El Carabobeño 01 junio 2012
Alfonso Betancourt || Desde el Meridiano 68
La invasión andina
Mayo 23 de 1899. Sesenta tachirenses cruzan la frontera colombo-venezolana. Es la invasión andina. Los hay bachilleres, hacendados, pequeños comerciantes. El capitán es hacendado, y quien le sigue igual financista de la expedición. Cipriano Castro, el jefe, además de valiente y buen conductor de tropas, es hablador, fiestero y con una cabeza que le revienta de principios liberales (doctrina revolucionaria de la época) para transformar a Venezuela con nuevos ideales, nuevos hombres y nuevos procedimientos. Juan Vicente Gómez, segundo en el mando, taciturno, callado, buen observador y, sobre todo, excelente administrador. Son polos opuestos los dos compadres que han nacido en el mismo entorno montañoso, con pocos kilómetros de distancia, que es lo que medía entre el Capacho castrista y La Mulera gomecista.
Castro y Gómez son intérpretes de una realidad económica, social y política andina que tarde o temprano habría de estallar. Alrededor del café, que esplendorosamente madura en las faldas y laderas cordilleranas, se ha formado una poderosa clase de propietarios (similitud con la de los cacaos de la colonia en el centro, con diferencias que no viene al caso señalar) que se ve constreñida a actuar libremente en sus negocios y actividades, pues el resto del país es desorden, anarquía, guerras civiles, cuyos centros de irradiación parten generalmente de las malas políticas del poder presidencial capitalino que, por otra parte, en la desahogada economía andina ha encontrado recursos para sostener el despilfarro existente que le permite sustentarse en el poder. Para los tachirenses la situación es insostenible. Se va allí a buscar dinero y tropas. ¿Hasta cuándo? Eso es lo que interpretan los jefes de aquella sociedad preterida y expoliada. Se produce la invasión. Vertiginosamente, en tiempo récord, va derrotando tropas gubernamentales desde San Antonio hasta Tocuyito. El gobierno y sus ejércitos son un desastre.
Entre el presidente Andrade y los jefes de sus tropas, no contentos con aquél y pretendiendo para sus ambiciones pescar en río revuelto para también llegar el poder, las contradicciones y errores en los mandos y despachos de guerra, son enormes. El triunfo de Tocuyito, por Castro fue inevitable. Las roscas o grupos de tradición e influencia en la política venezolana han sido fatales. La rosca valenciana, de apellidos ilustres, ayer con Andrade, ahora estaba con Castro. La cena que al presidente Andrade le tenían preparada en Valencia, cuando vieron que todo para éste estaba perdido en Tocuyito, se la ofrecieron con halagos al Castro herido en el campo de batalla. Oportunistas y desvergonzados los fulanos. En el vencedor ya veían al nuevo presidente. Y así fue. En octubre del 99 éste estaba en Caracas. Tomada la Presidencia la silla de los tormentos, como la llamara el ex presidente Valencia, de Colombia, las tradicionales relaciones de caudillos y opositores no se hicieron esperar. Brotaron a granel. Gómez, que resultó ser un gran estratega militar, las venció. Incluso, con su compadre triunfó sobre la llamada Revolución Libertadora que encabezara el carabobeño nacido en San Esteban, quien había acordado con compañías extranjeras (lesionadas en sus intereses por el nacionalismo de Castro) para financiar la campaña en cuestión. Bueno es que se sepa que este Manuel Antonio Matos, poderoso banquero, salía al campo de batalla bien emperifollado, perfumado y con escolta que, paraguas en mano, lo protegía de la canícula y de los rayos solares. Después sería un adicto y un confeso colaborador de Castro y de Gómez. A pesar del prestigio ganado con su nacionalismo un tanto confuso y desbocado, Castro, aparentemente consolidado en el poder, no se entregó, como lo había prometido, al cumplimiento de su Programa de Renovación Nacional. Se dejó llevar de las roscas que giraban en su entorno para hacer de él, de el Cabito o El Hombre de la Levita Gris, un personaje de opereta que en fiestas, saraos y jolgorios, lo desviaron de sus grandes compromisos de Presidente de la República. Su paisano Pedro María Morantes, Pío Gil, en sus Felicitadores, retrata cómo se embriagó de tanta jaladera que lo distrajo de su ideal de nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos. Así el fenómeno político nacional cambiara en otros sentidos por los mismos efectos de la invasión, en los procedimientos siguió igual a lo anterior a Castro. Lo demás es historia conocida. Castro irá al exilio y Gómez se apoderará del poder. Primero será liberal, por estrategia, en los procedimientos políticos hasta 1913, luego director y tirano hasta su muerte en 1935. En el proceso de integración regional a la unidad del país nacional, que otras regiones habían hecho, Castro y Gómez, definitivamente insertan a la región andina a ese proceso con el aval de ser Gómez quien culmina, por primera vez, la consolidación del Estado Nacional Venezolano.
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