Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

domingo, 26 de junio de 2011

La batalla de El Rodeo Antonio Sánchez García


Lectura Tangente
Notitarde 25-06-2011 |

La batalla de El Rodeo

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Quienes tanto se reclaman del marxismo, de viva voz o en el avergonzado escondrijo de sus corazones, debieran leer el 18 Brumario de Luis Bonaparte, de Carlos Marx. Uno de los escritos propiamente políticos más brillantes del genial pensador alemán, en el que vivisecciona con una lucidez, un conocimiento y una hondura incomparables el contexto social y el trasfondo político – aplicando los principios del materialismo histórico y su principio de la lucha de clases como motor de la historia – de los sucesos que condujeron al golpe de Estado dado por Luis Bonaparte, sobrino del emperador Napoleón Bonaparte, el 2 de diciembre de 1851, y mediante el cual pone fin al primer gran ciclo de las revoluciones proletarias, que sacude Europa entre 1848 y 1851, desquicia la república y establece un régimen cesariano.

Le recomiendo en particular esa lectura a uno de los Robespierre de esta sedicente revolución bolivariana, el abogado y catedrático del derecho Carlos Escarrá, militante confeso del Partido Comunista Venezolano y quien, supongo, por lo menos algo conoce del tema. Me cuido de recomendárselo a Cilia Flores o a la Diputada Villamizar, miembros de esa gavilla de ignaros llegados al poder – con minúsculas – por razones escasamente ideológicas. Nada pecaminoso, visto que su jefe máximo, el teniente coronel retirado Hugo Chávez no es más que un rabioso ?oo? po??t??o?, un animal político sin otro atributo intelectual que aquel que le reconocía Sebastian Haffner a Adolfo Hitler: el perfecto olfato depredatorio de las hienas ante sus víctimas moribundas.

La obra en cuestión, además de constituir la que sea posiblemente la más brillante aplicación de las leyes del materialismo histórico a una realidad concreta, se hizo universalmente conocida por la mordacidad con que el implacable fundador del comunismo retrata descarnadamente la farsa revolucionaria con que un parvenue como el sobrino del depuesto emperador, clásico mercachifle político de los aledaños del establecimiento, se apodera del Poder sirviéndose de lo que en venezolano podría traducirse por "perraje", en alemán "lumpenproletariat" y en un término españolizado simplemente el lumpen, sin otro objetivo que satisfacer sus voraces ambiciones personales terciando entre las clases en pugna – si existen, como en efecto en la Francia industrializada de mediados del siglo XIX - con el fin de paralizar la historia. Lo que luego devendría en un concepto clásico de las ciencias políticas: el cesarismo.

Hegel, en cuya fragua absolutista se forjara el genial pensador alemán, sostenía que la historia solía repetirse. Marx, comparando a Luis Bonaparte y sus secuaces del 2 de diciembre de 1851 con los próceres de la revolución francesa del 9 de noviembre de 1799, concluye que, en efecto, suele repetirse, pero en dos versiones: primero como tragedia, luego como comedia.

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Los mismos 52 años que separan la comedia de Luis Bonaparte de la tragedia de la revolución francesa, separan hoy la tragedia de la revolución cubana de la farsa de Hugo Chávez. Con una diferencia brutal: la revolución francesa había completado el ciclo napoleónico yendo de la revolución a la restauración, modificando de raíz la geografía y el cuadro político de la Europa imperial, construyendo los cimientos del nuevo derecho público y privado - el código napoleónico -, el nuevo Estado-Nación, las modernas fuerzas armadas y un concepto inédito en la historia de la humanidad: el de la guerra total. La guerra dejó de ser un asunto privado de pequeños o grandes ejércitos profesionales, para involucrar a la totalidad de los pueblos y naciones. Como bien lo destacara el más grande analista bélico de la historia, Karl von Clausewitz. Después de la revolución francesa y el dominio de Napoleón Bonaparte, nada sería como antes. Europa, y por ende el mundo, habían dado un giro sobre su eje de 180º. Ni siquiera Hitler, cuyas hazañas bélicas superaran en más de un sentido las de Napoleón Bonaparte, logró lo que Napoleón: crear una nueva institucionalidad.

La cubana, que ya es una farsa tercermundista de la revolución bolchevique y que también se cumple con 52 años de diferencia respecto de aquella, culmina en dos abscesos en estado diverticuloso y una extraña comunidad de destinos intestinales. Tras la explosión de entusiasmo político más grande y arrollador conocido en la historia de ese pequeño país, que contagiara a todo un continente, incitara con su ejemplo a varias generaciones perdidas y despertara la admiración del mundo civilizado, pasando por todas las vicisitudes del control totalitario, la represión policial, el sacrificio personal y colectivo y un insólito respaldo popular, esa revolución termina exhausta, desangrada, hambreada, envilecida, arruinada y devastada al extremo de no poder sobrevivir un segundo sin la caridad del petro-estado venezolano. Un auxilio que metaforiza el entubamiento de un proceso moribundo y mantiene con falsa vida al régimen más oprobioso de la tradición de las dictaduras latinoamericanas. Yoani Sánchez, la heroína que sobrelleva en su digna soledad la lucha de un puñado de cubanos contra el monstruo totalitario, compara la acción de ese auxilio venezolano al Viagra, ese medicamento capaz de travestir la impotencia en deseo.

¿Comparable la revolución cubana a la bolchevique, que cambiara, como la francesa, la faz de la tierra, empujara de manera enfebrecida y brutal el proceso de industrialización de la uno de los países más extensos y poblados del mundo, librara con un heroísmo incomparable su gran guerra patria contra el nazismo, llegara a dominar la mitad del planeta, alcanzara prodigiosos progresos técnicos y científicos y mantuviera en vilo a la humanidad en el enfrentamiento bipolar más grande conocido por la historia humana? Con la cubana se cumple respecto de la bolchevique la misma comedia que denuncia Marx en los sucesos que llevaran al poder al recoge latas de la política francesa. La historia se repetía, pero convertida en una extraña simbiosis de comedia y tragedia. Una tragicomedia.

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Carlos Marx, que despreciara a Bolívar, a quien consideraba un petimetre, un señorito y un traidor, no tuvo ni la oportunidad, ni seguramente el deseo de ocuparse en menesteres tan menores como derivar de esa concatenación revolucionaria de tragedia en comedia el último y más degradado derivado: la farsa. Es la que comienza a destapársenos en toda su magnitud con la decadencia y caída de la llamada "Quinta República". Digno nombre, por falso y postizo, de esta farsa que por sus ribetes de tragedia, bien merece el nombre de tragifarsa. Una farsa que ni siquiera ha tenido el arrojo de las desembozadas dictaduras, como las de Castro y Pinochet, epitomes dictatoriales de América Latina: declararse tal y proceder en consecuencia. La chavista recurre al embozo, al travestismo, a la metamorfosis. Carga la mala conciencia de la bastardía.

Y en el colmo de la impostura, mientras el héroe del museo militar, el cobarde de oficio, el matón de la partida se echa aterido en brazos de un padre putativo - ¿qué experimentara el verdadero, ante semejante traición al parentesco? – que controla una nación miserable y al que admira como los bastardos a sus falsos padres, pretende escenificar su "Playa Girón" enviando a sus mastines de la guardia nacional y a sus perros de presa del estamento civil al ataque de unas mazmorras dignas de un novelón de Alejandro Dumas. El militar, en el colmo de la estulticia, mientras ausculta con un poderoso catalejos y desde suficiente distancia, emparenta este zarrapastroso motín y el frustrado asalto de sus 5 mil uniformados a un edificio derruido por las bombas y el fuego ocupado por un millar de presos – "privados de libertad" los llama la imbecilidad nacional, y más de un estulto opositor asume el léxico – lo bautiza como el inicio de la tercera guerra mundial. Se cree Eisenhower ante las puertas de Berlín. Jaua y El Aissami, por su parte, se sienten los Churchill de la partida. Deambulan entre los familiares aterrados, con la falsa apostura de un chuleta caraqueño.

Es la pústula de este proceso que revienta en pus. Es el absceso de una república, que reproduce la de los intestinos de sus comandantes: uno en el comienzo, otro en el final de sus epílogos. La Habana comienza a asumir los contornos de la montaña de cristal. La gerontocracia desfallece. Mientras, una pandilla de malhechores oculta su infinita mediocridad aprovechándose de su ficticia mayoría y de la impotencia de una oposición que cree que los problemas se resuelven solos. Es la hipótesis del chacumbelismo.

Comenzamos a tocar el fondo del pantano. Ya chapoteamos en el detritus de la cloaca. Este proceso comenzó con un golpe frustrado dirigido por un cobarde. Llega a su fin en brazos del mismo felón, ahora corrompido y asediado por sus cuatro costados al extremo de preferir mantenerse a distancia. Razón tenía Qohelet, el redactor del Eclesiastés: lo que nace torcido, nada endereza.

E-mail: sanchezgarciacaracas@gmail.com

Twitter: @sangarccs

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