“Llena de lágrimas recuerdo el término de su vida”
La historia de Isabel Gómez, madre de Manuel Piar
Inés Quintero
Jueves, 11 de agosto de 2011
¿Qué pretendía Isabel Gómez, cuando se dispuso escribir una carta a Simón Bolívar, el hombre más poderoso de América, casi diez años después de que su hijo cayera muerto frente a un pelotón de fusilamiento?
El 19 de mayo de 1827, Simón Bolívar recibió una carta firmada por una mujer llamada Isabel Gómez. Seguramente no tenía la menor idea de quién podía ser aquella mujer. Al leerla supo que Isabel Gómez era la madre de Manuel Piar.
¿Qué pretendía Isabel Gómez, cuando se dispuso escribir una carta a Simón Bolívar, el hombre más poderoso de América, casi diez años después de que su hijo cayera muerto frente a un pelotón de fusilamiento?
¿Qué sentimientos encontrados pudo sentir esta mujer al dirigirse al hombre que había ordenado abrirle un juicio militar a su hijo y ratificado su sentencia de muerte.?
El 28 de abril de 1774, medio siglo antes de escribir esa carta, Isabel Gómez había dado a luz un niño en Curazao a quien bautizó con el nombre de Manuel María Francisco. El padre de la criatura era Fernando Piar, un hombre de las islas canarias dedicado al comercio y la navegación. Además de Manuel, Isabel tuvo otros tres hijos: Felipe, Juana Gregoria y Soledad.
Como se le dificultaba la vida en Curazao y no recibía mayores auxilios del padre de los muchachos, abandonó la isla con sus tres hijos menores y se fue a vivir al puerto de La Guaira. Esto ocurría en el año de 1884.
Isabel llegó a La Guaira, se instaló en una pequeña casa del puerto con sus tres hijos y dos esclavas: Florentina y Martina. Manuel, el único varón de la casa, tanía 10 años, su infnacia y adolescencia transcurarieron en el puerto y, tempranamente, demostró especial habilidad para los idiomas. Hablaba su lengua de nacimiento el papiamento de las islas y se desenvolvía con soltura en español y en guinés, la lengua africana de los esclavos. Desde muy joven, por sus vinculaciones con el mundo del puerto, tuvo oportunidad de viajar por las islas y aprendió también el holandés, el francés y el inglés. De manera que muy pronto dejó de vivir de manera permanente con su madre.
Isabel se ganaba la vida como comadrona. Oficio que había aprendido en Curazao. De su actividad como partera hizo estrechas relaciones con muchas de las mujeres residentes en La Guaira a quienes asistía al momento de dar a luz. Fue así como hizo amistad con Joaquina Sánchez, la mujer de José María España, y fue así también como se involucró en el movimiento conspirativo del año 1797 liderizado por José María España y Manuel Gual.
Aprovechando su condición de partera, lo cual le permitía moverse de un sitio a otro a toda hora, colaboró con los revolucionarios llevando correspondencia y transmitiendo información de casa en casa entre los conspiradores.
Una noche, luego de que había sido develada la intentona, cuando se proponía llagar a la casa de doña Joaquina, fue detenida. Estuvo incomunicada durante varios días hasta que, finalmente, fue liberada, pero siguió involucrada con los conspiradores, la mayoría de ellos fugitivos de las autoridades españolas.
Su hijo Felipe, por recomendación de su madre, recibió y auxilió en Curazao a algunos de los que lograron huir hacia la isla. La iniciativa, tuvo consecuencias. Informadas las autoridades locales de los auxilios suministrados por Isabel a los fugitivos la expulsaron del país. A Isabel no le quedó más remedio que volver a Curazao. Corría el año de 1798.
En Curazao se encontraba su hijo Manuel, quien al igual que ella se había involucrado en los sucesos de la Guaira del año anterior y se vio obligado a huir. Manuel le informó que había resuelto contraer matrimonio con María Martha Boom. La boda tuvo lugar allá mismo en Curazao. Se comentó en su momento que Isabel nunca estuvo de acuerdo con la boda de su hijo. Luego de ese encuentro causal, no hay indicios de que volvieran a verse.
Manuel se quedó en Curazao. En 1804 se alistó en la Guardia Nacional y luchó contra los ingleses y en 1807 se encontraba en Haití, comprometido con el movimient revolucionario de la isla. Isabel regresó a La Guaira. Se enteró de que Doña Joaquina, la esposa de José María España estaba en prisión, se enteró también de que José María España había sido ahorcado y su cadáver decapitado.
Resolvió abandonar el puerto e intentar suerte en Caracas. Consiguió una casita muy cerca del sitio llamado “La Puerta de Caracas” y se dedicó nuevamente a su oficio de partera y a vivir la modesta vida que le permitían sus ingresos. Muy poco tiempo después, su existencia quedó sujeta a los vaivenes e incertidumbre que impuso a la gente común, la guerra de independencia.
De cuando en cuando tenía noticias de las andanzas de su hijo, Supo que Manuel había regresado y que se había involucrado en el movimiento de Independencia, no mucho más que eso.
Isabel se fue quedando sola. Su dos hijas se casaron. Una de sus esclavas, Florentina, falleció e Isabel quedó a cargo de sus dos niñas, ambas esclavas como su madre muerta. No era nada fácil para una mujer ya cincuentona enfrentar la incertidumbre y la violencia de la guerra. Sin embargo, Isabel Gómez logró sobrevivir y esporádicamente le llegaban noticias de los logros y reveses de Manuel Piar. Sabía, al menos que seguía con vida.
¿Qué había sido de Manuel Piar, desde su llegada en 1810?
En 1811 combatió en Puerto Cabello, al año siguiente participó en la campaña de Cumaná y de allí pasó a Guayana. Cuando finalizó la I República huyó a Trinidad y regresó al país junto con Santiago Mariño.. Participó con las fuerzas orientales en la campaña de Oriente. Liberado el oriente organizó una cuadrilla y bloqueó las costas de Puerto Cabello. Derrotado en 1814 por las fuerzas de José Tomás Boves, huyó nuevamente a las Antillas; se encontró con Bolívar y los orientales y participó en la Expedión de Los Cayos. Desembarcó en Venezuela y en 1816 derrotó a Tomás José Morales en la batalla de El Juncal. Decidió dirigir todos sus esfuerzos en la liberación de Guayana. Comenzando el año 1817 puso sitio a la ciudad de Angostura y logró tomar el control de toda la región, lugar estratégico por los recursos de las misiones y su ubicación geográfica. Fue ascendido a General en Jefe.
A los pocos meses del triunfo de la campaña de Guayana, le tocó someterse a un Consejo de Guerra; el propio Bolívar, el 14 de octubre de 1817, designó a los miembros del Tribunal que juzgarían al general Manuel Piar. Al día siguiente el Consejo de Guerra dio a conocer su veredicto: El general Manuel Piar, por decisión unánime, fue condenado a muerte con degradación militar por los crímenes de inobediencia, sedición, conspiración y deserción. La sentencia se ejecutaría el día 16. Bolívar la confirmó pero sin degradación.
Piar al conocer la sentencia empuño un crucifijo y con los ojos fijos en él pronuncio estas palabras:
“Hombre salvador, esta tarde estaré contigo en tu mansión, ella es la de los justos, allá no hay intrigas, no hay falsos amigos, no hay alevosos. A Ti los judíos te crucificaron. Tú mismo sabes por qué. Y yo, …y yo… por simplón voy a ser fusilado esta tarde. Tu redimiste al hombre, y yo liberté a este pueblo.¡qué contraste!.”
Recibió al sacerdote, se confesó y esperó hasta las cinco de la tarde, hora fijada para ejecutar la sentencia la cual se realizaría en uno de los muros de la Catedral de Angostura..
Vestido con su uniforme y una esclavina se presentó ante el pelotón de fusilamiento, oyó nuevamente la sentencia, introdujo su mano en el bolsillo y moviendo sobre el suelo el pie derecho, se quitó la venda dos veces. Vendado por tercera vez, se abrió la esclavina, dejó el pecho al descubierto y recibió los disparos.
Un silencio absoluto invadió los alrededores de la Catedral mientras las tropas desfilaban frente al cadáver y éste era retirado y trasladado al cementerio de El Cardonal
Al amanecer del día siguiente Bolívar se dirigió a los soldados del Ejército Libertador:
“Soldados: ayer ha sido un día de dolor para mi corazón. El General Piar fue ejecutado por sus crímenes de lesa Patria, conspiración y deserción. Un Tribunall justo y legal ha pronunciado la sentencia contra aquel desgraciado ciudadano que embriagado con los favores de la fortuna y por saciar su ambición, pretendió sepultar su Patria entre sus ruinas. …
El cielo ha visto con horror este cruel parricida: el cielo lo entregó a la vindicta de las leyes y el cielo ha permitido que un hombre que ofendía a la Divinidad y el linaje humano, no profanase más tiempo la tierra, que no debió sufrirlo un momento, después de su nefando crímen.”
Quedaba así cerrado el capitulo de Piar en la historia de la Independencia.
¿Cuándo se enteró Isabel Gömez del terrible desenlace que había puesto fin a la vida de Manuel María?. Imposible determinarlo. Pero, con toda seguridad al enterarse tuvo que haber enmudecido de sorpresa y de dolor, como enmudecieron todos aquellos que asistieron a la ejecución. Tuvo que haber padecido una terrible angustia y una horrible desesperación al saber cuál había sido el fin de su hijo. Pero sobre tuvo que haber sentido una profunda desolación al conocer el contenido de la proclama de Simón Bolívar. Tenían que atormentarla sin consuelo los epítetos proferidos por el Libertador en ese terrible documento en el cual se condenaba sin remedio la conducta política de Piar.
¿Desgraciado su hijo? ¿Parricida su hijo? ¿ambicioso, conspirador, desertor y también criminal? ¿Ofensor de la Divinidad y el linaje humano quien había entregado su existencia a la defensa de la República?.
¿Qué podía hacer Isabel para reparar la memora de su hijo?. Absolutamente nada. ¿Merecía su hijo tan terrible final? ¿Era, Manuel María culpable de los delitos y acusaciones de que había sido objeto.?
Poco podían importarle a la madre de Piar los delitos del hijo. Su dolor era el mismo.
Cuatro años más tarde, resignada ante la pérdida de Manuel y traspasada por la necesidad y la escasez empieza a adelantar las gestiones que le permitirían obtener la pensión de su hijo, el único legado del difunto que podía reclamar con justicia.
La tarea no fue fácil. Primero tuvo que dirigir una carta al General Santiago Mariño en la que le solicitaba certificara que Manuel Piar había participado en la campaña de 1816, también debía especificar el grado obtenido en el ejército. Ejecutados estos trámites debía demostrar que, en efecto, ella era la madre de Manuel Piar.
Tuvo que tramitar otra certificación, esta vez con la comparecencia de testigos dispuestos a declarar: primero si conocían a Isabel Gómez, segundo si sabían y les constaba que treinta años atrás había llegado de Curazao trayendo consigo a su hijo Manuel Piar de edad de diez años y tercero si sabían y les constaba que ese niño era hijo natural de ella habido en don Fernando Piar y si por consiguiente podían declarar que era su madre natural.
El documento tenía un añadido en el cual se lee lo siguiente:
“Otrosí: porque soy muy pobre según es notorio y no tengo con que espensar estas diligencias suplico a U. Se sirva admitirme en este papel y como pobre que es igualmente justicia”
El trámite lo realiza en el año de 1823. Cuatro años más tarde todavía no había recibido la pensión.
Solamente mujeres solas rodeaban a Isabel: sus dos hijas, Soledad y Juan Gregoria; sus tres nietas: Brígida, Petronila y Margarita Sierra y cuatro esclavas: Socorro, Martina, Isabel Trifona y Manuela Antonia. No contaban con otros recursos que los que podrían procurarse directamente con su trabajo. Trabajo de mujeres.
Decide entonces dar el paso que seguramente había querido evitarse. Escribirle directamente al verdugo de su hijo: el general Simón Bolívar, el hombre más poderoso de Colombia, diez años después de que su hijo cayera muerto frente a un pelotón de fusilamiento. Dice así la carta de Isabel Gómez:
Excelentísimo señor:
Isabel Gómez, vecina de esta ciudad y madre del General Piar, con el respeto y consideración debida a Vuestra Excelencia expongo que me hallo rodeada de hijas y sin más auxilio para su subsistencia que nuestro trabajo personal que a la verdad es insuficiente para aquel objeto.
Cuando todas mis esperanzas en mi senectud cifradas en los auxilios que pudiera franquearme aque hijo, él desapareció, y me ha dejado en medio de la miseria de manera que no he podido conlcuir una casita para alojarme.
Llena de lágrimas recuerdo el término de su vida; pero al mismo tiempo recuerdo que hizo importantes servicios a la Patria, que auxilió a Vuestra excelencia en la gloriosa empresa de que se ha ocupado, y de que cooperó con todas sus fuerzas a tomas la importante plaza de Guayana. Títulos son estos que deben excitar la magnanimidad y generosidad de Vuestra Excelencia al socorro de su anciana madre, para que sus últimos días puedan ser menos tristes, menos amargos y con algún descanso.
Vuestra Excelencia ha ejercido su beneficiencia para con otros y yo espero fundadamente que practique lo mismc conmigo. Por tanto suplico respetuosamente a Vuestra Excelencia ejecutar este acto de bondad en la forma y términos que lo prescriba su acostumbrada y característica munificencia.
Asi es merced que imploro en Caracas a 19 de mayo de 1827.
Le fue concedida una pensión de 30 pesos mensuales como madre de uno de los más distinguidos defensores de la Independencia.
El 5 de septiembre de 1836, nueve años después, Isabel Gómez falleció.
Dejó una deuda de ciento veintiseis pesos y seis reales y dos casitas una en la calle de Los Bravos, de Madrices a Marrón y otra en la calle de la Margarita cerca de la esquina de la Pelota. La primera para su hija Juana y la segunda para su hija Soledad. A su esclava Socorro le concedió la libertad; las dos hijas de Florentina la dejó al cuidado de sus nietas y a la última esclava Martina dispuso que fuera dada en venta por setenta y cinco pesos.
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