¿Tiempo de vida o de asesinos?
AGUSTÍN BLANCO MUÑOZ | EL UNIVERSAL
viernes 29 de marzo de 2013 12:00 AM
La pregunta adquiere cada vez mayor espacio: ¿Es este un tiempo de y para la vida? ¿Es que tenemos una clara noción de lo que tenemos y llamamos vida? ¿Cuántas veces, ante tantas negaciones, nos ha tocado preguntar si eso que llevamos es exactamente vida? ¿Nacimos con o sin vida?
Por mucho tiempo hemos sostenido y sentido que la vida es linda, que los sueños son capaces de construir nubes de flores que se hacen canciones de existencia. Que vivir es identificarse cada vez más a la entrega que va más allá de cada uno de nosotros para ser en los otros. En una comunidad de humanos que por estar unidos al amor, al sentimiento de la más alta pureza que lleva al sentir de todos por encima del nuestro, es capaz de asumir la hermandad como máxima expresión de existencia.
Pero a lo largo del tiempo advertimos que no es verdad que hacemos gala de esa condición de humanos. Que en alguna parte lo que pudo haber sido un designio, de dioses, de naturaleza y de propia humanidad, se quedó paralizado en un territorio del cual aún no tenemos noticias.
Y llegamos así al punto en el cual no nos es posible sostener, frente en alto y convicción mayor, que somos cultivadores y propagadores de la vida y la alegría.
Cada uno de nosotros tiene sobre sí una carga creciente de tristeza como rasgo mayor de los días por los cuales transitamos. Son huellas de dolor que nos borran con mucha frecuencia toda risa de niño, todo cántico de pájaro o cualquier respiración de una flor con intención de señalar otros caminos.
De este modo, y al asumir con valor, sinceridad y todo el padecimiento acumulado, llegamos a pensar que la vida es una de las grandes mentiras de nuestro tiempo. Algo que cada vez tiene menos correspondencia con la práctica, el hacer.
Y es terminante y terrible la conclusión: no tenemos vida porque estamos muy lejos de la condición humana. Hasta hoy hemos escuchado las proclamas. Y hasta fungimos de altavoces de todo tipo de teoría. Pero eso no significa que apuntemos a la realización o al toque de vida, a la acción compartida con todos para la producción de satisfacciones, identificaciones, cercanías, amores de hermanos.
Cada uno de nosotros y los propios agrupados andamos tras el mismo objetivo: cuidar lo mío, lo tuyo, lo de cada quien. Lo colectivo y comunitario no pasa del decir. La idea de tomar, poseer, acumular para el disfrute es lo dominante. Los llamados valores de la humildad, la igualdad, el compartir, la solidaridad, son simples postulados o recursos para cubrir otros procederes.
Detrás de muchos filántropos se ocultan intereses difíciles de defender. Y las propias políticas sociales de muchos demagogos y populistas son simples coberturas para el mejor ejercicio del mismo sometimiento a los dominios establecidos. De allí que permanezcan los mismos esquemas de las conocidas mentiras que pregonan una justicia, libertad, igualdad que sólo existen para algunos.
Lo que tenemos entonces es una comunidad de propietarios con su correspondiente mentira de humanidad y otra comunidad de hombres y mujeres sin nada que sea suyo: ni siquiera humanidad, dado que ésta es hoy un artículo, una mercancía, una mentira con un precio, una marca y un diseño publicitario.
Por eso allá y más allá se expende la vida. De eso sólo puede disfrutar quien tiene cómo garantizarla. Salvo que una vida apuntalada por el dominio, la fuerza y hasta por la bala tampoco es legítima vida. Es simple subsistencia. Una sociedad que sólo puede ser entendida como "una suma de individuos" que cumplen con los pasos que les permiten mantenerse un tiempo indeterminado en lo que se nombra como vida.
Y nos conseguimos con que por los siglos de los siglos han salido al debate y a un tal combate las doctrinas encargadas de formar un hombre bueno, a imagen y semejanza de lo mejor que concibió Dios y cuya representación en varios casos envió a la tierra para sembrar amor, paz, sacrificio por el prójimo, entrega, entendimiento, comprensión, hermandad.
Pero a lo largo de los siglos estas doctrinas, con uno o más dioses, no han logrado humanidad. Y en el propio seno de creyentes se avivan los sentimientos y acciones encontrados que llevan al enfrentamiento, la violencia, el padecimiento.
Por eso esta sin humanidad de propietarios está montada sobre muros de defensa. Aparatos y maquinarias. Y el Estado es el primer gendarme del mundo. Todos los poderes en lucha de fuerza por su posesión y control.
Por esto la sin humanidad se identifica con la guerra permanente por la conquista o mantenimiento del poder. Y todos los siglos de sin humanidad están llenos de toda la negación de vida que se sintetiza y concreta en la guerra que no cesa.
Es la permanente acción destructiva de la no humanidad disfrazada de una humanidad: bala, fusil, ametralladora, bombas para destruirlo todo, sólo mata gente, drones o misiles para que no quede nada. Este es un tiempo de hombres guerra, hombres muertos y de niños que no nacen con vida. Un tiempo en el cual rige el asesinato como máximo estandarte de lo humano.
Y nosotros, hoy aquí en este expaís, tan llenos de sin humanidad y en medio de una guerra que nadie se ha atrevido a declarar pero que tiene un registro de muerte en cada minuto, ¿podemos acaso negar nuestra pertenencia a este tiempo de los asesinos?
¿Y qué se podrá hacer para asegurar algún nivel de sobrevivencia? La única manera de lograrlo es mediante una nueva perspectiva de la vida, de la historia y de los hombres. Algo que no puede ocurrir mientras rija aquí la polarización de dos instancias de destrucción.
Construir humanidad es precisamente lo que habría que acometer en esta humanidad sin humanidad. Los molinos no son de viento sino de pólvoras llamadas a cumplir con la tarea última de los criminales: acabar con toda posibilidad de sobrevivencia.
No falta, sin embargo, quien siga aferrado, como tantos millones a lo largo del tiempo, al eterno Dios y su misericordia, que hasta ahora no ha logrado el milagro de la aparición del tiempo de la humanidad, de la propia vida y la desaparición del asesinato de propietarios y aspirantes. ¡Qué historia amigos!
Twitter: @ablancomunoz / abm333@gmail.com
Por mucho tiempo hemos sostenido y sentido que la vida es linda, que los sueños son capaces de construir nubes de flores que se hacen canciones de existencia. Que vivir es identificarse cada vez más a la entrega que va más allá de cada uno de nosotros para ser en los otros. En una comunidad de humanos que por estar unidos al amor, al sentimiento de la más alta pureza que lleva al sentir de todos por encima del nuestro, es capaz de asumir la hermandad como máxima expresión de existencia.
Pero a lo largo del tiempo advertimos que no es verdad que hacemos gala de esa condición de humanos. Que en alguna parte lo que pudo haber sido un designio, de dioses, de naturaleza y de propia humanidad, se quedó paralizado en un territorio del cual aún no tenemos noticias.
Y llegamos así al punto en el cual no nos es posible sostener, frente en alto y convicción mayor, que somos cultivadores y propagadores de la vida y la alegría.
Cada uno de nosotros tiene sobre sí una carga creciente de tristeza como rasgo mayor de los días por los cuales transitamos. Son huellas de dolor que nos borran con mucha frecuencia toda risa de niño, todo cántico de pájaro o cualquier respiración de una flor con intención de señalar otros caminos.
De este modo, y al asumir con valor, sinceridad y todo el padecimiento acumulado, llegamos a pensar que la vida es una de las grandes mentiras de nuestro tiempo. Algo que cada vez tiene menos correspondencia con la práctica, el hacer.
Y es terminante y terrible la conclusión: no tenemos vida porque estamos muy lejos de la condición humana. Hasta hoy hemos escuchado las proclamas. Y hasta fungimos de altavoces de todo tipo de teoría. Pero eso no significa que apuntemos a la realización o al toque de vida, a la acción compartida con todos para la producción de satisfacciones, identificaciones, cercanías, amores de hermanos.
Cada uno de nosotros y los propios agrupados andamos tras el mismo objetivo: cuidar lo mío, lo tuyo, lo de cada quien. Lo colectivo y comunitario no pasa del decir. La idea de tomar, poseer, acumular para el disfrute es lo dominante. Los llamados valores de la humildad, la igualdad, el compartir, la solidaridad, son simples postulados o recursos para cubrir otros procederes.
Detrás de muchos filántropos se ocultan intereses difíciles de defender. Y las propias políticas sociales de muchos demagogos y populistas son simples coberturas para el mejor ejercicio del mismo sometimiento a los dominios establecidos. De allí que permanezcan los mismos esquemas de las conocidas mentiras que pregonan una justicia, libertad, igualdad que sólo existen para algunos.
Lo que tenemos entonces es una comunidad de propietarios con su correspondiente mentira de humanidad y otra comunidad de hombres y mujeres sin nada que sea suyo: ni siquiera humanidad, dado que ésta es hoy un artículo, una mercancía, una mentira con un precio, una marca y un diseño publicitario.
Por eso allá y más allá se expende la vida. De eso sólo puede disfrutar quien tiene cómo garantizarla. Salvo que una vida apuntalada por el dominio, la fuerza y hasta por la bala tampoco es legítima vida. Es simple subsistencia. Una sociedad que sólo puede ser entendida como "una suma de individuos" que cumplen con los pasos que les permiten mantenerse un tiempo indeterminado en lo que se nombra como vida.
Y nos conseguimos con que por los siglos de los siglos han salido al debate y a un tal combate las doctrinas encargadas de formar un hombre bueno, a imagen y semejanza de lo mejor que concibió Dios y cuya representación en varios casos envió a la tierra para sembrar amor, paz, sacrificio por el prójimo, entrega, entendimiento, comprensión, hermandad.
Pero a lo largo de los siglos estas doctrinas, con uno o más dioses, no han logrado humanidad. Y en el propio seno de creyentes se avivan los sentimientos y acciones encontrados que llevan al enfrentamiento, la violencia, el padecimiento.
Por eso esta sin humanidad de propietarios está montada sobre muros de defensa. Aparatos y maquinarias. Y el Estado es el primer gendarme del mundo. Todos los poderes en lucha de fuerza por su posesión y control.
Por esto la sin humanidad se identifica con la guerra permanente por la conquista o mantenimiento del poder. Y todos los siglos de sin humanidad están llenos de toda la negación de vida que se sintetiza y concreta en la guerra que no cesa.
Es la permanente acción destructiva de la no humanidad disfrazada de una humanidad: bala, fusil, ametralladora, bombas para destruirlo todo, sólo mata gente, drones o misiles para que no quede nada. Este es un tiempo de hombres guerra, hombres muertos y de niños que no nacen con vida. Un tiempo en el cual rige el asesinato como máximo estandarte de lo humano.
Y nosotros, hoy aquí en este expaís, tan llenos de sin humanidad y en medio de una guerra que nadie se ha atrevido a declarar pero que tiene un registro de muerte en cada minuto, ¿podemos acaso negar nuestra pertenencia a este tiempo de los asesinos?
¿Y qué se podrá hacer para asegurar algún nivel de sobrevivencia? La única manera de lograrlo es mediante una nueva perspectiva de la vida, de la historia y de los hombres. Algo que no puede ocurrir mientras rija aquí la polarización de dos instancias de destrucción.
Construir humanidad es precisamente lo que habría que acometer en esta humanidad sin humanidad. Los molinos no son de viento sino de pólvoras llamadas a cumplir con la tarea última de los criminales: acabar con toda posibilidad de sobrevivencia.
No falta, sin embargo, quien siga aferrado, como tantos millones a lo largo del tiempo, al eterno Dios y su misericordia, que hasta ahora no ha logrado el milagro de la aparición del tiempo de la humanidad, de la propia vida y la desaparición del asesinato de propietarios y aspirantes. ¡Qué historia amigos!
Twitter: @ablancomunoz / abm333@gmail.com
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