PEDRO CORZO: Del totalitarismo carismático al burocrático
By PEDRO CORZO
Por más de cinco décadas Cuba ha estado sometida a un régimen totalitario muy singular y es que Fidel Castro, aunque le impuso a su gobierno las características de su personalidad agresiva e intolerante, también vinculó su gestión a su capacidad de atracción, eso que algunos definen como carisma.
Castro, como hubiese escrito Anatole France, es un demiurgo a toda ley. Un seductor por excelencia, como habría dicho William Shakespeare si le hubiese tocado escribir este periodo de la historia de Cuba. Un ilusionista excepcional para conservar la confianza de sus partidarios a pesar de fracasos, mentiras y traiciones.
Su liderazgo ha estado sostenido sobre las bayonetas y su talento, pero también, y quizás en una dimensión superior, a su habilidad para inspirar confianza a la textura recia y violenta de sus agallas.
El Faraón insular generó desde el periodo insurreccional un discreto culto a su persona y cuando llegó al poder fue capaz de que la masa y cierto sector de la clase dirigente se convencieran que estaban frente a un hombre que sintetizaba los mejores intereses de Cuba y sus ciudadanos.
En un santiamén una humilde isla del Caribe tuvo su propio Dios, profeta y espada de una religión que instauró su propio Satán en la tierra: Estados Unidos, su principal carta de triunfo ante una opinión pública mundial que no era exactamente pro norteamericana.
El faraón extendió su influencia más allá de las fronteras de su reino y no pocos fariseos y gentiles le apoyaron para que iniciara una cruzada en busca de una utopía en la que un hombre nuevo avergonzaría por sus virtudes al más íntegro de sus antepasados.
Castro tuvo la oportunidad de escribir sus propias realizaciones, fue el ineficiente mayoral de una finca de más 100,000 kilómetros cuadrados, involucró en los conflictos cubanos a las potencias atómicas y miles de sus partidarios murieron en tierras extranjeras para cumplir su sueño de catequizar a los herejes.
Se creyó tanto su divinidad, su utopía que todo lo podía, que no se percató de que el tiempo se le acababa, y lo peor, que a pesar de lo mucho que había bregado se extinguirían en la misma orilla del poder que había asumido en 1959, con el agravante que dejaba el templo sin paredes ni techos y a los fieles sin fe, confundidos y aletargados.
La épica, la lírica revolucionaria la personificó Fidel Castro. Hizo creer en la epopeya de la Sierra Maestra y en la pureza ideológica de Revolución, fue el estandarte de su propio proyecto, el jinete que con más suerte que virtudes defendió su utopía en numerosos escenarios.
La tramoya sobre la que gobernó Fidel se sostenía sobre una cruel y ruda carpintería, una labor lenta, minuciosa, de hormiga o abeja, que no llama la atención pero que cuando uno se da cuenta ha construido un andamiaje.
Ese laborante dedicado fue su hermano Raúl. Un hombre discreto que no ama el espectáculo pero que no duda en hacer lo necesario para que la ``colonia'' esté bajo control. No es ingenioso ni capaz de seducir a su interlocutor, pero sí puede, como eficiente burócrata, conducir el totalitarismo todo el tiempo que el pueblo sometido sea capaz de soportar.
Al parecer llegaron al poder los que hicieron posible que Fidel, más allá de sus peculiares atributos, gobernara por casi medio siglo. Los discursos agresivos, las marchas fastuosas y las declaraciones imperiales desaparecieron ante una riada de circulares y disposiciones que determinan la vida del ciudadano. Es, en la medida de lo posible, una especie de retorno al mundo soviético previo a la perestroika, una forma de agotamiento del fidelocastrismo que tal vez genere espacios para una transición dentro de la sucesión más allá de la voluntad del nuevo Jefe.
sperar que Raúl promueva libertades que superen a las de los animales de corral tiene mucho de quimera, porque los burócratas siempre piensan y proyectan en el marco de lo que conocen y el hermano ignora lo que es la libertad. Quizás busque vías para alimentar mejor a corderos y lobos, pero bajo su égida Cuba continúa siendo un gigantesco campo de concentración, que aunque posiblemente más confortable, siempre estará bajo el control de severos guardianes que tendrán un garrote a mano para aplastar a los herejes.
Periodista de Radio Martí.
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EL ENCANTO MAGICO DE LOS SALVADORES
13-06-2008, Pedro Corzo
Los griegos decían que el carisma era un regalo divino, por lo tanto, si procede de los dioses, es ajeno a los conceptos sobre el bien y el mal que aplicamos los simple mortales. Esa habilidad para generar entusiasmo, atraer, convencer, llamar la atención e inspirar confianza es un don especial que atrapa a los magnetizados en una telaraña virtual de la que se hace difícil escapar porque entre otros factores engendra dependencia y complicidad. A esos individuos les puede rodear un aura de santidad o heroísmo. Sus actos difieren de los de las mayorías. Son rebeldes y tienen una infinita confianza en sus capacidades, por eso los riegos de que incurran en petulancia, soberbia y en violentar los derechos de otros son considerables.
Otros factores que pueden estar presentes en estas personalidades son: una sonrisa perpetua que muta a rigidez y furia celestial cuando lo que dice defender está en peligro o es atacado. Un lenguaje halagador fácil, sencillo. Rápida confraternización con el interlocutor o el público sin excesiva intimidad, capacidad de trasmitir la certeza a la multitud que se está dirigiendo a cada uno de ellos en particular. Contacto físico, identificación de las personas, trasmitir individualidad en fin, que la “presa” se convenza de que solo él es objeto de la atención del Señor.
El carisma es una cualidad que pocas personas poseen, pero quien la tiene es capaz sin ejercer presión física o de otra clase, de que terceros cambien de opinión y actúen en muchas ocasiones de forma contraria a las ideas y actitudes que solían defender. El líder carismático se diferencia del “Jefe” en que no inspira miedo, gana adeptos por el respeto y la confianza que infunde y por eso vende a futuro, promete paraísos que el ávido comprador negaba minutos antes fuera posible su existencia.
Sin embargo en no pocos casos los lideres carismáticos han sido crueles, manipuladores, malignos y con una capacidad de destrucción de carácter excepcional, la que esta indisolublemente asociada a la furia que pueda generar en sus seguidores. La condición mesiánica de este tipo de líder suele desarrollar toda su potencialidad en una sociedad en crisis. Una comunidad nacional o local en problemas, es un caldo de cultivo ideal porque vigoriza la figura del Guía lo que le permite desarrollar hasta los más pequeños detalles sus propuestas.
Una sociedad, por fuertes y estables que sean sus instituciones, no esta exenta de tener un redentor que en muchos casos, por la formación cívica acumulada en la memoria colectiva, puede hacer de la comunidad un concierto de intereses mas favorables, sin embargo si ese mesianismo tiene otra orientación, su sinergia con feligreses cargados de frustración y espíritu de revancha puede ocasionar daños irreparables en el “mundo feliz” desaparecido.
El carisma es intangible y difícil de definir. La apariencia física, la voz, el talento para la comunicación y una inteligencia notable, son entre otros, factores que pueden hacer mas intensa y extensa la capacidad de persuasión del elegido, pero también muchas de estas cualidades pueden faltar, sin embargo el individuo sigue siendo una personalidad notable que no pasa inadvertida para quienes le rodean.
El líder carismático tiene una autoridad muy difícil de cuestionar. Sus decisiones son respaldadas voluntariamente por sus partidarios y cuando deciden extender su influencia hasta aquellos que son inmunes a su magnetismo y recurre a la violencia, le es fácil encontrar fieles dispuesto a llevar la nueva verdad hasta el último rincón. La confianza que inspiran y las esperanzas que siembran, atraen labriegos morales que sin cargos de conciencia aplican la guadaña para eliminar la hierba corruptora.
El Profesor Richard Wiseman dice que una persona carismática tiene tres atributos, A) Siente emociones de forma muy intensa, .B) Las induce en otras personas .C) Es ajena a la influencia de otras personas carismáticas. Por otra parte Max Weber considera que estos lideres tienen la habilidad de trasmitir ideas complejas de forma sencilla, que se comunican usando símbolos, analogías, metáforas e historias.
Desde hace mucho tiempo escuchamos decir que a determinado dirigente le falta carisma para convencer, como si esa condición de excepción fuera suficiente para que un elector conciente le conceda su confianza. El carisma como dice Weber, no es garantía de que la misión proyectada sea la correcta, ética y exitosa, por lo que aquellos que tienen el derecho a elegir a sus representantes sin rechazar el liderazgo carismático, deben ser mas juicioso y no dejarse encantar por modernas sirenas.
Los medios de comunicación han sido un factor determinante en promover individuos carismáticos. En el pasado las condiciones de excepción de estas personalidades quedaban circunscritas a espacios limitados pero en la actualidad son globalizadas y su imagen y discursos satisfacen las expectativas de los que demandan reivindicaciones hasta lugares que en el pasado reciente no era posible.
No hay vacunas contra el carisma si exceptuamos la plena conciencia de que se poseen derechos naturales que no pueden ser transferidos ni asumidos por otros. La experiencia es un antídoto, haber padecido o convivido en un “paraíso”, puede estimular anticuerpos contra un nuevo hechizo.
Pero es evidente que hay quienes nacen inoculados o tienen disposición a ser contaminados. Son seducidos, atraídos, convencidos y esclavizados por un Mesías redentor cuyas promesas pueden no ser de este mundo pero que los partidarios asumen como una realidad incontrastable y llegan hasta matar por ellas.
Muchos opinan que el flautista de Hamelin era un intérprete de gran carisma, que su persona podía pasar inadvertida pero su flauta tenía la capacidad de conducir hasta la propia muerte a los ratones de aquel modesto poblado alemán, lo que obliga a pensar que algunas personas tienen oídos de ratones y marchan hacia los precipicios sin percatarse del desastre.
No hay sociedad e instituciones, por sólidas que sean, capaces de soportar indemnes el huracán de un Salvador montado en la furia de sus partidarios. Aunque el Redentor no logre sus propósitos los perjuicios que genera pueden motivar una ingobernabilidad que termine en caos.
Esa Fuerza Natural o Divina como decían los griegos, solo es constructiva cuando se impone por si misma el sagrado limite que el derechos de uno termina donde comienza el de los demás o cuando los no conversos cortan las alas del mensajero.
Pedro Corzo
Junio 2008
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