Respuesta a Miguel Rodríguez Torres
El nacional 17 DE FEBRERO 2014
Hoy en la tarde, el militar que representa la policía política y el sistema opresor de inteligencia de la dictadura venezolana, Miguel Rodríguez Torres, en una tendenciosa y pervertida rueda de prensa me acusa -por enésima vez- de ser el iniciador de un gran plan conspirador llamado la “Fiesta mexicana”.
No es un chiste, lo anterior lo pueden confirmar a través de los medios de comunicación de la dictadura y algunos otros replegados al autocrático régimen venezolano.
Miguel Rodríguez Torres, el mismo militar traidor que el 4 de febrero de 1992 participó en el golpe de Estado liderado por Hugo Chávez Frías y que asesinó en esa fecha y por la espalda a cientos de sus “hermanos del alma” militares; el mismo que participó en un segundo golpe de Estado que asesinó a civiles y militares el 27 de noviembre de 1992; el mismo que lideró la matanza del 11 de abril de 2002 junto a sus esbirros, disparando a mansalva contra la pacífica marcha opositora; el mismo que ha perseguido de manera artera y despiadada a la disidencia política, encarcelándola, torturándola o asesinándola durante estos últimos 15 años; el mismo que ha pervertido el sistema judicial convirtiéndolo en el lodazal de impunidad, corrupción, tortura y vejación humana, y ha convertido nuestras cárceles en los campos de concentración chavista que hoy padecemos; es el mismo que me acusa de planificar la “Fiesta mexicana” y de incentivar el inexplicable “golpe suave”.
En un país donde a la oposición se le ha acusado de magnicida, corrupta, fascista, imperialista, asesina, golpista, traidora y un largo etcétera, a mí se me acusa de organizar una rebelde fiesta en México. Insisto, no es un chiste, son las palabras textuales del verdugo militar.
No por estrambótica y falaz la acusación deja de ser bochornosa: en un país donde nuestros jóvenes cada día ofrecen con coraje y decisión su vida por la justicia y la libertad, yo -inmerecidamente- me llevo los sublimes créditos de su histórica gesta. No es justo ni es cierto. Colaboro con ellos, los ilustro, los apoyo en la medida de mis posibilidades, soy otro más que late con su misma rabia, pero es una aberración, una ignorancia cabal, una estupidez, considerar posible que a esos jóvenes herederos de la fuerza independentista de Bolívar los pueda controlar nadie. Menos yo cuyo difícil oficio es ser otro inconcluso y romántico poeta latinoamericano.
Confieso que no sé disparar y jamás he disparado ni dispararé contra venezolano alguno (mucho menos cobardemente por la espalda, como Rodríguez Torres lo hizo el 4 de febrero).
Confieso que creo entrañablemente en la vida y soy un enemigo reconocido y público de la guerra.
Confieso que mi misión después de que el militar Miguel Rodríguez Torres y sus esbirros asesinaran con una certera bala en el centro de la frente a mi entrañable amigo Jesús Capote, el 11 de abril de 2002, ha sido formar jóvenes en el conocimiento de sus derechos humanos y en el activismo no violento, impulsado por el Mahatma Gandhi. Soy otro humilde heredero de la más inspiradora pero comprometedora tradición civilizadora del hombre: la no violencia. Cristo es mi guía.
Mientras yo admiro a Cristo, Gandhi, Luther King, Havel, Walesa, Mandela y sigo sus enseñanzas, mi acusador Rodríguez Torres forma parte de un núcleo que admira y se asocia con Stalin, Mao, Hussein, Gadafi, Mugabe, Al Bashir y Castro, dictadores todos que han causado mucha muerte y dolor a la humanidad.
Sin duda, Rodríguez Torres acierta en ubicarme como un disidente de cuidado de su dictadura ilegítima y asesina, porque lo soy. Lucho incansable y decididamente contra su dictadura, pero sólo a través de la lucha no violenta de Gandhi.
Mi recurso no son las mismas balas y chantajes que Rodríguez Torres y el régimen han usado para regir en Venezuela, mi recurso es la palabra, las ideas y, sí, la formación de la conciencia crítica y humanista de las nuevas generaciones.
La estrambótica y ridícula acusación que levantó sobre mí el militar Miguel Rodríguez Torres sólo muestra el espíritu fascista que ha distinguido a los de su clase durante la accidentada historia de nuestra Latinoamérica desde la Independencia.
No miento, ser distinguido por este régimen como apóstata de su perversidad y tiranía no sólo me enorgullece, me enaltece, frente a mis hijos, mi familia, mis hermanos del movimiento estudiantil, mis compatriotas, frente a Latinoamérica y su historia.
La fuerza espiritual de nuestras convicciones nos hace imperecederos; podrán encarcelar nuestros cuerpos, asesinarlos, pero nunca podrán apresar nuestras ideas. La fuerza espiritual de nuestros sueños de libertad es imbatible, perdura, no se doblega, inspira, ahora es cuando sobra espíritu de lucha. Y seguiremos luchando.
La aterradora muerte de Roberto José Redman y de Bassil Alejandro da Costa en las marchas pacíficas del 12 de febrero, nuevo luto histórico creado por la dictadura chavista, sumada a la de tantos otros jóvenes que han sido asesinados desde el 4 de febrero de 1992 hasta la fecha, nos entristece, pero nos compromete e impulsa.
Que no crea el militar Miguel Rodríguez Torres que sus amenazas de muerte y sus patéticas acusaciones nos atemorizan. Seguimos intactos, consternados, tristes, pero intactos, incluso fortalecidos en nuestra implacable lucha por salvar a Venezuela de ellos y de los hermanos Castro.
Nuestro último destino, no lo dudes, fascista militar Rodríguez Torres, es la libertad y la alcanzaremos. Incluso a pesar de tus infamias y perversiones.
Esto apenas comienza…
No es un chiste, lo anterior lo pueden confirmar a través de los medios de comunicación de la dictadura y algunos otros replegados al autocrático régimen venezolano.
Miguel Rodríguez Torres, el mismo militar traidor que el 4 de febrero de 1992 participó en el golpe de Estado liderado por Hugo Chávez Frías y que asesinó en esa fecha y por la espalda a cientos de sus “hermanos del alma” militares; el mismo que participó en un segundo golpe de Estado que asesinó a civiles y militares el 27 de noviembre de 1992; el mismo que lideró la matanza del 11 de abril de 2002 junto a sus esbirros, disparando a mansalva contra la pacífica marcha opositora; el mismo que ha perseguido de manera artera y despiadada a la disidencia política, encarcelándola, torturándola o asesinándola durante estos últimos 15 años; el mismo que ha pervertido el sistema judicial convirtiéndolo en el lodazal de impunidad, corrupción, tortura y vejación humana, y ha convertido nuestras cárceles en los campos de concentración chavista que hoy padecemos; es el mismo que me acusa de planificar la “Fiesta mexicana” y de incentivar el inexplicable “golpe suave”.
En un país donde a la oposición se le ha acusado de magnicida, corrupta, fascista, imperialista, asesina, golpista, traidora y un largo etcétera, a mí se me acusa de organizar una rebelde fiesta en México. Insisto, no es un chiste, son las palabras textuales del verdugo militar.
No por estrambótica y falaz la acusación deja de ser bochornosa: en un país donde nuestros jóvenes cada día ofrecen con coraje y decisión su vida por la justicia y la libertad, yo -inmerecidamente- me llevo los sublimes créditos de su histórica gesta. No es justo ni es cierto. Colaboro con ellos, los ilustro, los apoyo en la medida de mis posibilidades, soy otro más que late con su misma rabia, pero es una aberración, una ignorancia cabal, una estupidez, considerar posible que a esos jóvenes herederos de la fuerza independentista de Bolívar los pueda controlar nadie. Menos yo cuyo difícil oficio es ser otro inconcluso y romántico poeta latinoamericano.
Confieso que no sé disparar y jamás he disparado ni dispararé contra venezolano alguno (mucho menos cobardemente por la espalda, como Rodríguez Torres lo hizo el 4 de febrero).
Confieso que creo entrañablemente en la vida y soy un enemigo reconocido y público de la guerra.
Confieso que mi misión después de que el militar Miguel Rodríguez Torres y sus esbirros asesinaran con una certera bala en el centro de la frente a mi entrañable amigo Jesús Capote, el 11 de abril de 2002, ha sido formar jóvenes en el conocimiento de sus derechos humanos y en el activismo no violento, impulsado por el Mahatma Gandhi. Soy otro humilde heredero de la más inspiradora pero comprometedora tradición civilizadora del hombre: la no violencia. Cristo es mi guía.
Mientras yo admiro a Cristo, Gandhi, Luther King, Havel, Walesa, Mandela y sigo sus enseñanzas, mi acusador Rodríguez Torres forma parte de un núcleo que admira y se asocia con Stalin, Mao, Hussein, Gadafi, Mugabe, Al Bashir y Castro, dictadores todos que han causado mucha muerte y dolor a la humanidad.
Sin duda, Rodríguez Torres acierta en ubicarme como un disidente de cuidado de su dictadura ilegítima y asesina, porque lo soy. Lucho incansable y decididamente contra su dictadura, pero sólo a través de la lucha no violenta de Gandhi.
Mi recurso no son las mismas balas y chantajes que Rodríguez Torres y el régimen han usado para regir en Venezuela, mi recurso es la palabra, las ideas y, sí, la formación de la conciencia crítica y humanista de las nuevas generaciones.
La estrambótica y ridícula acusación que levantó sobre mí el militar Miguel Rodríguez Torres sólo muestra el espíritu fascista que ha distinguido a los de su clase durante la accidentada historia de nuestra Latinoamérica desde la Independencia.
No miento, ser distinguido por este régimen como apóstata de su perversidad y tiranía no sólo me enorgullece, me enaltece, frente a mis hijos, mi familia, mis hermanos del movimiento estudiantil, mis compatriotas, frente a Latinoamérica y su historia.
La fuerza espiritual de nuestras convicciones nos hace imperecederos; podrán encarcelar nuestros cuerpos, asesinarlos, pero nunca podrán apresar nuestras ideas. La fuerza espiritual de nuestros sueños de libertad es imbatible, perdura, no se doblega, inspira, ahora es cuando sobra espíritu de lucha. Y seguiremos luchando.
La aterradora muerte de Roberto José Redman y de Bassil Alejandro da Costa en las marchas pacíficas del 12 de febrero, nuevo luto histórico creado por la dictadura chavista, sumada a la de tantos otros jóvenes que han sido asesinados desde el 4 de febrero de 1992 hasta la fecha, nos entristece, pero nos compromete e impulsa.
Que no crea el militar Miguel Rodríguez Torres que sus amenazas de muerte y sus patéticas acusaciones nos atemorizan. Seguimos intactos, consternados, tristes, pero intactos, incluso fortalecidos en nuestra implacable lucha por salvar a Venezuela de ellos y de los hermanos Castro.
Nuestro último destino, no lo dudes, fascista militar Rodríguez Torres, es la libertad y la alcanzaremos. Incluso a pesar de tus infamias y perversiones.
Esto apenas comienza…
Para Rodríguez Torres el “ataque fulminante” que mató a Génesis Carmona salió de “sus propias filas”
20/02/2014 publicado por
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