En una intervención de 1974 incluida en el Boletín de Espiritualidad de la Compañía de Jesús de Argentina de abril de 1978, afirma Bergoglio que tiene «la convicción de que es necesario superar contradicciones estériles intraeclesiásticas para poder enrolarnos en una real estrategia apostólica que visualice al enemigo y una nuestras fuerzas frente a él». Por esos años, las diferencias políticas eran significativas en Argentina, tanto entre los distintos sectores sociales como dentro del peronismo –movimiento popular que tenía el apoyo de una parte importante de la Iglesia católica– y dentro de la Iglesia misma. En ese artículo, Bergoglio especifica que «[b]astaría recordar los infecundos enfrentamientos con la Jerarquía, los conflictos desgastantes entre ‘alas’ (por ejemplo, ‘progresista’ o ‘reaccionaria’) dentro de la Iglesia (…) terminamos dando más importancia a las partes que al todo». La idea de conciliación mediante el diálogo es algo que hoy retoma Francisco, por ejemplo en el discurso pronunciado ante los dirigentes en Río de Janeiro el 27 de julio de 2013, donde insiste en el «diálogo, diálogo, diálogo», de manera intercultural, intergeneracional y social, entendiendo el «diálogo como humildad social», porque «el otro siempre tiene algo que decir». Además de puntos de contacto entre las afirmaciones de Bergoglio y la Teología del Pueblo, también puede encontrarse continuidad y coherencia en el pensamiento de Francisco a lo largo del tiempo. La idea de conciliación en la unidad como método de resolución del conflicto social marca desde un comienzo el rumbo de su propia modalidad de la teología latinoamericana. Por ejemplo, el criterio de que «la unidad es superior al conflicto, el todo es superior a la parte, el tiempo es superior al espacio» aparece en su intervención de 1974 y vuelve a aparecer 40 años después, casi sin alteraciones, en 2010 cuando era cardenal y en 2013 ya como papa. En el discurso por el Bicentenario argentino, Bergoglio dirá también: «El tiempo es superior al espacio, la unidad es superior al conflicto, la realidad es superior a la idea, el todo es superior a la parte» (n. 4). En la carta encíclica Lumen Fidei del 29 de junio de 2013 puede leerse que «la unidad es superior al conflicto» (n. 55), y «El tiempo es siempre superior al espacio» (n. 57).
El problema de lograr la unidad aparece como central en la teología de Bergoglio y de Francisco. En 1974, Bergoglio dirá que la unidad no se logra ni por un «abstraccionismo espiritualista», es decir por la tentación de construir la unidad obviando el conflicto; ni por un «metodologismo funcionalista», esto es, buscando la unidad por medios alejados de los fines. Para eso recomienda evitar la postura «eticista», tanto como los «elitismos» y las «ideologías abstractas» extrañas a la cultura del pueblo latinoamericano. Es notable que en el encuentro con el Comité de Coordinación del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), el 28 de julio de 2013 en Río de Janeiro, el Sumo Pontífice señale los mismos temas de 1974, ahora como tentaciones. La primera es la «ideologización del mensaje evangélico», como tendencia a buscar herramientas de interpretación hermenéutica por fuera del Evangelio y la tradición. Esa ideologización puede manifestarse, según Francisco, como «reduccionismo socializante», que utiliza las ciencias sociales liberales o marxistas; como «ideologización psicológica», que reduce lo teológico a una dinámica de autoconocimiento y a una postura inmanente autorreferencial; como «propuesta gnóstica o ilustrada», primera desviación de la comunidad primitiva; o como «desviación pelagiana» que intente un restauracionismo mediante la disciplina. La segunda es la tentación de «funcionalismo», que no reflexiona sobre el misterio sino sobre la búsqueda de eficacia, reduciendo la Iglesia a una ONG. La tercera tentación es el «clericalismo», entendido como una falta de adultez. Dicho de otro modo, lo que en 1974 Bergoglio llamaba abstraccionismo espiritualista aparece ahora como ideologización psicológica; y los metodologismos funcionalistas como el eticismo, el elitismo y las ideologías abstractas aparecen como pelagianismo, gnosticismo y reduccionismo. La intención de separar el catolicismo de las ideologías marxistas y liberales es otra cosa que diferenciaba a Bergoglio –y diferencia a Francisco– de algunas de las corrientes de la Teología de la Liberación mencionadas anteriormente y lo acerca a las dos modalidades argentinas, sobre todo cuando en 1974 dice: «advierto entre nosotros cierta sana ‘alergia’ cada vez que se pretende reconocer a la Argentina a través de teorías que no han surgido de nuestra realidad nacional». Sin embargo, en 2013 agrega dos amenazas que tocan directamente a la estructura de la Iglesia: el clericalismo y el funcionalismo. Esto puede indicar que Francisco busca el cambio de las estructuras, pero no de las sociales como promovía la Teología de la Liberación, sino de las eclesiásticas en función del pueblo, como lo promovía la modalidad argentina en la Teología del Pueblo. Francisco quiere una Iglesia que se descentralice y no que se «funcionalice»; propone una «misión paradigmática» que imprima una dinámica de reforma a las estructuras eclesiales, y lo llama «misionariedad». En el discurso a la clase dirigente de Brasil del 27 de julio de 2013, Francisco dice que entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta siempre hay una opción: el diálogo, sin ideologías, ni marxistas ni liberales.
De la secularización de la teología a la teologización de la cultura
En los documentos y homilías de la Teología del Pueblo pueden observarse otras categorías teológicas redefinidas localmente a partir de la cultura como práctica y lugar de lo político. Por ejemplo, la categoría de «cultura» cobra el sentido de «cultura del resistir» en Justino O’Farrel; la categoría de «pobreza» aparece redefinida como «negatividad» en Gera; la de «liberación», como «cambio total de las estructuras» en el documento de San Miguel; la de «fe», como categoría revolucionaria en Fernando Boasso; la de «historia», como «proceso escatológico de justicia» en Gera; y la de «pecado», como «opresión» por la Coepal. El MSTM define cultura como «todo aquello que el hombre, o un pueblo, realiza para superar la muerte, optando por la vida y la libertad, sepa o no leer y escribir». La Teología del Pueblo privilegia el concepto de pueblo trabajador por sobre el de clase trabajadora y rescata la importancia de la religiosidad y la mística popular partiendo del principio de que es el pueblo pobre el auténtico intérprete del evangelio, con su tradición espiritual y su sensibilidad para la justicia.
Sin embargo, Bergoglio hará su propia recategorización de pueblo como «pueblo fiel» y como «reserva religiosa», aclarando que «‘pueblo’ es ya –entre nosotros– un término equívoco debido a los supuestos ideológicos con que se pronuncia o se siente esa realidad del pueblo. Ahora, sencillamente, me refiero al pueblo fiel». En 2010, aclarará nuevamente ese término equívoco de otro modo, y dirá que «Ciudadanos es una categoría lógica. Pueblo es una categoría histórica y mítica», y agrega: «Pueblo no puede explicarse solamente de manera lógica. Cuenta con un plus de sentido que se nos escapa si no acudimos a otros modos de comprensión, a otras lógicas y hermenéuticas». Mientras «pueblo» remite a una continuidad histórica, «ciudadano» hace referencia a aquellos que son «citados» a comprometerse por el bien común, y aclara Francisco que «[c]iudadano no es el sujeto tomado individualmente como lo presentaban los liberales clásicos ni un grupo de personas amontonadas, lo que en filosofía se llama ‘la unidad de acumulación’». De ese modo, pone en relación los conceptos de ciudadano y pueblo: «El desafío de la identidad de una persona como ciudadano se da directamente proporcional a la medida en que él viva su pertenencia. ¿A quién? Al pueblo del que nace y vive», y agrega: «Necesitamos constituirnos ciudadanos en el seno de un pueblo».
Que la Teología del Pueblo sea denominada también Teología de la Cultura, tanto por Scannone como por otros teólogos contemporáneos, se debe a que la idea de cultura remite a práctica y dinamismo, al movimiento que deja siempre la posibilidad de nuevas interpretaciones y reinterpretaciones de la realidad y del evangelio. Un dinamismo cultural cuyo acontecimiento fundante es la encarnación del Logos. La Teología Latinoamericana de la Liberación, en todas sus modalidades, se identifica con la cultura del pobre, y busca cambiar la Iglesia hasta que deje de ser Iglesia de los sectores altos de la sociedad, para ser Iglesia de los pobres. Es así como en los años 60, un grupo de teólogos latinoamericanos –Gera, Gustavo Gutiérrez, Juan Luis Segundo– decide «plantar» la Iglesia latinoamericana entre los pobres. Hoy el papa Francisco, un pastor latinoamericano, decide plantar toda la Iglesia católica entre los pobres, articulando nuevamente categorías teológicas en el discurso político, dada la enorme repercusión mediática de su palabra pública. ¿Es esto teología secularizada? A mi modo de ver, es cultura teologizada.
La Teología del Pueblo, en lugar de secularizarse, es decir, de secularizar sus conceptos teológicos insertándolos en la cabeza del nuevo príncipe moderno, como si fuese la peluquera del partido –apodo que recibe Eusebio de Cesarea por su acción teológico-política sobre Constantino para dar los fundamentos del Imperio–, se incultura. Esta categoría, la de «inculturación», no significa imponer lo religioso como hábito de la virtud a modo de fin ético o sostén del sistema republicano liberal y democrático, ni tampoco imponer lo teológico como principio o fundamento trascendente de lo político en sistemas totalitarios. La sentencia de Carl Schmitt en 1923 dice que: «todos los conceptos significativos de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados». De acuerdo con esto, en el caso de la Teología de la Liberación, parecería que los conceptos teológicos se secularizarán al entender pueblo como clase. Pero en Argentina, entre 1966 y 1980, la fórmula schmittiana parece que se invierte. Al desplazar al teólogo del lugar de sujeto político –es decir, del saber iluminado–, y por el contrario, colocar al pueblo en ese lugar, la Teología del Pueblo no tomará los conceptos de la política –ni liberal, ni marxista–, es decir, no cambiará unos principios trascendentes por otros inmanentes pero puestos como trascendentes, sino que los construirá a partir de la cultura del pueblo como principios trascendentes pero contingentes –esto es, como parcialidad y no como totalidad–. La fórmula schmittiana invertida podría ser, en el contexto argentino abierto por la Teología del Pueblo a partir de los años 70, que los conceptos teológicos son conceptos culturales teologizados desde una hermenéutica evangélica. Para Bergoglio, «[n]uestro pueblo tiene alma, y porque podemos hablar del alma de un pueblo, podemos hablar de una hermenéutica, de una manera de ver la realidad, de una conciencia», y agrega que «Dios está en el corazón de nuestro pueblo».
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