Chiitas y sunitas: una división irreconciliable
Por Lina Marcela Hernández S. Especial para El Pais
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Unos meses antes de morir, en el año 632, el profeta Mahoma hizo una peregrinación entre La Meca y Medina y, presintiendo su propia desaparición, proclamó a su yerno Alí como su sucesor espiritual y político.
Ese fue el comienzo de una historia llena de odios e intrigas, ambientada en el Medio Oriente y lavada por ríos de sangre, pues, tras la muerte del líder máximo de la religión musulmana, la comunidad islámica se dividió, de manera irreconciliable, en dos grandes vertientes: los chiitas y los sunitas.
El sucesor nombrado por Mahoma tuvo que esperar más de 30 años para convertirse en el cuarto Califa, ya que los hombres más poderosos de la Meca designaron a Abu Baker como el primer líder del Califato y, posteriormente, a otros dos califas.
Sin embargo, el pueblo árabe se levantó y exigió que Alí fuera el cuarto califa, un honor que sólo duró cuatro años, al cabo de los cuales, el yerno de Mahoma fue asesinado.
De acuerdo con el analista político Marcos Peckel, los orígenes de la tradición musulmana son bastante violentos y aunque esencialmente los chiitas y los sunitas comparten las mismas prácticas religiosas, rinden culto al mismo Dios y siguen las enseñanzas del Corán, existe entre esas dos corrientes de la religión islámica unas diferencias irreconciliables que durante siglos han perpetuado el odio y la división.
“En los orígenes de la tradición musulmana las diferencias son de carácter sucesionista y comienzan con la definición del heredero de Mahoma. Para los chiitas, el líder espiritual debía ser un descendiente directo del profeta Mahoma, mientras que los sunitas se inclinaban por un hombre estudioso, justo y bueno, que no necesariamente tenía que provenir del linaje mahometano”, afirma Peckel.
Pero, en la actualidad, la violencia fraticida entre los musulmanes no sólo está impregnada de tintes místicos si no que tiene muchísimas implicaciones de orden político y económico.
En el fondo, existe un gran problema que tiene que ver con las relaciones entre el Gobierno y la religión en el mundo musulman.
“Para los chiitas es de vital importancia la figura del imán.Ellos consideran a sus doce imanes como las máximas autoridades del estado islámico, y como un líderes totalmente autónomos del Estado”, explica el Imán Julián Arturo Zapata del Cetro Cultural Islámico de Bogotá.
“Los líderes chiitas son bastante independientes de los gobiernos, ellos mismos crean un tejido social a su alrededor y reciben el zakat, que es un diezmo de la gente. Son poderosos por sí mismos”, explica Zapata. Por el contrario, los sunitas dependen económicamente de la estructura estatal y de la opinión del Gobierno y su líder tiene muy poca injerencia en asuntos políticos, a menos que haga parte del poder de turno.
Ese era el caso iraquí hasta que las fuerzas de ocupación derrocaron a Sadam Hussein en marzo de 2003.
LA CUESTIÓN IRAQUÍ. Antes de ser asesinado, Alí trasladó la capital de Medina hacia Kufa, una ciudad ubicada en tierras de Iraq, la antigua Babilonia, que se había convertido en un importante centro para la religión islámica.
Ese importante antecedente histórico marcaría entonces el desarrollo de los acontecimientos en el país árabe.
Tras la muerte de Alí, Iraq se convirtió en un territorio predominantemente chiita. Las mayorías chiitas comenzaron a expandir su influencia y a prepararse para la llegada del doceavo imán, aquel que salvaría a la humanidad.
“Durante más de catorce siglos los chiitas se dedicaron a visitar las tumbas de sus imanes y a edificar construcciones alrededor de los mausoleos, una de las prácticas más criticadas por sus enemigos sunitas y que ha sido empleada como un argumento del wahabismo, una corriente minoritaria del islam, para radicalizar aún más las diferencias entre chiitas y sunitas”, asegura el imán Zapata.
Según el analista Peckel, las fronteras del Iraq moderno fueron creadas de forma artificial, como resultado de la repartija colonial que hicieron los británicos y los franceses del Medio Oriente, A una comunidad divida, casi desde sus mismos orígenes, se le impuso además la obligación de convivir dentro de una nación que estaba muerta desde antes de nacer.
“Musulmanes chiitas, sunitas y los mismos kurdos, fueron forzados a cohabitar un terrotorio común y a formar parte de una nación de la que no se sentían partícipes. Por eso la única manera de matener un país bajo control y un Gobierno central coherente era implementando un régimen déspota, cosa que Saddam Hussein entendió a la perfección”, explica Peckel.
LA ERA HUSSEIN. Desde 1979, cuando Hussein asumió la Presidencia iraquí, la comunidad sunita de la que él hacía parte, concentró todo el poder, lo que por supuesto implicó la marginalidad absoluta para los chiitas y la agudización de la violencia sectaria en Iraq. Durante años, las milicias de ambos bandos han librado una guerra que nunca ha querido llamarse por su nombre, miles de iraquíes muertos en atentados en Iraq, se suman a las víctimas de las batallas emprendidas por Hussein contra sus vecinos.
“Iraq es un pueblo de odios, marcado por una historia que va más allá de la división religiosa entre chiitas y sunitas. El de Iraq es un pueblo desunido, de sentimientos más tribales que nacionalistas que sobrepasan las fornteras religiosas”, explica Zapata.
Bajo este panorama, cabe pensar entonces que el futuro de Iraq no es nada alentador y que tras la ejecución de Hussein, la eterna disputa entre chiitas y sunitas, no sólo va a aumentar, sino que se va a recrudecer en proporciones dantescas.
Las cosas empeoraron en Iraq cuando George W. Bush invadió el país árabe con el pretexto de enfrentar al terrorismo internacional y de buscar unas armas químicas que nunca aparecieron. Según el politólogo Eugenio Gómez Martínez, la invasión estadounidense desencadenó muchos más conflictos al interior de Iraq, que por obvias razones se van a agravar con la caída del régimen de Hussein y su posterior su ejecución.
“Sadam era el representante de una de las tres grandes comunidades que conforman el artificial estado de Iraq y su derrocamiento y su ejecución lo transforman en un mártir de la causa sunita, lo que deriva en acciones violentas gravísimas de sunitas sobre todo contra chiitas, los más beneficiados con la caída del ex dictador”, asegura Gómez.
En ese mismo sentido, Peckel señala que toda la violencia represada y los sentimientos de odio van a soltarse, tras el final de la era Hussein. “En el nuevo Gobierno de Iraq hay mayoría chiita, y los sunitas están perdiendo todos los privilegios que tenían antes. Por eso están llevando a cabo una sangrienta escalada insurgente especialmente contra los chiitas”.
La realidad del país árabe está muy lejos de ser pacífica. Y es que en Iraq la insurgencia es muy compleja y no sólo se reduce a un grupo de chiitas contra sunitas, sino que implica unas comunidades divididas en clanes que tienen sus propias ideologías y que, poco a poco, han sido penetradas por las influencias de los yihadistas de Al qaeda y saqueadas por la invasión occidental que ahora tiene dos opciones: quedarse en Iraq y aumentar casi el triple su pie de fuerza o salir del país árabe y dejar que los iraquíes se las arreglen como puedan.
“Pero es casi seguro que ninguno de los dos caminos permitirá desarticular la insurgencia en Iraq”, concluye Peckel.
Tres datos claves
1.La palabra chiita se deriva del corán y se emplea para nombrar a los seguidores del libro sagrado de los musulmanes.
2. El término sunita cobija a quien sigue las enseñanas del profeta Mahoma.
3. Los chiitas y los sunitas siguen las mismas tradiciones religiosas, leen el corán y se basan en los cinco pilares del islam: la confesión de fe, la oración, el ayuno, y la peregrinación hacia la Meca, en Arabia Saudita, por lo menos una vez en su vida.
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