Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

domingo, 10 de febrero de 2013

El Poder y la Torre Jon Lee Anderson Parte II


Los colonizadores españoles que fundaron Caracas en el siglo XVI lo hicieron con cuidado: situaron la ciudad en las montañas, en vez de la cercana costa del Caribe, para protegerla de piratas ingleses y de los indios que merodeaban. Actualmente, la costa ubicada a diez millas de distancia de la ciudad es accesible por una carretera escarpada entre las montañas construida por órdenes del fallecido dictador militar Marcos Pérez Jiménez, quien dominó el país durante la década de los cincuenta. De cruel carácter y ampliamente odiado en su país, Pérez Jiménez fue derrocado después de sólo seis años como Presidente, pero dejó tras de sí un impresionante legado de obras públicas: edificios gubernamentales, proyectos de vivienda pública, túneles, puentes, parques y carreteras. En las décadas siguientes, mientras las dictaduras molestaban a gran parte de América Latina, Venezuela resultó ser una democracia dinámica y generalmente estable. Siendo una de las naciones petroleras más ricas del mundo, el país tuvo una creciente clase media con un nivel increíblemente alto de vida. También fue un firme aliado de EE.UU.: los Rockefellers tenían campos petroleros en Venezuela, así como grandes ranchos donde sus familiares montaban a caballo con amigos venezolanos.
La perspectiva de una buena vida en Venezuela atrajo a cientos de miles de inmigrantes del resto de América Latina y de Europa, quienes ayudaron a darle a Caracas la reputación de ser una de las ciudades más atractivas y modernas de la región. Tenía una espléndida universidad —la Universidad Central de Venezuela—, un museo de arte moderno de primer orden, un elegante Country Club, una serie de buenos hoteles y exquisitas playas. A finales de los años setenta, cuando las mujeres venezolanas se convirtieron en perennes ganadoras del concurso de Miss Universo, la mayoría de los latinoamericanos consideraban al país como un lugar hermoso para gente hermosa. Incluso su criminal más infame, el terrorista marxista Illich Ramírez Sánchez (Carlos El Chacal), fue un todo un dandy, con un gusto por los pañuelos de seda y el whiskey Johnnie Walker. En 1983, en lo que puede haber sido la cúspide del encanto de Caracas, fue inaugurada la primera línea del Metro y el Teresa Carreño, un complejo teatral de clase mundial.
Esa ciudad apenas puede percibirse hoy. Después de décadas de abandono, pobreza, corrupción y agitación social, Caracas se ha deteriorado muchísimo. Tiene una de las tasas de homicidios más altas del mundo: el año pasado, en una ciudad de tres millones de habitantes, se estima que tres mil seiscientas personas fueron asesinadas, cifra que equivale a una muerte cada dos horas. La tasa de homicidios en Venezuela se ha triplicado desde que Chávez asumió el poder. De hecho, el crimen violento (o la amenaza de que suceda) es probablemente el carácter definitorio de Caracas, tan ineludible como el clima, que generalmente es maravilloso, y el terrible tráfico, con autos atascados durante horas en las calles día tras día. Vendedores deambulan a través del embotellamiento, vendiendo juguetes, insecticidas y DVDs piratas, mientras que los drogadictos lavan los parabrisas o hacen malabares a cambio de monedas. Se observan fachadas enteras cubiertas de graffitis y con basura amontonada en las vías. El río Guaire, su cauce a lo largo de toda la ciudad, es un torrente gris de agua maloliente. A lo largo de sus riberas viven cientos de personas sin hogar, indigentes —en su mayoría adictos a las drogas— y enfermos mentales. Los barrios más ricos de Caracas son enclaves fortificados, protegidos por muros de seguridad con alambre electrificado. En las entradas de las urbanizaciones, guardias armados permanecen en vigilia tras un vidrio oscuro.
Caracas es una ciudad fallida y la Torre de David es quizás el símbolo más importante de ese fracaso. La torre es un zigurat de espejos de vidrio coronado por un gran eje vertical, que se eleva a cuarenta y cinco pisos por encima de la ciudad. La principal característica del complejo de rascacielos de Confinanzas, que incluye otra torre de dieciocho pisos y un estacionamiento elevado, es su visibilidad desde cualquier punto de Caracas, que sigue siendo mayormente una ciudad de edificios modestos. El vecindario que rodea al edificio es típico: una ladera cuadriculada de casas y comercios de uno o dos pisos que se disipan a pocas cuadras de las faldas del cerro El Ávila, un montaña selvática que forma un dramático muro verde entre Caracas y el Mar Caribe.
La torre ha sido nombrada en honor a David Brillembourg, un banquero que hizo fortuna durante elboom petrolero de Venezuela en los años setenta. En 1990, Brillembourg se lanzó a la construcción de un complejo que esperaba convertirse en la respuesta venezolana a Wall Street. Sin embargo,  Brillembourg murió en 1993, mientras el complejo seguía en construcción, y poco después de su muerte una crisis bancaria acabó con un tercio de la instituciones financieras del país. La construcción, completada en un sesenta por ciento, se detuvo y nunca fue reanudada.
Vista desde la distancia, la Torre no da indicio alguno de sus problemas. De cerca, sin embargo, las irregularidades en su fachada son claramente evidentes. Hay partes donde los paneles de vidrio se han perdido y los agujeros han sido rellenados; en otras partes de la fachada, las antenas parabólicas y satelitales se asoman como hongos. En los costados no hay paneles de vidrio en absoluto. El complejo es un coloso de hormigón sin terminar —en el que habitan personas. Casas de ladrillo mal ensambladas, similares a las que cubren los cerros alrededor de Caracas como costras, han llenado los espacios vacíos dentro de muchos de los pisos. Sólo las plantas superiores están abiertas al cielo, como plataformas de un gran pastel de bodas. El decano de Arquitectura de la Universidad Central, Guillermo Barrios, me dijo: “Todo régimen tiene su impronta arquitectónica, su icono, y no tengo duda de que la imagen arquitectónica de este régimen es la Torre de David. Encarna la política urbana de este régimen, que puede definirse por la confiscación y expropiación, por la incapacidad gubernamental y el uso de la violencia”. La Torre, construida como una muestra de la eminencia del país, se ha convertido en el barrio alto del mundo.
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Cuando Chávez asumió el poder en 1999, el centro de la ciudad ya estaba descuidado y en franca decadencia, y la torre había caído bajo custodia del Fondo de Garantías de Depósitos. Cuando el gobierno trató de venderla mediante subasta pública en el 2001 nadie ofertó y el plan que existía para convertirla en la nueva sede de la Alcaldía fue abandonado. Finalmente, una noche de octubre del 2007, varios cientos de hombres, mujeres y niños, dirigidos por un grupo de duros y decididos exconvictos, invadieron la torre y acamparon allí. Una mujer que fue parte de la invasión me dijo: “Entramos como si fuera una cueva. Parecíamos cochinos, todos ahí juntos. Abrimos la puerta y desde ese día hemos estado viviendo aquí”. Estaba asustada, pero sentía que no tenía otra opción. “Todos buscaban un techo sobre sus cabezas porque nadie tenía donde vivir. Y era una solución”. Muchos más los siguieron. Los líderes de la invasión comenzaron a vender el derecho de entrada a los recién llegados, en su mayoría personas pobres de las barriadas de Caracas que deseaban cambiar las laderas fangosas por el centro citadino.
Hoy en día, la torre es el emblema de una tendencia de la era Chávez: la “invasión” organizada de edificios desocupados por grupos grandes de ocupantes ilegales. Cientos de edificios han sido invadidos desde que el fenómeno se inició en 2003: bloques de apartamentos, torres de oficinas, almacenes, centros comerciales. Cerca de ciento cincuenta edificios en Caracas están ocupados por invasores. La Torre de David alberga un estimado de tres mil personas, llenando la torre más pequeña por completo y la más alta hasta el piso veintiocho. Jóvenes motociclistas operan una línea de “mototaxistas” para los residentes de los pisos más altos, llevándolos desde la planta baja hasta el décimo piso del estacionamiento adjunto, desde donde pueden ascender por unas rudimentarias escaleras de concreto. Para quienes viven por encima del décimo piso, es un largo camino hasta el tope.
En un reciente viaje a Caracas, le pedí a un taxista que me dejara en frente de la Torre de David y me contestó con una mirada de asombro. “No vas a entrar allí, ¿verdad? “, dijo, “¡De ahí sale todo el mal de esta ciudad!”. La Torre se ha ganado el dudoso honor de ser un centro criminal, alimentado por los relatos de la prensa que presenta al lugar como un refugio para delincuentes, asesinos y secuestradores. Para muchos caraqueños, la Torre es sinónimo de todo lo que está mal en su sociedad: una comunidad de invasores que habitan en medio de la ciudad, controlada por pandilleros armados con el consentimiento tácito del gobierno de Chávez.
El jefe de la Torre es un excriminal convertido en pastor evangélico, llamado Alexánder “El Niño” Daza. Un ardiente partidario de Chávez que aceptó reunirse conmigo sólo después de que un intermediario le aseguró que era políticamente aceptable. Cuando llegué a la entrada principal de la Torre había mujeres dentro de una cabina de seguridad que operaban una puerta controlada electrónicamente. Me pidieron una identificación y que firmara un registro, permitiéndome pasar sólo porque era un invitado de Daza. Daza me esperaba en el atrio, un espacio de concreto al aire libre entre los dos edificios principales. Una música ensordecedora salía de un par de altavoces grandes justo en la puerta de entrada a la “iglesia” de Daza, una habitación ubicada en la planta baja donde predica los domingos. Según contaba, se había convertido o “renacido” estando en prisión. De baja estatura, cuerpo fornido y cara de niño, tiene treinta y ocho años pero luce mucho más joven.
Nos sentamos en un muro pequeño para hablar pero, con los altavoces a todo volumen, Daza era prácticamente inaudible. No habló de la Torre, su comunidad ni de su papel como una figura de autoridad. En su lugar, haciendo eco del lenguaje de los funcionarios del gobierno, se quejó de que los “medios de comunicación privados” siempre buscaban la manera de distorsionar la verdad, hacer daño a “la causa de la gente” y de “dañar a Chávez”. Durante mi experiencia reportando sobre Chávez, he llegado a pasar una buena cantidad de tiempo con él, y cuando le dije esto a Daza me miró con cautelosa impresión. Después de un rato, se relajó considerablemente, señalándome a su esposa, una bonita joven llamada Gina, mientras caminaba junto a nosotros con un niño.
Gran parte de la vida comunitaria de la Torre estaba fuera de nuestra vista, por encima de nosotros, pero algunos de los apartamentos de los niveles más bajo estaban al pie del atrio. Había ropa tendida en balcones por terminar y en algunas antenas. También pueden verse signos de la lealtad política imperante. En las últimas elecciones, Daza hizo todo lo posible para que la Torre de David fuese una base de apoyo para Chávez y colgó una pancarta grande y roja en su honor.
Daza protestó por las historias sobre la Torre que la denunciaban como centro de crimen y a él como un criminal. Él y su gente se hicieron cargo de algo que estaba “muerto” y “le dimos vida”, dijo: “La rescatamos con la visión de vivir aquí en armonía”. Ésta fue una opinión minoritaria. Guillermo Barrios, el Decano de Arquitectura, me dijo: “La Torre de David no era un bello ejemplo de la autodeterminación de una comunidad sino una invasión violenta”. Describió a Daza como un malandro, como el tipo de oportunista matón que ha llegado a tipificar la vida urbana en Venezuela, con la apariencia de un pastor. “Es el líder de un grupo de invasores que vende la entrada al edificio, un ejemplo del más salvaje capitalismo”, dijo. “Se arropa en la religiosidad, pero hay un grupo violento detrás de él que le permite llevar a cabo sus acciones”.

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