14 FEBRERO 2016
El papa ha visitado esta tarde la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe para celebrar la eucaristía con miles de fieles allí congregados. Uno de los encuentros más esperados por el Santo Padre, como él mismo había asegurado en varias ocasiones antes del viaje. Este es el principal santuario de México y el más grande santuario mariano del mundo donde se venera a la Virgen de Guadalupe, patrona de México, de los países americanos y de Filipinas. Entonando el canto de “La Guadalupana”, la multitud recibió con entusiasmo la llegada del Santo Padre.
En la homilía, haciendo referencia a la lectura de la visita de María a su prima Isabel, Francisco ha subrayado que escuchar este pasaje en esta casa tiene “un sabor especial”. Así, ha explicado que María, la mujer del sí, “también quiso visitar los habitantes de estas tierras de América en la persona del indio san Juan Diego”.
De este modo, ha recordado que en aquel amanecer de diciembre de 1531 “se producía el primer milagro que luego será la memoria viva de todo lo que este Santuario custodia”. En ese amanecer, en ese encuentro, “Dios despertó la esperanza de su hijo Juan, la esperanza de su Pueblo”. En ese amanecer “Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras”. En ese amanecer, “Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos”, ha asegurado el Santo Padre.
Por eso, ha indicado que aquel día Juanito experimenta en su propia vida lo que es la esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Y aunque en repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que “él no era la persona adecuada”, María, empecinada —con el empecinamiento que nace del corazón misericordioso del Padre— le dice que “él sería su embajador”.
A propósito, el Pontífice ha subrayado que “todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la ‘altura de las circunstancias’ o no ‘aportar el capital necesario’ para la construcción de las mismas”.
El Santuario de Dios –ha indicado Francisco– es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones. De los jóvenes sin futuro expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas; de los ancianos sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones; de nuestras familias que necesitan de los mínimos necesarios para poder construirse y levantarse.
El Santo Padre ha reconocido que al venir a este Santuario nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan Diego. “Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas y decirle: ¿Qué puedo aportar si no soy un letrado?”. Por eso, el Papa ha reconocido que puede hacer bien hacer un poco de silencio, y mirarla a ella, mirarla mucho y calmamente.
Ella nos dice –ha indicado–que tiene el ‘honor’ de ser nuestra madre. “Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles”, ha añadido el Papa.
Y ha asegurado que hoy María nuevamente “nos vuelve a enviar”, “nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas”. Sé mi embajador, “dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, perdona al que te lastimó, consuela al que esta triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios”.
Al finalizar la celebración eucarística, el Santo Padre, tal y como había pedido, ha podido rezar a solas y en silencio durante más de veinte minutos en el camarín donde se encuentra la tilma de la Virgen de Guadalupe.
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