"Nunca hice una obra para exponerla"
El Universal JESSICA MORÓN | 06/04/14
En
la casa de Luisa Richter (Besigheim, Alemania, 1928) como en su obra,
predomina el blanco. Desde que tocó suelo venezolano en 1955, se enamoró
de su luz. En su hogar, la petición dirigida al arquitecto Augusto
Tobito (asistente de Le Corbusier), fue tener un gran ventanal con un
marco central, que encerrara la caída del sol en un recuadro de cemento;
apenas por un par de minutos para contemplarla de cerca. Su morada -con
vista al valle de Caracas- la bautizó El marco. Su mente le gana la batalla al cuerpo. Está lúcida y atenta a la conversación para contar que desde el 26 de marzo al 29 de junio de este año, el Museo de Arte de Stuttgart (Alemania) acogerá una muestra con su obra. Una exhibición de óleos, collages, textos e ilustraciones en los que recrea paisajes difusos y abstractos- entre pinceladas de grises y blancos-. Las piezas estaban guardadas en la casa de sus padres en Alemania.
En Los Guayabitos, además de su domicilio, está su taller donde aloja otra cantidad importante de su obra pictórica. Amante del color, se tomó la libertad de recrear un trópico propio. Pájaros y guacamayas la visitan de forma ocasional. Orquídeas, cayenas, árboles y tulipanes abrazan su casa.
Centenares de libros, papeles, escritos y ornamentos están regados por la sala. A simple vista, no hay lugar para los reconocimientos. Los premios están guardados, no le interesan. La dos veces ganadora del Premio Nacional de Artes Plásticas de Venezuela (1963 y 1982) se rehusa a hablar del tema.
De ser por ella, la entrevista se la hiciera a la periodista. Le gustan las visitas. A sus acompañantes les ofrece una bebida (café o té). No le molesta la tertulia y con una sonrisa -no deja de ser cortés- se sienta derecha para responder al cuestionario de preguntas.
-La etimología de su nombre habla de una mujer de naturaleza emotiva, entregada al poder de la intuición y no a la razón...
-Soy una mujer tradicional. Mi familia era muy religiosa y tolerante. Éramos protestantes, pero mi madrina era católica. Por ella me pusieron Luisa. En mi casa no todo era la biblia, mi papá era un intelectual y le gustaba la concentración. Cuando yo nací tenía 40 años, quería silencio para leer y yo era muy pequeña para entenderlo.
-¿Qué hacía para calmar a esa niña inquieta?
-Me compraba lápices de colores. A los tres años me regaló la primera cajita que traía tres. Ahí fue cuando realicé mi primer dibujo. Cinco años atrás mostraron esos garabatos en una exposición en mi pueblo natal.
- Para usted, ¿qué representa pintar?
-Pintar es como engendrar. De la contemplación uno le da rienda suelta a la fantasía y aparecen las líneas. Los trazos y las pinceladas que componen la vida. ¿No te parece lindo eso? Mis cuadros son un reflejo del universo.
-¿Por qué dice que no le interesan los reconocimientos?
-No me gusta hablar de mí y acaparar la atención. Los premios no hacen al artista, las distinciones están hechas para proporcionar felicidad, nada más. Yo nunca hice una obra para exponerla, eso sucede automáticamente.
-Entonces pintar se convirtió en una aventura...
-Sí, yo pinto las mías entre líneas y sobre lienzo. No soy de hablar todo el tiempo, me gusta hacer y con la pintura obtengo satisfacción.
-¿Y los collages que sensación le producen?
-Felicidad, son como la vida misma... Una mezcla de situaciones que se construyen por momentos. Me recuerdan a las películas de Buñuel, donde los sueños y los recuerdos solapan el tema principal.
-La vida como su obra, ¿se torna un laberinto?
-La vida es un regalo de Dios. Él, además de páginas en blanco, me ha dado lienzos llenos de posibilidades. Sobre ellos, dejo mi perspectiva. Cuando pienso en el futuro tengo fe en el arte, creo en los cuadros, la poesía y la música tradicional.
-¿Es decir que el laberinto tiene una salida?
-Todavía lo sigo pintando.
jmoron@eluniversal.com
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