Botero, 80 años de arte
Juan E. Agudelo Restrepo
Fernando Botero es protagonista, este año, de exposiciones en todo el mundo, en países como Austria, Chile, Italia, México, donde se exhibe la más grande retrospectiva de su obra, y Colombia, con el “Viacrucis”.
En la celebración de sus 80 años, Fernando Botero, el artista que llegó a la cima del mundo artístico, como ningún otro latinoamericano, habló de su vida y de su obra.
-¿Cuando usted se fue de Medellín se imaginó que tendría el éxito que tiene hoy?
“No... si yo era el bobo del pueblo, porque querer ser artista en Medellín era ser el bobo del pueblo, pero a mí me gustaba mucho pintar.
Yo terminé el bachillerato y dije: ‘No estudio más, yo quiero ser pintor’, y mi mamá me dijo: ‘Bueno, se va a morir de hambre, pero si quiere ser pintor, sea pintor’. Aunque yo ya llevaba varios años pintando. Yo había participado en el año 47 en el Salón de Tejicóndor, pero con un cuadro horrendo.
- Pero, además de querer ser artista, que en Medellín ya era una cosa mal vista, ¿cómo fue querer ser artista figurativo en el siglo XX?
-No sé, nunca se me pasó por la cabeza ser abstracto. Además, pienso que el arte abstracto es muy bonito, muy decorativo, pero le falta algo. La pintura figurativa tiene el color, tiene la composición, tiene el dibujo, y además dice algo. El arte siempre es un equilibrio entre los valores expresivos y los valores decorativos, ese equilibrio es muy importante.
Los cuadros del arte abstracto son lindísimos, pero les falta algo, en el sentido de que el gran arte dice algo más allá de eso”.
Cuando yo llegué a Italia a estudiar frescos, el profesor nos dijo: ‘Se mezcla la cal con la arena y lo ponen ahí y pintan’, y no volví a verlo. Por eso yo me considero autodidacta, en Europa iba a la escuela porque allá había calefacción, pero no enseñaba nadie. Yo aprendí a pintar pintando, mirando museos y leyendo”.
-¿Cuáles eran los pintores que más le gustaban en esa época?
-Los pintores del 1400 italiano, esos eran mis favoritos, y siguen siéndolo: Piero Della Francesca, Mantegna, Masaccio, Paulo Uccello, todos esos.
Además, porque todos tienen un aire muy contemporáneo por el colorido tan extraordinario, como los cabellos azules que pintó Paulo Uccello, por ejemplo. Él se dejaba ir e iba poniendo los colores, y ahí no se podía poner ni rosado ni amarillo, ¡era azul lo que tocaba ponerle!, es que hay que poner el color que pide la pintura, no se puede poner uno con remilgos (risas)”.
-¿Cuáles fueron los momentos de su vida que marcaron su obra?
-Desde el punto de vista de mi carrera, cuando fui descubierto por los alemanes, que me invitaron a hacer varias exposiciones en museos europeos, y eso fue un antes y un después en mi carrera.
Para mi mundo del arte, fue con la famosa mandolina, que cuando le hice el huequito chiquito tomó esas proporciones, y me di cuenta que para lograr una explosión de monumentalidad y de fuerza y de plasticidad, tenía que hacer los detalles pequeños y la forma exterior generosa. Ese contraste entre la pequeñez del detalle y la amplitud del dibujo creaba una superdimensión que no había visto en la pintura. Yo antes hacía el volumen de una forma tradicional, y esa mandolina fue una revolución”.
-¿Cómo fue pasar de ser un artista desconocido en ciudades como Nueva York o Florencia a vender tanto y lograr tanta fama?
-Yo llegué con 200 dólares en el bolsillo a Nueva York, más pobre que... Yo no sé cómo hice para sobrevivir. Llegué a tener tres dólares en el bolsillo. Vendía los dibujos a diez dólares cada uno.
Yo no tenía galería que me representara, porque como yo era figurativo, en esa época solo querían arte abstracto, entonces no me determinaban. Y yo decía que era pintor figurativo y me miraban como si fuera leproso. Terrible, un desprecio infinito.
Después de que hice esas exposiciones en Alemania, que tuvieron mucho éxito y se habló mucho de eso, los más grandes galeristas en París, en Londres, en Nueva York, en Suiza, que ni sabían que yo existía, empezaron a llamar por teléfono diciendo que querían trabajar conmigo, y empecé a ganar mucho más, y los coleccionistas querían tener no uno, sino dos o tres cuadros míos, y los precios se dispararon”.
--¿Cuáles son los temas sobre los que siempre ha preferido pintar?
-Lo que pasa es que en el arte hay unos temas que han tocado todos los pintores, entonces es el desnudo femenino, la naturaleza muerta, paisajes, grupos de personajes, los temas bíblicos y los temas mitológicos. Estos temas son constantes, los pintores siempre se enfrentan a ellos. Y eso es importante porque el arte siempre será decir lo mismo pero de una forma distinta, así es como se prueba la personalidad y la originalidad.
Y eso se nota sobre todo en la escultura, porque ahí los temas siempre son los mismos: la figura humana o la figura animal.
Yo tengo algo que he llamado la prueba de la naranja: la naranja es la forma más simple de la naturaleza, que es redonda, y todos los grandes pintores han logrado hacer esa misma naranja en una forma distinta. El que logre hacer que uno diga: ‘Esta naranja la hizo Velázquez, o la hizo Giotto’, es un gran artista”.
-Su obra se basa en el uso exagerado del volumen, pero ¿qué piensa cuando una persona le dice que usted pinta gordos?
“Yo le explico a todo el mundo que yo pintó todo volumétrico, y que no he pintado una gorda en mi vida. Aunque sí he pintado una mujer gorda, fue en la serie del “Circo”, en una escena en que está la mujer gorda, porque en los circos siempre hay una mujer gorda, y la hice para que se vea la diferencia entre una gorda de verdad y las gordas que piensan que yo hago, que no son gordas sino volumétricas. Esa es la única gorda que yo he pintado en mi vida”. (elmundo.com) 19-4-12
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