Notitarde 23-06-12 | Simón Alberto Consalvi
Optó por las reivindicaciones de los derechos de la mujer cuando se les negaban
Optó por las reivindicaciones de los derechos de la mujer cuando se les negaban
los privilegios de la ciudadanía
María Teresa Castillo, una mujer
que siempre estuvo en paz con la vida
/
Cuando en 1928 estalló el movimiento de rebelión de los estudiantes universitarios contra
la dictadura de Juan Vicente Gómez, María Teresa Castillo andaba como la mayoría
de ellos en los veinte años. Unos estudiantes fueron al Castillo Libertador en Puerto
Cabello, otros a los trabajos forzados en las carreteras y algunos lograron fugarse
al exilio. A partir de entonces nació la pasión política de María Teresa, una pasión
que no cesó a lo largo de su vida y que merece cierta explicación, porque para ella
la política era un ejercicio de civilidad, de controversia, de pluralidad y, sobre todo,
una expresión de la libertad de la cultura.
El ambiente asfixiante que se creó en Venezuela después de 1928, las dificultades para
ganarse la vida una mujer joven e independiente, impulsaron a María Teresa a viajar a
Nueva York en busca de trabajo y de nuevos aires. Al parecer estuvo poco tiempo en la
gran metrópoli, las candilejas deslumbran de lejos, mientras de cerca, una vez dentro del
monstruo, todo es diferente y era preferible el regreso. Y regresa justamente en febrero
de 1935, un año que valía la pena vivir en Venezuela porque el viejo dictador estaba
desahuciado, y no habría poder humano que impidiera el cambio por el cual abogaban
los jóvenes. Digo que 1935 era un año que valía la pena de vivirlo en nuestro país, y
no lo digo como una expresión de fantasías retrospectivas, sino como constatación de
lo que he visto y leído como lo que podríamos llamar el estallido de la primavera. Nadie
puede detener las estaciones.
María Teresa regresa a Venezuela en enero de 1935, el mes y año en que dos amigos
suyos, Inocente Palacios y Miguel Acosta Saignes, publican Gaceta de América, una
revista de circulación mensual en la que, además de Palacios y Acosta, escriben
Carlos Eduardo Frías, Ramón Díaz Sánchez, Carlos Augusto León, Carlota Toro, Eduardo
Arcila Farías, Luis Beltrán Prieto Figueroa y Guillermo Meneses. Todos amigos de María
Teresa. Inocente escribe sobre música venezolana. Prieto Figueroa, con su obsesión
pedagógica, titula uno de sus artículos con palabras audaces: "Disciplina y libertad en la
escuela". Luis Álvarez Marcano sobre cine. El gran Waldo Frank le dirige un mensaje a
los hombres y mujeres jóvenes de Venezuela a través de la Gaceta de América. Un
mensaje de optimismo, escrito en clave. Se cuenta que María Teresa se vinculó en esta
etapa a la música y puso todo su empeño en la organización de los conciertos del Orfeón
Lamas. En la Gaceta de América no se habla del viejo dictador, simplemente se le da por
muerto, y ya se vislumbraban los nuevos tiempos. Eso traducían los textos.
Finalmente muere el general el 17 de diciembre de ese año. Todo cambia, pero no todo
quiere cambiar. María Teresa Castillo fue la primera prisionera política de esa etapa
de transición de la dictadura a la democracia, como ella se lo relató a Isa Dobles. La
sorprendieron repartiendo "propaganda subversiva", seguramente los manifiestos de Orve,
la Organización Venezolana que comienza a dar los primeros pasos políticos y en torno
a la cual confluyen jóvenes de todas las ideologías, al menos en sus primeros tiempos.
María Teresa contó que los fines de semana recibía visitas de sus amistades, lo cual indica
que la prisión en la jefatura civil de La Pastora no fue tan breve. Era 1936, un año clave
en la historia de la democracia venezolana. El 14 de febrero, el pueblo en la calle,
dijo no para siempre a quienes pretendían que con unos capotazos la gente se resignaría
a la resurrección del gomecismo. En los papeles y manifiestos de la época el nombre de
María Teresa Castillo testimonia su dinamismo y su compromiso, su militancia ciudadana.
La periodista
No hubo tregua desde entonces en la vida de María Teresa Castillo. La sedujo la política
y la sedujo el periodismo. Fue reportera del diario Últimas Noticias en sus años fundacionales.
Se graduó en la UCV en la primera promoción de periodistas que llevó el nombre de
Leoncio Martínez. Optó por el mundo de la cultura, por las reivindicaciones de los derechos
de la mujer en una época en que se les negaban los privilegios de la ciudadanía. Pocos
seres humanos han vivido con la intensidad con que vivió María Teresa Castillo.
La autenticidad
fue el signo de su zodíaco personal. Valorar la obra que cumplió a lo largo de ochenta años no
es tarea que pueda hacerse al calor de una nota que apenas pretende registrar que ha rendido
sus armas y que entra en la historia como un protagonista privilegiado del mundo de
nuestra cultura.
Asumió la presidencia del Ateneo de Caracas en 1958 y no hubo un día desde entonces que
los venezolanos no tuvieran a mano la posibilidad de ver una gran exposición de arte, de oír
un gran concierto o de disfrutar de una obra de teatro, de asistir a una conferencia controversial,
al debate de las ideas y de las tendencias. Desde entonces, digo, hasta el día siniestro
en que los hachazos de la ignorancia y los epígonos del pensamiento único, o, mejor, del
no pensamiento, le pusieron un candado a las puertas de una institución que irradiaba
libertad y dignificaba al ciudadano que en ella entraba en busca de los valores del espíritu.
Más temprano que tarde se establecerá el balance y la contribución de María Teresa a la
cultura del pueblo venezolano. Y escribo la palabra pueblo porque, en el fondo, la cultura
popular fue lo que se puso en juego, lo que se condenó a muerte. O sea, al silencio.
El Ateneo de Caracas era la casa de la diversidad, de la discrepancia civilizada,
de la pluralidad creadora. Del internacionalismo inteligente, el lugar donde convivían talentos
venidos de todo el mundo. Una experiencia que figurará necesariamente en cualquier
análisis será el Festival Internacional de Teatro que puso el nombre de Caracas
entre las ciudades abiertas a las expresiones de la cultura.
El nombre de María Teresa Castillo y del Ateneo de Caracas están vinculados a los
mejores momentos del arte y de la cultura en Venezuela. El Ateneo fue el escenario
de jornadas memorables como aquellos diálogos de los grandes novelistas de América
Latina y de España que tuvieron lugar en sus espacios cuando por aquí coincidían
Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes. El hogar de María Teresa
Castillo y de Miguel Otero Silva fue el hogar de grandes de nuestra historia intelectual:
Alejo Carpentier, Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Julio Cortázar, José Bergamín,
Rafael Alberti, Ernesto Cardenal y Nicolás Guillén.
María Teresa solía visitar Cuba con frecuencia y fomentó el intercambio cultural entre
la isla y nuestro país. Fue amiga personal de Fidel Castro, lo veía quizás como el
gladiador que vengó a muchos humillados. Terminó siendo, me atrevo a escribirlo,
una amistad no correspondida.
En el caso del personaje que acaba de irse de este mundo, hablar de cultura era hablar
de política, y viceversa. Para ella la política era un ejercicio de libertad. Y eso era también
para ella la cultura. Lo más apropiado que pueda decirse de María Teresa Castillo al escribir
palabras de despedida es que fue un ser excepcional. Nos deja el legado de la sonrisa que
la acompañó como el ser que siempre estuvo en paz con la vida, fueren cuales fueren las
circunstancias que le deparó el destino.
Balada de Hans y Jenny (Aquiles Nazoa)
julio 11, 2008 por arlovich
Aquiles Nazoa amó a María teresa Castillo sin ser correspondido pues ésta se
casó con Miguel Otero Silva. Para ella fue escrito este poema.
Verdaderamente, nunca fue tan claro el amor como cuando Hans Christian Andersen
a Jenny Lind, el Ruiseñor de Suecia.
Hans y Jenny eran soñadores y hermosos, y su amor compartían como dos colegiales
comparten sus almendras.
Amar a Jenny era como ir comiéndose una manzana bajo la lluvia. Era estar en el
campo y descubrir que hoy amanecieron maduras las cerezas.
Hans solía contarle fantásticas historias del tiempo en que los témpanos eran los
grandes osos del mar. Y cuando venía la primavera, él le cubría con silvestres
tusílagos las trenzas.
La mirada de Jenny poblaba de dominicales colores el paisaje. Bien pudo Jenny
Lind haber nacido en una caja de acuarelas.
Hans tenía una caja de música en el corazón, y una pipa de espuma que Jenny
le diera.
A veces los dos salían de viaje por rumbos distintos. Pero seguían amándose en
el encuentro de las cosas menudas de la tierra.
Por ejemplo, Hans reconocía y amaba a Jenny en la transparencia de las fuentes
y en la mirada de los niños y en las hojas secas.
Jenny reconocía y amaba a Hans en las barbas de los mendigos y en el perfume
del pan tierno y en las más humildes monedas.
Porque el amor de Hans y Jenny era íntimo y dulce como el primer día de
invierno en la escuela.
Jenny cantaba las antiguas baladas nórdicas con infinita tristeza.
Jenny cantaba las antiguas baladas nórdicas con infinita tristeza.
Una vez la escucharon unos estudiantes americanos, y por la noche todos lloraron
de ternura sobre un mapa de Suecia.Y es que cuando Jenny cantaba, era
el amor de Hans lo que cantaba en ella.
Una vez hizo Hans un largo viaje y a los cinco años estuvo de vuelta.
Y fue a ver a Jenny y la encontró sentada, juntas las manos, en la actitud
tranquila de una muchacha ciega.
Jenny estaba casada y tenía dos niños sencillamente hermosos como ella.
Pero Hans siguió amándola hasta la muerte, en su pipa de espuma y en la llegada
del otoño y en el color de las frambuesas.
Y siguió Jenny amando a Hans en los ojos de los mendigos y en las más humildes
monedas.
Porque verdaderamente, nunca fue tan hermoso el amor como cuando Hans
Christian Andersen amó a Jenny Lind, el Ruiseñor de Suecia.
(Aquiles Nazoa, poeta venezolano)
No hay comentarios:
Publicar un comentario