24 MARZO 2016
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Este Jueves Santo el papa Francisco presidió la misa crismal en la basílica de San Pedro, con gran solemnidad. Concelebró junto a los cardenales, a los obispos, y a los presbíteros diocesanos y religiosos de Roma.
Durante la celebración de la misa crismal, liturgia que se celebra hoy en todas las iglesias catedrales del mundo, los sacerdotes renovaron las promesas realizadas en el momento de su ordenación, durante cuyo rito el Santo Padre pidió también que recen por él, mientras el coro pontificio de la Capilla Sixtina acompañaba la liturgia con sus cantos polifónicos en latín.
Tres grandes ánforas de plata que fueron llevadas hacia el altar, contenían el óleo de los enfermos, de los catecúmenos y el crisma, que fueron bendecidos por el Pontífice durante la celebración.
En su homilía el Papa recordó que Señor anuncia el evangelio de la misericordia incondicional del Padre para con los más pobres, los más alejados y oprimidos, y que allí precisamente somos interpelados a optar, a combatir el buen combate de la Fe. E invitó a que cada uno de nosotros, mirando su propia vida con la mirada buena de Dios, pueda hacer un ejercicio con la memoria y descubrir cómo ha practicado el Señor su misericordia para con nosotros.
Y así podamos contribuir a inculturarla, a fin de que cada persona la reciba en su propia experiencia de vida y la pueda entender y practicar creativamente en el modo de ser propio de su pueblo.
En Santo Padre añadió que recibimos “con avergonzada dignidad la misericordia en la carne herida de nuestro Señor Jesucristo y le pedimos que nos lave de todo pecado y nos libre de todo mal”.
Y que con la gracia del Espíritu Santo nos debemos comprometer a comunicar la misericordia de Dios a todos los hombres, practicando las obras que el Espíritu suscita en cada uno para el bien común de todo el pueblo fiel de Dios.
Señalo que existen dos ámbitos en los que el Señor se excede en su misericordia y los que debemos seguir su ejemplo: el ámbito del encuentro y el de su perdón, que nos avergüenza y dignifica. Y por ejemplo se preguntó: “después de confesarme, ¿festejo?”.
Advirtió también también que tantas veces estamos ciegos de la luz linda de la fe, no por no tener a mano el evangelio sino por exceso de teologías complicadas; mientras otras veces, sentimos que nuestra alma anda sedienta de espiritualidad, pero no por falta de Agua Viva sino por exceso de espiritualidades «gaseosas», de espiritualidades light, prisioneros por una mundanidad virtual que se abre o cierra con un simple click, oprimidos por la fascinación de mil propuestas de consumo que no nos podemos quitar de encima para caminar, libres, por los senderos que nos llevan al amor de nuestros hermanos, a los rebaños del Señor.
“Jesús viene a rescatarnos –concluyó el Papa– para hacernos salir, para convertirnos de pobres y ciegos, de cautivos y oprimidos en ministros de misericordia y consolación”.
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