MEMORIA EMOTIVA. Crítica a "Profundo"
La pieza "Profundo" de Cabrujas cobra un doloroso significado en este momento del país.
JUAN A. GONZÁLEZ | EL UNIVERSAL
jueves 7 de febrero de 2013 12:00 AM
Desde las entrañas
Cuando ya es inevitable establecer paralelismos entre la historia de la familia Álamo y la Venezuela que descubrió en sus entrañas una sustancia negra y viscosa que, igual, posee el valor del oro y el olor del excremento, la pieza teatral del imprescindible José Ignacio Cabrujas, Profundo, deja de ser una mera obra de creación para convertirse en una imagen especular dolorosa, incómoda, penosa y triste.
Allí, en la fe materialista, en el mezquino fervor de los Álamo, está el país obnubilado, chabacano, inculto, vil y miserable que por obra y gracia del petróleo abandonó el campo y se ahogó en la ilusión de la riqueza providencial, de ese regalo divino escupido desde el subsuelo con tal potencia alucinatoria que poco importa la destrucción de la casa que se habita; poco importa destruirnos a nosotros mismos cuando la promesa del baúl de morocotas enterrado nos engaña con sus ecos embrutecedores, con sus cantos de sirena.
Profundo duele. Duele como el país. Un país que en lugar de ser construido, constantemente es demolido. Un país precario. Un rancho de país. El del "ahí vamos" y el "ya veremos"... La Venezuela que, como pocos dramaturgos, retrató Cabrujas al borde de la comedia surrealista y la tragedia desconsolada.
Estrenado en 1971 por el Nuevo Grupo en el Teatro Alberto de Paz y Mateos, el texto que ha escogido el GA80 -en esencia, Héctor Manrique- para celebrar sus 30 años de existencia, posee una vigencia aterradora.
La obra de Cabrujas es más que clara. Nada de nosotros como país ha cambiado desde el "Reventón" para acá. De la primera a la quinta República seguimos siendo los mismos: abyectos creyentes que descreemos de nuestras capacidades para ser mejores y nos conformamos con esperar el milagro, "te lo pedimos Señor... "; esperanzados adoradores de mesías que, de cuando en cuando, toman el poder y nos ultrajan sin que opongamos resistencia; siervos de nuestra avaricia, del irreprimible deseo de la riqueza súbita y espontánea, como la que nos vino de las entrañas de la Tierra...
Se suponía que debía escribir del montaje de Profundo que presenta el GA80 en el Espacio Plural de Trasnocho Cultural, pero, de nuevo, me he sentido interpelado por Cabrujas. (Eso sí, tómese mi conexión afectiva e intelectual con la puesta como una valoración positiva de la misma y, por extensión, del trabajo actoral de Luis Abreu, Tania Sarabia, Daniel Rodríguez, Prakriti Maduro, Angélica Arteaga y Violenta Alemán).
Habitualmente no uso la primera persona cuando escribo esta columna, pero siempre me ocurre con piezas como Acto cultural o El día que me quieras que la identificación con la visión de su autor es tal que de la risa epidérmica que sobreviene a las absurdas situaciones de las obras cabrujianas, paso inmediatamente al dolor inconmensurable, al llanto irreprimible, profundo, profundo, por el precario país mostrado ante mis ojos. El país de Cabrujas, el mío, el de todos...
Termino con una frase del programa de mano: "Volvemos a Cabrujas. No nos cansamos de insistir". jgonzalez@eluniversal.com
Cuando ya es inevitable establecer paralelismos entre la historia de la familia Álamo y la Venezuela que descubrió en sus entrañas una sustancia negra y viscosa que, igual, posee el valor del oro y el olor del excremento, la pieza teatral del imprescindible José Ignacio Cabrujas, Profundo, deja de ser una mera obra de creación para convertirse en una imagen especular dolorosa, incómoda, penosa y triste.
Allí, en la fe materialista, en el mezquino fervor de los Álamo, está el país obnubilado, chabacano, inculto, vil y miserable que por obra y gracia del petróleo abandonó el campo y se ahogó en la ilusión de la riqueza providencial, de ese regalo divino escupido desde el subsuelo con tal potencia alucinatoria que poco importa la destrucción de la casa que se habita; poco importa destruirnos a nosotros mismos cuando la promesa del baúl de morocotas enterrado nos engaña con sus ecos embrutecedores, con sus cantos de sirena.
Profundo duele. Duele como el país. Un país que en lugar de ser construido, constantemente es demolido. Un país precario. Un rancho de país. El del "ahí vamos" y el "ya veremos"... La Venezuela que, como pocos dramaturgos, retrató Cabrujas al borde de la comedia surrealista y la tragedia desconsolada.
Estrenado en 1971 por el Nuevo Grupo en el Teatro Alberto de Paz y Mateos, el texto que ha escogido el GA80 -en esencia, Héctor Manrique- para celebrar sus 30 años de existencia, posee una vigencia aterradora.
La obra de Cabrujas es más que clara. Nada de nosotros como país ha cambiado desde el "Reventón" para acá. De la primera a la quinta República seguimos siendo los mismos: abyectos creyentes que descreemos de nuestras capacidades para ser mejores y nos conformamos con esperar el milagro, "te lo pedimos Señor... "; esperanzados adoradores de mesías que, de cuando en cuando, toman el poder y nos ultrajan sin que opongamos resistencia; siervos de nuestra avaricia, del irreprimible deseo de la riqueza súbita y espontánea, como la que nos vino de las entrañas de la Tierra...
Se suponía que debía escribir del montaje de Profundo que presenta el GA80 en el Espacio Plural de Trasnocho Cultural, pero, de nuevo, me he sentido interpelado por Cabrujas. (Eso sí, tómese mi conexión afectiva e intelectual con la puesta como una valoración positiva de la misma y, por extensión, del trabajo actoral de Luis Abreu, Tania Sarabia, Daniel Rodríguez, Prakriti Maduro, Angélica Arteaga y Violenta Alemán).
Habitualmente no uso la primera persona cuando escribo esta columna, pero siempre me ocurre con piezas como Acto cultural o El día que me quieras que la identificación con la visión de su autor es tal que de la risa epidérmica que sobreviene a las absurdas situaciones de las obras cabrujianas, paso inmediatamente al dolor inconmensurable, al llanto irreprimible, profundo, profundo, por el precario país mostrado ante mis ojos. El país de Cabrujas, el mío, el de todos...
Termino con una frase del programa de mano: "Volvemos a Cabrujas. No nos cansamos de insistir". jgonzalez@eluniversal.com
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