Luis Betancourt Oteyza La muerte de Chávez
La muerte de Chávez
Desde que apareció en escena el para muchos de nosotros desconocido
Dr. Navarrete teníamos la sospecha de la gravedad de la enfermedad de
Chávez y su inminente desaparición física de este mundo; ahora el
sorpresivo y razonado diagnóstico del fugitivo nos confirmó nuestras
sospechas. Nadie oculta una buena noticia. Lo lógico era que ante una
grave dolencia, como es el cáncer, en la persona del inquilino de
Miraflores, se produjera un parte médico de sus tratantes y no las
mentiras y evasiones del paciente, siempre llamado al engaño y la
patraña. Esa ha sido su conducta en todo lo relacionado con su vida,
pública y privada, con el agravante, como todo mitómano, de que se ha
creído buena parte de su fábula. Su último regreso de Cuba, su
verdadera patria, se vio adornado de nuevas mentiras sobre una
milagrosa curación, desmentida por su semblante ante el alcahuete
Moronta, y ya sus dolencias no las encubre ni el interés de los
cubanos para seguir ordeñándolo sin pausa ni descanso. En la Cuba de
los Castro cunde el pánico y la urgencia por acopiar toda clase de
restos del naufragio, como clamó su otro chulo ecuatoriano, Rafael
Correa. Mientras, en el chavismo se perfilan dos tendencias muy
marcadas y lógicas. Los que se afanan en raspar la olla y quedar lo
mejor surtidos para lo que les viene, y los que se desvelan maquinando
cómo podrán conservar el poder, con la excusa de proseguir la gesta
comunista, para salvar el pellejo de una justicia inexorable en suelo
patrio o en La Haya. El ejemplo de Gadafi no los entusiasma y ahora
piensan que la revolución armada no vale la pena y que la paz se puede
ofrecer como salida en pago de sus pecados. Saben que están
equivocados y que los pueblos aguantan pero cobran, al final cobran,
sobre todo cuando se desvelan las realidades ocultas y aparecen las
verdades. Nada pudo salvar a Gadafi y nada salvará al chavismo, como
nada salvó al nazismo, al fascismo y al comunismo del juicio de la
Historia. Cuando sale el sol todos vuelven a ver. Este panorama en lo
que llaman “el oficialismo” produce un vacío explicable: cada quien
anda por su lado, cuidando su botín, y nadie se ocupa del gobierno.
Eso explica el abandono sostenido de todas los intereses públicos:
escuelas y universidades, hospitales, puentes y carreteras, PDVSA,
fronteras, la reclamación histórica sobre el Esequibo, las policías y
la seguridad ciudadana, las cárceles, las industrias de Guayana, los
puertos y aeropuertos, el parque aeronáutico, las comunicaciones y la
energía eléctrica, los tribunales, los contratos colectivos del sector
oficial, la deuda y la inflación, el campo y las ciudades, los
alimentos y acueductos; en fin, todo lo que se supone es de interés
del Estado, más lo que abusivamente han absorbido en su empeño por
liquidar a la empresa privada como factor de poder social. Todo ha
quedado a la deriva ante la inminencia del fin, y ese fin es
inevitable.
Si bien el vacío del chavismo es compresible no lo es el de la llamada
oposición. Ante la inminencia del fin del régimen chavista los
dirigentes opositores se comportan como si no estuviera pasando nada,
siguen como los músicos del Titanic empeñados en su vals de primarias
y no hacen una llamada a un alto y a la reflexión. No advierten la
urgencia de diseñar un régimen de transición a la emergencia que se
asoma y es indetenible ¿Estarán confiando en que el chavismo
organizará un relevo adecuado y que seguiremos nadando en las aguas de
la “normalidad”? No sé y no tengo respuesta, pero me temo que, muy a
la venezolana, “iremos viendo según vayamos andando”, “en el camino se
enderezan las cargas”, como dicen.
Creo que, desgraciadamente para todos nosotros, los ciudadanos de a
pié, como nos llaman, a uno y otro bando los madrugarán los hechos y
cualquier día de estos amaneceremos con una “Junta de Gobierno” que
tratará de poner orden en una sociedad confusa, de salvar vidas y
propiedades, mientras de ambos frentes surgirán los críticos en nombre
de una democracia desaparecida hace ya mucho tiempo de nuestras vidas
¡Qué Dios se apiade de nosotros y de Venezuela!
Caracas, 25 de octubre de 2011
Luis Betancourt Oteyza
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