Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

domingo, 15 de abril de 2012

¿Legitimación de un Estado forajido o retorno a la democracia? La cuestión fue y seguirá siendo de una claridad meridiana: desde el 11 de abril de 2002 vivimos un estado de excepción

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Notitarde  14-04-12 | 

En torno al 11 de abril

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La teoría del estado de excepción, desarrollada por Carl Schmitt, nos provee del 
más certero aparato conceptual para comprender la situación de excepcionalidad y 
sin duda la crisis más prominente vivida en estos últimos trece años: la colosal 
rebelión popular del 11 de abril de 2002. Una sociedad pasa a un estado 
de excepción cuando su legitimidad, sus instituciones y su juridicidad se ven 
suspendidas sine dia por causa de hechos extraordinarios. Ese momento en 
que una sociedad queda a la deriva ante la ausencia de legitimidad y la quiebra 
de los fundamentos éticos y jurídicos del Poder. Exactamente lo que 
sucediera el 11 de abril, cuando debido a las circunstancias de Puente Llaguno, 
el alto mando pidiera la renuncia del Presidente de la República – "la cual aceptó" - 
y pusiera sus cargos a la orden de las nuevas autoridades. En ausencia de la 
posibilidad real de obedecer lo pautado en la Constitución por la desaparición 
de tales autoridades y su carencia de legitimidad, el Poder debía ser asumido 
por quienes podían imponerse mediante un ejercicio inédito en la historia de la 
República democrática: el de la imposición y establecimiento de una nueva 
soberanía. Exactamente como sucediera el 18 de octubre de 1945 y el 23 
de enero de 1958.
Era, en efecto, el momento preciso para que dicho estado de excepción 
fuera resuelto. Quien tuviera la capacidad de resolverlo, esto es: IMPUSIERA 
un nuevo poder: ése sería el soberano. Como lo dice la primera frase del 
escrito más importante de Carl Schmitt: "es soberano quien resuelve el estado 
de excepción". Su legitimidad es un acto legítimo en sí mismo, no derivado. 
Es fundante, no consecuente. La aparente contradicción entre esa 
nueva vida que busca expresarse y el marco institucional suspendido sine 
dia por la excepcionalidad de las circunstancias se resuelve por vía de 
la acción misma: la decisión soberana. Una situación intrínsecamente 
contradictoria, pero inevitable: la legalidad de una ilegalidad, la emergencia 
de una nueva realidad que nace de entre las ruinas de la que desaparece. 
El futuro que se introduce en el presente, incluso siguiendo el acierto 
hegeliano: la violencia como partera de la historia. Una violencia especular, 
metafórica, absolutamente inerme, pero de una gigantesca capacidad disuasiva: 
la mera exhibición de una fuerza popular como no se la viera nunca antes 
en la historia de Venezuela. Contra la que un régimen deslegitimado 
actuaría derrochando el máximo atributo del poder establecido: decidir del 
derecho de vida o muerte de sus ciudadanos. En el caso: ordenando que 
francotiradores al servicio del régimen asesinaran a mansalva una veintena 
de ciudadanos, honrados luego de superada la crisis de excepción como 
héroes mientras los auténticos héroes eran condenados a treinta años de cárcel.
Es a través de la acción de tal soberano, fiel expresión de esa fuerza 
fundante de derecho, que se hubiera debido crear un nuevo orden e introducir 
en el corpus jurídico, la nueva juridicidad, y en la sociedad misma, un nuevo 
protagonismo histórico. El hecho político, histórico y jurídico cierto es que el 
11 de abril se vivió un estado de excepción, se suspendió por fuerza de los 
hechos la vigencia de la Constitución, el Poder cayó en la acefalía y solo la
 imprudencia, la pusilanimidad y la incapacidad existencial de los protagonistas 
para asumir y llevar hasta sus últimas consecuencias la decisión de fundar una 
nueva soberanía mediante la fuerza de los hechos impuso la necesidad de 
traicionar la voluntad popular regresando al status quo ante bellum. 
En la circunstancia, se confirmó de manera paradigmática la falencia congénita 
de sociedades liberales en crisis – la confusión e ineptitud de una 
dirigencia política que hizo honor de aquel comportamiento propio de 
"una clase discutidora" denunciado por Donoso Cortés: postergar sine dia la 
decisión crucial y dejarla en manos del sector más radical del Ejército, 
fiel a Hugo Chávez.
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El 11 de abril reproduce así, en la impotencia del tirano, que renuncia, y 
en la incapacidad de decidir por parte de quienes se la exigen, la clásica 
situación retratada por Walter Benjamin en su gran obra, Origen del Drama 
Barroco Alemán: "Se trata de la incapacidad para decidir que aqueja al tirano. 
El príncipe, que tiene la responsabilidad de tomar una decisión durante el 
estado de excepción, en la primera ocasión que se le presenta se revela 
prácticamente incapaz de hacerlo". Una situación en extremo paradójica, 
pues el máximo despliegue de poder exhibido por las masas populares 
que ponen un millón de combatientes frente a Miraflores, coincide con 
su máxima impotencia decisoria: un gobierno de utilería. La historia ha 
descorrido el telón para que entre en escena el nuevo protagonista e inaugure 
un nuevo ciclo histórico. La absoluta orfandad de un liderazgo a la altura de 
las circunstancia permite la transmutación de un parto de soberanía en 
sacrificio ritual de un feto muerto. Venezuela arrastra hasta hoy esa primera 
gran frustración histórica. El resultado ha sido la parálisis y la degradación 
de la capacidad política de su dirigencia. Cuya auténtica capacidad de decisión 
ante graves circunstancias eventualmente por venir pondrá a prueba una vez 
más el viejo dilema: ¿enfrentar y vencer al tirano o caer víctima de la
 pusilanimidad y la impotencia?
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Vivimos desde entonces las circunstancias derivadas de la ausencia de un 
factor capaz de resolver el estado de excepción sufrido durante los sucesos 
del 11 de abril. Vacío de Poder, le llamaron los constitucionalistas. 
Ante la falta absoluta de quien asumiera la responsabilidad histórica, militar, 
política, existencial de la crisis resolviendo el impasse, y el horror al vacío y 
la desintegración puestos de manifiesto por la incompetencia de quienes usurparan 
el papel de un auténtico soberano, la historia dio un paso atrás y la 
sociedad retrocedió al statu quo ante bellum, reponiendo en el cargo 
a quien había perdido manifiestamente toda legitimidad. El 11 dejó Miraflores 
un Presidente que, por ese mismo acto, perdía su legitimidad. El 13 regresó 
una figura sin legitimidad alguna, un fantoche. Que auxiliado por Fidel Castro y 
con la venia de la nueva y la vieja izquierda latinoamericana se convertiría en 
el dictador de nuevo cuño que busca su entronización vitalicia. Es la situación 
que vivimos desde entonces.
El estado de excepción se ha convertido en norma y la legitimidad 
ha asumido carácter estrictamente simbólico, metafórico, ilusorio. Venezuela 
se ha partido en dos: la que detenta el Poder al margen de la Constitución 
y legisla para establecer una imaginaria dictadura revolucionaria, y la 
absolutamente mayoritaria que le da la espalda y espera el momento propicio 
para derribarlo. La parte mayoritaria, de creer en todas las encuestas, y sin 
duda la de mayor jerarquía específica de nuestra sociedad, no le reconoce 
legitimidad alguna. Espera por una nueva ocasión de excepcionalidad extrema, 
posiblemente provocada por la negativa del régimen a reconocer su derrota electoral, 
para resolver la crisis de raíz, abriendo la historia hacia un nuevo tiempo. 
Mientras quien usurpa el cargo espera resolver su transitoriedad 
convenciendo a la sociedad civil de respaldarlo electoralmente, mediante la 
expresión consensuada de las mayorías y dotando así de relegitimación 
a un régimen intrínsecamente ilegítimo, "revolucionario", espurio. Asunto altamente 
problemático, dado el estado de virtual rebelión civil – incluso de naturaleza 
electoral - que caracteriza a la voluntad ciudadana contra esa "revolución", 
por una parte; y la decisión inquebrantable de quien ejerce el Poder de no permitir 
un traspaso de poderes que revierta en 180 grados su voluntad transgresora, f
alsamente trascendente, "revolucionaria".
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Ése es el auténtico significado de todas las mediciones electorales que 
tuvimos y tengan lugar en el futuro: una lucha tenaz de vida o muerte por 
la defensa o la destrucción del sistema de libertades y el estado de derecho. 
Puesto seriamente en duda por la clarinada de excepcionalidad del 4 de 
diciembre de 2005, cuando nueve de cada diez venezolanos desconocieran 
el acto de legitimación electoral y se negaran a convalidarlo con su presencia 
en las urnas. Un hecho objetivo de inmensa trascendencia que perdió toda 
significación política al no encontrar, otra vez más, un liderazgo capaz 
de asumirlo y continuarlo hasta sus últimas consecuencias. No se tratará, 
pues, de elecciones corrientes inmanentes a la normalidad institucional, 
como en los casos de todas las elecciones presidenciales, parlamentarias 
o edilicias que están ocurriendo en América Latina. Se trata del intento por 
obtener legitimidad de parte de quien no la posee o resolver la grave crisis 
existencial que vive la República recuperando una auténtica legitimidad, 
por ahora nacida de las urnas, por quienes poseyéndola, no tienen la capacidad 
de ejercerla. Mientras el régimen insiste en dichos eventos bajo su 
regimentación a la búsqueda de legitimación, la oposición debiera participar 
plenamente consciente del estado de excepción que vivimos. 
Y de que en juego no están unos cargos, ni siquiera una asamblea o 
la presidencia, sino la República misma. Sea imponiéndose electoralmente – 
hecho inmensamente dificultoso sin el cumplimiento por parte del régimen de las 
condiciones electorales exigidas por la oposición – sea volviendo a aflorar en 
toda su crudeza el estado de excepción latente en que vivimos.
Pues en rigor ésa es la disyuntiva: ¿dictadura o democracia? 
¿Legitimación de un Estado forajido o retorno a la democracia? La cuestión fue 
y seguirá siendo de una claridad meridiana: desde el 11 de abril de 2002 
vivimos un estado de excepción. Aún no se resuelve el enfrentamiento existencial 
que arrastramos desde entonces. ¿Se resolverá mediante una transición pacífica 
y electoral a partir de un cambio en la correlación de fuerzas? ¿Contribuirán las 
elecciones del 7 de octubre a descorrer el velo e inaugurar una fase superior del 
enfrentamiento? ¿Permitirá el Gobierno que se lleven a cabo si vislumbra su 
derrota? ¿La aceptará de buen grado si la victoria popular es irrebatible? 
¿Permitirá el pueblo que se le escamotee su voluntad democrática? 
¿O decidirá asumir su rol supremo, el del soberano, expulsando del poder 
al usurpador mediante los medios extra parlamentarios que la Constitución le 
faculta, incluso si ella, la Constitución, se encuentre suspendida de facto?
Ése es el problema.
E-mail: sanchezgarciacaracas@gmail.com
Twitter: @sangarccs

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