cuatro consejeros y luego a los provinciales de todo el mundo. En la primavera de ese año pidió mi opinión como Provincial de Venezuela y me dijo: Espero que nos veamos en otoño para elegir al nuevo P. General, pues en Semana Santa le pediré al Papa su aprobación y no creo que tenga inconveniente. Pero el Papa no le aprobó y no se dio la dimisión. Tampoco pudo renunciar su sucesor Kolvenbach luego de 20 años de gobierno, hasta que Benedicto XVI le aceptó, aunque le pidió que esperara a cumplir los 80 años. Parece que algunos en la Iglesia temían que "el mal ejemplo" del "Papa negro" jesuita contagiara al pontificado.
Hoy la Iglesia católica, la curia romana y el modo evangélico de ejercicio de la autoridad de Pedro, requieren profundos cambios para acompañar a los hombres y mujeres a mantener viva su fe y esperanza. Esta renuncia papal puede ser un gran paso para que en la renovación requerida siempre estén más presentes las "sandalias del pescador" y la libertad del Nazareno para ir al encuentro de la fragilidad humana y de los pobres, libre de los laberintos de las cortes monárquicas, que en otro tiempo pudieron tener algún sentido. Gobernar espiritualmente a 1.000 millones de católicos es complejo, y exige enormes cambios para al modo de Jesús acompañar a las personas en sus múltiples situaciones de fragilidad, que a menudo no se resuelven con rigideces legales. La renuncia del Papa presenta un gran reto y una poderosa invitación a la renovación de la Iglesia para ser testigos de Jesús.
(*) Sacerdote jesuita; ex rector de la
Universidad Católica Andrés Bello
12-03-2011
Permalink: http://www.zenit.org/article-38579?l=spanish
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JESÚS DE NAZARET, UN LIBRO DEL CORAZÓN
Por Giovanni Maria Vian
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 12 de marzo
de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario que ha escrito Giovanni
Maria Vian, director de "L'Osservatore Romano", al segundo volumen
del libro de Benedicto XVI sobre Jesús, "Jesús de Nazaret. De la entrada en
Jerusalén hasta la Resurrección" (Ed. Encuentro).
* * *
El libro que acaba de publicar Benedicto XVI es verdaderamente un libro nacido del corazón. Tal vez por este motivo quiso anteponer su nombre al nombre papal también en la segunda parte de su obra sobre Jesús de Nazaret, escrita durante su pontificado. Se trata de otra forma de indicar que el libro es el resultado de un largo camino interior, como lo expresaba explícitamente el Papa en el prólogo de la prima parte.
El libro que acaba de publicar Benedicto XVI es verdaderamente un libro nacido del corazón. Tal vez por este motivo quiso anteponer su nombre al nombre papal también en la segunda parte de su obra sobre Jesús de Nazaret, escrita durante su pontificado. Se trata de otra forma de indicar que el libro es el resultado de un largo camino interior, como lo expresaba explícitamente el Papa en el prólogo de la prima parte.
Una maduración del corazón llevó a Joseph
Ratzinger a concebir la idea y luego a desarrollarla en el curso de muchos
años. En esta búsqueda inagotable, que desde casi dos mil años fascina e
inquieta, ello no significa de ninguna manera renunciar a la razón. Esa
búsqueda en los últimos siglos se vio revestida de exigencias nuevas, que el
Papa no rechaza, sino que las hace suyas en los resultados esenciales y las
integra con una visión más amplia y completa.
En definitiva, la exégesis bíblica
científica -escribe Benedicto XVI- debe volver a "reconocerse como
disciplina teológica, sin renunciar a su carácter histórico". También en
la segunda parte de la obra, a la que el autor piensa agregar un "pequeño
fascículo" sobre los relatos evangélicos de la infancia es, como la
primera, un ejemplo logrado y feliz de esta elección, ya reconocida por
estudiosos de prestigio indiscutible (Martin Hengel, Peter Stuhlmacher, Franz
Mußner), avalada por libros metodológicamente análogos (por ejemplo los de
Rudolf Schnackenburg, Klaus Berger y Marius Reiser) y ahora acompañada por un
"hermano ecuménico", la obra del teólogo evangélico Joachim
Ringleben.
En esta elección son emblemáticas de nuevo
la atención al contexto judío de la época, a las perspectivas futuras de las
relaciones con el judaísmos, a la obra del evangelista san Juan y a la exégesis
patrística, sobre los cuales volvieron a centrar su atención los estudiosos en
el siglo XX. Itinerarios que ya han suscitado interés y aprecio en diversos
ambientes, y no sólo entre especialistas. En este sentido son significativas
sobre todo las voces autorizadas del mundo judío.
"Queremos ver a Jesús", dicen
algunos griegos a Felipe en un pasaje del Evangelio de san Juan, que tantas
veces el Papa ha comentado y sobre el cual ahora vuelve poniéndolo junto al
pasaje del macedonio que se aparece en sueños a Pablo y le suplica que vaya a
Europa. Es el mismo deseo de Benedicto XVI, seguro de que su mirada de fe es,
sobre la base de la razón, precisamente la que permite "llegar a la
certeza de la figura realmente histórica de Jesús", que bendice, como en
el día de su ascensión, a quien quiere verlo; para abrir el mundo a Dios.
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