Introducción
Ante la pregunta sobre qué hará o qué puede hacer el nuevo papa Francisco para plantar la Iglesia católica como interlocutor válido en el debate internacional sobre los problemas políticos y sus consecuencias sociales y económicas, poco se puede decir sin caer en oráculos falibles. Reflexionar sobre sus acciones implica tener en cuenta el contexto teológico-político que habitó Jorge Bergoglio en Argentina, desde el nacimiento de la Teología Latinoamericana en la Conferencia Episcopal de Medellín, en 1968 –con el impulso incuestionable del meritorio teólogo argentino Lucio Gera y del teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, sus pioneros–, hasta su asunción como obispo de Roma. En los 45 años que separan la designación de Francisco de Medellín, se construye una nueva teología en América Latina en torno de la categoría teológica y política de «pueblo pobre».
Trataré de exponer los rasgos generales de las modalidades teológicas latinoamericanas y argentinas –siguiendo la clasificación de Juan Carlos Scannone–, para presentarlas como herramientas que ayuden a entender el discurso y los gestos de Francisco y su apelación a la pobreza como categoría teológica. Me detendré en la denominada «Teología del Pueblo» o «Teología de la Cultura», por ser la modalidad que asume la Teología de la Liberación latinoamericana en una parte de la teología argentina y por ser la que desarrolla la categoría de pobreza sobre la que gira el discurso de Francisco. La Teología del Pueblo surge con los procesos políticos por la democracia entre los años 1964 y 1976, a partir de las reuniones de los peritos teológicos de la Comisión Episcopal de Pastoral (Coepal). La Teología de la Liberación, tal como se desarrolla en el resto de los países de la región, traza su rumbo recién en 1968 en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizada en Medellín y hace su «opción preferencial por los pobres» en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Puebla en 1976, año en que la Teología del Pueblo es silenciada por la dictadura cívico-militar que se instaló en Argentina. Si bien una de las modalidades teológicas argentinas, la Teología del Pueblo, acompaña los lineamientos del magisterio episcopal latinoamericano y asume el método ver-juzgar-obrar poniendo en relación la praxis cultural con la reflexión evangélica y sociológica, se diferencia no obstante en su modo de entender al pueblo. Mientras las modalidades de la Teología de la Liberación en el resto de la región privilegian el análisis socioestructural y conciben al pueblo como clase, la Teología del Pueblo, por el contrario, privilegia el análisis histórico-cultural y considera como pueblo solo a una parte de él, los trabajadores pobres. Por consiguiente, a pesar de ser esta última corriente una modalidad de la Teología de la Liberación latinoamericana, para facilitar su explicación distinguiré en este artículo entre ambas modalidades, hablando de Teología de la Liberación cuando me refiero al conjunto de las modalidades latinoamericanas, y de Teología del Pueblo cuando me refiero específicamente a la corriente desarrollada en Argentina por Lucio Gera y Rafael Tello. En síntesis, ¿cuál es esa teología del pueblo pobre? ¿Es Francisco un teólogo de la liberación?
Teología de la Liberación y Teología del Pueblo
En el siglo XX, el catolicismo americanista impulsado por John Courtney Murray –que privilegiaba la libertad política– y la Nouvelle Théologie, representada por Yves Marie-Joseph Congar, Marie-Dominique Chenu, Henri de Lubac y Jean Daniélou –que consideraba la historia como lugar de interpretación–, llevan a un sector de los teólogos de la Iglesia católica mundial a irrumpir como actores políticos. Ejemplo de ello es la resignificación de ciertas categorías teológicas: la de «acción pastoral» como «acción política» por el Concilio Vaticano II (en la Constitución PastoralGadium et spes, 1965), o la de «justicia» como «desarrollo de los pueblos» en la Encíclica Populorum progressio (1967) y como «igualdad social de clases» en el Manifiesto de los Obispos para el Tercer Mundo (1967), que tuvo como inspirador a Helder Cámara. Estas nuevas categorizaciones son recibidas en Europa como Teología Política por Jean Baptiste Metz y Hans Küng, desde una posición progresista. En América Latina, son recibidas como Teología de la Liberación por Gustavo Gutiérrez, Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino, que buscan –a diferencia de las corrientes europeas– el cambio total de las estructuras políticas, económicas, jurídicas y sociales. En Argentina, con Lucio Gera, Rafael Tello y Alberto Sily, surge como Teología del Pueblo, una modalidad propia que ve al pueblo trabajador como categoría escatológica, al margen de la lucha de clases.
La Teología del Pueblo tuvo como antecedentes otras configuraciones, como el movimiento francés de los «curas obreros» en la década de 1950, o los «curas villeros», que recibieron el apoyo de un sector de los obispos de Argentina, como Jerónimo Podestá, Antonio Quarracino, Alberto Devoto, Enrique Angelelli y Eduardo Pironio. En 1969, esa doctrina queda plasmada en el Documento Episcopal de San Miguel, como resignificación de ciertas categorías de acuerdo con la realidad social y política del país. A partir de la Teología del Pueblo, la teología pastoral no refiere ya a la pastoral de la Iglesia en los sectores populares, sino a un nuevo modo de ser Iglesia a partir de esa parte del pueblo que son los pobres. De esta manera, busca separarse de la concepción de Iglesia nacional, que tendía a identificar «pueblo argentino» con «católico». Esta resignificación permitió en la década de 1970 que un sector de los teólogos de la Iglesia católica –que consideraban al pueblo como sujeto político colectivo, como categoría dinámica y creadora– pudiera articular su discurso con el discurso político bajo significantes de la protesta social, como «liberación o dependencia» y otros, buscando de este modo resolver el antagonismo bajo la categoría de pueblo como unidad.
Para comprender mejor la diferencia entre el conjunto de la Teología de la Liberación y una de sus modalidades, la Teología del Pueblo, tomaré la mencionada clasificación de Scannone, para quien dentro de la Teología de la Liberación pueden distinguirse cuatro corrientes. La primera es la Teología de la Liberación desde la praxis pastoral, y su referente es el argentino Eduardo Pironio. En este caso, se persigue como fin la unidad de todo el pueblo. Se propone como medio para lograrla una reflexión sobre la realidad desde una ética antropológica, teniendo en cuenta datos estadísticos de las ciencias sociales, abordados desde una perspectiva bíblica y eclesial, pero sin reflexionar sobre los aspectos políticos. Como conclusión, se practica una evangelización liberadora integral, mediante la praxis pastoral de la Iglesia como cuerpo institucional –es decir, siguiendo los lineamientos de Medellín y Puebla–. El sujeto de esta corriente teológica es todo el pueblo, y los agentes serán laicos comprometidos con el evangelio y la política. La segunda corriente es, según Scanno-ne, la Teología de la Liberación desde la praxis revolucionaria, cuyo referente es el brasileño Hugo Assmann. Esta vertiente tendrá como objetivo el fin de la explotación del hombre por el hombre, utilizando como medio un análisis sociohistórico de la realidad a partir del marxismo; el contenido teológico se reduce a un lenguaje sociológicamente cristiano, lo que la convierte en teología secularizada. Aquí se concluye que la acción para lograr esa meta será una praxis liberadora al servicio de la lucha de clases, desde y para la praxis, no necesariamente violenta. El sujeto, para esta corriente, es transconfesional y abarca el total de la clase trabajadora, sean o no católicos. Los agentes son los grupos cristianos radicalizados y comprometidos en la acción revolucionaria.
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