Don Mario
(Briceño Iragorry)/
El pasado lunes 6 se cumplieron cincuenta y tres años de la partida de Mario Briceño Iragorry, quien salió a jugársela al sentir que "El dilema planteado hoy es el de la fuerza contra la ley, el del terror contra la justicia". Don Mario escuchó "la voz antigua de la tierra" y salió a luchar, se fajó a trabajar, por la unidad para la lucha cívica, del "hombre sin tamaño que tomó la palabra de la Patria y el pueblo poderoso que se sintió la Patria misma".
Cuando se nos quiere borrar a gritos la memoria y se nos quiere martillar a golpes de propaganda un cuento como si memoria fuera, vale la pena, como escribiera Ugarte Pelayo "reconstruir la historia para el hombre común desorientado", y recordar ejemplos como el de Mario Briceño Iragorry, intelectual, hombre de profundas convicciones éticas y religiosas, ciudadano. Nació en Trujillo en 1897 y falleció en Caracas, el año en que Venezuela recuperó sus libertades, gracias a muchos factores de los cuales forman parte no pequeña, las torpezas de un régimen que se creyó eterno y omnipotente, pero sobre todo gracias a la unidad.
Formado católico en la casa y en la escuela, se alejó de la fe por angustias juveniles y fue regresando a su valle fecundo, de la mano de amigos y maestros, hasta metabolizar su doctrina en un patriotismo activo y una vocación de "reforma social múltiple". Fue hombre de cultura e ideas. Leyó y escribió profusamente, y en su trabajo intelectual sin descanso, concentró el mayor esfuerzo a intentar comprender y procurar explicar, los intersticios del alma venezolana.
Por esa doble condición, en Cristianismo y Sociedad, su libro publicado en 2006, Luis Ugalde lo escoge entre los cuatro ejemplos que presenta de la tradición del intelectual cristiano venezolano: Juan Germán Roscio, Fermín Toro, Cecilio Acosta y Mario Briceño Iragorry. Y resume en páginas breves y con citas bien escogidas aspectos medulares de su pensamiento.
No se conformó Don Mario con pensar y escribir. Porque la ciudadanía es un ejercicio. No basta presumir de patriotismo ni tampoco el patriotismo se presume, hay que demostrarlo. Cuando hace falta que es, si nos ponemos a ver, todos los días. Participó, actuó en política, corrió los riesgos de tomar partido. De vivir su realidad tal como era y de hacer para cambiarla con la mirada puesta en su idea de lo que debía ser. Si se hubiera puesto remilgoso, "con éste no voy", "ése no me gusta", "es que la política es sucia", ese funesto arsenal de pólvora mojada y balas de salva para no hacer nada, habría sido igual de brillante y su obra escrita seguiría siendo importante, pero de seguro hoy no lo recordaríamos. Mario Briceño Iragorry es un ejemplo de venezolanidad.
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