Alfonso Betancourt ||
Desde el Meridiano 68
El hombre presa del hombre
Ni en nuestras guerras civiles del siglo XIX (mayúsculo sarcasmo eso de civiles) que costaron trescientas mil vidas de venezolanos, los de ahora morimos como perros en alusión muy popular de cómo se desprecia la vida de los animales en el presente, llevada a la criatura animal predilecta de Dios, como es el hombre, hecho a su imagen y semejanza. Aquellos, los de las guerras civiles, por lo menos morían por ideales de cambios, de mejorar sus condiciones existenciales así una vez triunfante el movimiento en el cual habían militado, los jefes insurreccionales dieran al traste con lo prometido. Pero en el tiempo que corre ¿qué pasa? Se muere como perros en el atraco, en el asalto, el asesinato a mansalva, en el arrollamiento en plena vía, en el secuestro cuando no se satisfacen las exigencias, en el vuelco de unidades de transporte por conductores irresponsables.
Cuántos de éstos y miles de otros conductores manejan sin condiciones físicas ni mentales para hacerlo. Abundan los retrasados mentales a quienes se les otorgan las licencias para conducir cuando en realidad lo que se les concede es la LICENCIA PARA MATAR.
En las casas, veredas, calles, avenidas, carreteras y autopistas, a más de los muertos, muchos quedan heridos sin que nadie se preste a socorrerlos por temor al compromiso. Los lesionados terminan falleciendo mostrando el horroroso espectáculo de deshumanización a que hemos llegado.
Los servicios asistenciales a veces no dan cabida para tantos pacientes y en ellos mueren a la espera de la asistencia que nunca llegó. En los recintos penitenciarios en lugar de corregir y educar para que el delincuente no vuelva por las suyas, de los mismos salen maestros en todas las artes del delito y en especial en el arte de matar, que la televisión comercial (la peor droga que tenemos) les suministra día y noche. Así que cuando los liberan, y más ahora con un Poder Judicial que los ampara inconcebiblemente por la pésima implementación de un Código Penal que se lanzó a la buena de Dios, que en ningún país civilizado se haría, pues los matones salen a eso: a matar.
Los homicidios en Venezuela, donde morimos como perros, repito, son más numerosos que entre árabes, judíos y cristianos en el Cercano y Medio Oriente que en el colmo de la insensatez, aunque con ritos diferentes, adoran al mismo Dios.
La bestia, la bestia, esa indomable que llevamos por dentro cuando la educación para someterla o corregirla no se imparte, o cuando está interferida por problemas socioeconómicos, está haciendo de Venezuela un paraíso de la matonería que personas más instruidas que educadas explotan en provecho de sus intereses, en especial las mafias de toda índole que nos tienen arropados.
Un lugar común es el progreso material del hombre no así el espiritual. Y en cuanto a la ética, a la moral, la impresión es desconcertante. En la época que vivimos nos preguntamos: ¿Por qué la conducta de los seres humanos es tan reacia a ser regida por la Ley Mosaica, los principios del Cristianismo, la Doctrina de Buda y de tantos líderes religiosos, el pensamiento de escritores y filósofos, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, etc., todos tendentes al respeto de la vida humana? Parece nula la influencia de esos principios y en su lugar se imponen los instintos bestiales: la bestia humana que de Venezuela ha hecho un país abanderado.
No puede faltar la pregunta: ¿qué pasará si no acorralamos la bestia? Los medios para ese fin existen. Con firme voluntad de propósito, apliquémoslos.
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