Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

viernes, 8 de marzo de 2013

Más que dejarnos impresionar por especulaciones, convirtámonos todos al Evangelio, al estilo de vida de Jesús, y renovemos todos, jerarquía y fieles, nuestra vida cristiana y eclesial. La Iglesia no depende sólo de una persona, ni siquiera del Papa, de los obispos o sacerdotes; es obra de Dios y obra nuestra. Nosotros pasamos; Dios no pasa. Hagamos lo que nos corresponde y el Espíritu Santo hará su trabajo, para que nuestra Iglesia siempre se renueve.


El Cónclave: un momento espiritual
Alocución televisiva del arzobispo Héctor Aguer de La Plata, Argentina
Por Héctor Rubén Aguer
LA PLATA, 03 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Ofrecemos el texto de la alocución en el programa televisivo “Claves para un Mundo Mejor” del arzobispo de La Plata, Argentina, monseñor Héctor Aguer, sobre "El Cónclave: un momento espiritual".
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Hace muchos años ya, leí la “Historia de los Papas”, de Ludwig von Pastor, una obra monumental que en la edición española llega a 39 tomos, y me llamó la atención, sobre todo en el estudio que allí se hace de la época del Renacimiento y en los siglos XVI y XVII, cómo en los Cónclaves para elección del Sumo Pontífice se ejercían presiones e influencias tremendas, especialmente por parte de las potencias de entonces.
Los embajadores de los Príncipes, como se los llamaba, trataban de introducirse mediante mensajes y mensajeros en las deliberaciones, con riesgo de violar el secreto en el Cónclave para satisfacer los propósitos también de sus mandantes. Era, sobretodo, tradicional la disputa entre el emperador y el rey de Francia competían en influir en la elección del Papa porque uno y otro pensaban que un Papa favorable a su respectiva política europea podría satisfacer sus ambiciones de hegemonía.
Ese problema se ha presentado muchas veces en la historia de la Iglesia y de una manera, muy distinta, pero también efectiva, se hace notar hoy.
Hace poco, el 23 de febrero pasado, la Secretaría de Estado de la Santa Sede publicó un comunicado que se refiere precisamente a la libertad de los Cardenales que, en el Cónclave, tendrán que elegir al sucesor del Benedicto XVI.
En el texto se decía “si en el pasado eran las denominadas potencias, es decir los estados, los que intentaban hacer valer sus condicionamientos en la elección del Papa ahora se intenta poner en juego el peso de la opinión pública, a menudo sobre la base de evaluaciones que no reflejan el aspecto típicamente espiritual del momento que la Iglesia está experimentando.
El peso de la opinión pública. Ustedes lo habrán notado tanto en los comentarios de los expertos en cuestiones religiosas, de los datos que trasmiten los corresponsales a sus agencias o a sus periódicos.
También se nota el mismo afán en las expresiones que circulan en las redes sociales, en las cuales se difunde una especie de charlatanería enfermiza. Se trata de una democratización de la cátedra, podríamos decir con Discépolo: “lo mismo un burro que un gran profesor”. Todo el mundo se expresa y muchas veces lo hace opinando sobre personas o situaciones con una ligereza, con una irresponsabilidad sorprendente. Parece que quisieran influir de algún modo en la elección del Papa. Y al próximo ya se le escribe la agenda. La opinión pública que se crea ejerce cierto tipo de presión; aunque de hecho no pueda influir, lo intenta. Se trata de crear opinión en favor de tal tipo o tal otro tipo de Papa; se descartan presuntos candidatos, etc. Pero como lo advertía el comunicado de la Secretaría de Estado, no se reconoce el momento espiritual que la Iglesia está viviendo.
Es que, efectivamente, el Cónclave es un momento espiritual en la vida de la Iglesia. La Iglesia quiere tutelar siempre la libertad de los Cardenales mediante el secreto en sus deliberaciones para que los criterios que se pongan en juego en la elección sean lo más objetivos posible. Y, por otra parte, porque en ese ejercicio de opinión y de libertad de los Padres Cardenales también se manifiesta la intención de Dios y la guía con la cual el Espíritu Santo conduce a la Iglesia a través de las vicisitudes de la historia. La secular regulación de los cónclaves, periódicamente ajustada, tiende precisamente a salvaguardar la libertad de los electores y su apertura al discernimiento de la voluntad de Dios.
Los que desean influir desde afuera no lograrán nada, porque en la Capilla Sixtina se juega otra cosa, intervienen otros factores; ese es un momento espiritual y otros parámetros los que los electores tienen en cuenta, más allá de las elucubraciones políticas que hacen los expertos en cuestiones religiosas que, me atrevo a señalar, a veces entienden bastante poco del tema porque no perciben la realidad misteriosa de la Iglesia.
Lo decíamos hace una semana en esta columna televisiva: ¿quién puede entender la naturaleza y la misión de la Iglesia fuera de la fe? No se puede entender. También al Cónclave hay que mirarlo con los ojos de la fe.
¿Y que nos toca hacer a nosotros? A nosotros nos toca rezar, porque esa elección no es como una elección política cualquiera. Se hace en un clima de profunda oración y comienza con una invocación al Espíritu Santo. Se canta el Veni Creator mientras los Cardenales entran en la Capilla Sixtina. Por eso nosotros nos ponemos a tono con ese nivel propiamente espiritual de la situación que estamos viviendo. Es una hora importante para la vida de la Iglesia pero también llena de confianza. Confianza en qué: en que es el Señor el Pastor Supremo de la Iglesia y que es el Espíritu Santo quien la guía.

La Iglesia moribunda o siempre nueva
Por Felipe Arizmendi Esquivel
SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 03 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Ofrecemos la habitual colaboración del obispo de San Cristóbal de las Casas, México, Felipe Arizmendi Esquivel, que analiza la actual situación de una Iglesia que se encuentra en sede vacante.
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SITUACIONES
Comentaristas sin fe, o ignorantes de nuestra religión, aventuran que la Iglesia Católica, por la renuncia del Papa Benedicto XVI, ha entrado en un colapso que indica su próximo fin, su extinción.
En un programa dominical de radio que tengo desde hace más de cinco años, alguien mandó un mensaje en que dice que esto es anuncio de la llegada del “Anticristo”… ¡Cuánta estulticia, o mala fe!
Otro ha dicho que ya llegó el tiempo de prescindir de un Papa, que es un ser humano, y quedarnos sólo con Jesucristo. Es decir, un Cristo sin Iglesia. ¡Qué fácil sería una religión sin Iglesia! Cada quien haría la religión a su medida, sin depender de nadie, considerándose dios. Si esa hubiera sido la decisión de Jesús, la asumiríamos; pero es claro que El quiso establecer la mediación de una Iglesia, para hacernos llegar su Palabra y su Vida, sobre todo en los sacramentos.
ILUMINACION
Los papas se suceden en la historia, como es normal; pero la Iglesia, que es de Cristo, continúa su identidad y misión. Cambian los tiempos y los estilos, pero el Evangelio no cambia. Jesucristo sigue siendo el único Señor y Mediador, el único Salvador, quien estableció su Iglesia no como una instancia de poder político, o como una empresa económica, sino un medio, un instrumento sacramental, para que la obra de la Redención, culminada en la cruz y la resurrección, llegue a todas las épocas y a toda la humanidad. Nuestros pecados ensombrecen el rostro de Cristo en la Iglesia y la hacen menos creíble, pero, por obra de Dios, no sucumbe.
Ha dicho el Papa Benedicto XVI: “El árbol de la Iglesia no es un árbol moribundo, sino el árbol que crece siempre de nuevo. Por lo tanto, tenemos motivo para no dejarnos persuadir por los profetas de desventuras, que dicen: La Iglesia es un árbol nacido del grano de mostaza; creció en dos milenios; ahora tiene el tiempo tras de sí; ahora es el tiempo en el cual muere. ¡No! La Iglesia se renueva siempre, renace siempre. Un falso pesimismo dice: el tiempo del cristianismo se acabó. ¡No! Comienza de nuevo. El futuro es nuestro. Hay caídas graves, peligrosas, y debemos reconocer con sano realismo que así no funciona, no funciona donde se hacen cosas equivocadas. Pero también debemos estar seguros de que si aquí y allá la Iglesia muere por causa de los pecados de los hombres, al mismo tiempo, nace de nuevo. El futuro es realmente de Dios: esta es la gran certeza de nuestra vida, el grande y verdadero optimismo que conocemos. La Iglesia es el árbol de Dios que vive eternamente y lleva en sí la eternidad y la verdadera herencia: la vida eterna” (8-II-2013).
El miércoles de ceniza, mencionó unas realidades pecaminosas que desfiguran el rostro de la Iglesia, como “las culpas contra la unidad, las divisiones en el cuerpo eclesial, individualismo y rivalidades, hipocresía religiosa, el comportamiento que quiere aparentar, las actitudes que buscan el aplauso y la aprobación”. Ante esta realidad de pecado, nos invitó a convertirnos: “Muchos están listos para rasgarse las vestiduras frente a escándalos e injusticias --naturalmente cometidas por los demás--, pero pocos parecen dispuestos a actuar sobre el propio corazón, sobre la propia conciencia y sobre las propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta”. Esta conversión es un proceso en que todos estamos implicados: “El camino penitencial no lo afronta uno solo, sino junto a muchos hermanos y hermanas, en la Iglesia”. Nos pide reflexionar en “la importancia del testimonio de fe y de vida cristiana de cada uno de nosotros y de nuestras comunidades, para manifestar el rostro de la Iglesia” (13-II-2013).
COMPROMISOS
Más que dejarnos impresionar por especulaciones, convirtámonos todos al Evangelio, al estilo de vida de Jesús, y renovemos todos, jerarquía y fieles, nuestra vida cristiana y eclesial. La Iglesia no depende sólo de una persona, ni siquiera del Papa, de los obispos o sacerdotes; es obra de Dios y obra nuestra. Nosotros pasamos; Dios no pasa. Hagamos lo que nos corresponde y el Espíritu Santo hará su trabajo, para que nuestra Iglesia siempre se renueve.

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