Cuando todo el mundo esperaba lo peor el hombre se aparece el 5 de julio como caído del cielo
No se a ciencia a cierta si el cáncer lo está matando, si lo tiene pero es curable o si se trata de una patraña para regresar el próximo 5 de julio montado sobre la ola de su supuesta invulnerabilidad de superhombre, capaz de vencer la adversidad, incluso a las enfermedades incurables, con la ayuda de Dios y de los babalaos. Pero ante un país que hace agua por todos lados y un gobierno controlador que cada vez controla menos y el creciente desengaño de una población cansada de creer sin ningún tipo de retribución consistente y permanente, la farsa como estrategia aparece el escenario, exacerbada hasta alcanzar las más altas cimas de lo que en su tiempo se llamó "lo real maravilloso", aunque de real, lo que se dice real, sólo tenga el nombre.
En verdad se trata de un viejo truco, ahora con variantes made in Cuba, que comienza por insuflarle a los adversarios la ilusión de que el gran factótum se tambalea, se apaga como la llama de una vela y eso implica el surgimiento de una nueva realidad y la posibilidad de que la naturaleza haga lo que los hombres no lograron, impresión sugerida por voceros oficiales y familiares.
Los efectos se manifiestan en estupefacción, incredulidad, asombro. ¡Oh Dios!, el hombre es demasiado humano y le sobrevino lo que nadie esperaba, y claro, en medio del morbo consiguiente, se va instalando en el inconsciente colectivo la idea de un cambio dramático en el guión del país donde el sumo protagonista ya no tiene cabida. Así, el tremendo hueco que deja tal ausencia es recibida con esperanza en un sector y con desaliento en el otro.
Consideraciones aparte sobre la naturaleza personalista del régimen, el país se apresta, entre dolores y expectativas de cambio, a afrontar la nueva realidad, pendiente del trágico desenlace cuando, de repente, pufff, el hombre aparece de súbito, como si nada, tan campante, caído del cielo, es decir de La Habana, un glorioso 5 de julio, a la cabeza de los tanques rusos, las banderas rojas, la siempre fiel soldadesca y el goce sublime de sus multitudinarios seguidores para decirnos que, una vez más, hemos vencido los hados malignos de Tánatos y aquí estoy, redivivo y reencauchado para taparle la boca a quienes me deseaban lo peor y dispuesto, humildemente, a continuar sirviéndole a esta Venezuela bolivariana, revolucionaria, siempre tras la huella de nuestro infinito padre... etc... etc...
En fin, el hombre transformado en semidiós, el ídolo que volvió del más allá para salvar al país y luego de ese magistral golpe lanzarse a la consolidación de su poder, patraña sublime mediante, en la escenificación de un dramón de cuarta categoría que puede convertirse en un modelo de resucitación política que jamás se le podrá ocurrir al más ingenioso asesor gringo en ganar elecciones.
rgiusti@eluniversal.com
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