El dilema de Gunter Grass
RAFAEL DEL NARANCO | EL UNIVERSAL
sábado 18 de abril de 2015 12:00 AM
El fallecimiento del escritor Gunter Grass, quizás el novelista más controvertido de la segunda mitad del siglo pasado, encaja en un espacio de vida que tiene su epicentro cuando los actos apocalípticos de la II Guerra Mundial enaltecieron la catadura inmoral de la barbarie.
En esa época demencial, ningún dios pudo salvar al hombre.
Esas palabras las expresó mucho antes Gustave Flaubert, y Marguerite Yourcenar se apoyó en ellas con un insondable sentido moral en sus "Memorias de Adriano".
"Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un tiempo único, desde Cicerón a Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre".
Cuando el polaco-alemán galardonado con el Nobel de Literatura, en su libro "El tambor de hojalata", narró una diatriba cruel y pervertida, Berlín comenzaba a ser nuevamente el centro de Europa.
No crecer a la vida, como intentó hacer Oscar Matzerath con su tambor huyendo de la realidad, es el símbolo inequívoco de un continente pequeño y jorobado que no termina de comprender el lugar de su propio contexto.
Siempre ansió hallarlo en sus guerras imperecederas. Vano intento: cada vez se hunde más. La idea de Europa trabajada por George Steiner, seguirá postergada en las palabrerías atorrantes vociferadas en los cafés de Viena, París o Berlín.
El drama interior del desaparecido escritor polaco-alemán, no tan leído en estos últimos años como lo fue durante la "guerra fría" y la caída del muro de Berlín, fue a contrapeso de una dualidad interior centrada en heterogéneas reflexiones sobre una metáfora permanente: los sapos y su significado. Tal vez ese croar en las lagunas humedecidas de su infancia fuera el presagio de innegables augurios para Alemania tras la caída del nacionalsocialismo.
Grass se refirió con frecuencia a ese batracio a razón de emitir un sonido melodioso; no croa como las ranas. Se trata de una asonancia con un eco melancólico, y es a causa de esa similitud que la superstición popular lo ha usurpado como un signo de desventura. Ya el romanticismo lo había incluido entre sus metáforas literarias.
En su relato Grass menciona una historia lúgubre y melancólica, igual a la relación polaco-alemana y el incierto futuro que espera Europa o esperaba..., no creo que el Premio Nobel acertara en sus predicciones. Cuando se trata de Europa nadie lo hizo, ni Nostradamus ni Paracelso.
"Mi selección -dice- se puede considerar una operación filológica: salvé del olvido una figura, un sonido y un animal que de lo contrario habría sido sepultado en la memoria popular."
En el contexto se narra la historia de dos personajes, Alexandra y Alexander, ella polaca y él alemán, y personifican la historia de las relaciones entre los dos pueblos, siempre tirantes, perennemente abatidas.
Dice el reconocido prosista de "El tambor de hojalata" –su mejor obra literaria -, que la relación no siempre fue una historia infeliz.
"Antes de la oleada nacionalista del siglo XIX, tanto los alemanes como los judíos, junto a otras minorías, contribuyeron de manera esencial a formar lo que hoy en día se conoce como Polonia. Posteriormente, con la llegada de la chauvinismo, se dio inicio a aquella desgraciada historia que conocemos y que culminó con la ocupación nacionalsocialista del país".
Esto obliga a preguntar: ¿qué representa para el prosista la patria cuando se han tenido dos: Polonia y Alemania?
"Para mí el territorio es algo perdido. Si ahora tratara de imaginar que Gdansk, mi nación, sigue siendo alemana, creo que me sería bastante indiferente. Solo a través de su pérdida adquirió una verdadera dimensión de apego".
El grito del sapo trae en sí mismo la defenestración de la cúpula política polaca a cuenta de Rusia, cuyas relaciones siempre han sido tirantes, lo mismo que con Berlín. Es un pasado candente en diversas envolturas. La Europa cristiana, la de Carlomagno y la eslava y ortodoxa de los boyardos, se encienden cada cien años, y en medio, cual tea empapada de brea, se alza Varsovia.
Si el mar Báltico contara sus negras congojas, sus aguas no serían saladas: sabrían a sangre.
"El Grito", el escalofriante cuadro del pintor noruego Edvard Munch, es la angustia misma escapada en desbandada de un lienzo hendido de pinceladas dramáticas entre la ansiedad, el vacío, los miedos y la soledad del ser humano, cuando la expatriación es la única salida, una obligada escapatoria atormentada hacia la nada.
Jamás ha existido en el planeta tanta comunicación y menos diálogo, ese gran sostén inventado por los griegos.
La congoja circundó en su más amplia dimensión la existencia de Gunter Grass, en el presente mismo en que millares hombres, mujeres y niños, huyen de sus terruños, con idéntica pesadumbre.
Toda la historia del planeta tierra es circular y sabe a espanto.
rnaranco@hotmail.com
En esa época demencial, ningún dios pudo salvar al hombre.
Esas palabras las expresó mucho antes Gustave Flaubert, y Marguerite Yourcenar se apoyó en ellas con un insondable sentido moral en sus "Memorias de Adriano".
"Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un tiempo único, desde Cicerón a Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre".
Cuando el polaco-alemán galardonado con el Nobel de Literatura, en su libro "El tambor de hojalata", narró una diatriba cruel y pervertida, Berlín comenzaba a ser nuevamente el centro de Europa.
No crecer a la vida, como intentó hacer Oscar Matzerath con su tambor huyendo de la realidad, es el símbolo inequívoco de un continente pequeño y jorobado que no termina de comprender el lugar de su propio contexto.
Siempre ansió hallarlo en sus guerras imperecederas. Vano intento: cada vez se hunde más. La idea de Europa trabajada por George Steiner, seguirá postergada en las palabrerías atorrantes vociferadas en los cafés de Viena, París o Berlín.
El drama interior del desaparecido escritor polaco-alemán, no tan leído en estos últimos años como lo fue durante la "guerra fría" y la caída del muro de Berlín, fue a contrapeso de una dualidad interior centrada en heterogéneas reflexiones sobre una metáfora permanente: los sapos y su significado. Tal vez ese croar en las lagunas humedecidas de su infancia fuera el presagio de innegables augurios para Alemania tras la caída del nacionalsocialismo.
Grass se refirió con frecuencia a ese batracio a razón de emitir un sonido melodioso; no croa como las ranas. Se trata de una asonancia con un eco melancólico, y es a causa de esa similitud que la superstición popular lo ha usurpado como un signo de desventura. Ya el romanticismo lo había incluido entre sus metáforas literarias.
En su relato Grass menciona una historia lúgubre y melancólica, igual a la relación polaco-alemana y el incierto futuro que espera Europa o esperaba..., no creo que el Premio Nobel acertara en sus predicciones. Cuando se trata de Europa nadie lo hizo, ni Nostradamus ni Paracelso.
"Mi selección -dice- se puede considerar una operación filológica: salvé del olvido una figura, un sonido y un animal que de lo contrario habría sido sepultado en la memoria popular."
En el contexto se narra la historia de dos personajes, Alexandra y Alexander, ella polaca y él alemán, y personifican la historia de las relaciones entre los dos pueblos, siempre tirantes, perennemente abatidas.
Dice el reconocido prosista de "El tambor de hojalata" –su mejor obra literaria -, que la relación no siempre fue una historia infeliz.
"Antes de la oleada nacionalista del siglo XIX, tanto los alemanes como los judíos, junto a otras minorías, contribuyeron de manera esencial a formar lo que hoy en día se conoce como Polonia. Posteriormente, con la llegada de la chauvinismo, se dio inicio a aquella desgraciada historia que conocemos y que culminó con la ocupación nacionalsocialista del país".
Esto obliga a preguntar: ¿qué representa para el prosista la patria cuando se han tenido dos: Polonia y Alemania?
"Para mí el territorio es algo perdido. Si ahora tratara de imaginar que Gdansk, mi nación, sigue siendo alemana, creo que me sería bastante indiferente. Solo a través de su pérdida adquirió una verdadera dimensión de apego".
El grito del sapo trae en sí mismo la defenestración de la cúpula política polaca a cuenta de Rusia, cuyas relaciones siempre han sido tirantes, lo mismo que con Berlín. Es un pasado candente en diversas envolturas. La Europa cristiana, la de Carlomagno y la eslava y ortodoxa de los boyardos, se encienden cada cien años, y en medio, cual tea empapada de brea, se alza Varsovia.
Si el mar Báltico contara sus negras congojas, sus aguas no serían saladas: sabrían a sangre.
"El Grito", el escalofriante cuadro del pintor noruego Edvard Munch, es la angustia misma escapada en desbandada de un lienzo hendido de pinceladas dramáticas entre la ansiedad, el vacío, los miedos y la soledad del ser humano, cuando la expatriación es la única salida, una obligada escapatoria atormentada hacia la nada.
Jamás ha existido en el planeta tanta comunicación y menos diálogo, ese gran sostén inventado por los griegos.
La congoja circundó en su más amplia dimensión la existencia de Gunter Grass, en el presente mismo en que millares hombres, mujeres y niños, huyen de sus terruños, con idéntica pesadumbre.
Toda la historia del planeta tierra es circular y sabe a espanto.
rnaranco@hotmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario