Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

viernes, 8 de marzo de 2013

Ha muerto el presidente y es posible que éste sea el silencio más raro que hayamos tenido que vestir en años. Nosotros, sordos que no sabemos sino esperar y hacer ruido.


Llegar temprano al duelo y tarde a la paciencia, por Willy McKey

Por Willy McKey | 6 de Marzo, 2013
venezuela
La palabra desenlace puede ser de las más crueles.
Ha muerto el presidente y es posible que éste sea el silencio más raro que hayamos tenido que vestir en años. Nosotros, sordos que no sabemos sino esperar y hacer ruido.
Amanece. Medio país ha intentado sobrevivirse a sí mismo en una vigilia de plazas. La otra mitad ha conseguido un abismo en el lugar donde hasta ayer arrojaba todas las culpas. Es revisarse y no saber cuánto se nos murió en la espera seca y narrada de un padecimiento que nunca vimos. Nosotros, ciegos que no sabemos sino seguir al líder y quebrar el silencio.
Es difícil sumarse a un silencio, pero eso es esto: aprender a engordar esta pausa nueva, espesa. La bulla Caribe sólo consigue en el silencio la manera de imponerse el rictus de los duelos. Nosotros, mudos que no sabemos sino tragar tiempo y romperlo todo.
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¿Quién sabe qué debe hacer la primera mañana en la que se pertenece? ¿Quién hará el inventario para saber cuánto se rompió y cuánto persiste? ¿Qué cosas nos siguen leudando adentro? ¿Debajo de qué está este silencio viejo, polvoriento? ¿Dónde se ponen ahora todas las rabias? ¿Qué es lo que pesa? ¿Quién va a tejerse una bandera con sus muertos?
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Hace semanas una parte de mi país decidió quitarse el rostro, ser masa. Como si percibieran la ausencia que se venía, sus seguidores renunciaron por elección al nombre propio y se convirtieron en una partícula mínima, brevísima, súbdita de una identidad que ellos sentían era capaz de abarcarlos a cada uno. Renunciaron a su identidad para ser Él, moléculas de uno.
No sólo a ellos les fue confiscado el rostro. A todos nos quitaron algo.
Desde hace años decidimos pasar a ser números y dejar de ser biografías que se acompañan unas a otras. La pasión por las cifras nos volvió una suma imposible de porcentajes que ni siquiera saben vestir medio luto.
Hemos sido la cantidad de homicidios en un año y la cantidad de viviendas repartidas. Hemos sido la cifra de desempleo informal o el índice de felicidad más alto del continente. Hemos sido una devaluación y una abstención. Hemos sido una deuda y un presupuesto. Hemos sido cuarenta años y catorce y cincuenta y cuatro y dos mil veintiuno.
Hoy somos una fecha, pero yo quiero volver a ser mi nombre.
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¿Quién sumará sus errores antes de sumar los del otro? ¿Cómo se hornea el pan, se reparte el periódico, se enciende la máquina de café en este clima roto? ¿Hasta dónde irá nuestra complicidad con la Historia en sacrificio de la cotidianidad? ¿Cuánto sumarán los minutos que llevamos malgastándonos en lo urgente? ¿Cuándo será mañana? ¿Quién quiere que lo salven?
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Tenemos un novísimo evangelio, uno en que una pregunta hecha mil veces, anotada y llevada a gráficos de dos colores puede traducirnos fielmente. No es falta de fe. Me lo pregunto yo, al menos, y me parece lícito. Porque uno sabe lo que quiere, pero eso no siempre coincide con la mejor de las opciones. Dejamos de escuchar a los que planifican para pasar a creer en quienes nos contabilizan. La estadística abandonando su condición de proveedora de síntomas para, mágicamente, convertirse en retratos de la realidad, en argumento de los pesimistas, en frustración de transformaciones. Una lógica absurda que ordena a sus feligreses que no se debe hacer lo que se debe hacer sino lo que la gente quiere. No son pocos los que confunden la justicia con el apetito. Porque queremos mucho, queremos todo. Menos escuchar.
Hemos llegado al desolador paisaje que dibuja una vez más esa verdad finisecular que parece estar instalada en esta tierra y nos interrumpe la alegría cada cincuenta años: parece que de lo único que debemos salvarnos los venezolanos es de nosotros mismos.
La hipnosis de los desfiles, el toque de diana en la madrugada y la puntería funcionan porque hay muy poca oportunidad de decidir. Escuchar al otro parece un simulacro, igual que el espejismo que tantos han logrado obedecer buscando algo de calma. Porque obedecer resulta, funciona, incluso en la tristeza. Sustituir una cantaleta por otra no puede cobrarse como una asesoría, sino penarse como una torpeza. Lo único que puede superar la cohesión de una disciplina ciega es el acierto de una coherencia visible. No iluminada: visible.
Para seguir adelante es necesario saber dónde estamos, no quién tiene la culpa. La culpa también es una repartija y a todos nos estalló un pedacito de país en las manos.
Escuchar al otro no es contabilizarlo y saber que si somos más estamos bien. Lo difícil es dar con esa región en la que escuchar al otro puede parecerse a lo que quiere decirse uno a sí mismo. Lo difícil es entender que el futuro es lo único indetenible y que los venezolanos nos hemos equivocado muchas veces yendo al futuro. Lo difícil es nos distraerse con esa fascinación por el pasado, esa borrachera de la Historia, ese ejército de locos que alguien puso en los billetes.
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¿Por qué parece más fácil mantenerse despierto cuando se está borracho o cuando se está rezando? ¿Qué hacer cuando en mitad de un duelo se juntan estas dos formas de vigilia? ¿Cuánto se tarda en despertar medio país? ¿Qué debe hacer la mitad que se cree insomne? ¿Las buenas noticias necesitan ser publicitadas para ser verdaderas? ¿Ganar tiene más mérito que tener la razón?
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La palabra desenlace es de las más crueles. Pero es.
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¿Quién dijo que la mayor suma de felicidad posible es una cifra alta?  ¿No es apenas eso? ¿La mayor suma posible no es sólo tanto como se pueda?
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Somos un país que llega temprano al duelo y tarde a la paciencia.
  
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Willy McKey  es poeta y co-editor de la Revista de Poesía - El Salmón. Puedes leer más textos de Willy en Prodavinci aquí y seguirlo en twitter en @willymckey

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