Los últimos acontecimientos permiten “captar en su siniestra magnitud la justicia
del horror del fascismo criollo“ desde que se instauró el gobierno de Hugo Chávez (+).
Justicia del horror en Venezuela
15 DE SEPTIEMBRE 2015 - 12:01 AM
Pueden llamarse Susanas o Barreiros nuestros jueces del horror. Son esos quienes, a tenor de lo afirmado por un miembro innombrable del Tribunal Supremo de Justicia, cumplen con el deber de perseguir y condenar al que se oponga a la revolución bolivariana; despropósito criminal que entrega nuestro suelo a los hermanos Castro, disuelve la nacionalidad, acaba con el talante generoso que nos fuera propio a los venezolanos y desata nuestros lazos de afecto social y ciudadano para hacernos presa colectiva de la mendacidad.
De la mentira –como régimen y justicia del horror– habla crudamente y con escalpelo en mano el maestro Piero Calamandrei. “En verdad –dice– el régimen fascista fue algo más profundo y complicado que una torva ilegalidad: Fue la simulación de la ilegalidad, el fraude, legalmente organizado, de la ilegalidad”.
“Bajo tal sistema –señala– las palabras de la ley no tienen más el significado registrado en el vocabulario, sino un significado diverso... Hay un ordenamiento oficial, que se expresa en las leyes, y otro oficioso, que se concreta en la práctica política sistemáticamente contraria a las leyes… La mentira política, en suma, que sobreviene en todo régimen, como la corrupción o su degeneración, en el caso del fascismo se asume como instrumento normal y fisiológico de gobierno”, concluye.
Durante la Alemania nazi, la personificación de ese horror de la in-justicia es el juez Roland Freisler, presidente del Tribunal Popular. Como juez, jurado y fiscal al mismo tiempo, sus juicios son farsas célebres, llenas de crueldad y cinismo. En 1943 dirige los juicios contra los jóvenes estudiantes de Münich, manifestantes de la organización la Rosa Blanca –suerte de Voluntad Popular– y condena a la guillotina, sin inmutarse, a los hermanos Sophie y Hans Scholl. Y en 1945 juzga al teniente Fabian von Schlabrendorff, por complotar contra el Führer, a quien le dice que “le mandaría directo al infierno”. Pero este responde: “Con gusto le permito ir adelante”.
Recordado por humillar de manera grosera a sus víctimas y hasta de quitarles los cinturones para que sus calzones cayeran en estrados y los hacieran motivo de burlas, sobre él se escriben páginas inenarrables y hasta se hacen películas de cine y televisión. La novela de Hans Fallada (Every man dies alone) y el libro Los juristas del horror, de Ingo Muller, traducido al español por Carlos Armando Figueredo, son dos ejemplos.
La historia de la masacre de febrero de 2014 en Caracas, que concluye con muertos, heridos y torturados, víctimas de agentes del Estado regentado por Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, es registrada en sus detalles con el instrumental del siglo XXI para que siga viva y no se desfigure por la venalidad. Llegará el tiempo del juicio verdadero. No es el actual.
Lo que acaba de ocurrir, la condena a 13 años de cárcel de otro inocente –Leopoldo López y antes de Iván Simonovis– por una juez del horror, instruida a fin de que oculte lo probado y lo reduzca a su efecto secundario o adjetivo, agravándolo, como los destrozos de las puertas del Ministerio Público, es, cabe decirlo, una burda repetición entre nosotros de la Berlín del juez Freisler. No exagero. Es tenue e irrelevante, en tal orden, lo que dicen la ONU y la OEA sobre la falta de independencia judicial en Venezuela.
Rabia y dolor general concita el vejamen al que es sometido el símbolo de la democracia y el Estado de Derecho, Leopoldo. Ello es inevitable. Mas, ha de transformarse en punto de ignición del incendio de libertad que, Dios mediante, ocurrirá el próximo 6 de diciembre y derribe las rejas de nuestros ergástulos.
Quizás como anunciación llega horas atrás y es desconocida por nuestra justicia del horror la reivindicación internacional de RCTV, cuya señal apaga el mismo régimen para instalar su totalitarismo comunicacional goebbeliano.
No se olvide que un segundo crimen de lesa humanidad es ejecutado en vísperas de la condena que profiere en calidad de amanuense Susana Barreiros: la expulsión masiva de población civil dispuesta por la diarquía dictatorial en contra de los nacionales de Colombia, como suerte de Holocausto del siglo XXI y trastienda, revelando desesperación y agonía. También pesará y perseguirá a sus responsables y a esos jueces del horror, en lo particular los que lo autorizaran con sus firmas desde el Supremo Tribunal. No por azar, observa Tomás de Aquino, lo peor ocurre cuando los mejores se corrompen: Corruptio optimi pessima.
Desde esta columna, así, vaya nuestra solidaridad con los hermanos expulsados hacia Colombia y los 98 presos políticos sufrientes de la mentira judicial, sus familias, esposas e hijos, en especial las de Leopoldo López, Antonio Ledezma, y Daniel Ceballos.
correoaustral@gmail.com
15 DE SEPTIEMBRE 2015 - 12:01 AM
Pueden llamarse Susanas o Barreiros nuestros jueces del horror. Son esos quienes, a tenor de lo afirmado por un miembro innombrable del Tribunal Supremo de Justicia, cumplen con el deber de perseguir y condenar al que se oponga a la revolución bolivariana; despropósito criminal que entrega nuestro suelo a los hermanos Castro, disuelve la nacionalidad, acaba con el talante generoso que nos fuera propio a los venezolanos y desata nuestros lazos de afecto social y ciudadano para hacernos presa colectiva de la mendacidad.
De la mentira –como régimen y justicia del horror– habla crudamente y con escalpelo en mano el maestro Piero Calamandrei. “En verdad –dice– el régimen fascista fue algo más profundo y complicado que una torva ilegalidad: Fue la simulación de la ilegalidad, el fraude, legalmente organizado, de la ilegalidad”.
“Bajo tal sistema –señala– las palabras de la ley no tienen más el significado registrado en el vocabulario, sino un significado diverso... Hay un ordenamiento oficial, que se expresa en las leyes, y otro oficioso, que se concreta en la práctica política sistemáticamente contraria a las leyes… La mentira política, en suma, que sobreviene en todo régimen, como la corrupción o su degeneración, en el caso del fascismo se asume como instrumento normal y fisiológico de gobierno”, concluye.
Durante la Alemania nazi, la personificación de ese horror de la in-justicia es el juez Roland Freisler, presidente del Tribunal Popular. Como juez, jurado y fiscal al mismo tiempo, sus juicios son farsas célebres, llenas de crueldad y cinismo. En 1943 dirige los juicios contra los jóvenes estudiantes de Münich, manifestantes de la organización la Rosa Blanca –suerte de Voluntad Popular– y condena a la guillotina, sin inmutarse, a los hermanos Sophie y Hans Scholl. Y en 1945 juzga al teniente Fabian von Schlabrendorff, por complotar contra el Führer, a quien le dice que “le mandaría directo al infierno”. Pero este responde: “Con gusto le permito ir adelante”.
Recordado por humillar de manera grosera a sus víctimas y hasta de quitarles los cinturones para que sus calzones cayeran en estrados y los hacieran motivo de burlas, sobre él se escriben páginas inenarrables y hasta se hacen películas de cine y televisión. La novela de Hans Fallada (Every man dies alone) y el libro Los juristas del horror, de Ingo Muller, traducido al español por Carlos Armando Figueredo, son dos ejemplos.
La historia de la masacre de febrero de 2014 en Caracas, que concluye con muertos, heridos y torturados, víctimas de agentes del Estado regentado por Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, es registrada en sus detalles con el instrumental del siglo XXI para que siga viva y no se desfigure por la venalidad. Llegará el tiempo del juicio verdadero. No es el actual.
Lo que acaba de ocurrir, la condena a 13 años de cárcel de otro inocente –Leopoldo López y antes de Iván Simonovis– por una juez del horror, instruida a fin de que oculte lo probado y lo reduzca a su efecto secundario o adjetivo, agravándolo, como los destrozos de las puertas del Ministerio Público, es, cabe decirlo, una burda repetición entre nosotros de la Berlín del juez Freisler. No exagero. Es tenue e irrelevante, en tal orden, lo que dicen la ONU y la OEA sobre la falta de independencia judicial en Venezuela.
Rabia y dolor general concita el vejamen al que es sometido el símbolo de la democracia y el Estado de Derecho, Leopoldo. Ello es inevitable. Mas, ha de transformarse en punto de ignición del incendio de libertad que, Dios mediante, ocurrirá el próximo 6 de diciembre y derribe las rejas de nuestros ergástulos.
Quizás como anunciación llega horas atrás y es desconocida por nuestra justicia del horror la reivindicación internacional de RCTV, cuya señal apaga el mismo régimen para instalar su totalitarismo comunicacional goebbeliano.
No se olvide que un segundo crimen de lesa humanidad es ejecutado en vísperas de la condena que profiere en calidad de amanuense Susana Barreiros: la expulsión masiva de población civil dispuesta por la diarquía dictatorial en contra de los nacionales de Colombia, como suerte de Holocausto del siglo XXI y trastienda, revelando desesperación y agonía. También pesará y perseguirá a sus responsables y a esos jueces del horror, en lo particular los que lo autorizaran con sus firmas desde el Supremo Tribunal. No por azar, observa Tomás de Aquino, lo peor ocurre cuando los mejores se corrompen: Corruptio optimi pessima.
Desde esta columna, así, vaya nuestra solidaridad con los hermanos expulsados hacia Colombia y los 98 presos políticos sufrientes de la mentira judicial, sus familias, esposas e hijos, en especial las de Leopoldo López, Antonio Ledezma, y Daniel Ceballos.
correoaustral@gmail.com
La apoteósica victoria de Leopoldo
El Nacional 15 DE SEPTIEMBRE 2015 - 12:01 AM
“Si me condena le va a dar más miedo a usted leer la sentencia que a mí recibirla, porque usted sabe que soy inocente”.
Leopoldo López
La gloria hecha pueblo
Venezuela es una bella palabra, bellísima palabra.
Su sonido, su entonación, lo que representa (la pequeña Venecia), lo que simboliza (la gloria hecha pueblo) y lo que nos inspira su pronunciación es conmovedor, único.
Imagino que cada habitante del mundo es afectado por un sentimiento semejante cuando escucha el nombre de su país, que cada uno se ensancha a su modo cuando una voz ajena articula el nombre de su patria, sobre todo cuando se esta fuera de su tierra.
Sin embargo, después de estos años de lucha por la libertad, de esta permanente pugna con el cinismo y perversidad chavista, cuando pronuncio o escucho esa bella palabra que es Venezuela mi alma se abriga y sujeta a ella.
Es diferente, porque somos diferentes, la bella palabra Venezuela ha adquirido otra envergadura, es más honda y sentida, más unánime, más intensa.
La bella palabra eres tú venezolana, venezolano que luchas.
Eres tú que encarnas un grito de libertad.
Si una nación es su gente y su gente lucha como tú, como yo, pero particularmente como Leopoldo López, tenemos sobradas razones para ensancharnos y vibrar de orgullo cuando escuchamos esa bella palabra que es Venezuela.
Ahora sí más intensamente que nunca porque hemos cambiado, porque nuestra feroz -pero digna- lucha por ideales y sueños nos hace renacer de la cenizas históricas en las que habíamos caído.
Hacía tiempo que Venezuela no encarnaba la furia de su Himno, hacía tiempo que nuestra política era un circo de vanidosos (opositores) y despiadados (chavistas), hacía tiempo que un político no mostraba un par de talantes morales bien puestos.
No hay que amarrar nuestro corazón al poste del pesimismo cuando se da una lección moral y de honorabilidad como la que Leopoldo ha dado, no, nada de eso, lo que hay es que sentir que esa bella palabra que es Venezuela ha recuperado su fuerza moral, su garra y bravura.
Yo no siento ni sentiré tristeza, no, la sentencia era absolutamente previsible: una dictadura actúa como una dictadura. Lo que siento es una renovación de ánimo, una fuerza e inspiración para luchar más, una tenacidad renovada, un despertar.
No hay tristeza, hay más hambre de libertad y de justicia que nunca.
La moral y la política
Nadie ha dicho ni puede decir que la transformación de una nación o que el tránsito de una dictadura a una democracia son tareas fáciles, no lo son, generan angustia, dolor y requieren mucho sacrificio; a veces las victorias no llegan, no se aparecen, por eso cuando llegan o aparecen, como en el caso de la victoria moral que ha significado la sentencia judicial en contra de Leopoldo, uno no se puede entristecer, uno debe saber y sentir que las cosas están cambiando, que lo que tanto nos ha costado explicar interna y externamente: que en Venezuela vivimos una dictadura, con el aberrante juicio a Leopoldo quedó al descubierto.
López, además, ha dado una lección de fortaleza moral y de coherencia intelectual que le urgía a la historia política de Venezuela. Estamos ante uno de esos extraños casos, tan conocidos universalmente, en el que un líder no solo habla de moral, sino que la encarna.
López no cumplirá la condena, saldrá pronto. El peso de la sentencia, la infamia que la envuelve, destrozó a Maduro y terminó por encumbrarlo a él.
Los que conocemos a Leopoldo sabemos que está preparado espiritualmente para resistir, que entiende que su resistencia es sembradora, que la política venezolana había tenido referentes de diferentes tipos pero pocos referentes morales, entiende además que la apocada oposición no saldría del chavismo sin sacrificio, su virtuosismo durante el infame juicio no solo ha conmocionado a Venezuela, ha conmocionado al mundo.
Escribí “conmocionado” y debí escribir “iluminado” porque el resultado de esa conmoción mundial ha sido el desenmascaramiento total de la dictadura chavista.
Esa es una apoteósica victoria de Leopoldo que hace que la bella palabra que es Venezuela también venza.
Es decir: tú.
El himno que yo canto
Como he dicho, no soy un opinador ni un analista, prefiero cantar cuando escribo y hoy deseo cantar el Himno Nacional. ¿Lo hacemos juntos?
Porque juntos, y con Leopoldo, somos la gloria de un pueblo bravo que lanza para el carajo el yugo de la dictadura chavista resistiendo de manera pacífica, respetando la ley, pero enseñando los dientes de la virtud y el honor en cada aliento.
Ya no somos pocos los que gritamos que bajen las cadenas porque, como Leopoldo bien le señaló a la vil egoísta Susana Barrieros, será el pobre en su choza quien lo exija y triunfe, quien le quite las esposas.
Sabemos que la libertad no se pide, se conquista gritando con brío que muera la opresión. Lo nuestro ha sido un grito perenne contra las cadenas y contra la opresión, lo fue en 1810 y lo es ahora en 2015, porque esa palabra bella que es Venezuela nos hace compatriotas fieles de la fuerza, de la fe y de la unión.
Dios, el supremo autor, desde el empíreo nos infunde como pueblo un aliento sublime de libertad que logra que toda la América exista como nación y si el despotismo levanta la voz, seguiremos el ejemplo que en Caracas Leopoldo dio.
No hay cansancio ni pérdida, hay dignindad. La historia no se equivoca y nosotros estamos en su lado correcto, como Cristo, Gandhi, Luther King o Mandela.
Gracias Leopoldo por tu sacrificio y entrega, no estás preso, nunca lo estarás, tú espíritu está más libre y enaltecido que nunca. Ese santo nombre que es Venezuela te necesita y espera para que lo gobiernes y dirijas hacia un mejor destino de libertad y prosperidad.
¡Viva Venezuela!


No hay comentarios:
Publicar un comentario