Juan Goytisolo, Premio Cervantes indignado (discurso íntegro)
23/04 18:19 CET
Mi condición de hombre libre conquistada a duras penas invita a lamodestia. La mirada desde la periferia al centro es más lúcida que a lainversa y al evocar la lista de mis maestros condenados al exilio y silencio por los centinelas del canon nacional-católico no puedo menos querememorar con melancolía la verdad de sus críticas y ejemplar honradez.La luz brota del subsuelo cuando menos se la espera. Como dijo con ironíaDámaso Alonso tras el logro de su laborioso rescate del hasta entoncesninguneado Góngora, ¡quién pudiera estar aún en la oposición!Mi instintiva reserva a los nacionalismos de toda índole y sus identidadestotémicas, incapaces de abarcar la riqueza y diversidad de su propiocontenido, me ha llevado a abrazar como un salvavidas la reivindicada porCarlos Fuentes nacionalidad cervantina. Me reconozco plenamente en ella.Cervantear es aventurarse en el territorio incierto de lo desconocido con lacabeza cubierta con un frágil yelmo bacía. Dudar de los dogmas ysupuestas verdades como puños nos ayuda a eludir el dilema que nosacecha entre la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de latecnociencia en el mundo globalizado de hoy y la previsible reacciónviolenta de las identidades religiosas o ideológicas que sientenamenazados sus credos y esencias.En vez de empecinarse en desenterrar los pobres huesos de Cervantes ycomercializarlos tal vez de cara al turismo como santas reliquias fabricadas probablemente en China, ¿no sería mejor sacar a la luz los episodiososcuros de su vida tras su rescate laborioso de Argel? ¿Cuántos lectores delQuijote conocen las estrecheces y miseria que padeció, su denegadasolicitud de emigrar a América, sus negocios fracasados, estancia en lacárcel sevillana por deudas, difícil acomodo en el barrio malfamado delRastro de Valladolid con su esposa, hija, hermana y sobrina en 1605, añode la Primera Parte de su novela, en los márgenes más promiscuos y bajosde la sociedad?Hace ya algún tiempo, dedique unas páginas a los titulados Documentoscervantinos hasta ahora inéditos del presbítero Cristóbal Pérez Pastor,
impresos en 1902 con el propósito, dice, de que “reine la verdad ydesaparezcan las sombras”, obra cuya lectura me impresionó en la medida
en que, pese a sus pruebas fehacientes y a otras indagaciones posteriores,la verdad no se ha impuesto fuera de un puñado de eruditos, y más de unsiglo después las sombras permanecen. Sí, mientras se suceden lasconferencias, homenajes, celebraciones y otros actos oficiales queengordan a la burocracia oficial y sus vientres sentados, pocos, muy pocosse esfuerzan en evocar sin anteojeras su carrera teatral frustrada, los tantos
años en los que, dice en el prólogo del Quijote
, “duermo en el silencio delolvido”: ese “poetón ya viejo”
(más versado en desdichas que en versos)que aguarda en silencio el referendo del falible legislador que es el vulgo.Alcanzar la vejez es comprobar la vacuidad y lo ilusorio de nuestras vidas,
esa “exquisita mierda de la gloria” de la que habla Gabriel García Márquez
al referirse a las hazañas inútiles del coronel Aureliano Buendía y de lossufridos luchadores de Macondo. El ameno jardín en el que transcurre laexistencia de los menos no debe distraernos de la suerte de los más en unmundo en el que el portentoso progreso de las nuevas tecnologías corre parejo a la proliferación de las guerras y luchas mortíferas, el radio infinitode la injusticia, la pobreza y el hambre.
Es empresa de los caballeros andantes, decía don Quijote, “deshacertuertos y socorrer y acudir a los miserables” e
imagino al hidalgomanchego montado a lomos de Rocinante acometiendo lanza en ristrecontra los esbirros de la moderna Santa Hermandad que proceden aldesalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingenieríafinanciera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla queél toma por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadassocorriendo a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida yel ansia de libertad.Sí, al héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novelanos resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes como en el que actualmente vivimos. Si ello eslocura, aceptémosla. El buen Sancho encontrará siempre un refrán paradefenderla.El panorama a nuestro alcance es sombrío: crisis económica, crisis política, crisis social. Según las estadísticas que tengo a mano, más del20% de los niños de nuestra Marca España vive hoy bajo el umbral de la pobreza, una cifra con todo inferior a la del nivel del paro. Las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sintraicionarse a sí mismo. No se trata de poner la pluma al servicio de unacausa por justa que sea sino de introducir el fermento contestatario de estaen el ámbito de la escritura. Encajar la trama novelesca en el molde deunas formas reiteradas hasta la saciedad condena la obra a la irrelevancia yuna vez más, en la encrucijada, Cervantes nos muestra el camino. Su
conciencia del tiempo “devorador y consumidor de las cosas” del que
habla en el magistral capítulo IX de la Primera Parte del libro le indujo a
adelantarse a él y a servirse de los géneros literarios en boga comomaterial de derribo para construir un portentoso relato de relatos que sedespliega hasta el infinito. Como dije hace ya bastantes años, la locura deAlonso Quijano trastornado por sus lecturas se contagia a su creadorenloquecido por los poderes de la literatura. Volver a Cervantes y asumir lalocura de su personaje como una forma superior de cordura, tal es lalección del Quijote. Al hacerlo no nos evadimos de la realidad inicua quenos rodea. Asentamos al revés los pies en ella. Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nosresignamos a la injusticia.
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