La Resurrección, fundamento de nuestra fe
Comentario al evangelio del Domingo de Resurrección/C
Por Jesús Álvarez SSP
ROMA, 27 de marzo de 2013 (Zenit.org) - "El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida. Fue corriendo en busca de Simón Pedro y del otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Pedro y el otro discípulo salieron para el sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Al inclinarse, vio los lienzos en el suelo, pero no entró. Pedro llegó detrás, entró en el sepulcro y vio también los lienzos en el suelo. El sudario con que le habían cubierto la cabeza no estaba por el suelo como los lienzos, sino que estaba enrollado en su lugar. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero; vio y creyó. Pues no habían entendido todavía la Escritura: que él "debía" resucitar de entre los muertos". (Juan 20, 1-9)
Jesús, siempre que les hablaba de su muerte a los discípulos, les anunciaba también su resurrección; pero ellos no entendían eso de la resurrección. Sólo creyeron cuando vieron el sepulcro vacío, y luego lo vieron resucitado y pudieron tocarlo. “Miren mis manos y mis pies: Soy yo. Tóquenme y consideren que un espíritu no tiene carne ni huesos como ustedes ven que yo tengo”. Lc. 39-40.
La resurrección era una realidad tan maravillosa, que ni se atrevían a pensar en ella. Y esta actitud persiste hoy en gran parte de los creyentes, que acompañan las imágenes del crucificado en las procesiones, hasta que lo dan por muerto el Viernes Santo.
Pero si Cristo no hubiera resucitado, si no creemos de veras en su resurrección y en la nuestra, de nada nos valdrá su encarnación, nacimiento, vida y muerte. Así lo afirma san Pablo: “Si Cristo no está resucitado, y si nosotros no resucitamos, nuestra fe no tiene sentido, nuestra predicación es inútil..., y nuestros pecados no han sido perdonados”. 1 Cor. 15, 14-16.
Si no creemos en Jesús Resucitado presente, estamos prescindiendo de Él, que es quien nos habla en la predicación, perdona nuestros pecados, que instituyó y preside la Eucaristía y los demás sacramentos, y que es el destinatario de nuestra oración, de nuestra esperanza...
Ahí está la causa del triste “cristianismo sin Cristo”, o de un Cristo muerto, que no es Dios y no puede resucitar. La consecuencia es el ritualismo vacío, folklórico, paganizado. “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me rinden, de nada sirve”. Mc. 7, 6-7.
La verdadera fe en la resurrección es fe de amorosa adhesión a la Persona de Cristo resucitado, vivo, presente, actuante, y fe en nuestra propia resurrección.
La presencia de Jesús resucitado fundamenta nuestra fe y nuestra auténtica experiencia cristiana; enciende en nosotros el anhelo de vivir con él y el deseo de sufrir, morir y resucitar con él y como él. “Anhelen las cosas de arriba, donde está Cristo resucitado”, exhorta san Pablo. Col. 3, 1.
La muerte ya no es una fatalidad para quienes creen en Jesús resucitado presente, sino la puerta triunfal entre la existencia temporal y la resurrección para la gloria eterna.
Hay personas, realidades, situaciones, deleites y alegrías tan maravillosas ya en este mundo, que suscitan en nosotros el deseo de resucitar para gozarlas en el paraíso eterno. Perderlas para siempre sería la máxima y definitiva desgracia.
Nuestra tarea más indispensable es afianzar la fe y la experiencia de Cristo resucitado presente, y la consiguiente esperanza de resucitar.
Jesús, siempre que les hablaba de su muerte a los discípulos, les anunciaba también su resurrección; pero ellos no entendían eso de la resurrección. Sólo creyeron cuando vieron el sepulcro vacío, y luego lo vieron resucitado y pudieron tocarlo. “Miren mis manos y mis pies: Soy yo. Tóquenme y consideren que un espíritu no tiene carne ni huesos como ustedes ven que yo tengo”. Lc. 39-40.
La resurrección era una realidad tan maravillosa, que ni se atrevían a pensar en ella. Y esta actitud persiste hoy en gran parte de los creyentes, que acompañan las imágenes del crucificado en las procesiones, hasta que lo dan por muerto el Viernes Santo.
Pero si Cristo no hubiera resucitado, si no creemos de veras en su resurrección y en la nuestra, de nada nos valdrá su encarnación, nacimiento, vida y muerte. Así lo afirma san Pablo: “Si Cristo no está resucitado, y si nosotros no resucitamos, nuestra fe no tiene sentido, nuestra predicación es inútil..., y nuestros pecados no han sido perdonados”. 1 Cor. 15, 14-16.
Si no creemos en Jesús Resucitado presente, estamos prescindiendo de Él, que es quien nos habla en la predicación, perdona nuestros pecados, que instituyó y preside la Eucaristía y los demás sacramentos, y que es el destinatario de nuestra oración, de nuestra esperanza...
Ahí está la causa del triste “cristianismo sin Cristo”, o de un Cristo muerto, que no es Dios y no puede resucitar. La consecuencia es el ritualismo vacío, folklórico, paganizado. “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me rinden, de nada sirve”. Mc. 7, 6-7.
La verdadera fe en la resurrección es fe de amorosa adhesión a la Persona de Cristo resucitado, vivo, presente, actuante, y fe en nuestra propia resurrección.
La presencia de Jesús resucitado fundamenta nuestra fe y nuestra auténtica experiencia cristiana; enciende en nosotros el anhelo de vivir con él y el deseo de sufrir, morir y resucitar con él y como él. “Anhelen las cosas de arriba, donde está Cristo resucitado”, exhorta san Pablo. Col. 3, 1.
La muerte ya no es una fatalidad para quienes creen en Jesús resucitado presente, sino la puerta triunfal entre la existencia temporal y la resurrección para la gloria eterna.
Hay personas, realidades, situaciones, deleites y alegrías tan maravillosas ya en este mundo, que suscitan en nosotros el deseo de resucitar para gozarlas en el paraíso eterno. Perderlas para siempre sería la máxima y definitiva desgracia.
Nuestra tarea más indispensable es afianzar la fe y la experiencia de Cristo resucitado presente, y la consiguiente esperanza de resucitar.
ESPIRITUALIDAD
Un mundo sin Cruz y sin Dios
Por Felipe Arizmendi Esquivel
SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 27 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Ofrecemos el habitual artículo de nuestro colaborador, el obispo de San Cristóbal de Las Casas, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, sobre el tiempo litúrgico que vivimos.
*****
SITUACIONES
Estamos en Semana Santa, en un país donde el 84% se declara católico, en un continente de mayoría católica, en un ancho mundo donde más de mil doscientos millones se confiesan miembros de esta religión, más otros varios millones que se consideran creyentes en Cristo. Entre todos estos, muchísimos se esfuerzan por seguir con fidelidad los pasos del Señor y son realmente santos, héroes, ejemplos a seguir. No sólo están bautizados, meditan la Palabra de Dios, oran y practican los ritos religiosos, sino que luchan por vivir acordes con el Evangelio: sirven a los pobres, combaten la injusticia, alientan la solidaridad social, generan fuentes de trabajo y de desarrollo, defienden la vida y la familia, promueven leyes justas, combaten la corrupción, animan la defensa de la creación.
Sin embargo, muchos oficialmente creyentes, se suman a quienes prescinden de Dios y viven en estos días como si El no existiera. Sólo les interesa descansar, divertirse y pasear; algunos pretenden desestresarse u olvidarse de sus frustraciones por medio de abusos inmorales. Otros no niegan su fe, pero no aceptan la Cruz de Cristo; quisieran una religiónlight, a su medida, sin esfuerzos por cambiar sus criterios y actitudes contrarias al Evangelio; sólo tienen a Dios como recurso a quien acudir en momentos duros y difíciles. Otros no negamos la Cruz de Cristo, pero no la asumimos en todas sus exigencias. Es tiempo de analizar la coherencia de nuestra vida diaria, con la fe que profesamos.
ILUMINACION
Dios no es enemigo del ser humano; no es una carga insoportable; no nos amarga la existencia; no coarta nuestra libertad. Quien esto afirme, es porque no lo conoce. Dios nos ha creado para que seamos felices, para que gocemos la bienaventuranza que El es, tiene y comparte. En la medida en que lo conocemos y aceptamos el camino que nos ofrece, nos realizamos más y más como personas, como hombres y como mujeres, como niños, jóvenes y adultos. Si no aceptas esto, sólo te invito a que hagas la prueba y verás cuán bueno es el Señor.
Al respecto, dice el Papa Francisco: “Por encima de todo, debemos mantener viva en el mundo la sed de absoluto, no permitiendo que prevalezca una visión de la persona humana de una sola dimensión, según la cual el hombre se reduce a lo que produce y lo que consume: se trata de una de las trampas más peligrosas de nuestro tiempo. Sabemos cuánta violencia ha desencadenado en la historia reciente el intento de eliminar a Dios y a lo divino del horizonte de la humanidad, y advertimos el valor de dar testimonio en nuestras sociedades de la apertura originaria a la transcendencia que está grabada en el corazón del ser humano” (20-III-2013).
Y nos advierte de la tentación de querer prescindir de la cruz: “El mismo Pedro que confesó a Jesucristo, le dice: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo’. Yo te sigo, pero no hablemos de Cruz. Te sigo con otras posibilidades, sin la Cruz. Cuando caminamos sin la Cruz, cuando edificamos sin la Cruz y cuando confesamos a un Cristo sin Cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor. Yo querría que todos tengamos el coraje de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, que se ha derramado sobre la Cruz; y de confesar la única gloria: Cristo Crucificado. Y así la Iglesia irá adelante”(14-III-2013).
COMPROMISOS
Si tienes vacaciones, disfrútalas. Los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús son el motivo real de que nuestro calendario los marque como no laborables. Cristo es la causa original de tu descanso, aunque ni en cuenta lo tomes. Si eres creyente, descansa y goza con tu familia, con tus sanas amistades, pero organiza tu tiempo para estar con El a solas; participa en alguna celebración; al menos, entra en una iglesia y platica con El ante el Sagrario. Verás que tu vacación es más plena.
Asumamos nuestra cruz de cada día, desde el levanto, el quehacer ordinario, el trabajo, hasta las enfermedades y los problemas, uniendo todo ello a la Cruz de Jesús: verás que todo tiene un nuevo sentido, incluso redentor.
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SITUACIONES
Estamos en Semana Santa, en un país donde el 84% se declara católico, en un continente de mayoría católica, en un ancho mundo donde más de mil doscientos millones se confiesan miembros de esta religión, más otros varios millones que se consideran creyentes en Cristo. Entre todos estos, muchísimos se esfuerzan por seguir con fidelidad los pasos del Señor y son realmente santos, héroes, ejemplos a seguir. No sólo están bautizados, meditan la Palabra de Dios, oran y practican los ritos religiosos, sino que luchan por vivir acordes con el Evangelio: sirven a los pobres, combaten la injusticia, alientan la solidaridad social, generan fuentes de trabajo y de desarrollo, defienden la vida y la familia, promueven leyes justas, combaten la corrupción, animan la defensa de la creación.
Sin embargo, muchos oficialmente creyentes, se suman a quienes prescinden de Dios y viven en estos días como si El no existiera. Sólo les interesa descansar, divertirse y pasear; algunos pretenden desestresarse u olvidarse de sus frustraciones por medio de abusos inmorales. Otros no niegan su fe, pero no aceptan la Cruz de Cristo; quisieran una religiónlight, a su medida, sin esfuerzos por cambiar sus criterios y actitudes contrarias al Evangelio; sólo tienen a Dios como recurso a quien acudir en momentos duros y difíciles. Otros no negamos la Cruz de Cristo, pero no la asumimos en todas sus exigencias. Es tiempo de analizar la coherencia de nuestra vida diaria, con la fe que profesamos.
ILUMINACION
Dios no es enemigo del ser humano; no es una carga insoportable; no nos amarga la existencia; no coarta nuestra libertad. Quien esto afirme, es porque no lo conoce. Dios nos ha creado para que seamos felices, para que gocemos la bienaventuranza que El es, tiene y comparte. En la medida en que lo conocemos y aceptamos el camino que nos ofrece, nos realizamos más y más como personas, como hombres y como mujeres, como niños, jóvenes y adultos. Si no aceptas esto, sólo te invito a que hagas la prueba y verás cuán bueno es el Señor.
Al respecto, dice el Papa Francisco: “Por encima de todo, debemos mantener viva en el mundo la sed de absoluto, no permitiendo que prevalezca una visión de la persona humana de una sola dimensión, según la cual el hombre se reduce a lo que produce y lo que consume: se trata de una de las trampas más peligrosas de nuestro tiempo. Sabemos cuánta violencia ha desencadenado en la historia reciente el intento de eliminar a Dios y a lo divino del horizonte de la humanidad, y advertimos el valor de dar testimonio en nuestras sociedades de la apertura originaria a la transcendencia que está grabada en el corazón del ser humano” (20-III-2013).
Y nos advierte de la tentación de querer prescindir de la cruz: “El mismo Pedro que confesó a Jesucristo, le dice: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo’. Yo te sigo, pero no hablemos de Cruz. Te sigo con otras posibilidades, sin la Cruz. Cuando caminamos sin la Cruz, cuando edificamos sin la Cruz y cuando confesamos a un Cristo sin Cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor. Yo querría que todos tengamos el coraje de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, que se ha derramado sobre la Cruz; y de confesar la única gloria: Cristo Crucificado. Y así la Iglesia irá adelante”(14-III-2013).
COMPROMISOS
Si tienes vacaciones, disfrútalas. Los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús son el motivo real de que nuestro calendario los marque como no laborables. Cristo es la causa original de tu descanso, aunque ni en cuenta lo tomes. Si eres creyente, descansa y goza con tu familia, con tus sanas amistades, pero organiza tu tiempo para estar con El a solas; participa en alguna celebración; al menos, entra en una iglesia y platica con El ante el Sagrario. Verás que tu vacación es más plena.
Asumamos nuestra cruz de cada día, desde el levanto, el quehacer ordinario, el trabajo, hasta las enfermedades y los problemas, uniendo todo ello a la Cruz de Jesús: verás que todo tiene un nuevo sentido, incluso redentor.
De la Pascua judía a la Pascua cristiana
Una mirada bíblica
Por Javier Velasco-Arias
BARCELONA, 27 de marzo de 2013 (Zenit.org) - La historia del pueblo de Israel es incomprensible sin la experiencia del Éxodo. De la misma forma la Iglesia, la congregación de los que creen en Jesús, el nuevo Pueblo de Dios, solo tiene sentido a partir de los nuevos acontecimientos pascuales: la muerte y la resurrección de Jesucristo.
Igual que Israel experimentó la liberación de la opresión de Egipto y se autodescubrió como pueblo, más aún, como Pueblo de Dios, a partir de este acontecimiento; de igual manera la comunidad cristiana descubre, en Cristo muerto y resucitado, la liberación definitiva, integral, del ser humano, y su razón de ser como nuevo Pueblo de Dios:la Iglesia.
Festividad de los orígenes del pueblo de Israel
La fiesta de Pascua parece que proviene de la fusión de dos celebraciones bien distintas, aunque coincidentes en el tiempo: la fiesta de «pesah», fiesta de reminiscencias nómadas, con sacrificios de animales (corderos), y la fiesta del «massot», fiesta de campesinos sedentarios, que celebraban las primeras espigas de la primavera.
El pueblo hebreo unió estas dos celebraciones (pascua y ácimos) en una sola conmemoración: la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, por la mano de Dios. Y asumiendo elementos de las dos festividades les dio un sentido nuevo.
Las promesas de Yahveh a los patriarcas, a Abraham, Isaac y Jacob, se materializan en la formación de un pueblo con identidad propia, el pueblo de Israel, el pueblo de Dios, a partir de la liberación de Egipto.
Israel siente la necesidad de recordar, más aún, de actualizar dicho acontecimiento salvífico. Todo hijo de Israel, en cada celebración pascual, se siente receptor actual de dicha salvación, protagonista del mismo hecho salvífico.
En la fiesta de Pascua se entremezclan:
-oración: bendiciones, salmos, etc.
-rito: cada acto de la celebración tiene un significado litúrgico
-catequesis: explicación del rito, preguntas (de los niños) y respuestas sobre lo quese está celebrando
- actualización: todos los presentes se sienten protagonistas e implicados
- renovación dela Alianza: pacto entre Dios y su pueblo
- fiesta y alegría: comer y beber, cantar, jugar...
- atención a todas las edades: mayores y niños.
Festividad de los orígenes cristianos
La nueva Pascua, la muerte y resurrección de Jesucristo, marca el «paso» definitivo, el hecho fundacional del nuevo Pueblo de Dios, de la comunidad cristiana, dela Iglesia.
El concilio Vaticano II, citando a san Agustín, afirma: «Del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable dela Iglesiaentera» (SC 5).
El evangelista san Lucas en su doble obra (Lc y Hch) coloca a Jesucristo en el centro del tiempo: antes de Cristo, el AT, la historia del pueblo de Israel; después de su resurrección, el tiempo de la comunidad cristiana.
Una comunidad cristiana que nace con una fuerza inusitada después de los acontecimientos pascuales: la muerte y resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo.
Una comunidad que siente la necesidad apremiante de predicar la Buena Noticia del Reino, de afirmar que Dios-Padre resucitando a Jesucristo ha hecho suyos, ha reafirmado los valores del Reino proclamados por Jesús.
«Nueva creación», «paso a una vida nueva»
La fuerza de la resurrección de Cristo se vislumbra en la vida diaria de cada cristiano y cada cristiana: una «vida nueva» (Rm 6,4).
Muertos al pecado y vivos para Dios, dirá Pablo:
«Si nos hemos unidos a él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado. Pues el que está muerto, queda liberado del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rm 6,5-11).
El hombre y la mujer viejos han quedado atrás. La muerte y la resurrección de Cristo han significado una ruptura con todo lo anterior, una liberación definitiva e integral. Una liberación de cualquier forma de egoísmo, de toda injusticia, discriminación...
El acontecimiento pascual implica volver a nacer, resucitar a una nueva vida. Una nueva vida que su definitividad aún no la podemos experimentar totalmente, pero que ya se ha hecho presente en este mundo. No puedo considerar, en ningún caso, al otro o a la otra como extraños: son mis hermanos/as; Cristo ha muerto y resucitado también por ellos.
«Liberación»
La muerte y la resurrección de Cristo han inaugurado una liberación en la que queda implicada toda la creación. El ser humano, el cristiano y la cristiana con más razón, son responsables de que dicha liberación llegue a todos y a todo.
«Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,20-21).
Cada uno de nosotros y de nosotras, individual y comunitariamente hemos de convertirnos en actores de dicha liberación; no podemos ser simplemente espectadores o receptores pasivos. Toda la creación, afirma el texto paulino, está esperando ansiosamente nuestra manifestación, el que nos tomemos en serio que somos los portadores del mensaje de liberación clavado en la cruz del Gólgota. No podemos continuar muertos: ¡Cristo ha resucitado!
Una liberación que celebramos semanalmente
Las primeras comunidades cristianas sentían la necesidad de reunirse para celebrar el «memorial de la Pascua de Jesús».
La comunidad cristiana se reunía, sobre todo los domingos (día de la resurrección de Jesucristo) para celebrar el acontecimiento pascual. Para celebrar lo que ellos denominaban «fracción del pan» o «cena del Señor».
Y sigue la escritura:
«Todos eran constantes en escuchar la enseñanza de los Apóstoles y en vivir en comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2,42).
«El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía marchar al día siguiente, conversaba con ellos y alargó la charla hasta la media noche» (Hch 20,7).
«Ellos (los discípulos de Emaús), por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan» (Lc 24,35).
«Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comerla Cenadel Señor» (1Cor 11,20).
La celebración semanal, dominical, del acontecimiento pascual significa actualizar cada semana la muerte y resurrección de Jesucristo.
La eucaristía dominical implica:
-la enseñanza eclesial,
-la comunión fraterna: no sólo una meta, sino una realidad que se hace presente en cada celebración: el otro es mi hermano y mi hermana,
-la vida de oración: una relación de intimidad con el Señor,
-la escucha dela Palabrade Dios: un escuchar para acogerla íntimamente y hacerla propia,
-compartir: no puedo estar bien si mi hermano o mi hermana pasan necesidad,
-reconocer al Señor al compartir su Palabra, su Cuerpo y su Sangre,
-actualizar el acontecimiento pascual,
-implicarnos en dicho acontecimiento pascual,
-vivir una alegría rebosante, porque la muerte y resurrección de Cristo han abierto un nuevo horizonte para el ser humano; no sólo después de la muerte, sino ya, aquí y ahora,
-compromiso para que los frutos de la muerte y resurrección de Cristo lleguen a todos y a todas: implicarnos en que los valores del Reino no sean una quimera, sino una realidad entre nosotros, una realidad en el mundo en que vivimos.
Continuidad y discontinuidad entre las pascuas judía y cristiana
Son muchos los elementos de continuidad entre la Pascua judía yla Pascua cristiana, empezando por un lenguaje que tiene mucho en común en ambas celebraciones. Pero el acentuar los paralelismos y las analogías, no debe alejarnos de percibir la novedad de la Pascua cristiana, de la eucaristía, como conmemoración de la donación del cuerpo y de la sangre de Cristo y de su resurrección.
Los datos cronológicos que nos dan los evangelios sinópticos y el evangelio de Juan sobre la última cena de Jesús con sus discípulos y el día de su muerte en la cruz no son coincidentes. «El 14 de Nisán, “primer día de los ácimos”, y víspera de pascua, es para los sinópticos el día de la cena, y además, implícitamente, dan a entender que fue el jueves. Para Juann ese día 14 de Nisán es precisamente el día de la muerte de Jesús y es viernes. La pascua –el 15 de Nisán– aquel año caería en sábado, según Juan. Y la cena la tuvo antes de ese viernes, aunque no dice cuándo. Para los sinópticos el 15 fue cuando murió Jesús, el mismo día de pascua. Para Jn el 15 fue sábado, el día siguiente a la muerte de Jesús»[1]. En ambos casos, no obstante, la muerte de Jesús esta unida cronológicamente a la celebración de la pascua judía.
Los sinópticos, al hacer coincidir la cena de Jesús con la pascual, parece que quieran acentuar que la eucaristía cristiana es la nueva cena pascual. Y de la misma forma al situar la muerte de Cristo en el mismo día de la pascua judía, el 15 de nisán, quieren ver todo el misterio de Cristo a la luz de la pascua. El evangelio de Juan, por su parte, presenta a Jesús como el nuevo Cordero pascual inmolado, ya que hace coincidir su muerte con la hora en que eran sacrificados los corderos pascuales en el templo de Jerusalén. Son dos catequesis, diferentes pero complementarias, sobre la nueva Pascua, inaugurada por la muerte y resurrección del Señor.
Tanto el relato de Ex 12 como el de la última cena (1Cor 11,23-25; Mt 26,26-30; Mc 14,22-26 y Lc 22,15-20) tienen muchos elementos en común, en el trasfondo de una cena. En ambas narraciones se subraya: la liberación como obra de Dios,la Alianzaentre Dios y su pueblo (en el caso de la pascua cristiana: la nueva Alianza con el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia y, por extensión, toda la Humanidad), el cordero pascual (Jesucristo, en la pascua cristiana), el sacrificio (el mismo Jesús, en la segunda pascua).
La celebración de ambas pascuas está fundamentada en un hecho histórico fundamental, decisivo. En el caso de Israel es la liberación de la esclavitud de Egipto y la toma de conciencia de ser el pueblo elegido por Dios; en la pascua cristiana es la muerte y resurrección de Jesucristo, hecho que inaugura la liberación integral y definitiva de todo hombre y de toda mujer, y la toma de conciencia de que todos estamos llamados a formar parte del nuevo pueblo de Dios, a participar de la salvación que nos trae Jesús.
En ambos casos la celebración está unida a una reunión comunitaria, donde se celebra la Palabra, se recitan bendiciones, se come y se bebe, junto con otros elementos. Y también en las dos celebraciones hay una mirada hacia el futuro escatológico, con la conciencia de que en dicha momento se está actualizando el hecho salvífico que se conmemora.
Muchas de las diferencias ya han quedado señaladas al enumerar las coincidencias y matizarlas.
La pascua cristiana aunque se celebra especialmente una vez al año, propiamente se actualiza en cada eucaristía, fundamentalmente en la eucaristía dominical. Y éste ya es un elemento de discontinuidad con la pascua judía, cuya celebración comienza la noche del 14 de Nisán.
La muerte y la resurrección de Jesucristo marcan una discontinuidad fundamental con la pascua judía. El pueblo de Dios ya no es un solo pueblo, sino toda la humanidad. La liberación también, por tanto, es una liberación de todos los hombres y de todas las mujeres, a través de la donación de Jesús, hecha realidad en su muerte y culminada con su resurrección.
Y la mirada escatológica tiene una doble vertiente: los valores del Reino, la liberación inaugurada por Jesús es una realidad que ya está presente y en la que estamos comprometidos todos los que nos consideramos discípulos de Jesús, aunque conscientes que su plenitud todavía no está conseguida, ni se conseguirá totalmente en esta vida, lo que no ha de menguar la responsabilidad que cada uno/a tiene en hacerla actual.
[1] Josep Aldazabal, «La eucaristía», en Dionisio Borobio (dir.), La celebración en la Iglesia, II: Sacramentos, Salamanca 1994, p. 217.
*Javier Velasco-Arias es profesor de Biblia del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona y de la Escuela de Animación Bíblica de Barcelona
Igual que Israel experimentó la liberación de la opresión de Egipto y se autodescubrió como pueblo, más aún, como Pueblo de Dios, a partir de este acontecimiento; de igual manera la comunidad cristiana descubre, en Cristo muerto y resucitado, la liberación definitiva, integral, del ser humano, y su razón de ser como nuevo Pueblo de Dios:la Iglesia.
Festividad de los orígenes del pueblo de Israel
La fiesta de Pascua parece que proviene de la fusión de dos celebraciones bien distintas, aunque coincidentes en el tiempo: la fiesta de «pesah», fiesta de reminiscencias nómadas, con sacrificios de animales (corderos), y la fiesta del «massot», fiesta de campesinos sedentarios, que celebraban las primeras espigas de la primavera.
El pueblo hebreo unió estas dos celebraciones (pascua y ácimos) en una sola conmemoración: la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, por la mano de Dios. Y asumiendo elementos de las dos festividades les dio un sentido nuevo.
Las promesas de Yahveh a los patriarcas, a Abraham, Isaac y Jacob, se materializan en la formación de un pueblo con identidad propia, el pueblo de Israel, el pueblo de Dios, a partir de la liberación de Egipto.
Israel siente la necesidad de recordar, más aún, de actualizar dicho acontecimiento salvífico. Todo hijo de Israel, en cada celebración pascual, se siente receptor actual de dicha salvación, protagonista del mismo hecho salvífico.
En la fiesta de Pascua se entremezclan:
-oración: bendiciones, salmos, etc.
-rito: cada acto de la celebración tiene un significado litúrgico
-catequesis: explicación del rito, preguntas (de los niños) y respuestas sobre lo quese está celebrando
- actualización: todos los presentes se sienten protagonistas e implicados
- renovación dela Alianza: pacto entre Dios y su pueblo
- fiesta y alegría: comer y beber, cantar, jugar...
- atención a todas las edades: mayores y niños.
Festividad de los orígenes cristianos
La nueva Pascua, la muerte y resurrección de Jesucristo, marca el «paso» definitivo, el hecho fundacional del nuevo Pueblo de Dios, de la comunidad cristiana, dela Iglesia.
El concilio Vaticano II, citando a san Agustín, afirma: «Del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable dela Iglesiaentera» (SC 5).
El evangelista san Lucas en su doble obra (Lc y Hch) coloca a Jesucristo en el centro del tiempo: antes de Cristo, el AT, la historia del pueblo de Israel; después de su resurrección, el tiempo de la comunidad cristiana.
Una comunidad cristiana que nace con una fuerza inusitada después de los acontecimientos pascuales: la muerte y resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo.
Una comunidad que siente la necesidad apremiante de predicar la Buena Noticia del Reino, de afirmar que Dios-Padre resucitando a Jesucristo ha hecho suyos, ha reafirmado los valores del Reino proclamados por Jesús.
«Nueva creación», «paso a una vida nueva»
La fuerza de la resurrección de Cristo se vislumbra en la vida diaria de cada cristiano y cada cristiana: una «vida nueva» (Rm 6,4).
Muertos al pecado y vivos para Dios, dirá Pablo:
«Si nos hemos unidos a él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado. Pues el que está muerto, queda liberado del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rm 6,5-11).
El hombre y la mujer viejos han quedado atrás. La muerte y la resurrección de Cristo han significado una ruptura con todo lo anterior, una liberación definitiva e integral. Una liberación de cualquier forma de egoísmo, de toda injusticia, discriminación...
El acontecimiento pascual implica volver a nacer, resucitar a una nueva vida. Una nueva vida que su definitividad aún no la podemos experimentar totalmente, pero que ya se ha hecho presente en este mundo. No puedo considerar, en ningún caso, al otro o a la otra como extraños: son mis hermanos/as; Cristo ha muerto y resucitado también por ellos.
«Liberación»
La muerte y la resurrección de Cristo han inaugurado una liberación en la que queda implicada toda la creación. El ser humano, el cristiano y la cristiana con más razón, son responsables de que dicha liberación llegue a todos y a todo.
«Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,20-21).
Cada uno de nosotros y de nosotras, individual y comunitariamente hemos de convertirnos en actores de dicha liberación; no podemos ser simplemente espectadores o receptores pasivos. Toda la creación, afirma el texto paulino, está esperando ansiosamente nuestra manifestación, el que nos tomemos en serio que somos los portadores del mensaje de liberación clavado en la cruz del Gólgota. No podemos continuar muertos: ¡Cristo ha resucitado!
Una liberación que celebramos semanalmente
Las primeras comunidades cristianas sentían la necesidad de reunirse para celebrar el «memorial de la Pascua de Jesús».
La comunidad cristiana se reunía, sobre todo los domingos (día de la resurrección de Jesucristo) para celebrar el acontecimiento pascual. Para celebrar lo que ellos denominaban «fracción del pan» o «cena del Señor».
Y sigue la escritura:
«Todos eran constantes en escuchar la enseñanza de los Apóstoles y en vivir en comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2,42).
«El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía marchar al día siguiente, conversaba con ellos y alargó la charla hasta la media noche» (Hch 20,7).
«Ellos (los discípulos de Emaús), por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan» (Lc 24,35).
«Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comerla Cenadel Señor» (1Cor 11,20).
La celebración semanal, dominical, del acontecimiento pascual significa actualizar cada semana la muerte y resurrección de Jesucristo.
La eucaristía dominical implica:
-la enseñanza eclesial,
-la comunión fraterna: no sólo una meta, sino una realidad que se hace presente en cada celebración: el otro es mi hermano y mi hermana,
-la vida de oración: una relación de intimidad con el Señor,
-la escucha dela Palabrade Dios: un escuchar para acogerla íntimamente y hacerla propia,
-compartir: no puedo estar bien si mi hermano o mi hermana pasan necesidad,
-reconocer al Señor al compartir su Palabra, su Cuerpo y su Sangre,
-actualizar el acontecimiento pascual,
-implicarnos en dicho acontecimiento pascual,
-vivir una alegría rebosante, porque la muerte y resurrección de Cristo han abierto un nuevo horizonte para el ser humano; no sólo después de la muerte, sino ya, aquí y ahora,
-compromiso para que los frutos de la muerte y resurrección de Cristo lleguen a todos y a todas: implicarnos en que los valores del Reino no sean una quimera, sino una realidad entre nosotros, una realidad en el mundo en que vivimos.
Continuidad y discontinuidad entre las pascuas judía y cristiana
Son muchos los elementos de continuidad entre la Pascua judía yla Pascua cristiana, empezando por un lenguaje que tiene mucho en común en ambas celebraciones. Pero el acentuar los paralelismos y las analogías, no debe alejarnos de percibir la novedad de la Pascua cristiana, de la eucaristía, como conmemoración de la donación del cuerpo y de la sangre de Cristo y de su resurrección.
Los datos cronológicos que nos dan los evangelios sinópticos y el evangelio de Juan sobre la última cena de Jesús con sus discípulos y el día de su muerte en la cruz no son coincidentes. «El 14 de Nisán, “primer día de los ácimos”, y víspera de pascua, es para los sinópticos el día de la cena, y además, implícitamente, dan a entender que fue el jueves. Para Juann ese día 14 de Nisán es precisamente el día de la muerte de Jesús y es viernes. La pascua –el 15 de Nisán– aquel año caería en sábado, según Juan. Y la cena la tuvo antes de ese viernes, aunque no dice cuándo. Para los sinópticos el 15 fue cuando murió Jesús, el mismo día de pascua. Para Jn el 15 fue sábado, el día siguiente a la muerte de Jesús»[1]. En ambos casos, no obstante, la muerte de Jesús esta unida cronológicamente a la celebración de la pascua judía.
Los sinópticos, al hacer coincidir la cena de Jesús con la pascual, parece que quieran acentuar que la eucaristía cristiana es la nueva cena pascual. Y de la misma forma al situar la muerte de Cristo en el mismo día de la pascua judía, el 15 de nisán, quieren ver todo el misterio de Cristo a la luz de la pascua. El evangelio de Juan, por su parte, presenta a Jesús como el nuevo Cordero pascual inmolado, ya que hace coincidir su muerte con la hora en que eran sacrificados los corderos pascuales en el templo de Jerusalén. Son dos catequesis, diferentes pero complementarias, sobre la nueva Pascua, inaugurada por la muerte y resurrección del Señor.
Tanto el relato de Ex 12 como el de la última cena (1Cor 11,23-25; Mt 26,26-30; Mc 14,22-26 y Lc 22,15-20) tienen muchos elementos en común, en el trasfondo de una cena. En ambas narraciones se subraya: la liberación como obra de Dios,la Alianzaentre Dios y su pueblo (en el caso de la pascua cristiana: la nueva Alianza con el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia y, por extensión, toda la Humanidad), el cordero pascual (Jesucristo, en la pascua cristiana), el sacrificio (el mismo Jesús, en la segunda pascua).
La celebración de ambas pascuas está fundamentada en un hecho histórico fundamental, decisivo. En el caso de Israel es la liberación de la esclavitud de Egipto y la toma de conciencia de ser el pueblo elegido por Dios; en la pascua cristiana es la muerte y resurrección de Jesucristo, hecho que inaugura la liberación integral y definitiva de todo hombre y de toda mujer, y la toma de conciencia de que todos estamos llamados a formar parte del nuevo pueblo de Dios, a participar de la salvación que nos trae Jesús.
En ambos casos la celebración está unida a una reunión comunitaria, donde se celebra la Palabra, se recitan bendiciones, se come y se bebe, junto con otros elementos. Y también en las dos celebraciones hay una mirada hacia el futuro escatológico, con la conciencia de que en dicha momento se está actualizando el hecho salvífico que se conmemora.
Muchas de las diferencias ya han quedado señaladas al enumerar las coincidencias y matizarlas.
La pascua cristiana aunque se celebra especialmente una vez al año, propiamente se actualiza en cada eucaristía, fundamentalmente en la eucaristía dominical. Y éste ya es un elemento de discontinuidad con la pascua judía, cuya celebración comienza la noche del 14 de Nisán.
La muerte y la resurrección de Jesucristo marcan una discontinuidad fundamental con la pascua judía. El pueblo de Dios ya no es un solo pueblo, sino toda la humanidad. La liberación también, por tanto, es una liberación de todos los hombres y de todas las mujeres, a través de la donación de Jesús, hecha realidad en su muerte y culminada con su resurrección.
Y la mirada escatológica tiene una doble vertiente: los valores del Reino, la liberación inaugurada por Jesús es una realidad que ya está presente y en la que estamos comprometidos todos los que nos consideramos discípulos de Jesús, aunque conscientes que su plenitud todavía no está conseguida, ni se conseguirá totalmente en esta vida, lo que no ha de menguar la responsabilidad que cada uno/a tiene en hacerla actual.
[1] Josep Aldazabal, «La eucaristía», en Dionisio Borobio (dir.), La celebración en la Iglesia, II: Sacramentos, Salamanca 1994, p. 217.
*Javier Velasco-Arias es profesor de Biblia del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona y de la Escuela de Animación Bíblica de Barcelona
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