Extrañas preferencias en un líder que se autocalifica patriota y nacionalista
La salud de un Presidente de la República pertenece a la esfera pública. Su figura -especialmente en regímenes presidencialistas como el venezolano- concentra numerosas competencias y atribuciones relacionadas con aspectos fundamentales de la vida colectiva. En el caso particular del mandatario venezolano, él mismo se encargó de poner a girar a todo el país en torno a su figura. Su forma de gobernar basada en la sobreexposición, el uso abusivo de los medios de comunicación, las continuas cadenas en las que trata asuntos fútiles y el egocentrismo desmedido, lo convirtieron en un personaje que gravita con un peso exagerado sobre la sociedad. Ese protagonista desmesurado, que copa la escena con su megalomanía, sale de repente del escenario sin que a partir de la trama previa pudiese anticiparse esa ausencia repentina. Con razón la gente, pregunta: ¿qué pasó?
Supongamos que es cierto lo del "absceso pélvico" del que habla la versión oficial y que la enfermedad surgió de forma súbita, demandando un tratamiento imprevisto y urgente en Cuba, ¿es esta razón suficiente para que al país se le niegue el derecho a la información oportuna y veraz de la cual habla la Constitución? En una sociedad abierta, según los términos de Popper, los ciudadanos poseen el derecho a estar bien informados, y el Gobierno tiene la obligación de informar de forma fidedigna y a través de especialistas que transmitan confianza en los reportes que se difunden. De la enfermedad del Presidente no pueden suministrar detalles confiables ni el Canciller, quien carece de formación profesional alguna, ni el Vicepresidente, quien es sociólogo. Estos funcionarios deberían limitarse a introducir la exposición de los especialistas.
Los venezolanos tenemos el derecho constitucional y humano, anterior y por encima de la normativa legal, al menos a saber: qué ocurre con la salud del jefe de Estado, quién es el médico o el equipo de médicos que lo atendió, cuál es la clínica donde se encuentra, cuál es el período de reposo o convalecencia que debe guardar y cuál es el pronóstico de las dolencias que lo aquejan. El Presidente no fue herido en un combate con tropas enemigas, ni la nación se encuentra en guerra contra una potencia extranjera. Los partes médicos no ponen en peligro la seguridad del Estado ni la paz de la nación. Todo lo contrario, permitirían acabar con los rumores que circulan a velocidades siderales por el cosmos nacional.
En las sociedades democráticas -e incluso en algunas dictaduras, como la franquista- la salud del primer mandatario se ventila públicamente. Los medios de comunicación consultan a expertos. En los regímenes autoritarios de corte comunista impera otro estilo. Allí domina el secretismo, el misterio. La atmósfera enigmática prevalece por varias razones. La más importante reside en que sus líderes suelen ser paranoides. Ven enemigos y conspiraciones por doquier. Salvo que creen dinastías -caso Fidel Castro y Kim Il Sung, quienes designaron, uno a su hermano, menor, y el otro a su hijo mayor, como herederos- la obsesión en la que viven les impide despejar el camino de la transición. Tanto pesa en la memoria del caudillo criollo la traición de Juan V. Gómez a Cipriano Castro, que les ordenó a sus obedientes diputados de la Asamblea Nacional reformar la Constitución: introdujo la figura del "permiso indefinido", figura que no existe en ningún artículo constitucional.
La misma opacidad que rodea los convenios con Irán y con Bielorrusia, la compra de armas, y la deuda y producción real de crudo de Pdvsa, envuelve la dolencia del Presidente. Su gobierno es el que más medios de comunicación ha controlado: estaciones de televisión, emisoras de radio, periódicos impresos, pero es el que menos informa con transparencia. Igual que en Corea del Norte y la Unión Soviética. Del cáncer de Kim Jon Il no saben sino sus más cercanos allegados. Los rusos se enteraron de la muerte de Stalin luego de cuatro días de haber ocurrido. Antes, Beria y Jruschov debían resolver su encarnizada lucha por el poder.
Al secretismo que domina la política informativa del régimen hay que agregar el desprecio y el miedo que el primer mandatario siente por los médicos venezolanos. Al igual que prefiere a los ingenieros brasileños o chinos, a los constructores bielorrusos y a los empresarios argentinos, se decanta por los galenos antillanos. Extrañas estas preferencias en un líder que se autocalifica patriota y nacionalista
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