El magnicidio o autosuicidio de Nicolás
ORLANDO VIERA-BLANCO | EL UNIVERSAL
martes 3 de junio de 2014 12:00 AM
En política estructurada (el poder por el poder), el pragmatismo recurre a la apariencia. Quien no se ocupa del bienestar de la gente por estar pendiente de mantenerse en el poder, "más le vale aparentar que advertir lo que es". Luego, la tarea no es ocuparse para lo que fue elegido: la vida, la libertad, la paz y la prosperidad de la polis, sino levantar ilusiones, patrañas o conspiraciones, para distraer torpezas y fungir de víctima.
"El hombre es un proceso, y es precisamente el proceso de sus actos" (Antonio Gramsci/Quederni del Carcere/1930). Gramsci era proponente del historicismo. Desde su perspectiva las ideas no pueden ser entendidas fuera del contexto histórico y social. Los conceptos con los cuales organizamos nuestro conocimiento del mundo, no derivan de nuestra relación a las cosas, sino de las relaciones sociales entre los usuarios de estos conceptos. El resultado es que"no hay tal cosa como una naturaleza humana que no cambia, sino una mera idea de que ésta cambia históricamente". Habría que preguntarse en esencia -cultural, ideológica e intelectual- qué es aquello que no hemos podido cambiar de nuestra historia. La respuesta no es compleja: nuestra indiferencia a la indiferencia.
Nuestras relaciones sociales han sido difusas, frágiles y vulnerables. Tanto como fueron las de burgueses y campesinos en el concordato medieval italiano depríncipes y guetos feudales, que hizo a Maquiavelo concebir una sociedad gobernada por hombres medios (mediocres) y difusos, formados sobre "ideales" de lealtad y sumisión. Hombres comunes (no intelectuales), forjadores de disciplinas y jerarquías cohesivas, con "más capitanes que ejércitos" y más mediadores -adoctrinadores que afectos. La historia venezolana ha sido hegemónica. Es lo que el filósofo de Cerdeña (Gramsci) resumió como la"hegemonía cultural". Clases dominantes que han ejercido sobre las clases débiles, el control del sistema educativo, de instituciones religiosas y de los medios de comunicación. A través de esta dinámica, las clases dominantes pretendieron "educar" a los dominados, para que estos vivan la supremacía de las primeras, como algo natural y conveniente. Este ha sido nuestro continuo histórico-positivista, desde Emparan hasta nuestros días. Un pueblo sometido por misioneros y mantuanos; por caudillos, gendarmes o civiles, y ahora por milicianos de vocación perpetua, donde el gran ausente ha sido un liderazgo promotor de una real revolución cultural: la de una integración ciudadana moderna, basada en el hombre que se quiere educar (no que lo "eduquen"), que desea prosperar (no que le den); aportar al otro (sin importar ser él lo que importe); ganar por vencer no por adular, y querer al otro, no por lo que le obedezco y me privilegio, sino porque le respeto y me nace obedecerle.
En Venezuela hemos cabalgado sobre superestructuras ideológicas (Marx), forjadoras de mitos (somos ricos), creencias (el gobierno es el Estado y viceversa) y doctrinas (social democracia, petro-democracia, socialismo del siglo XXI), que condujeron a repúblicas castradas e irresolutas, carentes de civilismo, competitividad y genuinos ideales liberales. Pasamos de dictaduras y montoneras a democracias pactadas (y precarias), minadas de un clientelismo pobrecitista hasta este simulacro de revolución con vocación hegemónica, que comporta todos los vicios del pasado, más una dosis de mando medieval, donde lo imperativo es aparentar y cohesionar para preservar "la amistad del pueblo", confundiendo o intimidando. Al decir del Florentino:"Todos los Estados bien gobernados y todos los príncipes inteligentes, han tenido cuidado de no reducir la nobleza a la desesperación ni al pueblo al descontento". La tesis del magnicidio y del golpe del Estado, es eso. Es endosar la desesperación del gobierno al "enemigo". Una estrategia difusa e infame, para distraer el verdadero golpe: ¡el del estómago! Es cierto que "los hombres son tan unidos a la necesidad que el que quiera engañar, siempre encontrará a quien le permita ser engañado." Pero también es cierto que la capacidad de ser timado tiene sus límites, y ante penurias superiores, la banalización del mal, sucumbe (H.Arendt).
"La indiferencia es el peso muerto de la historia" predijo Gramsci. Ya sumamos más de dos centurias de peso muerto. La lección está en proceso de aprenderse, por lo que vemos actos indómitos de emancipación política, social y cultural. Nuestros jóvenes y la SC desbordan al liderazgo burócrata, pragmático y cohesivo que dialoga a conveniencia. El pueblo no le da arriendo a la sumisión revolucionaria. Esta no merece ni hegemonía, ni lealtad, ni obediencia. El mando se relativiza cuando el pueblo se mata por un kilo de harina Pan. Inculpar a una mujer y dos vetustos aliados de magnicidio, es un salto cobarde a la nada; un"auotosuicidio político", en momentos que el mundo -con pruebas en mano- pide cuenta de violación de DDHH y corrupción. Los cambios son irreversibles. Pero tardan y las historias se repiten, si nos quedamos sentados viéndolas pasar.
vierablanco@gmail.com
@ovierablanco
"El hombre es un proceso, y es precisamente el proceso de sus actos" (Antonio Gramsci/Quederni del Carcere/1930). Gramsci era proponente del historicismo. Desde su perspectiva las ideas no pueden ser entendidas fuera del contexto histórico y social. Los conceptos con los cuales organizamos nuestro conocimiento del mundo, no derivan de nuestra relación a las cosas, sino de las relaciones sociales entre los usuarios de estos conceptos. El resultado es que"no hay tal cosa como una naturaleza humana que no cambia, sino una mera idea de que ésta cambia históricamente". Habría que preguntarse en esencia -cultural, ideológica e intelectual- qué es aquello que no hemos podido cambiar de nuestra historia. La respuesta no es compleja: nuestra indiferencia a la indiferencia.
Nuestras relaciones sociales han sido difusas, frágiles y vulnerables. Tanto como fueron las de burgueses y campesinos en el concordato medieval italiano depríncipes y guetos feudales, que hizo a Maquiavelo concebir una sociedad gobernada por hombres medios (mediocres) y difusos, formados sobre "ideales" de lealtad y sumisión. Hombres comunes (no intelectuales), forjadores de disciplinas y jerarquías cohesivas, con "más capitanes que ejércitos" y más mediadores -adoctrinadores que afectos. La historia venezolana ha sido hegemónica. Es lo que el filósofo de Cerdeña (Gramsci) resumió como la"hegemonía cultural". Clases dominantes que han ejercido sobre las clases débiles, el control del sistema educativo, de instituciones religiosas y de los medios de comunicación. A través de esta dinámica, las clases dominantes pretendieron "educar" a los dominados, para que estos vivan la supremacía de las primeras, como algo natural y conveniente. Este ha sido nuestro continuo histórico-positivista, desde Emparan hasta nuestros días. Un pueblo sometido por misioneros y mantuanos; por caudillos, gendarmes o civiles, y ahora por milicianos de vocación perpetua, donde el gran ausente ha sido un liderazgo promotor de una real revolución cultural: la de una integración ciudadana moderna, basada en el hombre que se quiere educar (no que lo "eduquen"), que desea prosperar (no que le den); aportar al otro (sin importar ser él lo que importe); ganar por vencer no por adular, y querer al otro, no por lo que le obedezco y me privilegio, sino porque le respeto y me nace obedecerle.
En Venezuela hemos cabalgado sobre superestructuras ideológicas (Marx), forjadoras de mitos (somos ricos), creencias (el gobierno es el Estado y viceversa) y doctrinas (social democracia, petro-democracia, socialismo del siglo XXI), que condujeron a repúblicas castradas e irresolutas, carentes de civilismo, competitividad y genuinos ideales liberales. Pasamos de dictaduras y montoneras a democracias pactadas (y precarias), minadas de un clientelismo pobrecitista hasta este simulacro de revolución con vocación hegemónica, que comporta todos los vicios del pasado, más una dosis de mando medieval, donde lo imperativo es aparentar y cohesionar para preservar "la amistad del pueblo", confundiendo o intimidando. Al decir del Florentino:"Todos los Estados bien gobernados y todos los príncipes inteligentes, han tenido cuidado de no reducir la nobleza a la desesperación ni al pueblo al descontento". La tesis del magnicidio y del golpe del Estado, es eso. Es endosar la desesperación del gobierno al "enemigo". Una estrategia difusa e infame, para distraer el verdadero golpe: ¡el del estómago! Es cierto que "los hombres son tan unidos a la necesidad que el que quiera engañar, siempre encontrará a quien le permita ser engañado." Pero también es cierto que la capacidad de ser timado tiene sus límites, y ante penurias superiores, la banalización del mal, sucumbe (H.Arendt).
"La indiferencia es el peso muerto de la historia" predijo Gramsci. Ya sumamos más de dos centurias de peso muerto. La lección está en proceso de aprenderse, por lo que vemos actos indómitos de emancipación política, social y cultural. Nuestros jóvenes y la SC desbordan al liderazgo burócrata, pragmático y cohesivo que dialoga a conveniencia. El pueblo no le da arriendo a la sumisión revolucionaria. Esta no merece ni hegemonía, ni lealtad, ni obediencia. El mando se relativiza cuando el pueblo se mata por un kilo de harina Pan. Inculpar a una mujer y dos vetustos aliados de magnicidio, es un salto cobarde a la nada; un"auotosuicidio político", en momentos que el mundo -con pruebas en mano- pide cuenta de violación de DDHH y corrupción. Los cambios son irreversibles. Pero tardan y las historias se repiten, si nos quedamos sentados viéndolas pasar.
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