DOCTOR GOEBBELSTullido objeto de continuos sarcasmos en la posteridad,blanco de sátiras engalanadas de veneno,risible cojo demacrado, aceitunado, vampiresco,sobre su junco vencido se arroja el inverso de un pasmo:el diamante de su obra.Joya abyecta, pérfida piedra preciosa del mal,de sus labios un mesías apareció:magia sublime de una época, voz de la conciencia de un pueblo.Entre cables, pantallas y cajas de madera, labró el mito del siglo veinteofreciendo sus gestas y el tributo de sangre a pagar.Acechó las mentes, susurró las frases, clamó los himnos,retrató el endiosamiento, vistió de púrpura al rey desnudo,descubrió al demonio, lo persiguió y lo sacrificó.En sus diarios,él, el genio maligno, se lamenta de la mentira,aborrece el frío y suspira por la llegada de la primavera.Incluso rodea la existencia como si viviera en ella.Se derrite ante el
Führer
que nació de su arcilla yanhela el edén libre de súcubos, una patria
Judenrein
.En sus diarios,las líneas nos retornan la imagen que no desearíamosque, ni por un momento, reemplazara la caricaturaconsoladora, el garabato apurado del hacedor de dioses
En sus diarios,no se oculta, únicamente, el monstruohambriento de sangre, expectante tras las frasesdel hombre ordinario,ni tampoco el espíritu, sublime en su maldad,del intelectual de la matanza, del conceptualizador del crimen.En sus diarios,amenaza el vigor de una inteligencia humana,puesta al servicio,corriente, nada extraordinario,de un objetivo extraordinario:el asesinato de una representación
humana
del mundo.Es por ello que “el doctorcito”obliga a la repulsión,incita al insulto,exige el menosprecio:su reto y su ejemplopervierten cualquier imagen que sosiegue,aterran por su proximidad.Nuestro mundo está dominado por sus hijos adoptivos
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