Chávez como Nixon (1960)
El medio (la televisión) lo traiciona, lo delata y mientras más energúmeno, más votos pierde
ROBERTO GIUSTI| EL UNIVERSAL
martes 19 de junio de 2012 12:00 AM
En 1968 Richard Nixon decidió que su campaña electoral estaría centrada en el mensaje televisivo. Paleto del sur, acomplejado ante la modernidad y el savoir faire de las elites del norte, el fracasado candidato del año 60 comprendió algo que revolucionaría el arte de la seducción pública. En sus debates con Kennedy las cámaras mostraron un individuo seco, incapaz de reprimir sus antipatías y prejuicios, así dijera todo lo contrario. Pero según las teorías en boga por aquel entonces, bastaba recomponer la imagen, suavizar las durezas, moderar las brusquedades, adoptar un tono íntimo, reprimir hasta lo prudente el exceso de entusiasmo y hablar como aquellos narradores de los juegos de tenis, que lo hacen casi en susurros.
Se pensaba y aún se sigue pensando, que lo importante es la apariencia, que las ideas son lo de menos, los contenidos intrascendentes (Joe McGinniss, "Cómo se vende un Presidente) y por tanto la prensa escrita es no sólo desechable sino perniciosa porque va a los conceptos y profundiza. En aquella nueva forma de concebir las campañas la imagen, la del candidato era fundamental y el discurso lo secundario.
Casi medio siglo después, esa teoría, que le permitió a Nixon ganar las elecciones del 68, está en entredicho. A estas alturas ha quedado claro que la televisión no es perniciosa en sí misma y que todo depende del mensaje. Si los jóvenes de hoy no leen o leen muy poco, compensan esa carencia, en buena medida, si al"zappear" desechan las fruslerías y se quedan en los canales culturales (no por eso aburridos), en los dedicados a la información, la historia o a los que se enfocan en la astronomía, la religión o los deportes. En fin, la televisión no necesariamente idiotiza, altera la realidad o miente (VTV). Lo único seguro es que hace falta en una campaña.
A pesar de Globovisión y por aquello de la "hegemonía mediática" (el control dictatorial de los medios) Henrique Capriles está privado, a medias, de ese recurso. Eso lo ha obligado a realizar una campaña "old fashion", cara a cara, en contacto físico. Chávez, por su cuenta, dispone de casi todos los medios audiovisuales y luego de haber quebrado, durante mucho tiempo, los cánones sagrados del medio (sólo le faltaba vomitarse al aire), con resultados asombrosamente buenos, ahora el medio lo traiciona, lo delata, lo expone negativamente (Nixon en el 60) y mientras más energúmeno luce, más votos pierde. Capriles, en el medio televisivo, luce con una imagen fresca, juvenil, arrolladora y su mensaje, breve, conciso y poderoso, cala con la misma fuerza que la conexión emocional. En otras palabras, Capriles disuelve la "hegemonía comunicacional", con la sabia combinación de lo esencial con lo formal. A Chávez lo hunden, lentamente, su mensaje y su imagen.
rgiusti@eluniversal.com
Se pensaba y aún se sigue pensando, que lo importante es la apariencia, que las ideas son lo de menos, los contenidos intrascendentes (Joe McGinniss, "Cómo se vende un Presidente) y por tanto la prensa escrita es no sólo desechable sino perniciosa porque va a los conceptos y profundiza. En aquella nueva forma de concebir las campañas la imagen, la del candidato era fundamental y el discurso lo secundario.
Casi medio siglo después, esa teoría, que le permitió a Nixon ganar las elecciones del 68, está en entredicho. A estas alturas ha quedado claro que la televisión no es perniciosa en sí misma y que todo depende del mensaje. Si los jóvenes de hoy no leen o leen muy poco, compensan esa carencia, en buena medida, si al"zappear" desechan las fruslerías y se quedan en los canales culturales (no por eso aburridos), en los dedicados a la información, la historia o a los que se enfocan en la astronomía, la religión o los deportes. En fin, la televisión no necesariamente idiotiza, altera la realidad o miente (VTV). Lo único seguro es que hace falta en una campaña.
A pesar de Globovisión y por aquello de la "hegemonía mediática" (el control dictatorial de los medios) Henrique Capriles está privado, a medias, de ese recurso. Eso lo ha obligado a realizar una campaña "old fashion", cara a cara, en contacto físico. Chávez, por su cuenta, dispone de casi todos los medios audiovisuales y luego de haber quebrado, durante mucho tiempo, los cánones sagrados del medio (sólo le faltaba vomitarse al aire), con resultados asombrosamente buenos, ahora el medio lo traiciona, lo delata, lo expone negativamente (Nixon en el 60) y mientras más energúmeno luce, más votos pierde. Capriles, en el medio televisivo, luce con una imagen fresca, juvenil, arrolladora y su mensaje, breve, conciso y poderoso, cala con la misma fuerza que la conexión emocional. En otras palabras, Capriles disuelve la "hegemonía comunicacional", con la sabia combinación de lo esencial con lo formal. A Chávez lo hunden, lentamente, su mensaje y su imagen.
rgiusti@eluniversal.com
Cuestionó la idea de un segundo satélite
Capriles: El candidato del atraso solo sabe insultar
En un mensaje difundido a través de la red social Twitter, @hcapriles indicó que "el candidato del atraso nunca podría debatir con alguien, él solo sabe insultar y descalificar, discurso desgastado y tedioso!".
Capriles emocional
DÁMASO JIMÉNEZ | EL UNIVERSAL
martes 19 de junio de 2012 03:18 PM
Si algún punto débil se le ha endosado a la candidatura del joven pero experimentado candidato de la oposición, Henrique Capriles contra la del veterano pero convaleciente actual jefe del gobierno por 14 años, Hugo Chávez, es la poca capacidad para despertar emociones de arraigo y de identificación en el electorado.
Acaso estamos destinados a cometer el mismo error de creer siempre que el fin de una campaña electoral es esa especie de entretenimiento gratuito hacia los votantes, nuestro "pan y circo", como si estuviéramos en uno de esos reality shows de la televisión en el que gana el concursante más "volado", el que improvisa cuatro coplas después de tres gritos, el actor que hace uso del dramatismo más ramplón frente a una cámara para dar lástima, que muestra altos niveles de ansiedad, ataca con mayor ira a su contrincante -e incluso a la gente de su propio equipo-, relata para el final tres cuentos alegres de su ingenua infancia, para que cinco minutos después, delante de todo un país, cometa la impertinencia de revelar en vivo y en cadena de radio y televisión, su pasión por los fusiles y las granadas, mientras ignora cínicamente el número de secuestros y asesinatos que se cometen a diario como consecuencia de la inseguridad y el caos en el que estamos atrapados como víctimas a juro de tanta bipolaridad.
Es necesario preguntarnos entonces ¿qué lente mide al mismo tiempo la popularidad de un personaje jocoso y noticioso por momentos pero revanchista y peligroso cada nueva luna, con la capacidad de un gerente que le de vuelta a estos niveles alarmantes de ingobernabilidad en la que estamos atrapados?
Nadie niega que Chávez es el venezolano más popular y reconocido de este planeta por sus peripecias y estilo para gobernar, pero antes de proseguir con este show bastante caro, no deberíamos pensar antes en nuestras necesidades ciudadanas, como el imperioso requerimiento de restablecer un ambiente de justicia, paz y reconciliación nacional, buscar fuentes de inversión y desarrollo que permitan mayor seguridad y empleo y menos armas de guerra, con el propósito de que nos asomemos alguna vez al siglo 21.
Sin embargo nos hemos dado cuenta de otra cosa: esa racionalidad de un programa con propuestas bien pensadas, con cambios contundentes, con siembra de valores hacia el estudio y el trabajo comienza a tener numerosos adeptos en el país.
Poco a poco hemos visto como se suman voluntades para esa propuesta de progreso que marca la diferencia ante el guiño cómplice del vivismo criollo y la mentira, el silencio nefasto de la corrupción, la ayuda condicionada al pueblo que viste de rojo y la risa nerviosa y fácil del miedo.
Esa oferta política hizo caminar de todas partes del país a miles de seguidores que acompañaron a Capriles a inscribir su candidatura el pasado10 de junio, es la misma que se atreve a salir de sus casas para darle la cara a los aires de cambio en Monagas y los estados considerados chavistas, la que volteó la 72 en el Zulia, la de los trabajadores cansados del chantaje y hastiado de tanto odio.
Es la emocionalidad del pueblo que no obedece a fórmulas ni hace caso de sesudos análisis y que surge de forma sencilla desde la conciencia de la gente, tal cual ocurrió con el desconocido Chávez del 98.
Se ve, se siente.
@damasojimenez
Acaso estamos destinados a cometer el mismo error de creer siempre que el fin de una campaña electoral es esa especie de entretenimiento gratuito hacia los votantes, nuestro "pan y circo", como si estuviéramos en uno de esos reality shows de la televisión en el que gana el concursante más "volado", el que improvisa cuatro coplas después de tres gritos, el actor que hace uso del dramatismo más ramplón frente a una cámara para dar lástima, que muestra altos niveles de ansiedad, ataca con mayor ira a su contrincante -e incluso a la gente de su propio equipo-, relata para el final tres cuentos alegres de su ingenua infancia, para que cinco minutos después, delante de todo un país, cometa la impertinencia de revelar en vivo y en cadena de radio y televisión, su pasión por los fusiles y las granadas, mientras ignora cínicamente el número de secuestros y asesinatos que se cometen a diario como consecuencia de la inseguridad y el caos en el que estamos atrapados como víctimas a juro de tanta bipolaridad.
Es necesario preguntarnos entonces ¿qué lente mide al mismo tiempo la popularidad de un personaje jocoso y noticioso por momentos pero revanchista y peligroso cada nueva luna, con la capacidad de un gerente que le de vuelta a estos niveles alarmantes de ingobernabilidad en la que estamos atrapados?
Nadie niega que Chávez es el venezolano más popular y reconocido de este planeta por sus peripecias y estilo para gobernar, pero antes de proseguir con este show bastante caro, no deberíamos pensar antes en nuestras necesidades ciudadanas, como el imperioso requerimiento de restablecer un ambiente de justicia, paz y reconciliación nacional, buscar fuentes de inversión y desarrollo que permitan mayor seguridad y empleo y menos armas de guerra, con el propósito de que nos asomemos alguna vez al siglo 21.
Sin embargo nos hemos dado cuenta de otra cosa: esa racionalidad de un programa con propuestas bien pensadas, con cambios contundentes, con siembra de valores hacia el estudio y el trabajo comienza a tener numerosos adeptos en el país.
Poco a poco hemos visto como se suman voluntades para esa propuesta de progreso que marca la diferencia ante el guiño cómplice del vivismo criollo y la mentira, el silencio nefasto de la corrupción, la ayuda condicionada al pueblo que viste de rojo y la risa nerviosa y fácil del miedo.
Esa oferta política hizo caminar de todas partes del país a miles de seguidores que acompañaron a Capriles a inscribir su candidatura el pasado10 de junio, es la misma que se atreve a salir de sus casas para darle la cara a los aires de cambio en Monagas y los estados considerados chavistas, la que volteó la 72 en el Zulia, la de los trabajadores cansados del chantaje y hastiado de tanto odio.
Es la emocionalidad del pueblo que no obedece a fórmulas ni hace caso de sesudos análisis y que surge de forma sencilla desde la conciencia de la gente, tal cual ocurrió con el desconocido Chávez del 98.
Se ve, se siente.
@damasojimenez
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