El ángel exterminador
El Diccionario de la Real Academia Española define desconstrucción como el “Desmontaje de una construcción intelectual por medio de su análisis, mostrando así contradicciones y ambigüedades. El término adquirió significación filosófica por mediación del francés Jaques Derrida; también alcanzó rango de etiqueta entre arquitectos como Frank Ghery (Museo Guggenheim, Bilbao, 1997) o Zaha Hadid (Pabellón del Puente de la Exposición Internacional Zaragoza, 2008) que parecieran haberse sacudido la rigidez geométrica de Euclides para apostar por la “organicidad” del diseño no lineal y, tal vez por eso, son llamados deconstructivistas, aunque uno sospeche que mejor sería tildarlos de formalistas; pero fue un cocinero español, Ferran Adrià, con sus innovadoras propuestas gastronómicas, en un mítico restaurante de Cataluña (El Bulli), quien puso la palabreja en boca del común, en virtud del encomio superlativo de críticos entusiastas y golosos.
Dispuestos a desmantelar el Estado, cadáveres insepultos, politicastros oportunistas y resentidos de toda laya se encaramaron en la carroza del Rey Momo del carnaval golpista de 1992 y prepararon una guisa de menú deconstructivista para ofrecerle el país en bandeja al mesías de Sabaneta; menú que fue reelaborado por un experimentado chef del caos, Fidel Castro, cuando la aureola carismática del ahora imperecedero era poco menos que una insinuación –y los cubanos, en la inopia, ni soñaban con ver realizado el más caro de sus anhelos: la reconciliación con el imperio–. A pesar de su confeso agnosticismo, el despótico y sagaz barbudo debe haber pensado que tan cándido pajarito era regalo de Dios: así, pues, contribuyó a instruirlo en el oficio de dictador y le enseñó a caminar de espaldas al porvenir, al mismo tiempo que le elaboraba un recetario de desbarajustes con doble propósito: asegurar financiamiento ilimitado a una sociedad arruinada por la ineficacia de un modelo burocrático que ya cantaba “El manisero” y ensayar, en suelo de quien se perfilaba no como aliado sino como vasallo, el relanzamiento de sus viejas apetencias de liderazgo continental, mediante regímenes subsidiados por su flamante muñeco de ventrílocuo.
Con las ideas de Castro y los reales de Chávez, que halló en aquél el palo perfecto para colgar su soga, se armó un parapeto programático orientado a desmontar la armazón institucional de la nación –¡vamos a refundar la Republica! era el retintín de los orondos y las lirondas de la corte que se congregó en torno a, ¡por fin!, un redentor que, para colmo, alardeaba de saber pitchar y además a la zurda –con el concurso de una comparsa constituyente que no tuvo empacho en bailar pegado con el arrogante gorilón rojizo y colocar en sus garras la hojilla de la devastación masiva. No se trataba de poner en práctica un proyecto de modernización, cuyas líneas maestras había esbozado la Copre, sino de pulverizar a la República civil y democrática, que marchaba hacia la descentralización, e implantar un régimen centralizado, autoritario, absolutista… para ello, había que poner el país patas arriba.
Alguna vez conjeturamos, con menos indicios que deseos, que la demolición prefigurada por el chavismo no anunciaba en realidad el Armagedón, sino que se trataba de un proceso de deconstrucción o –valga el oxímoron– de destrucción constructiva, que entrañaba reformas estructurales del aparato administrativo, con el fin de acceder a la modernidad; vana ilusión, cantaría un tanguero, porque ahora vemos cómo la palabra destrucción se multiplica en los artículos de opinión y es insuficiente para describir lo que sucede en Venezuela. Y es que, efectivamente, somos víctimas de un indetenible afán destructivo, cuyas semillas sembró Castro, cultivó Chávez y continúa cosechando Maduro; y, con este, la tropa de enchufados, que de la misa desconoce un montón, prodiga su toque de Midas inverso para, como una división Panzer, arrasar el país en todos los frentes: en el económico, acabaron con el aparato productivo, redujeron a nada el poder adquisitivo de la moneda y dispararon una espiral inflacionaria que amenaza con convertirse en perfecto tornado; en el político, se cargaron la autonomía de los poderes públicos para supeditarlos a la voluntad del mandón, imponiendo una ficción de legalidad y justicia de coger palco; en lo moral, aniquilaron la autoestima del ciudadano mediante un racionamiento de facto, que lo ha convertido en paciente hacedor de colas, resignado a conformarse con lo poco que consiga, y un humillante asistencialismo misionero que hace más dependientes e indefensos a los más humildes.
Podrimos seguir con el memorial de agravios del ángel exterminador que bajó de la Sierra Maestra y de quien puede decirse que, no satisfecho, con arruinar a su propio país, puso un infalible vademécum para la debacle en las sumisas manos de Chávez, quien lo legó a Nicolás para darle continuidad a la orgía destructiva que nos ha puesto al borde una crisis humanitaria.
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