1
Se lo ha reiterado hasta el cansancio, pero nunca sobra repetirlo: solo la unidad inquebrantable
de los demócratas puede hacerle frente exitosamente a una tiranía. Particularmente si se
trata de una tiranía que ha echado raíces en la ignorancia del sentimiento popular y domina
el arte del sometimiento, del fraude, del engaño. Y más aún si es inescrupulosa - como solo
una tiranía puede serlo -, y está dispuesta a matar para afianzarse aún más y entronizarse
para siempre. Luego de someter y apropiarse de todos los poderes públicos y no contar con
un solo contrapoder capaz de ponerle un fin definitivo. Que no sea – he allí la clave – el de
un pueblo férreamente unido y dispuesto a jugarse la vida por la libertad y la justicia aherrojados.
Es la naturaleza de la tiranía que hoy impera en Venezuela y a cuyo desplazamiento y superación
se han comprometido todos los espíritus de la decencia nacional. Una tiranía que posee el poder
de las armas, a las que ha comprado con la corrupción del rentismo petrolero, primero, y
del control del narcotráfico, después; el respaldo del más aleve y siniestro de los poderes tiránicos
que hayan existido en el Caribe y América Latina – la satrapía castrista; y que cuenta con
los más poderosos recursos económicos y financieros jamás existidos en nuestro país y en
país alguno de la región: el petróleo manejado con espíritu de saqueo y expoliación.
Pues quiera o no quiera hacerlo explícito por razones tácticas o estratégicas, la oposición
venezolana
enfrenta a un tirano y ha de vérselas con una tiranía. No solo ni principalmente con un mal
gobierno y un pésimo Presidente de la República. Que no por contar con la complicidad
o la aquiescencia de amplios sectores de la población más menesterosa de nuestro país,
que aún no aprende a valorar en su justo significado los principios morales y espirituales
que nos conforman como Nación, es menos canallesco y alevoso. Verificándose el insólito
extravío de que son víctimas precisamente esos sectores que lo respaldan, carne de cañón
de la compra de conciencia y la obra de automutilación en que están empeñados el
tirano y su tiranía. Esos sectores depauperados son los chivos expiatorios del deterioro
material y espiritual del país. ¡Y creen ser sus principales beneficiarios!
Con lo cual se dificulta inmensamente el combate contra la maldad intrínseca del régimen:
es una tiranía que puede pavonearse de contar con amplios respaldos populares, a los
que ha terminado por envilecer, extraviar, pervertir y adormecer. A los que seduce con la promesa
eternamente incumplida, a los que pretende convertir en protagonistas de un proceso de liberación
que busca precisamente lo contrario: instaurar una dictadura permanente. Para lo cual le es
esencial depauperar, envilecer, empobrecer, pervertir y engañar.
¿Cómo provocar el despertar del engaño y la apatía en que el terror, el hambre, el desempleo
y la permanente dependencia de las dádivas de la tiranía mantienen a amplias masas de
los sectores menos favorecidos del país? ¿Cómo hacerles ver el extravío y el abismo a los
que el régimen los conduce? ¿Cómo lograrlo si las fuerzas de la conciencia nacional no
se unifican por encima de sus legítimas diferencias, postergan el logro de sus legítimas
ambiciones y posponen la conquista de sus anhelos particulares en aras del bien común?
2
Y con la unidad sucede como con el maravilloso verso de Antonio Machado: "Caminante
no hay camino. Se hace camino al andar". La unidad no es un objeto para quienes la
anhelan y necesitan, como al agua el sediento: es un proceso en permanente construcción,
una andadura interminable y sin fin que se va creando y fortaleciendo a medida que se
materializa. La unidad no es ni un contrato ni un acuerdo: es una acción diaria,
un tejido de vida, un compromiso existencial que debe ser reafirmado día a día y paso
a paso. Un ejercicio de comunión diaria, frente al que nunca damos lo suficiente y
frente al cual siempre estamos en deuda. Siempre estamos menos unidos de lo que debiéramos,
deuda que solo podrá ser saldada el día en que el magno cometido que nos hemos
propuesto – desplazar del poder a quienes envilecen nuestra nacionalidad y pervierten nuestras
tradiciones y costumbres – sea plenamente logrado. Y nos hagamos al propósito único y
verdadero: construir la república sobre nuevas bases, obtener el progreso y la prosperidad
que nos merecemos y sentirnos orgullosos del papel que como nacionales de un país
renovado desempeñamos en el concierto de las naciones.
Dada la naturaleza espiritual del cometido unitario y la necesaria voluntariedad de la
adscripción, la unidad no puede ser impuesta por la fuerza, a palos. Pues la unidad
es asunto de libre albedrío. Más, muchísimo más aportan a la unidad aquéllos que
están dispuestos a sacrificar sus propios intereses en bien del interés común. Pues son
ellos los verdaderos protagonistas de la unidad que reclama el proceso histórico.
Pero tampoco el sentirse y ser depositarios del auténtico mensaje unitario faculta a quienes
desbrozaron el camino apartar del sendero a quienes se suman a medias, lo hacen por
cálculos mezquinos, condicionan la unidad de acción al privilegio del fruto que pretenden
les pertenece por derecho propio.
La unidad del cálculo, no es unitaria. La unidad auténtica se nutre del sacrificio y la generosidad.
Sirve al engrandecimiento de la cruzada, fortalece la andadura y puede llegar a hacer
invencible el esfuerzo pretendido. Pues la unidad – asunto que quienes desconfían de ella
desconocen – se autoalimenta, se retroalimenta, combina todos los elementos unidos para
convertirlos en un poder y en una energía que nada ni nadie puede detener.
Ésa es la fuerza de la unidad. Si ella se ha convertido en el motor interior de un esfuerzo
colectivo y no es la máscara falaz que oculta pugnas internas, ambiciones descontroladas,
pretensiones desmedidas. La historia está llena de éxitos obtenidos gracias a la unidad de
quienes se mancomunaron tras un objetivo superior. También está llena de fracasos de quienes
no estuvieron a la altura de sus circunstancias y carecieron de la lucidez, la inteligencia,
la generosidad que el momento histórico exigía. Pues no hay otro camino que la unidad.
Todos los otros caminos conducen al fracaso. La desunión es la madre de todas las
frustraciones, el sendero seguro al infierno de las derrotas. De allí la vieja sentencia de los
tiranos: divide et impera. Divide y dominarás.
3
No hay otro camino que el de la unidad. Es el único camino seguro hacia la victoria.
Así el enemigo invoque todas las malas artes de la manipulación política para sembrar
el desconcierto, el miedo y la desunión. Última baza con la que cuenta para tratar de impedir
la catástrofe que le acecha y la muerta que ronda por sus cuarteles. Tarea que en gran
medida encarga a quienes venden sus habilidades en manipular el mercado al mejor postor.
Pues yendo a la esencia del asunto: así las encuestas no se equivoquen: se equivocan
los engañados. Someterse a la falaz tiranía de los numeritos y traicionar los verdaderos
objetivos estratégicos de saneamiento nacional desenmascara la perversión moral a la que se
ha rebajado alguna parte de nuestra dirigencia. Ésa es la verdadera cuestión. La tiranía de los
tiranizados.
Que la unidad es el único camino lo han demostrado todos los últimos procesos electorales.
En todos ellos obtuvo la victoria la oposición democrática. Tras haber superado las diferencias
y haberse unido. En todos ellos demostró la canallesca falacia de encuestadores y
manipuladores de oficio. Solo la inmoralidad que ha hecho carne de nuestra vida pública puede
escamotear esa verdad del tamaño de una catedral y atarnos a los mercaderes de la opinión:
sus falsos gurúes aseguraron que perdíamos el Referéndum Constitucional: arrasamos. Reacción
del tirano: "una victoria de mierda". Las vacas sagradas del marketing político pusieron a
Ledezma en la cola de los perdedores: arrasó. Los mismos encuestadores que mostraron
su carencia de seriedad y experticia – Schemmel y Luis Vicente León, Seijas y Jesse Chacón -
volvieron a jurar que no obtendríamos más de 35 diputados. Duplicamos esa cifra. Si lo que aquí
señalamos no es cierto, el camino de los tribunales está abierto.
Pero vuelvo a insistir en lo verdaderamente esencial: dejar en manos de empresarios
de la demoscopia el destino de nuestras decisiones estratégicas en medio de una crisis
existencial como la que sufrimos manifiesta una grave pérdida del sentido político y un
avasallamiento del sentido de la moral pública. Hacerlo hoy a nuestro favor es tan criminal
como permitir que lo sea mañana a favor de nuestros adversarios. Contra todo lo que la
decadencia de nuestras élites permitan suponer, como bien decía Gramsci: solo la verdad
es revolucionaria. Es decir: verdadera.
E-mail: sanchezgarciacaracas@gmail.com
Twitter: @sangarccs
No hay comentarios:
Publicar un comentario