Versionando al poeta Burgos con su permiso
Notitarde 11-03-2011 pág Ciudad 9
Voces…
En algunos instantes de soledad y silencio, uno escucha voces. Y entiende que la vida, a fin de cuentas es eso: las voces que ha escuchado desde cuando apenas era un sueño; la que lo amamantó junto con el pezón de la madre. Las voces de la casa que aprendía y trataba de repetir en el balbuceo de los días iniciales y que después crecieron junto con uno, inseparables. Así las de la brisa, la lluvia bendita que empapaba los sueños, los gritos y susurros de la calle, la noche, el día. La voz del propio silencio que crece con uno en la soledad.
Así las he escuchado, siempre. En las horas felices y en las menguadas. En el velorio inesperado, misterioso y definitivo de mis tías, las madres de las negras cabelleras, el dulce rostro blanco y los ojos de un negro profundo, como la poesía. En la risa juguetona de Olimpia y Lilia, las tías madres cuyas voces todavía escucho cortejándome el alma y sembrándome versos…
La voz de aquella maestra dulce, como la primavera. El bullicio del grupo de niños que coreábamos las letras, las sílabas, el tropel de palabras que saboreábamos hambrientos en el aula. Primero en la escuela, después en el liceo, con los primeros versos. Y luego, abriendo sueños por las calles de la ciudad extraña, en busca de destino…
Voces, voces, voces…
Las de mis hijos Claudia, Gabriela, Carlos y Francesca; las de Lucimar y Oswaldo que también llenaron nuestra casa de música y de olor a familia cristiana. Y las deAlejandro, José Roberto, Carlos Alberto yBárbara Sofia, que laten al ritmo de mis propias palpitaciones…
Las de mis amigos, buenas para resistir los golpes de las horas menguadas y para saber que uno existe y vive cada vez que alguien lo recuerda, lo nombra y lo comprende a pesar de cualquier imperfección. Porque los amigos, cuando uno es huérfano, son los propios hermanos.
Y, más allá de todas esas voces, la de Mario, que escuché por primera vez cuando vivía horas terribles y ya jamás pude, ni puedo, ni podré silenciar, porque es mi propia voz. La voz familiar de mi propia existencia sencilla, simple, elemental, efímera.
Así, como la voz del propio sueño.
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