El régimen se esmera en ayudarnos a echarle del poder; y como vemos ¡hace bien su tarea!
Un normal restaurante en una ciudad anormal: es más importante tener la garantía de que los ve- hículos estén seguros, que la seguridad de que los alimentos que allí se consumirán se encuentren en buen estado. El problema reside en que el régimen que Venezuela padece al presente no es capaz de proporcionar a la población ninguna garantía de alimentos en buen estado, sino que, ¡oh sorpresa!, ese régimen es, precisamente, la primera amenaza para un estacionamiento normal. Eso fue lo que acaba de vivir -o mejor, sufrir- en Caracas la clientela, dueños y empleados del restaurante "La Huerta" en la avenida Solano de Sabana Grande.
La Gaceta Oficial 39682 impuso a la Milicia Bolivariana "tomar" la legítima propiedad de los dueños del restaurante para adelantar la Misión Vivienda. La ironía de todo, como lo titulara la prensa del pasado sábado, es que para garantizar que algún día 40 familias tengan viviendas dignas, el régimen deja sin empleo y sin modo de vida a casi ¡60 familias! ¿Contradicción? No. ¡Estupidez!
Lo importante del caso del restaurante La Huerta es lo que muestra. Y es esto lo que hemos de agradecerle, porque la verdad es que nos costaba creer en la simple ineptitud e incompetencia como la explicación fundamental de lo que está pasando. Eso no niega, por supuesto, el papel que esmerados incompetentes juegan en la liquidación del país, pero nos arroja una poderosa luz sobre el proceso. Más importante aún, sobre cómo el régimen llega a cabo, con esmero, su sensacional harakiri.
Examinemos con atención el asunto. En un país que fue dejado a su suerte a partir de 1999: cero atención a ningún detalle, cero mantenimiento de nada, cero inversión en nada que tuviese que ver con la estructura y el funcionamiento del país, se desatan lluvias fuera de tiempo. Ojo, que lo único anormal parecería ser el "fuera de tiempo".
Eso hace que, sobre todo en Caracas, se derrumben cerros y con ello colapsen viviendas. Hay, entonces, familias que quedan en la intemperie justo en momentos de lo único a lo que Hugo Chávez presta atención: ¡tiempo de elecciones!
Como en Caracas, con toda seguridad tiene las elecciones perdidas, interpreta que el destino le ha brindado una oportunidad de oro. Y de paso, la posibilidad de llevar adelante el proyecto comunista que no ha cesado de entretener desde el mismo instante en que tuvo el poder en sus manos. Por eso, sin pensarlo dos veces: ¡manos a la obra!
Pero, ¡sorpresa!, resulta ser que, como el cemento y las cabillas fueron nacionalizadas (término al uso para significar "paralizadas") por él mismo, habrán, pues, terrenos tomados, sin ninguna construcción en camino. Se le enredó el serrucho, como diríamos.
Para mayor enredo, las lluvias son tan malvadas que no caen sólo en Caracas. No, también se antojaron de Los Andes. Por allá no parecen ser casas -o por lo menos no con notoriedad y abundancia- las que se derrumban, sino caminos. Por desgracia, quedarse aislados es como quedarse sin casas y eso obliga a ese mismo régimen centralista, a tener que gastarse unos buenos reales por allá. Está, pues, en el peor de los mundos: sin cemento, sin cabillas y sin real.
Tiene poder, tiene Habilitante, tiene petróleo bajo el suelo, pero no da pie con bola en nada de lo que emprende. ¿Qué es lo que le pasa? Bueno, que tiene el poder concentrado en una sola mano y manejado por una cabecita que no anda muy bien, y luego tiene cientos de "revolucionarios" para ejecutar las órdenes de ese único y omnímodo poder. Toda una receta para el enredo más sensacional que haya contemplado la historia republicana de Venezuela.
Encima entre esos miles de "revolucionarios" destacan dos clases singulares. Los que tienen un olfato sensacional para oler money, y una total incapacidad para mantener las manos quietas. Esas manos "le ponen la mano" a lo que brille, al mismo tiempo que complican y destruyen todo lo que tocan. Sobre todo, cuando entran en contacto con cabillas y cemento, con generadores y distribuidores de electricidad y con tubos de agua.
El otro grupo de revolucionarios, una minoría muy activa -y encapuchada, por lo que se ve- trabaja en la oscuridad: abalea Vírgenes y descabeza santos, ensañándose con los corderos que apacible pastorea la patrona de Lara: la mujer con mayor convocatoria nacional año tras año. ¡Toda una proeza revolucionaria!
El régimen se esmera en ayudarnos a echarle del poder; y como vemos ¡hace bien su tarea! Llegó el tiempo de la oposición oficial, ¿acometerá la suya con igual brío y mayor tino?
antave38@yahoo.com
Amparados en los procesos reales, sostenemos que no existe una revolución más productiva que la sociedad de oportunidades que ofrece Estados Unidos. Hace sesenta años era imposible ver sentado en el mismo autobús a hombres blancos con sus compatriotas negros; casi formaba parte de un sacrilegio un saludo cordial entre ciudadanos con diferente color de piel. Antes del 15 de abril de 1947 el talento negro no había podido tener acceso al beisbol de grandes ligas, hasta que Jackie Robinson lo hizo con los Dodgers de Brooklyn, en el desaparecido estadio Ebbets Field, de Nueva York, en un partido contra los Bravos de Boston. Este hecho singular en los anales del deporte, abrió las puertas para que muchísimos atletas de diversas partes del mundo llegaran a grandes ligas. El hecho contribuyó a cambios extraordinarios que se desarrollarían en décadas posteriores. Todos los grupos han logrado rebasar esas odiosas barreras y forjar todo un abanico de posibilidades que nacen con el consentimiento del libre juego democrático. Una verdadera revolución sin asesinar a nadie; sin destruir la libertad individual o los derechos de las minorías.
La historia reciente nos cuenta un episodio trepidante en la lucha por la emancipación. Hace algunos días el presidente norteamericano Barack Obama estuvo de gira por el continente europeo. Un hecho, escasamente destacado por los influyentes medios informativos, nos llamó poderosamente la atención. Fue el discurso del primer mandatario ante el Parlamento británico. Por primera vez las cámaras de Los Lores y Los Comunes se unían en el antiguo edificio del Westminster Hall, para escuchar a un presidente norteamericano. Se vistieron como príncipes medievales, se colocaron sus mejores joyas para delirar con el antiguo estudiante negro de un suburbio de Chicago. Solo personajes históricos como: El Papa Juan Pablo II, la Reina Isabel y el líder sudafricano Nelson Mandela, habían tenido el honor de dar un discurso con las cámaras en conjunto. Y pensar que quien los deleitaba con su oratoria monumental es un nieto de cocineros kenianos, descendientes de aquellos humildes labriegos de la tribu Lou, que salieron de Sudán por el Nilo blanco hasta llegar a Nyangoma; ellos sembraban los campos y servían a sus amos británicos en las solariegas mansiones, luego iban con su familia a dormir en sus chozas de palma. Ahora alguien que genéticamente viajó en el tiempo desde la palma de la choza, hasta el distinguido palacio inglés, les da lecciones a los descendientes de sus antiguos martirizadores. ¿Díganos, si el hecho no es verdaderamente revolucionario? Un hombre que rompiendo todas las barreras étnicas tuvo acceso al estudio hasta lograr ser un aventajado estudiante de Harvard, para posteriormente llegar a ser presidente de la nación más importante del globo terráqueo. ¿No es esto la demostración del éxito, del empeño personal acompañado de un sistema de libertades e igualdad de oportunidades que sí funciona, en donde millones de ciudadanos crecen sin ser condenados por pensar distinto o tener otro color de piel?
Con todos sus defectos la democracia norteamericana tiene atributos que no poseen los regímenes de la orbita del comunismo. Es cierto que en ellos existe la posibilidad de prosperar, pero perdiendo la libertad; convirtiéndose en un autómata que respalda de manera enfermiza a regímenes oprobiosos. Se suprime el pensamiento individual para que reine la jauría de los canes rabiosos.
Venezuela merece una mención aparte. Aquí padecemos una verdadera pesadilla que anda en doce años de permanente tortura. Han saqueado el país en nombre de una revolución de pillos y malandrines cargados de ansias de sustraerlo todo.
La democracia es la expresión de la libertad. No es el capricho de alguien que quiere pensar por todos, es la respuesta del pensamiento ante la tiranía. En ese juego de las ideologías creemos que la experiencia norteamericana, con todas sus imperfecciones, es muy superior a lo que puede ofrecer el totalitarismo.
alexandercambero@hotmail.com
twitter: @alecambero
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