Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

martes, 14 de junio de 2011

El Trigal... y su origen El icono del Alcalde Edgardo Parra y de quienes creen que aqui vivimos los ricos...No jile

El Carabobeño 13 junio 2011

Guillermo Mujica S. || De Azules y de Brumas

El Trigal... y su origen

Entre los vecindarios que hasta muy entrada ya la década de los años cincuenta conformaron la periferia de esta ciudad mariana y generosa, se halla aquel cuyo nombre hace evocar besos de sol y ondulaciones rítmicas: El Trigal y es que la tierra donde se asentara estuvo destinada en remotos días coloniales al cultivo del trigo.

Orientados de sur a norte diremos que su vida discurrió en la margen derecha del Cabriales. Sus viviendas, mayormente amplias y atractivas, se regaban a uno y otro costado de la Florida y en el trayecto que limitaban la quinta del "Obispo" nominada así por haber pertenecido a Monseñor Francisco Antonio Granadillo y la hacienda del doctor Peña Pérez. De aquí en adelante la zona llevaba nombre aborigen: Mañongo.

Se tenía acceso a él por un callejón recto y sombreado de la carretera de Naguanagua (hoy prolongación de la Avenida Bolívar) y exactamente del sitio conocido como La Atarraya, en el que funcionaba un establecimiento comercial del señor José Rufino González, iba a concluir frente a la citada quinta del Obispo.

Fama alcanzaron y justamente ganada, el casabe y la conserva de naranja elaborados en El Trigal; pudiendo decirse que los mismos fueron hasta pocos años, como el pan y el dulce típicos de nuestra ciudad. Características del aledaño en referencia fueron también la variedad de mangos que daban sus vegas, frutas éstas que los numerosos visitantes podían obtener sin pago alguno. Y la pureza de la miel extraída de las colmenas que cubrían considerables espacios en sus alrededores.

Pero hubo de llegar el día en que el empuje arrollador del progreso, representado entonces por la autopista Valencia-Puerto Cabello, quitó a El Trigal su callejón de acceso, dio al traste con la más hermosa de su arboladura centenaria y frutal, puso fuera de conjunto la otrora casa de campo del Egregio Mitrado aguirrense, y autoritaria y fría se plantó entre el extremo posterior de sus principales viviendas y la cantarina y fertilizadora corriente del río de los valencianos, tan pródigo en motivos de inspiración para poetas y pintores. Después... desde el norte, desde el sur, desde el naciente con paso lento pero irrefrenable, vinieron las grisáceas calzadas de asfalto a morder sus callejuela polvorienta y roja, y tras ellas las casas de bloques de arcilla, cemento y platabanda, a mirar con desdén a las suyas de adobe, barro y tejas, y a introducirse poco a poco en sus huertas y corrales. Así perdió El Trigal la fisonomía de aledaño hacendoso, acogedor y pintoresco que por más de una centuria le distinguiera.

De igual amable vecindario periférico, producto por excelencia entre nosotros de rubia miel y criollas golosinas, apenas queda en pie la casa de la respetable y bondadosa familia Quiñones, mejor conocida en su tiempo con el nombre de "Casa de la Cruz" por exhibir en su corredor exterior, una imponente y bien proporcionada réplica del Sagrado Madero.

Hoy, sin los arrogantes cotoperices que la sombrearon sin sus tradicionales moradores, sin el símbolo de la redención prestigiándola y limitada por edificaciones de estructura y lineamientos en todo inacorde con los que de fijo ha tenido, la Casa de la Cruz, se nos antoja un rebelde jirón de aquella Valencia fervorosa, recoleta y nuestra, que se daba a celebrar con indeclinable entusiasmo las festividades de la Virgen del Socorro y las efemérides patrias; de aquella Valencia que se congregaba en la Plaza Bolívar para recibir el Año Nuevo y colmaba los templos en la Semana Mayor: de aquella Valencia a la que no había sido arrebatado el orgullo de poseer el Teatro más artístico de la República, ni la facultad de disponer libremente de su patrimonio.

Parte de la fuente tomada de la Revista In-Fórmate Nº 77 (agosto, 1979)

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