Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

jueves, 3 de abril de 2014

Los estudiantes que develaron un infierno, por Federico Vegas Por Federico Vegas | 17 de Febrero, 2014

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Fotografía del Diario La Voz

Permítanme contarles la historia de un campesino que estaba sentado en el banco de una iglesia. El párroco pasó a su lado y lo escuchó rezar fervorosamente:
– San José, San José, mándame un camión lleno de mierda.
Ante aquella oración tan extraña, el cura preguntó disgustado:
– Hijo mío, ¿para que quieres semejante locura?
– Padre, boto la mierda y me quedo con el camión.
Una característica de los chistes es la fuerza con que pasan del reino de lo ilógico al de la lógica, de ida y de vuelta. En el caso de la petición del campesino, es evidente que un camión con una carga tan absurda puede convertirse en un apetecible milagro con sólo llevarlo a un buen autolavado. Creo que este giro resulta más digerible para nosotros los hispanos, pues Dios y la mierda nos lucen colindantes, al punto que en España suelen unir ambos extremos al maldecir por cualquier pueril equivocación.
Esta asociación me resulta fascinante y ya la he examinado en un ensayo. Ocurre que en castellano la palabra escatología tiene dos significados de oposición inquietante, pues sus acepciones tratan tanto de lo referente a los excrementos como de las creencias sobre la vida de ultratumba. Esta dualidad del término se debe a que en sus orígenes se confunden dos palabras griegas de sonido similar: scato, que significa “excremento”, y eschato, que significa “último”. De aquí resulta que nuestro idioma unifica en una misma palabra la muerte después de la vida y la vida después de la muerte.
En 1891, John Bourke escribió Ritos escatológicos de todas las naciones. Para Bourke, la historia del hombre está llena de costumbres que son sagradas en un determinado culto y en otro son objeto de desprecio y persecución. Su libro consiste en un disparatado listado. Enumero algunos capítulos: Utilización de excrementos humanos por parte de enfermos mentales; Los excrementos del Gran Lama; Orinoscopia o diagnosis a través de la orina; Empleo de la vejiga en la preparación de salchichas. También nos habla de los estercoritas, “aquellos que consideraban que la hostia no estaba sujeta a la digestión y sus consecuencias” y dedica especial atención a las “coprodivinidades entre romanos y egipcios”, como la diosa romana de los retretes llamada Cloacina, o el parecido que existe entre Saturno y Sterculius, el primer dios en esparcir el estiércol sobre la tierra.
El arte se ha encargado de mantener viva esta tensión entre lo divino y lo excrementicio. La alegría y el desenfado de Aristófanes, Catulo y Rabelais nos mostraron que las fronteras de ambas condiciones no se encuentran tan alejadas. En la Biblia tampoco parecen estar muy distantes. En una proclama el profeta Daniel nos anuncia que “las multitudes de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán, unos para una vida eterna y otros para permanecer en la vergüenza y la confusión”. Ambas posibilidades pueden calificarse de escatológicas.
Ahora les presento parte de una entrevista  que le hizo John Lee Anderson a Leonardo Padura, un novelista capaz de criticar con extrema dureza al régimen cubano y continuar viviendo en La Habana: “Private Eyes. A crime novelist navigates Cuba’s shifting reality”, en The New Yorker, el 21 de octubre, 2013. En su mejor novela, El hombre que amaba los perros, el protagonista es un escritor que se siente hundido “en una atrofiada escala social donde inteligencia, decencia, conocimiento y capacidad de trabajo cedían el paso ante la habilidad, la cercanía al dólar, la ubicación política, el ser primo o sobrino de ‘alguien’, el arte de resolver, inventar, medrar, escapar, fingir, robar todo lo que fuese robable. Y del cinismo, el cabrón cinismo”.
La esposa del maltrecho escritor muere de una polineuritis avitaminosa que se convirtió en una osteoporosis irreversible, preludio de un cáncer. Dicho en otras palabras: del hambre que se vivió en Cuba durante ese incierto período entre la ayuda soviética y la venezolana. En el último capítulo el protagonista muere aplastado cuando el techo de su casa se viene abajo por un soplo de brisa, después de años de abandono y deterioro.
Hacia el final de la entrevista con Anderson, Padura nos da su versión del país donde él vive y escribe:
Cuba está atrapada entre dos visiones que compiten eternamente: en una es un paraíso socialista, en la otra un infierno comunista. En la realidad Cuba no es ni un paraíso ni un infierno, sino más bien un purgatorio donde algunos de nosotros tienen la posibilidad de la salvación.
Padura ha tenido la suerte de conseguir una veta en ese purgatorio que se mantiene suspendido entre las dos acepciones de su propia escatología. Y habita en ese limbo de los que han sido elegidos por la literatura.
Otros encuentran su salvación en promesas menos espirituales. Hace unos días escuché una entrevista de Radio Francia a Pedro Martínez Pires, director de política editorial de Radio Habana Cuba (aquí presento un segmento resumido. Pueden escuchar la versión completa haciendo click acá.
La periodista le pregunta a Martínez sobre la eliminación de una prohibición de décadas que impedía a los cubanos arrendar o comprar viviendas y locales comerciales. Responde Martínez:
Se han ido eliminando muchas prohibiciones que durante casi medio siglo existieron en Cuba. Ahora ya cualquier ciudadano cubano va a tener la posibilidad de adquirir un local, una residencia. Es un paso más en el proceso de perfeccionamiento del sistema cubano que en los últimos años ha ido poco a poco dando la oportunidad no solamente de tener una residencia sino también de tener un automóvil, adquirir una empresa. Cuba se está transformando, pues ya existen en el país aproximadamente 450.000 trabajadores por cuenta propia. ¿Quienes son estos trabajadores? Son personas que al margen del estado están organizando sus vidas desde el punto de vista económico, montando empresas, restaurantes, barberías…
–  ¿Los cubanos qué dicen sobre estas reformas de Raúl Castro?
Es verdad que no todo el mundo tiene los recursos, el dinero, lo necesario para comprar un automóvil, pero el hecho de que exista la posibilidad, como en cualquier otro país del mundo, de comprar una vivienda o de comprar un automóvil, o de hacer una inversión, es bien acogido por la inmensa mayoría de los ciudadanos, independientemente de que haya un sector que durante muchos años se acostumbró al paternalismo y tuvo conceptos erróneos sobre la igualdad y el igualitarismo y en este momento se ven afectados. Aquel igualitarismo, que durante algunos años se pensó y se proyectó y se anunció en Cuba fue profundamente injusto, porque a cada cual hay que darle lo que es capaz de producir. En la sociedad cubana todo el mundo está poniendo los pies sobre la tierra. Ahora se ha tornado en una igualdad de oportunidades que es distinto.
– ¿Hacia qué modelo está yendo Cuba?
Se está planteando la necesidad de ir hacia un socialismo que sea sustentable, que provoque y produzca para la inmensa mayoría de la población cubana un mayor bienestar y un mayor confort, e impere la justicia y no el igualitarismo. Es decir, que se le pague y que pueda obtener mayores recursos e ingresos y mejores salarios aquellas personas que más aportan a la sociedad, y por supuesto que todos esos mecanismos lleven a un aumento de la producción y la productividad. Cuba lamentablemente debe importar más de 2.000 millones de dólares en alimentos todos los años, y eso se debe a que la agricultura no ha tenido el resultado productivo y de productividad necesario.
Para el protagonista de la novela de Padura, o para los seres que él y su esposa representan, los “perfeccionamientos” han llegado tarde. Si es que podemos llamar perfeccionamiento un moroso regreso a lo que se ha destruido.
Este retorno a lo que existía hace medio siglo nos obliga a aterrizar en Venezuela, y analizar las ínfulas de vida eterna de unos poderosos que han sembrado en el país vergüenza y confusión bajo la promesa de un paraíso socialista. Yo no puedo cesar de preguntarme: “¿Qué diablos buscan estos poderosos, si ellos viven entre nosotros? No son un ejército de invasión, unos colonizadores que volverán a sus países en pocos años”. Ofrezco como inicio a una posible respuesta la declaración de Guaicaipuro Lameda –quien fuera presidente de PDVSA– a la periodista Carla Angola sobre su ya célebre conflicto con Jorge Giordani, Ministro de Planificación, antes de entrar a una reunión con el presidente Chávez:
Estando en la antesala, Giordani me pregunta de qué quería informar al Presidente y le respondí: “La proyección plurianual a cinco años nos indica que no vamos a tener crecimiento, será negativo, el déficit fiscal será creciente. Vamos a tener serias necesidades de endeudamiento, ya que se está perdiendo el control sobre el gasto del Gobierno bajo excusas populistas. El Gobierno no está ahorrando, gasta todo y engañamos al hablar de una economía creciente. Para que eso ocurra, deberían estarse construyendo toda la infraestructura que requiere la producción, y eso no existe. Si es verdad que queremos acabar con la pobreza, es imprescindible que se genere riqueza y que se diseñen mecanismos adecuados para que su distribución sea justa y equitativa, y eso tampoco lo veo”. Allí Giordani me interrumpió y me dijo: “Mire, General, ¡usted todavía no ha comprendido la revolución! Se lo explico: Esta revolución se propone hacer un cambio cultural en el país, cambiarle a la gente la forma de pensar y de vivir, y esos cambios sólo se pueden hacer desde el poder. Así que lo primero es mantenerse en el poder para hacer el cambio. El piso político nos lo da la gente pobre, ellos son los que votan por nosotros, por eso el discurso de la defensa de los pobres. Así que, los pobres tendrán que seguir siendo pobres, los necesitamos así, hasta que logremos hacer la transformación cultural. Luego podremos hablar de economía, de generación y distribución de riqueza. Entretanto, hay que mantenerlos pobres y con esperanza”. Allí yo lo interrumpí y le pregunté: “Ya que Usted dice ‘luego’, dígame cuánto tiempo cree usted que tomará hacer ese cambio”. La respuesta fue inmediata: “Mire, se trata de un cambio cultural y eso toma al menos tres generaciones: los adultos se resisten y se aferran al pasado; los jóvenes la viven y se acostumbran, y los niños la aprenden y la hacen suya. Toma por lo menos 30 años”.
Las declaraciones de Guaicaipuro Lameda y las de Pedro Martínez Pires me resultan tan ficticias como la novela de Padura, o más bien como el episodio del campesino, pues tienen ese aire simplista, reduccionista y anecdótico que debe tener todo cuento. Digo esto porque la veracidad del encuentro con Giordani y su visión de la vida después de la muerte no se sustentan en las palabras de Lameda, sino en el enorme parecido que su historia guarda con la realidad del país, junto a la de Cuba: esa referencia elegida como catecismo y franquicia espiritual por quienes se aferran al poder.
Estamos en el 2014, a mitad de camino del plazo “mínimo” de treinta años, en pleno período donde los jóvenes deberían acostumbrarse a ese cambio cultural sustentado en la pobreza y en la esperanza de que algún día podremos botar la mierda y quedarnos con el camión.
A aquellos que creen que el único camino es plegarse, negociar, buscar coincidencias con los poderosos oficialistas, ya saben que sólo faltan quince años más de destrucción. Veinticinco según la cuenta de Martínez Pires.
Pero nuestros jóvenes no aceptan el plan generacional de Giordani, el ministro de purificación. No están dispuestos a soportar que los niños, sus hermanos menores, lleguen a hacer suya la indigencia en que vivimos. No están dispuestos a permitir que la división se convierta en un total aplastamiento. Abandonados por sus mayores, quienes ya no logramos ofrecer resistencia, los estudiantes han decidido emprender una lucha desesperada frente a un contrincante que sólo ha sabido manejar los rubros de la crueldad y del cinismo, dos categorías que ahora también han incluido en su enloquecido derroche.
El sacrificio de los estudiantes ya ha servido para quitarle la máscara a Maduro y desnudar ante el mundo una dictadura dispuesta a destruir el país, con la secreta esperanza de que en esa misma destrucción radica su fortaleza. Desde el inicio exhibieron en sus consignas sobre la patria una constante confusión entre la vida y la muerte. Ahora ya es evidente el camino que prefieren.
Gracias a las ficciones de Padura y Giordani he logrado comprender que el proceso de la revolución cubana no ha sido posible a pesar de la carestía, sino gracias a ella. Bajo esta misma prédica el camión de la patria se ha ido llenando de caos y calamidad, tanta que luce cada vez más grande, más esperanzador. Esta es la trampa que nos ha tendido el lenguaje, creer que mientras mayor es el infierno mayor será el paraíso. Aquí tienen la explicación de por qué los oficialistas y oficiantes lucen tan impertérritos. La carestía y el descalabro los enorgullece, y siguen orando a ese Dios de la justicia social que anuncia sus milagros con el sufrimiento de todos. La entrevista de Carla Angola se inicia con un epígrafe de Louis Ferdinand Celine: “Los peores verdugos son los que tienen buen corazón”. Según esta fórmula, al más cruel de los verdugos le resulta fácil sentirse especialmente bondadoso.
En medio de esta perspectiva escatológica, Chávez aparece como un ángel vengador que vino a castigarnos por no haber hecho justicia en la tierra de la abundancia, y su venganza continuará hasta que no haya más que la aceptación de la culpa y la redención de la nada.
No podemos dejarle a nuestros niños la tarea de limpiar la incalculable carga de mierda que nos está entregando esa corte celestial e inquisidora, tan omnipotente y omnívora que se siente capaz de devorar a sus propios hijos.

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