El desastre al desnudo
En el mundo de quienes respaldan a Chávez, la verdad será cada vez más inocultable
DIEGO BAUTISTA URBANEJA | EL UNIVERSAL
jueves 27 de diciembre de 2012 12:00 AM
La ausencia de Hugo Chávez, y las perspectivas de su prolongación, o las de un progresivo deterioro de sus capacidades físicas y mentales, tienen un par de importantes consecuencias políticas, aunque a estas alturas sea imposible precisar sus exactas implicaciones. Ambas se refieren al desnudamiento de la magnitud del desastre gubernamental de estos últimos años.
La presencia de Hugo Chávez a la cabeza del gobierno disimulaba, ocultaba, las dimensiones del desaguisado que su gobierno ha venido perpetrando. Los hombres que lo acompañan en esa gestión siempre podían contar con la capacidad de decisión del jefe máximo, con su habilidad de prestidigitador, con su aptitud para voltearlo todo y hacerlo ver a un buen número de venezolanos distinto a cómo en realidad es. Podía el gobierno descansar en esos recursos retóricos, en ese poder hipnótico, y remitir a las decisiones del jefe la solución de los problemas o en todo caso el aplazamiento de su estallido.
También se hacía presente el temor a decirle la verdad al mandamás: lo que más le convenía a cada quien es que él viera las cosas como quería verlas, y por lo tanto pintarle el panorama que más le agradara, no fuera a ser cosa de que fuera el mensajero de malas noticias el que pagará el plato.
Ahora todo eso está en vías de desaparición. Los lugartenientes de diverso rango no tienen ahora a nadie que disimule la verdad de las cosas, a nadie que los convenza de que todo va bien, a nadie en quien recostarse para que distorsione convincentemente y aplace o corra la arruga, a nadie en quien confiar la salida de los atolladeros.
El desastre sembrado pierde uno a uno los velos con los que Chávez los cubría, y el gobierno se encuentra a solas con el gigantesco estropicio que ha llevado a cabo y con su colosal incapacidad para enfrentarlo. Llegó la hora de la verdad. Ya no tiene sentido decirse mentiras ni colorear de rosa el lúgubre paisaje. Ahora no queda sino decirse lo que todos sabían. El desastre está ahí, desnudo.
Está desnudo ante quienes lo produjeron, los hombres que han gobernado siguiendo las directrices de Chávez. De ellos, es precisamente sólo Chávez, siempre afortunado, el que se libra de la terrífica visión.
Tanto su temperamento como su situación lo libran de decirse: ¡Dios mío, qué he hecho! Los demás no tienen esa suerte.
Pero no sólo está desnudo ante ellos. También estará cada vez más desnudo ante el país todo. Siempre una buena parte de él supo lo que pasaba: es el país opositor.
Pero ahora también en el mundo de quienes respaldan a Chávez, la verdad del desastre será cada vez más inocultable. Al faltar la presencia de aquel que lograba aplazar los efectos de su propia gestión y les daba una solución provisional que funcionaba en los plazos indispensables, hasta que se hiciera necesaria la siguiente solución provisional, el equipo gobernante se encuentra ante la necesidad de encarar de frente problemas para los que no tiene soluciones agradables.
Tal vez si Chávez estuviera, podría cargar con el peso de medidas difíciles, y cargarlo a la cuenta de su popularidad y de su reciente victoria electoral. Pero el grupo de sus tenientes no cuenta con esos amortiguadores. Por eso es que, según se dice, se han aplazado medidas económicas que estaban listas, y cuya aplicación requería la presencia de Chávez, capaz quizás de soportar los costos políticos de las decisiones que se habían preparado.
También se dice que el aplazamiento se debe a la posibilidad de una nueva elección presidencial, en la que el abanderado oficialista no podría con el peso de unas medidas económicas que vendrían a concretar el fin de la "regaladera" ominosamente anunciado por Giordani.
El caso es que también ante el país en su conjunto, la magnitud del desastre va a quedar desnuda. Los que de entre sus partidarios así lo quieran, podrán aprovechar la ausencia de Chávez para no cargarle la responsabilidad a él, sino a sus ineptos colaboradores, a los cuales -pensarán- jugadas de mal gusto de la diosa Fortuna ha puesto al frente del gobierno.
Están por verse las consecuencias que va a sacar el grueso de la colectividad de esa caída de los velos y de la consiguiente toma de conciencia del país que se nos lega.
Dependerán tales consecuencias, como en obvio, de cómo se muevan los competidores políticos, el oficialismo y la unidad democrática, en ese escenario dominado por la terrible desnudez del desastre.
dburbaneja@gmail.com
La presencia de Hugo Chávez a la cabeza del gobierno disimulaba, ocultaba, las dimensiones del desaguisado que su gobierno ha venido perpetrando. Los hombres que lo acompañan en esa gestión siempre podían contar con la capacidad de decisión del jefe máximo, con su habilidad de prestidigitador, con su aptitud para voltearlo todo y hacerlo ver a un buen número de venezolanos distinto a cómo en realidad es. Podía el gobierno descansar en esos recursos retóricos, en ese poder hipnótico, y remitir a las decisiones del jefe la solución de los problemas o en todo caso el aplazamiento de su estallido.
También se hacía presente el temor a decirle la verdad al mandamás: lo que más le convenía a cada quien es que él viera las cosas como quería verlas, y por lo tanto pintarle el panorama que más le agradara, no fuera a ser cosa de que fuera el mensajero de malas noticias el que pagará el plato.
Ahora todo eso está en vías de desaparición. Los lugartenientes de diverso rango no tienen ahora a nadie que disimule la verdad de las cosas, a nadie que los convenza de que todo va bien, a nadie en quien recostarse para que distorsione convincentemente y aplace o corra la arruga, a nadie en quien confiar la salida de los atolladeros.
El desastre sembrado pierde uno a uno los velos con los que Chávez los cubría, y el gobierno se encuentra a solas con el gigantesco estropicio que ha llevado a cabo y con su colosal incapacidad para enfrentarlo. Llegó la hora de la verdad. Ya no tiene sentido decirse mentiras ni colorear de rosa el lúgubre paisaje. Ahora no queda sino decirse lo que todos sabían. El desastre está ahí, desnudo.
Está desnudo ante quienes lo produjeron, los hombres que han gobernado siguiendo las directrices de Chávez. De ellos, es precisamente sólo Chávez, siempre afortunado, el que se libra de la terrífica visión.
Tanto su temperamento como su situación lo libran de decirse: ¡Dios mío, qué he hecho! Los demás no tienen esa suerte.
Pero no sólo está desnudo ante ellos. También estará cada vez más desnudo ante el país todo. Siempre una buena parte de él supo lo que pasaba: es el país opositor.
Pero ahora también en el mundo de quienes respaldan a Chávez, la verdad del desastre será cada vez más inocultable. Al faltar la presencia de aquel que lograba aplazar los efectos de su propia gestión y les daba una solución provisional que funcionaba en los plazos indispensables, hasta que se hiciera necesaria la siguiente solución provisional, el equipo gobernante se encuentra ante la necesidad de encarar de frente problemas para los que no tiene soluciones agradables.
Tal vez si Chávez estuviera, podría cargar con el peso de medidas difíciles, y cargarlo a la cuenta de su popularidad y de su reciente victoria electoral. Pero el grupo de sus tenientes no cuenta con esos amortiguadores. Por eso es que, según se dice, se han aplazado medidas económicas que estaban listas, y cuya aplicación requería la presencia de Chávez, capaz quizás de soportar los costos políticos de las decisiones que se habían preparado.
También se dice que el aplazamiento se debe a la posibilidad de una nueva elección presidencial, en la que el abanderado oficialista no podría con el peso de unas medidas económicas que vendrían a concretar el fin de la "regaladera" ominosamente anunciado por Giordani.
El caso es que también ante el país en su conjunto, la magnitud del desastre va a quedar desnuda. Los que de entre sus partidarios así lo quieran, podrán aprovechar la ausencia de Chávez para no cargarle la responsabilidad a él, sino a sus ineptos colaboradores, a los cuales -pensarán- jugadas de mal gusto de la diosa Fortuna ha puesto al frente del gobierno.
Están por verse las consecuencias que va a sacar el grueso de la colectividad de esa caída de los velos y de la consiguiente toma de conciencia del país que se nos lega.
Dependerán tales consecuencias, como en obvio, de cómo se muevan los competidores políticos, el oficialismo y la unidad democrática, en ese escenario dominado por la terrible desnudez del desastre.
dburbaneja@gmail.com
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