"Quitando el arma a
alguien no le quitas la intolerancia"
Iglesias señalan que solo con educación puede
combatirse la violencia desbordada
Corría el año 93 y los altos índices de secuestro en Ciudad Guayana, aunados a la presencia de grupos de exterminio, llevaron al sacerdote José Gregorio Salazar a planificar una experiencia de desarme junto a un grupo de amigos policías, abogados y periodistas.
"Lo van a matar, no es conveniente lo que está haciendo", le decían al hoy subsecretario de la Conferencia Episcopal Venezolana, que para ese momento trabajaba en el INAM.
Las advertencias eran constantes y, al miedo, se unió la sensación de que el esfuerzo era en vano. "Veíamos que algunas de las armas entregadas retornaban a la calle. Durante el tiempo que duró el programa, unos tres años, recuperé unas 15 armas y logré que algunos delincuentes se entregaran".
Esta experiencia, que Salazar relató en la reciente reunión que sostuvieron más de 20 líderes religiosos con representantes de la Comisión Presidencial para el Desarme, dio luces sobre lo inconveniente de convertir a las iglesias católicas, los templos evangélicos o a las sinagogas en centros receptores de armas.
"Fue apenas un planteamiento que surgió en el encuentro, también se dijo que Miraflores recibiría armas. Pero no hacemos nada con recuperarlas si no se garantiza que sean destruidas. Urge un plan integral, analizar lo que ocurre en los cuerpos policiales", dice Salazar. Razona que la Iglesia desde hace 50 años viene trabajando en la prevención de la violencia con programas educativos concretos, pero no le corresponde atacar el problema de manera directa. "La violencia no tiene que ver apenas con las armas sino con principios y valores, con moderar el lenguaje comenzando por el Presidente".
Nadie sabe cuántas armas ilegales hay en el país. Este descontrol ya dificulta tomar acciones. Según cifras de Amnistía Internacional, basadas en un informe de la comisión de Defensa y Seguridad de la AN (2009), hay unas 12 millones de armas ilegales y sólo 25.940 portes de armas legales.
Para el primer semestre de este año y según expedientes del Cicpc, de los 8.839 homicidios ocurridos, 95% se cometieron con armas de fuego. Lo alarmante de las cifras explica porque la inseguridad personal es la mayor preocupación de la población de acuerdo a todos los sondeos de opinión.
Desarmar la intolerancia
Para Wilfredo González, director de la Revista SIC, el desarme es un tema de escala mayor que supone la intervención consistente de un organismo del Estado, una política firme que supera medidas inmediatas como la de poner a las iglesias a recoger armas.
"Las organizaciones religiosas que estuvieron en la reunión desde hace tiempo están luchando por ofrecer espacios educativos alternativos a la violencia", dijo el sacerdote jesuita para quien hay que partir del origen del problema: cortar la circulación de las armas y controlar a quienes las producen.
Pablo Urquiaga, párroco de la Iglesia la Resurrección del Señor en Caricuao (presente en la reunión), piensa que no es sólo cuestión de reducir el número de armas sino de construir una cultura de paz. "Quitándole el arma a alguien no le quitas la rabia, el odio y la intolerancia. En ese encuentro sorprendente, que logró sentar en una mesa a católicos, evangélicos, budistas, santeros, judíos, musulmanes, hare krishna, todos coincidimos en que el desarme es bueno pero hay que ir más allá. Atacando la violencia con educación y mejorando las condiciones de vida de la gente". Los budistas, por ejemplo, plantearon su contribución al fomento de una cultura de paz con las charlas que ofrecen hace años a las parejas sobre cómo educar a un joven sin acciones violentas.
El Universal quizo conocer la opinión del secretario técnico de la Comisión para el Desarme, Pablo Fernández, sobre el rol de las iglesias pero no fue posible pues el funcionario alegó tener una agenda muy complicada el día en que fue contactado. Para Alejandro Moreno, sacerdote salesiano y estudioso del fenómeno de la delincuencia, la Iglesia es casi la única institución que viene haciendo algo sistemático por reducir los niveles de violencia, desde la prevención. "Pero uno no puede ir a quitarle las armas a la gente, eso es cargar a la Iglesia con una responsabilidad que no le corresponde y una misión que tampoco está en condiciones de hacer bien. Puede ser una trampa que se vuelva en contra de los religiosos. En Cagua mataron a una monja que reclamó de manera fuerte la cuestión de la droga".
Hay experiencias aisladas positivas como las del pastor evangélico Miguel Ángel Reyes, en San Agustín, quien logró que tres integrantes de una banda le entregaran sus armas y se convirtieran. Una labor que requirió mucha prudencia y que él mismo calificó como un trabajo arduo porque siempre hay muchas amenazas y presiones en el camino. Los líderes religiosos coinciden en que el canje de armas solo tendrá éxito si éstas se destruyen inmediatamente y si se ofrecen beneficios sociales a cambio del canje.
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