Hace diez días, una gran protesta estudiantil, absolutamente legal y con objetivos muy concretos contra los problemas que agobian a la sociedad y que tienen en los estudiantes receptores especialmente sensibles, se convirtió en un serendipity de actores, intereses, convulsión social, violencia y cambios relevantes en el escenario político nacional. Y eso que arrancó focalizado en exigir cambios, respeto y soluciones, cruzó la frontera por una violencia provocada por grupos infiltrados, que los estudios periodísticos más serios relacionan directamente con los colectivos armados de apoyo al gobierno.
Ahí se mezclaron la protesta legítima de los estudiantes y el reclamo de una sociedad civil que está agobiada por la crisis y la inacción del gobierno. Sin embargo, esta sociedad opositora está dividida: una parte cree que es clave protestar para presionar cambios en el gobierno y construir una mayoría articulada que le impida avanzar en un modelo autoritario, obligándolo activamente a negociar con la otra mitad del país; y otra parte piensa que es vital protestar de manera dura y radical para cambiar al gobierno, bajo la tesis argumental de que fue elegido fraudulentamente y que, además, su acción se caracteriza por la violación los derechos democráticos y la destrucción de la economía del país. El eslogan de este último grupo es “La Salida”, en una alusión directa a su propuesta de ir a la calle para provocar la salida de Nicolás Maduro del poder, en lo que alguno de sus líderes visibles llaman la “imposibilidad de aguantar hasta el 2019”. Mezcle usted esto con los radicales de los colectivos armados y la policía realenga en ese evento y, ¡boom!, el resultado es violencia y muerte.
La estrategia pensada por el presidente Maduro fue esquivar a quienes realmente son capaces de activar y mantener la gente en la calle: los estudiantes. Prefirió liberar a los estudiantes presos y concentrar la responsabilidad total de los hechos en Leopoldo López, bajo la tesis simplista de que el llamado a la protesta de este líder, en tono de cambiar al gobierno, lo convierte en el responsable de lo que pasó el 12 de febrero. Una tesis que no aguanta cinco minutos en ningún país decente, ¿pero quién dijo que era una tesis jurídica o legal? Es apenas una posición política y un ataque en consecuencia.
Maduro escogió al culpable que debía asumir la responsabilidad, tratando de desviar la atención de la raíz real del problema. Es como si el hecho de que López piense que hay que activar todos los mecanismos de protesta para que Maduro se vaya o renuncie significara que es culpable de que los colectivos chavistas armados disparen contra una marcha y mataran a dos estudiantes, o de la muerte de un miembro de un colectivo quien aparentemente murió en un tiroteo con las fuerzas públicas, una versión no confirmada, como la mayoría de las cosas en la Venezuela de hoy.
La focalización de responsabilidades en López tiene múltiples aristas. Por una parte, intenta hacer ver que todos los que estén protestando en Venezuela sean vistos como golpistas. Que no hay otra razón en ellos que no sea tumbar a Maduro. Que incluso quienes condenan la violencia y protestan para lograr que el gobierno rectifique y atienda lo que evidentemente está fuera de control (la inseguridad, la inflación, la escasez, la desinversión) están en una mega conspiración, neurotizados por perversos laboratorios imperialistas que los conducen a la guerra como robots de película de ficción. Es decir, porque hay algunos radicales, mezclemos todo y desacreditemos a los que no lo son, pero igual critican.
El tema es que la concentración de culpas en Leopoldo también genera un efecto de fortalecimiento de su liderazgo. Es obvio que apresarlo en el medio de un gigantesco acto de marketing político trae como consecuencia que Leopoldo se convierta de inmediato en el símbolo de la lucha opositora y en su líder-martir. Resulta que ahora parece que todo cuanto ha ocurrido durante estos días en el país tiene a este líder (inteligente, carismático y astuto) como centro, foco y motor de la lucha en la calle. No es cierto, pero da igual. Lo que no queda claro es si esto es un efecto secundario, que puede considerarse un error del chavismo, o si más bien era el objetivo primario de esa estrategia.
Lo cierto es que la decisión de apresarlo y, además, mantenerlo en prisión luego de su presentación al juez, encendió más al país. Pero ahora con una protesta que tiene visos de lucha, a la que el gobierno finalmente decide reprimir con fiereza: no sólo lanzando infinitas bombas lacrimógenas (al parecer el único bien en Venezuela que no está escaso), sino lanzándole también a los colectivos armados (ahora sí explícitos y activos en la noche) para demostrarles de lo que son capaces “si siguen con la pendejada”.
Del otro lado no era difícil imaginarse lo que pasaría. La protesta se radicalizó, se minimizaron los que apuestan por las rutas convencionales de la democracia y la protesta pacífica y quedan visibles en la calle los opositores más radicales. Y ahora, picados por la brutal represión oficial, muchos se sienten llamados a hacer lo que sea para que se vaya a quien llaman “el tirano”.
El resultado de todo esto ha sido desastroso. Los medios nos mostraron, con lujo de detalles, lo que significan las palabras censura y autocensura (que les invito a profundizar en mi artículo del próximo domingo en El Universal). Pasamos los días sin poder ver imágenes serias de lo que está pasando y sólo se recibe, en cadena nacional, la selección sesgada que el gobierno hace de ellas. Los estudiantes y su potente organización informal para protestar pacíficamente han dado paso a otras personas que prefieren las guarimbas, un retroceso brutal en la lucha opositora, que hoy regresa a quemar cauchos y trancar las vías de su propia gente. Una batalla campal en las urbanizaciones, con unos pocos triquitraquis en los barrios populares, más allá de las leyendas urbanas, construidas en las urbanizaciones, con las que los radicales se autoalimentan las esperanzas de que esto funciona, creando una masificación de la crisis que nos lleve a la ingobernabilidad y produzca su esperado “milagro” de la salida de Maduro.
Yo no creo que esta sea la vía y tampoco veo que esté funcionándoles, pero no me cabe duda de que también Maduro corre un riesgo evidente, con un manejo tan torpe y prepotente de la situación, reprimiendo a la gente y azuzando la batalla. Negándose a un diálogo sincero y a entender que, en el fondo, esta protesta, quizás inadecuada por la derivación de los acontecimientos, tiene en el fondo una raíz real: la incapacidad del gobierno de resolver los problemas de la gente.
Es imposible ocultar el descontento con un modelo controlador e intervencionista, que sólo ha empeorado la economía, dejando un país donde hay que hacer colas gigantes para comprar leche o azúcar. Donde no hay carros, ni baterías ni repuestos. Donde los principales anuncios de las empresas ya no son sus comerciales de nuevos productos e innovaciones, sino su cronograma de cierres de plantas por ausencia de materia prima. Donde la diferencia entre el dólar oficial y el dólar negro se cuenta en miles por ciento. Donde la corrupción y la ineficiencia han sustituido al béisbol como el deporte nacional. Donde salir en la mañana es una ruleta rusa, en la cual la duda no es si te van a robar, secuestrar o matar… sino cuándo y dónde.
Si el presidente Maduro no reconoce internamente que la está embarrando y piensa que todo esto es sólo una conspiración que debe reprimir con sus armas legales (militares) o con las ilegales (unos impresentables colectivos armados a quienes defiende en cadena nacional, mientras ellos aterrorizan a la gente en las marchas para sustituir su trabajo normal de aterrorizar a sus propios vecinos en el barrio), la solución del conflicto está lejos. Y puedo coincidir con él en que no es cierto que su gobierno tambalea, pero el background es tan malo y la pólvora está tan regada que cualquier chispita enciende un candelero.
La mala noticia para los guarimberos y peor para la gente seria en la oposición, que vuelve ahora a convocarse a manifestar en paz y que entiende que no se lucha por la libertad violentando la libertad de los demás, es que si esa desestabilización en algún momento del futuro llega por la vía radical y no por vía electoral, no será ni Leopoldo López ni nadie de su agrado quien lo capitalizará. No sé si tiene razón Capriles cuando dice que el “Maduro, ¡vete ya!” equivale al “Diosdado vente ya”, pero cambie usted el nombre de Diosdado por el quien más pavor le dé y será sencillo saber quién será el ganador del “éxito” de las guarimbas.
La única protesta legítima es la pacífica. Y la única vía para calmar la violencia es la negociación. Rechazo las protestas violentas como rechazo la represión y la prepotencia de un gobierno aparentemente sordo, ciego… aunque, lamentablemente, no mudo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario