Alfonso Betancourt || Desde el Meridiano 68
De modos, usos, hábitos y costumbres
Si algo caracteriza al mundo occidental desde finales de la Edad Media a nuestros días, es la formación de las nacionalidades que en síntesis devienen en la formación de los estados nacionales. Territorios integrados, unidad de lengua, gobierno y ejército nacionales, modos, usos, hábitos y costumbres -aunque manteniendo algunas variedades regionales- unidad de creencias y otros agregados más, como el signo monetario, definen y tipifican esta evolución de las tres estructuras políticas. Así se estructuran el espíritu y el carácter nacional que vienen a ser a los pueblos su punto singular de referencia como las huellas digitales lo son a los individuos. Cuando factores muy particulares inciden en ese carácter con rasgos de soberbia, orgullo, sobreestimación y prepotencia sobre otros pueblos o naciones, se cae el nacionalismo a ultranza de lo cual muchos ejemplos hemos tenido de Estados en los tiempos modernos y contemporáneos que han abierto la espita de la guerra y enturbiado el sosiego de la paz universal. Se estima entonces que nada es más proclive a ese espíritu de concordia y armonía universales que el equilibrio y ponderación de las naciones fuertes en sus relaciones con las que no lo son sin que el poder, la riqueza, la fuerza o esos rasgos de su exaltado nacionalismo les den derecho para violentar tal equilibrio en perjuicio no sólo de los débiles sino de la humanidad en general, en lo cual organismos, filósofos, políticos, tratadistas, pensadores y demás especímenes de la inteligencia humana han hecho sus aportes habiendo logrado, en algunos casos, apenas amortiguar la explosión de apetitos no satisfechos sin que todavía la tan ansiada respuesta a la demanda de Paz Universal provenga del respeto al derecho de los demás, como lo planteara el eminente indio mejicano Juárez y no la paz descansando en la punta de las bayonetas, como lo fue en el pasado, y ahora en los misiles y en las bombas de hidrógeno.
Otras naciones, en cambio, como lo muestra, sin haber llegado jamás a extremos como los indicados antes, pues razones históricas no han dado pie para ello, sí, por el contrario, desde la independencia hemos sido solidarios y colaboradores de los países hermanos del Continente en la solución de sus problemas. Sin embargo, en función de tal solidaridad hemos debilitado nuestro espíritu de nacionalidad, de identidad, abriendo no solo las fronteras físicas sino espirituales a una penetración que ha desmoronado en gran medida la esencia del ser venezolano, en especial de sus costumbres más valiosas que retratan lo positivo del mismo en tanto se han infiltrado otras negativas que, sumadas a las nuestras, han sido asimiladas por unos y otros y estimuladas o incentivadas para ulteriores propósitos de coloniaje cultural y económico, como corrientemente lo observamos en grupos, actividades comerciales, medios de comunicación social, etc. En gran parte esto nos explica por qué la vulgaridad, la chabacanería, el atropello, la violencia, el chantaje, el engaño, el soborno y pare Ud. de contar, se han generalizado y sobrepuesto a la cortesía, el buen trato, el respeto, el ser servicial y con amor a sus buenas costumbres y tradiciones que eran tan características del venezolano hasta hace poco tiempo y de lo cual nos vivimos lamentando en todo tipo de reunión. Esto es, que si no hemos pecado nunca de excesos nacionalistas, pongamos por caso la xenofobia, hemos incurrido en el extremo de "dejar pasar" y "dejar hacer" para que se manipulen por otras nacionalidades extrañas a la nuestra con los valores esenciales que caracterizan al venezolano, al extremo de no practicar el celo que en defensa de lo propio, así en lo físico como en lo espiritual, debemos permanentemente ejercitar.
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