Perder el miedo a la libertad
Que la consigna sea el cese de los odios y el afrontar la necesidad de estar todos juntos
VÍCTOR MALDONADO C. | EL UNIVERSAL
lunes 8 de octubre de 2012 12:00 AM
Los países no cesan nunca de replantearse. El acabose jamás llega. En los momentos más críticos, siempre queda disponible una rendija por donde se cuela con recalcitrancia y generosidad ese rayo de luz que nos recuerda que la oscuridad es sólo sensación y circunstancia. Que lo que nunca deja de ser es ese sol que produce amaneceres espléndidos y ocasos de fuego y que su contemplación se presta a todos por igual, sin importar bandos o el peor de los enfrentamientos. Esa generosidad nos recuerda y nos exige el reconocimiento unánime de que el futuro se plantea siempre como una posibilidad para lo mejor, y que la esencia fundamental del hombre es la capacidad innata de rehacerse todos los días y nunca perder la esperanza de hacerlo mejor. Todo lo demás es el territorio cedido a la violencia y vedado al progreso y la civilización.
Esa es la esencia de la política como invento perfecto y como necesidad impostergable. La posibilidad de vivir en paz los que somos diversos. El requerimiento, más que conveniente, de encontrar acuerdos que eviten una condición de violencia capaz de transformar nuestras vidas en la distopía hobbesiana, condenados a la soledad, la pobreza, la brutalidad y la brevedad. La política y el ejercicio cotidiano del mutuo reconocimiento es el elixir que nos conecta de la mejor manera con nuestra condición de ángeles caídos, pero ángeles al fin. Que nuestra excusa no es la violencia, sino el albur de la paz que nos hace buscar afanosamente, aun en el terreno más yermo, los escasos rastrojos que nos permitan construir unidad allí donde por muchos años se propuso el enfrentamiento, el resentimiento y el odio. Los que creen en la infinita capacidad de mejora de la condición humana asumen por eso el reto de renunciar al odio, la revancha, el revolcón histórico y el apetitoso linchamiento, y lo truecan por justicia, reconciliación y aprendizaje. No tiene sentido asumir el reto de reconstruir las bases morales de la República, si al mismo tiempo la comodidad y la negación nos estimulan a cerrar los ojos a los errores que nos han costado la debacle de la nación, la prisión de los que no le deben nada a la ley, y la vida de cientos de miles de ciudadanos. No es sólo la narración interesada que siempre hacen los que reciben los laureles de la victoria, sino las moralejas y el aprendizaje que nos permitan dirigirnos hacia el progreso, lejos del abismo que nos amenaza con las mismas equivocaciones.
El odio sólo produce ruina social. La antipolítica, esa compulsión de resentimientos que estigmatiza el discurso y la preocupación por lo público, solo trae como consecuencias el incentivo a esa flojera primordial que nos desentiende de la suerte de la polis y nos hace presa de ese poderoso arquetipo, el caudillo necesario, al cual rendimos nuestra voluntad y entendimiento para que haga por nosotros lo que no nos creemos capaces de hacer por nuestra cuenta. E. Fromm no se equivocó cuando vio en esa flojera social el automenosprecio que siempre es el comienzo de la sumisión.
La libertad es la esencia de la política. Ser libres, poder vivir y tener, poder hablar y comer, todas ellas son sus expresiones cotidianas. Todas ellas tienen la condición de encontrar razones suficientes para olvidar el enfrentamiento primitivo y asumir con vigor el infatigable trabajo del país amplio, incluyente y generoso en oportunidades que solo es posible mediante el trabajo colectivo. La unidad, la reconciliación y la justicia son los ingredientes de la libertad y la única oportunidad para no volver a ser lo que hemos sido.
Los países solo corren el peligro de concluir si caen en la tentación de la guerra y la división. Contra ese riesgo se opone la esperanza. Gallegos lo escribió con emoción al que había sido su alumno, Rafael Vegas: "Y pensar que ambos temimos que la tiranía iba a ser para siempre. Ahora con Gómez muerto, ambos tenemos muchas cosas por hacer para sentar las bases de la civilización allí donde solo imperó la barbarie". No lo digo así exactamente, pero algo semejante se tradujo en ese abrazo entre dos generaciones que siempre tuvieron razones para soñar juntos una mejor suerte para la patria en donde la gente buena ama, sufre y espera.
Los países no cesan nunca. El nuestro tampoco. Ni de soñar ni de luchar. Que la consigna sea el cese de los odios y el afrontar la necesidad de estar todos juntos, asumiendo nuestras responsabilidades y encarando el futuro con la mejor de las intenciones.
cedice@cedice.org.ve
@cedice
Esa es la esencia de la política como invento perfecto y como necesidad impostergable. La posibilidad de vivir en paz los que somos diversos. El requerimiento, más que conveniente, de encontrar acuerdos que eviten una condición de violencia capaz de transformar nuestras vidas en la distopía hobbesiana, condenados a la soledad, la pobreza, la brutalidad y la brevedad. La política y el ejercicio cotidiano del mutuo reconocimiento es el elixir que nos conecta de la mejor manera con nuestra condición de ángeles caídos, pero ángeles al fin. Que nuestra excusa no es la violencia, sino el albur de la paz que nos hace buscar afanosamente, aun en el terreno más yermo, los escasos rastrojos que nos permitan construir unidad allí donde por muchos años se propuso el enfrentamiento, el resentimiento y el odio. Los que creen en la infinita capacidad de mejora de la condición humana asumen por eso el reto de renunciar al odio, la revancha, el revolcón histórico y el apetitoso linchamiento, y lo truecan por justicia, reconciliación y aprendizaje. No tiene sentido asumir el reto de reconstruir las bases morales de la República, si al mismo tiempo la comodidad y la negación nos estimulan a cerrar los ojos a los errores que nos han costado la debacle de la nación, la prisión de los que no le deben nada a la ley, y la vida de cientos de miles de ciudadanos. No es sólo la narración interesada que siempre hacen los que reciben los laureles de la victoria, sino las moralejas y el aprendizaje que nos permitan dirigirnos hacia el progreso, lejos del abismo que nos amenaza con las mismas equivocaciones.
El odio sólo produce ruina social. La antipolítica, esa compulsión de resentimientos que estigmatiza el discurso y la preocupación por lo público, solo trae como consecuencias el incentivo a esa flojera primordial que nos desentiende de la suerte de la polis y nos hace presa de ese poderoso arquetipo, el caudillo necesario, al cual rendimos nuestra voluntad y entendimiento para que haga por nosotros lo que no nos creemos capaces de hacer por nuestra cuenta. E. Fromm no se equivocó cuando vio en esa flojera social el automenosprecio que siempre es el comienzo de la sumisión.
La libertad es la esencia de la política. Ser libres, poder vivir y tener, poder hablar y comer, todas ellas son sus expresiones cotidianas. Todas ellas tienen la condición de encontrar razones suficientes para olvidar el enfrentamiento primitivo y asumir con vigor el infatigable trabajo del país amplio, incluyente y generoso en oportunidades que solo es posible mediante el trabajo colectivo. La unidad, la reconciliación y la justicia son los ingredientes de la libertad y la única oportunidad para no volver a ser lo que hemos sido.
Los países solo corren el peligro de concluir si caen en la tentación de la guerra y la división. Contra ese riesgo se opone la esperanza. Gallegos lo escribió con emoción al que había sido su alumno, Rafael Vegas: "Y pensar que ambos temimos que la tiranía iba a ser para siempre. Ahora con Gómez muerto, ambos tenemos muchas cosas por hacer para sentar las bases de la civilización allí donde solo imperó la barbarie". No lo digo así exactamente, pero algo semejante se tradujo en ese abrazo entre dos generaciones que siempre tuvieron razones para soñar juntos una mejor suerte para la patria en donde la gente buena ama, sufre y espera.
Los países no cesan nunca. El nuestro tampoco. Ni de soñar ni de luchar. Que la consigna sea el cese de los odios y el afrontar la necesidad de estar todos juntos, asumiendo nuestras responsabilidades y encarando el futuro con la mejor de las intenciones.
cedice@cedice.org.ve
@cedice
Venezuela votó por ella
SANTIAGO QUINTERO | EL UNIVERSAL
lunes 8 de octubre de 2012 12:00 AM
En el momento en el cual Venezuela ha elegido a un nuevo presidente, es hora de reflexionar las claves de su elección.
Venezuela ha elegido a un presidente que la sirva, que le distribuya el agua, la energía eléctrica, le arregle las calles y sobre todo, le dé seguridad física y social a su población. Ello significa salud, empleo, vivienda, educación, pensión, contratos colectivos honrados. Alguien que cierre la brecha a su miseria. Alguien que la saque de la pobreza endémica de la ignorancia y las enfermedades, del odio y los enfrentamientos.
A Venezuela en su oportunidad no le preguntaron si quería fabricar armas o alimentos. No le preguntaron si quería regalarles a otras naciones y personalidades más de la cuarta parte de su producto territorial bruto. A Venezuela no le preguntaron si quería que los pranes vivieran mejor que sus jueces y policías honestos. A Venezuela no le preguntaron si aprobaba que violaran su Constitución para dejarla sin instancia internacional de derechos humanos, pretendiendo que éstos no sean universales, porque los tiranos domésticos tienen el derecho a la usurpación que les otorga su concepto autárquico y bizarro de soberanía y justicia.
A Venezuela jamás le preguntaron si prefería el insulto a la cortesía y las buenas costumbres.
Venezuela quería cambiar. Venezuela llegó a pensar, en medio de sus mitos y leyendas ancestrales que se fueron tejiendo por la ausencia de "luces públicas" en el país, que sus militares le iban a traer orden y progreso, sacándola de la corrupción. Pero nunca llegó a estar tan equivocada. Le ha costado sangre, sudor y muchas lágrimas salirse del atolladero emocional en que la sumergieron, porque manipularon las pasiones patrióticas de su identidad, los símbolos e íconos de su nacionalidad, devaluándolos en primer lugar y luego sustituyéndolos por los de una revolución extranjera, ajena a su carácter de tierra amante de la paz en toda su evolución histórica.
Venezuela ha votado por su vida y la calidad de la misma. No quiere más equivocaciones, confusiones, desvaríos, locuras megalómanas y deseos de eternizarse en el poder. Venezuela no quiere Mesías en su tierra, porque sabe que hay uno solo y es el que está en el cielo, aquél que la protege en un acto de infinito amor.
Las Fuerzas Armadas deberán deslastrarse de los trapos rojos que en mala hora empañaron su radiante bandera tricolor, retomando su papel de guardián de las libertades públicas y Estado de derecho de la patria consagrado en la Constitución, pasando la página más gris y menguada de su historia.
Los poderes públicos nacionales, regionales y locales, a restituir las respectivas ecuaciones de equilibrio democrático que fueron violadas abiertamente por un régimen que prosperó en la enfermedad de poder que inoculó al cuerpo de la nación.
Al nuevo presidente elegido, le decimos que la revolución del odio y el resentimiento, de la grosería y del fusil ha sido derrotada por el progreso y la evolución de la educación, la seguridad, el trabajo, los servicios y la vivienda. ¡A trabajar pues, por la vida y su calidad para todos los venezolanos por igual! ¡Adiós a las armas y bienvenidos los libros! ¡Qué Dios bendiga a Venezuela!
santiagoquintero@gmail.com
Venezuela ha elegido a un presidente que la sirva, que le distribuya el agua, la energía eléctrica, le arregle las calles y sobre todo, le dé seguridad física y social a su población. Ello significa salud, empleo, vivienda, educación, pensión, contratos colectivos honrados. Alguien que cierre la brecha a su miseria. Alguien que la saque de la pobreza endémica de la ignorancia y las enfermedades, del odio y los enfrentamientos.
A Venezuela en su oportunidad no le preguntaron si quería fabricar armas o alimentos. No le preguntaron si quería regalarles a otras naciones y personalidades más de la cuarta parte de su producto territorial bruto. A Venezuela no le preguntaron si quería que los pranes vivieran mejor que sus jueces y policías honestos. A Venezuela no le preguntaron si aprobaba que violaran su Constitución para dejarla sin instancia internacional de derechos humanos, pretendiendo que éstos no sean universales, porque los tiranos domésticos tienen el derecho a la usurpación que les otorga su concepto autárquico y bizarro de soberanía y justicia.
A Venezuela jamás le preguntaron si prefería el insulto a la cortesía y las buenas costumbres.
Venezuela quería cambiar. Venezuela llegó a pensar, en medio de sus mitos y leyendas ancestrales que se fueron tejiendo por la ausencia de "luces públicas" en el país, que sus militares le iban a traer orden y progreso, sacándola de la corrupción. Pero nunca llegó a estar tan equivocada. Le ha costado sangre, sudor y muchas lágrimas salirse del atolladero emocional en que la sumergieron, porque manipularon las pasiones patrióticas de su identidad, los símbolos e íconos de su nacionalidad, devaluándolos en primer lugar y luego sustituyéndolos por los de una revolución extranjera, ajena a su carácter de tierra amante de la paz en toda su evolución histórica.
Venezuela ha votado por su vida y la calidad de la misma. No quiere más equivocaciones, confusiones, desvaríos, locuras megalómanas y deseos de eternizarse en el poder. Venezuela no quiere Mesías en su tierra, porque sabe que hay uno solo y es el que está en el cielo, aquél que la protege en un acto de infinito amor.
Las Fuerzas Armadas deberán deslastrarse de los trapos rojos que en mala hora empañaron su radiante bandera tricolor, retomando su papel de guardián de las libertades públicas y Estado de derecho de la patria consagrado en la Constitución, pasando la página más gris y menguada de su historia.
Los poderes públicos nacionales, regionales y locales, a restituir las respectivas ecuaciones de equilibrio democrático que fueron violadas abiertamente por un régimen que prosperó en la enfermedad de poder que inoculó al cuerpo de la nación.
Al nuevo presidente elegido, le decimos que la revolución del odio y el resentimiento, de la grosería y del fusil ha sido derrotada por el progreso y la evolución de la educación, la seguridad, el trabajo, los servicios y la vivienda. ¡A trabajar pues, por la vida y su calidad para todos los venezolanos por igual! ¡Adiós a las armas y bienvenidos los libros! ¡Qué Dios bendiga a Venezuela!
santiagoquintero@gmail.com
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