¿Quién representa la imagen perfecta del "hombre viejo, borderline y burgués" en esta foto?
Lorenzo Mendoza Giménez y Alexandra Pulido de Mendoza
No son madre e hijo son la "pareja presidencial venezolana: los esposos Cilia (botox al extremo) Flores y Nicolás Maduro, el afásico de risa de bobo colombo-venezolano que por orden de Fidel y Raúl Castro funge
de írrito Presidente del país, poseedor de una ignorancia químicamente pura...
Lorenzo Mendoza, ¿presidente de Venezuela?
No son madre e hijo son la "pareja presidencial venezolana: los esposos Cilia (botox al extremo) Flores y Nicolás Maduro, el afásico de risa de bobo colombo-venezolano que por orden de Fidel y Raúl Castro funge
de írrito Presidente del país, poseedor de una ignorancia químicamente pura...
Lorenzo Mendoza, ¿presidente de Venezuela?
Escribo estas líneas hondamente preocupado por la ausencia de nuevas caras, nuevas ideologías y nuevos proyectos estratégicos para la Venezuela que despierta de la tragedia, al desnudo. El liberalismo, en todas sus vertientes, es la gran deuda pendiente de la historia de la República.
Es un tema candente y hacer como que no existe no deja de ser un grave descuido político. El caso Mauricio Macri lo ha puesto, sin quererlo, nuevamente en el candelero. Y el de Sebastián Piñera, que muy probablemente sea el próximo candidato de la oposición al gobierno socialista de Michelle Bachelet en Chile, lo reafirme. No se trata de asunto de personalidades. Se trata de un asunto estrictamente político, ideológico y estratégico: el paso de empresarios exitosos al escenario político, confrontados con la incapacidad de los políticos profesionales ante sociedades devastadas o en peligro de devastación por malas políticas, de la que en parte suelen ser corresponsables.
En el caso de Macri y Piñera, el resultado inicial ha sido extraordinariamente exitoso. Macri, al frente de la alcaldía de la ciudad de Buenos Aires. Piñera, al frente del gobierno de Chile. Se ha necesitado de la insólita inoperancia y la desquiciada voluntad de los socialistas chilenos y los minimizados socialcristianos de la DC para demostrar que su gobierno fue, desde todo punto de vista, exitoso. Chile ha ingresado a la antesala de la caída del PIB y el freno del crecimiento que Piñera le inyectara a la economía chilena. Chile se ve confrontado nuevamente a viejos rencores y aflicciones y su liderazgo político no parece capaz de frenar la tendencia.
El caso Macri es tanto más pertinente, cuanto que rompiendo todos los pronósticos y tradiciones ha logrado darle un varapalo al populismo peronista, radical y socialista que se hiciera a la tarea de anular los legítimos y muy merecidos sueños de grandeza con que Argentina entrara al siglo XX. Tras más de ochenta años de estatismo devastador, la Argentina vuelve a ser dirigida por una personalidad ilustrada, exitosa y capaz de representar un pensamiento auténticamente liberal y progresista en un país que reproduce el canceroso mal de América Latina: el populismo rentista, clientelar e irresponsable de quienes no se imaginan otra forma de vida económica que el subsidio, el reparto y la beneficencia del Estado.
Lo interesante de ambos casos es que ni Macri ni Piñera alcanzaron el poder prometiendo regalar casas o títulos de propiedad, vicio y tara genética de la política venezolana que vuelve a asomar sus pezuñas en Venezuela. Sin propósito de estricta justicia, es oportuno aclararlo, sino para quebrar la dependencia de quienes las recibieran del más populista de los populismos conocidos en Venezuela y reemplazarlo por otro populismo democrático, aparentemente de mejor catadura. Dando la triste impresión de que para gobernar en Venezuela no existiría otro camino que seguir las enseñanzas de los decadentes emperadores romanos: darle a la plebe –“chusma querida” la llamaba Arturo Alessandri Palma, el primer populista chileno– pan y circo. O pan y toros, como replicaran los populistas españoles.
Ante esa situación, ¿qué otro camino resulta perfectamente viable en una Venezuela abrumada por las tragedias y en medio de una crisis volcánica, derivada de la profunda decadencia de las élites políticas de todo signo y condición, que no sea dejar de esperar nada de los políticos de viejo y reciente cuño –todos, cual más cual menos, marcados a sangre y fuego por el socialismo estatólatra venezolano– y apostar las ilusiones en un gerente de alto vuelo, capaz de llevar el timón de la primera empresa del país, y convertirla en un emporio de dimensiones globales? Por cierto: tanto o más poderosa que las de Macri y Piñera.
En ambos casos y en el de Venezuela, en particular, lo que explica la deriva política de exitosos empresarios en América Latina es la dramática carencia de liberalismo político de alto vuelo. En donde el caciquismo de raíz precolombina –los Lautaro, los Guaicaipuro, los Tamanaco– y el caudillismo poscolombino –los Cortés y todos sus herederos– han lastrado a nuestras sociedades con la dependencia congénita de los individuos al jefe de la tribu. En tal sentido, la Independencia, antes que emanciparnos del cacique-caudillo, lo que hizo fue profundizar la dependencia a los héroes de bronce. El caso Bolívar en Venezuela ha alcanzado dimensiones apocalípticas.
Tal vez deba aclarar que no escribo estas líneas por loar a Lorenzo Mendoza, a quien conozco, respeto y considero. De quien supongo los mejores y más desinteresados anhelos de progreso para el país, pues solo un país floreciente permitirá que siga floreciendo la importante empresa de su familia, parte esencial de nuestra cultura cívica. Lo escribo hondamente preocupado por la ausencia de nuevas caras, nuevas ideologías y nuevos proyectos estratégicos para la Venezuela que despierta de la tragedia al desnudo. El liberalismo, en todas sus vertientes, es la gran deuda pendiente de la historia de la República.
El populismo estatólatra es la loza que aplasta toda perspectiva de renacimiento para Venezuela. La politiquería marrullera, una de sus trabas. Esperemos que surja de estos lodazales un nuevo espíritu de civilidad. La esperanza es lo último que se pierde.
El Nacional 5 DE FEBRERO 2016 - 12:09 AM
Rentismo y socialismo
Frente a la profunda crisis que azota al país la cúpula gobernante sostiene que el sistema socialista impuesto a Venezuela por el chavismo no ha fracasado, que la grave situación existente es producto exclusivo del agotamiento del sistema rentista por la caída de los precios petroleros. Según este razonamiento el régimen chavista no tiene culpa de nada. Pero la cosa no es tan sencilla. La responsabilidad de Chávez y sus seguidores es extremadamente seria y algún día, ante el pueblo venezolano y ante la historia, tendrán que pagar por ello.
Desde que se afincó la industria petrolera en Venezuela, casi cien años atrás, se ha dicho insistentemente que el país no podía depender exclusivamente del petróleo porque que tal dependencia lo hacía muy vulnerable. De esa convicción nació la consigna de “sembrar el petróleo” con la que se quería expresar que la renta petrolera, además de cubrir el gasto público y social, debía propiciar también el desarrollo de las otras fuerzas productivas de la nación. Este concepto, claro, sencillo y racional, ha estado siempre presente en el pensamiento nacional y se ha repetido hasta la saciedad.
Los gobiernos venezolanos de la era petrolera no asumieron de forma resuelta y verdadera el espíritu de aquella consigna. Bajo la influencia del populismo hicieron lo que les resultó más fácil y provechoso: repartir beneficios entre la población con fines electoreros, gastar inmensas sumas en campañas internas y externas de propaganda política para mantenerse en el poder y, de paso, llenarse los bolsillos. Lo hicieron los gobiernos de la llamada cuarta república y lo hizo igualmente, pero en mucho mayor grado el chavismo, cuya oferta fue, cuando aspiraba al poder, corregir todos los males y vicios del puntofijismo adeco-copeyano. Pero una vez en el poder, al populismo y al rentismo petrolero el chavismo le sumó una nueva calamidad que no solo hizo imposible todo cambio, sino que fortaleció todo lo malo que ya existía: el llamado “socialismo del siglo XXI”.
El socialismo, como todo sabemos, se caracteriza por la intervención del Estado en todos los ámbitos de la vida ciudadana: la economía, la educación, la cultura, la justicia, etc. Por eso se le denomina “sistema totalitario”. En economía el socialismo se apropia de una buena parte del sector productivo mediante la expropiación de empresas de bienes y servicios. Esta práctica produce la paralización de las inversiones y la pérdida de la capacidad productiva de las empresas intervenidas porque el Estado no posee la capacidad empresarial requerida para dirigirlas eficientemente. Eso es lo que ha sucedido en Venezuela.
Si en vez del socialismo chavista, hubiéramos tenido un sistema político que desarrollara la industria nacional, el agotamiento del rentismo petrolero no hubiera impactado tan fuertemente al país, porque la producción nacional hubiera amortiguado el efecto de la caída de los precios petroleros. No ha sido el rentismo petrolero el que ha golpeado duramente al país, sino el sistema socialista que no fue capaz, pese al inmenso poder que tuvo y a los enormes recursos que manejó, de sentar las bases para el desarrollo nacional y desaprovechó una oportunidad quizás única en la historia. Ahora, con las arcas públicas vacías, con el mismo sistema y con los mismos hombres, se intenta hacer lo que no se hizo en diecisiete años bajo condiciones inmejorables.
El chavismo financió al socialismo con la renta petrolera, pero la naturaleza anticapitalista y antiempresarial de aquel impidió el nacimiento de nuevas industrias y redujo el número de las existentes. Decir que todo es producto de la caída de los precios petroleros es una salida cómoda pero falsa. No ser capaz de aceptar la culpa y de ver la auténtica naturaleza del problema es un descaro imperdonable o una ceguera típica de la alienación ideológica que sufren quienes profesan un credo cerrado como el marxismo, que no admite prueba en contrario y que no ve la realidad como efectivamente es, sino como quisiera que fuera.
*Profesor jubilado de la UCV
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