La hora de la sociedad civil
EL UNIVERSAL
jueves 3 de abril de 2014
Desde que nacimos como
república hace unos 200 años, traemos el signo de pensarnos siempre como
una sociedad civil, esto es, una sociedad gobernadas por leyes y por el
imperio de la justicia, donde las virtudes cívicas marquen el camino de
nuestra vocación civilizatoria y democrática como nación y como pueblo.
Pero también traemos otro signo: la malhaya costumbre de recurrir al
caudillo de turno, al consuelo mesiánico del hombre a caballo y con
fusil, gracias a una pereza republicana que parece recorrer las venas de
este proyecto inconcluso llamado Venezuela.
No obstante, lo que el imaginario criollo ha entendido como "sociedad civil", y lo que nuestros historiadores han recogido de tal entendimiento, muestra que cada vez que sentimos el ahogo opresor del Estado, recurrimos al encuentro de ese añejo ideal de pensarnos como una república democrática formada por ciudadanos libres e iguales ante la ley. Es lo que el maestro Luis Castro Leiva, en el prólogo al lumínico libro "Sociedad Civil" de la profesora Silvia Mijares, advertía como una recurrencia sin fin "en nuestras conciencias de la lucha del civilismo en contra de los que imprecisamente llamamos militarismo", haciendo posible que emerjan confusiones de imágenes y vocablos "en un juego variado de oposiciones en nuestra historiografía: civilismo vs personalismo; civilización vs barbarie; democracia vs dictadura".
Cuando se levanta de nuevo una sombra muy oscura de una ambición política que parece no saciarse con el poder que amasa, sino que aspira incluso quitarnos el poder que aún tenemos como personas morales, es preciso ese reencuentro con la comprensión profunda de nuestras concepciones más originarias, para reconstruir nuestra historia y proyectar nuestro destino. Ella nos relata que poseemos una vocación inequívoca de constituirnos en una sociedad civil. Su evidencia es ese enorme caudal de activos ciudadanos y morales que hoy salen a las calles a protestar pacíficamente por su derecho a mantener ese ideal, quizás el más genuino ideal político que nos han legado los padres de la patria.
Sin embargo, la Venezuela de hoy es masiva, diferenciada, policlasista y pluralista. Sumamos más de 20 millones los que tenemos edad de ciudadanía. Nos formamos en la más variada gama de profesiones y ocupaciones. Tenemos una amplia segmentación social que a veces no podemos distinguirlas en un aula o en la calle. Profesamos una diversidad de visiones del mundo y de la vida que se expresan en códigos igual de diversos, por más que la entelequia revolucionaria nos quiera embojotar en dos estancos homogéneos. Cumplir ese ideal emancipador de ser una sociedad civil pasa necesariamente por reconocer históricamente lo que nos une como nación –la ciudadanía, la república y las leyes- y lo que nos distingue entre sí como personas morales –nuestra ocupación, segmentación social, y concepciones del mundo y de vida.
En este nuevo reto de vencer el personalismo, la barbarie y la dictadura, debemos innovar y cambiar la estrategia civilizatoria para lograr instaurar finalmente nuestra vocación civilista y democrática. Dejemos de estrellarnos con el intento de alcanzar una república con un amasijo de leyes que ni conocemos ni practicamos, llevados de la mano de mesías salvadores de nuestra tragedia histórica. Vamos primero a reconstruir el tejido social sin el cual no hay república ni ciudadanos. Vayamos al encuentro de quienes piensan el mundo y viven sus días de manera semejante, y de quienes aspiran para ellos y sus hijos vivirlos de igual modo. Promovamos la simpatía moral y valoremos con amabilidad a quienes actúan como nuestras tradiciones civilizatorias más firmes nos indican. Volvamos a nuestras asociaciones gremiales, ocupacionales, estudiantiles, vecinales, deportivas, recreacionales, empresariales, religiosas. Fortalezcamos las que existen y fundemos nuevas donde aún no existan. Apoyemos la solidaridad orgánica y real que fluye en las asociaciones intermedias de ayuda y auxilio mutuo. Ampliemos nuestro horizonte cívico-organizacional y mantengamos contacto con todas las que podamos brindarle estímulo para que sigan su labor.
Cuando la interacción enriquecedora comience a florecer masivamente a través de las redes asociativas, por la confluencia entre personas morales en vista de sus ocupaciones, ideales y compromisos comunes, podremos entonces decir con propiedad que ha llegado finalmente el espíritu civilizatorio emancipador entre nosotros. Que tenemos intelectualmente como concebir una filosofía de las costumbres que exprese lo positivo, lo bueno, lo correcto y lo justo de nuestra venezolanidad, porque todos sabemos muy bien que ella late desde hace mucho tiempo en las entrañas de nuestra nación, por más que la canalla histórica siempre haya pretendido borrarla para siempre. Después que esa magnífica voluntad de civilizarse y civilizarnos se haga presente en cada uno de nosotros, cuando podamos mirarnos a los ojos con la confianza de una amistad cívica que Aristóteles nunca dejó de aplaudir, podremos entonces pensar y hacer en serio nuestro destino de vivir y convivir, como hombres y mujeres libres e iguales ante la ley, en una república democrática de justicia y de libertad.
Oscar Vallés
@OscarVallesC
No obstante, lo que el imaginario criollo ha entendido como "sociedad civil", y lo que nuestros historiadores han recogido de tal entendimiento, muestra que cada vez que sentimos el ahogo opresor del Estado, recurrimos al encuentro de ese añejo ideal de pensarnos como una república democrática formada por ciudadanos libres e iguales ante la ley. Es lo que el maestro Luis Castro Leiva, en el prólogo al lumínico libro "Sociedad Civil" de la profesora Silvia Mijares, advertía como una recurrencia sin fin "en nuestras conciencias de la lucha del civilismo en contra de los que imprecisamente llamamos militarismo", haciendo posible que emerjan confusiones de imágenes y vocablos "en un juego variado de oposiciones en nuestra historiografía: civilismo vs personalismo; civilización vs barbarie; democracia vs dictadura".
Cuando se levanta de nuevo una sombra muy oscura de una ambición política que parece no saciarse con el poder que amasa, sino que aspira incluso quitarnos el poder que aún tenemos como personas morales, es preciso ese reencuentro con la comprensión profunda de nuestras concepciones más originarias, para reconstruir nuestra historia y proyectar nuestro destino. Ella nos relata que poseemos una vocación inequívoca de constituirnos en una sociedad civil. Su evidencia es ese enorme caudal de activos ciudadanos y morales que hoy salen a las calles a protestar pacíficamente por su derecho a mantener ese ideal, quizás el más genuino ideal político que nos han legado los padres de la patria.
Sin embargo, la Venezuela de hoy es masiva, diferenciada, policlasista y pluralista. Sumamos más de 20 millones los que tenemos edad de ciudadanía. Nos formamos en la más variada gama de profesiones y ocupaciones. Tenemos una amplia segmentación social que a veces no podemos distinguirlas en un aula o en la calle. Profesamos una diversidad de visiones del mundo y de la vida que se expresan en códigos igual de diversos, por más que la entelequia revolucionaria nos quiera embojotar en dos estancos homogéneos. Cumplir ese ideal emancipador de ser una sociedad civil pasa necesariamente por reconocer históricamente lo que nos une como nación –la ciudadanía, la república y las leyes- y lo que nos distingue entre sí como personas morales –nuestra ocupación, segmentación social, y concepciones del mundo y de vida.
En este nuevo reto de vencer el personalismo, la barbarie y la dictadura, debemos innovar y cambiar la estrategia civilizatoria para lograr instaurar finalmente nuestra vocación civilista y democrática. Dejemos de estrellarnos con el intento de alcanzar una república con un amasijo de leyes que ni conocemos ni practicamos, llevados de la mano de mesías salvadores de nuestra tragedia histórica. Vamos primero a reconstruir el tejido social sin el cual no hay república ni ciudadanos. Vayamos al encuentro de quienes piensan el mundo y viven sus días de manera semejante, y de quienes aspiran para ellos y sus hijos vivirlos de igual modo. Promovamos la simpatía moral y valoremos con amabilidad a quienes actúan como nuestras tradiciones civilizatorias más firmes nos indican. Volvamos a nuestras asociaciones gremiales, ocupacionales, estudiantiles, vecinales, deportivas, recreacionales, empresariales, religiosas. Fortalezcamos las que existen y fundemos nuevas donde aún no existan. Apoyemos la solidaridad orgánica y real que fluye en las asociaciones intermedias de ayuda y auxilio mutuo. Ampliemos nuestro horizonte cívico-organizacional y mantengamos contacto con todas las que podamos brindarle estímulo para que sigan su labor.
Cuando la interacción enriquecedora comience a florecer masivamente a través de las redes asociativas, por la confluencia entre personas morales en vista de sus ocupaciones, ideales y compromisos comunes, podremos entonces decir con propiedad que ha llegado finalmente el espíritu civilizatorio emancipador entre nosotros. Que tenemos intelectualmente como concebir una filosofía de las costumbres que exprese lo positivo, lo bueno, lo correcto y lo justo de nuestra venezolanidad, porque todos sabemos muy bien que ella late desde hace mucho tiempo en las entrañas de nuestra nación, por más que la canalla histórica siempre haya pretendido borrarla para siempre. Después que esa magnífica voluntad de civilizarse y civilizarnos se haga presente en cada uno de nosotros, cuando podamos mirarnos a los ojos con la confianza de una amistad cívica que Aristóteles nunca dejó de aplaudir, podremos entonces pensar y hacer en serio nuestro destino de vivir y convivir, como hombres y mujeres libres e iguales ante la ley, en una república democrática de justicia y de libertad.
Oscar Vallés
@OscarVallesC
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