"Ojalá nos salvemos sin tocar fondo"
"Es sumamente útil
engavetar las cosas. Dejar que pase el tiempo y retomarlas para ver qué
pasa " "Reynaldo Pérez So decía que uno no tiene derecho a hacerle
perder al lector cinco minutos de su vida"
El
narrador valenciano ganó el año pasado el Premio Transgenérico que
organizó la Fundación para la Cultura Urbana
GUSTAVO BANDRES
DANIEL FERMÍN
| EL UNIVERSAL
martes 6 de septiembre de 2011 12:00 AM
Roberto Martínez Bachrich
(Valencia, 1977) vive rodeado de libros. Claro está, es escritor. Hay
textos en cada rincón de su hogar. Y ahí, en medio de tantas historias,
tiene un espacio para Las guerras íntimas, su último libro de cuentos. Son 10 relatos que narran la lucha interior de los protagonistas.
-Henry Miller dijo que cada persona tiene su tragedia particular. Los personajes de Las guerras íntimas, de cierta manera, también tienen sus conflictos internos
-No sé quién dijo que todo buen cuento pone a sus personajes en una situación límite. Y creo que es Monterroso el que decía que casi todos los cuentos son tristes o no tienen final feliz. Supongo que esto tiene que ver con la situación límite que atraviesa, que puede parecer tonta a veces, pero -por una razón u otra- te resuelve o define la vida, el destino o lo que va a ser de ellos. Es una constante en el cuento clásico.
-El lector queda con una sensación de melancolía al terminar el libro. ¿Era eso lo que usted buscaba?
-Yo nunca sé muy bien que es lo que uno intenta buscar. Las historias llegan, vas tratando de desarrollarlas, de vigilar que crezcan bien, como si fueran plantas. No sé si buscaba, supongo que no, dejar un tinte melancólico. Se combina lo trágico, lo terrible, con algo de humor, tratando de sopesar eso. Cada cuento es un organismo propio. Y eso hace que en el libro haya unos muy distintos entre sí, con tonos diferentes.
-Su lenguaje es directo, sin adornos innecesarios, similares a crónicas que hacen que se lea de un tirón
-Yo soy lector de crónicas, me gusta mucho como género. El buen periodismo tiene una frescura en el lenguaje, una cosa de ir directo, de contar sin regodearse, pero también eso es característico del cuento. Lo que decía Quiroga, una novela depurada de ripios. De ir derecho hasta el final, seguir a los personajes por el camino que tienen que recorrer, sin distraerlos. Eso debe influenciarlo a uno de alguna manera.
-¿Quizás lo único grandilocuente sea el título?
-Nunca lo sentí así. Quizás la palabra "guerra" refleja épica y grandilocuencia, pero como está "íntimas" eso le quita todo el peso. Lo que se cuentan son eso: batallas domésticas, cuestiones muy reducidas. Las batallas del día a día de los seres humanos, lo inmediato.
-¿Sus relatos se acercan al lenguaje cinematográfico?
-Todos nosotros tenemos un contacto inmediato con el cine. Y es posible que eso se cuele por ahí. Quizás eso no pasaba en la novela decimonónica. En un narrador como Balzac, por ejemplo, que se pasa 30 páginas describiendo un pasillo para entrar a una casa. Creo que los narradores de la segunda mitad del siglo XX, de una manera u otra, estamos tramados por eso. Es posible que haya una influencia del cine y de algunos subgéneros. Ese cuento de la enfermera decapitada (Blanco), está muy ligado al discurso del cine de horror, kitsch, sobrenatural, pero muy barato.
-Lo cito: "La perfección es un delicado vidrio que de nada se hace trasto". ¿Cómo sería un cuento perfecto?
-Justamente los que puedes leer y volver a leer y nunca le encuentras fallas. Nunca te decepcionan. La historia de la literatura está llena de obras maestras del cuento, de textos a los que vas una y otra vez. Un texto que te impresiona vivamente, que te hace algo, que algo pasa en ti. Kafka decía lo del hachazo en el mar helado. Un cuento que te cambia, que te hace otro, que te obliga a ver el mundo de otra manera, un cuento que ya no sale de ti. Hay muchos ejemplos: tantos de Cortazar, Julio Ribeyro, Filiberto Hernández, Borges.
-El mar está en varias de sus historias. ¿Va más allá de una casualidad?
-No sé. A mí me gusta mucho el mar. En principio te diría que es casual, pero en el fondo, un escritor -aunque no quiera- habla desde sí mismo, desde lo que forma su alma, las cosas que le gustan o le disgustan, sus amores, sus miedos. Y de una forma u otra, el mar esta muy presente en mi vida. Por eso no le queda otra sino aparecer de tanto en tanto.
-Pasaron 11 años desde su último libro de relatos. ¿Por qué tanto tiempo?
-La primera versión de Las guerras íntimas estuvo lista en 2002. Eran 16 cuentos. Por cosas de la vida no salió publicado. Menos mal. Con el tiempo me di cuenta de que muchos de esos relatos no ofrecían gran cosa. No estaban bien cerrados o no eran piezas de mayor interés. Me puse a reescribir, a eliminar. Me di cuenta de que es sumamente útil para uno engavetar las cosas, dejar que pase el tiempo y retomarlas para ver qué pasa. Me fui dando cuenta de que es mucho más justo con los cuentos, con el lector incluso, esperar lo suficiente, tener la honradez de ver que si algo no sirve, no tienes que publicarlo. No hay que publicar todo lo que se escribe. Reynaldo Pérez So decía que uno no tiene derecho a hacerle perder al lector cinco minutos de su vida.
-¿Siempre es necesario tocar fondo antes de salvarse?
-Esa es una de esas frases del libro. Quizás sí. En el lugar en el que se dice, y el personaje que lo dice, ciertamente. En esa situación límite del cuento, esa frase es una verdad para ese personaje. Esperemos que no todo en la vida tenga que ser tan dramático. Ojalá algunos nos podamos salvar sin tocar fondo. Lo deseo de corazón.
dfermin@eluniversal.com
-Henry Miller dijo que cada persona tiene su tragedia particular. Los personajes de Las guerras íntimas, de cierta manera, también tienen sus conflictos internos
-No sé quién dijo que todo buen cuento pone a sus personajes en una situación límite. Y creo que es Monterroso el que decía que casi todos los cuentos son tristes o no tienen final feliz. Supongo que esto tiene que ver con la situación límite que atraviesa, que puede parecer tonta a veces, pero -por una razón u otra- te resuelve o define la vida, el destino o lo que va a ser de ellos. Es una constante en el cuento clásico.
-El lector queda con una sensación de melancolía al terminar el libro. ¿Era eso lo que usted buscaba?
-Yo nunca sé muy bien que es lo que uno intenta buscar. Las historias llegan, vas tratando de desarrollarlas, de vigilar que crezcan bien, como si fueran plantas. No sé si buscaba, supongo que no, dejar un tinte melancólico. Se combina lo trágico, lo terrible, con algo de humor, tratando de sopesar eso. Cada cuento es un organismo propio. Y eso hace que en el libro haya unos muy distintos entre sí, con tonos diferentes.
-Su lenguaje es directo, sin adornos innecesarios, similares a crónicas que hacen que se lea de un tirón
-Yo soy lector de crónicas, me gusta mucho como género. El buen periodismo tiene una frescura en el lenguaje, una cosa de ir directo, de contar sin regodearse, pero también eso es característico del cuento. Lo que decía Quiroga, una novela depurada de ripios. De ir derecho hasta el final, seguir a los personajes por el camino que tienen que recorrer, sin distraerlos. Eso debe influenciarlo a uno de alguna manera.
-¿Quizás lo único grandilocuente sea el título?
-Nunca lo sentí así. Quizás la palabra "guerra" refleja épica y grandilocuencia, pero como está "íntimas" eso le quita todo el peso. Lo que se cuentan son eso: batallas domésticas, cuestiones muy reducidas. Las batallas del día a día de los seres humanos, lo inmediato.
-¿Sus relatos se acercan al lenguaje cinematográfico?
-Todos nosotros tenemos un contacto inmediato con el cine. Y es posible que eso se cuele por ahí. Quizás eso no pasaba en la novela decimonónica. En un narrador como Balzac, por ejemplo, que se pasa 30 páginas describiendo un pasillo para entrar a una casa. Creo que los narradores de la segunda mitad del siglo XX, de una manera u otra, estamos tramados por eso. Es posible que haya una influencia del cine y de algunos subgéneros. Ese cuento de la enfermera decapitada (Blanco), está muy ligado al discurso del cine de horror, kitsch, sobrenatural, pero muy barato.
-Lo cito: "La perfección es un delicado vidrio que de nada se hace trasto". ¿Cómo sería un cuento perfecto?
-Justamente los que puedes leer y volver a leer y nunca le encuentras fallas. Nunca te decepcionan. La historia de la literatura está llena de obras maestras del cuento, de textos a los que vas una y otra vez. Un texto que te impresiona vivamente, que te hace algo, que algo pasa en ti. Kafka decía lo del hachazo en el mar helado. Un cuento que te cambia, que te hace otro, que te obliga a ver el mundo de otra manera, un cuento que ya no sale de ti. Hay muchos ejemplos: tantos de Cortazar, Julio Ribeyro, Filiberto Hernández, Borges.
-El mar está en varias de sus historias. ¿Va más allá de una casualidad?
-No sé. A mí me gusta mucho el mar. En principio te diría que es casual, pero en el fondo, un escritor -aunque no quiera- habla desde sí mismo, desde lo que forma su alma, las cosas que le gustan o le disgustan, sus amores, sus miedos. Y de una forma u otra, el mar esta muy presente en mi vida. Por eso no le queda otra sino aparecer de tanto en tanto.
-Pasaron 11 años desde su último libro de relatos. ¿Por qué tanto tiempo?
-La primera versión de Las guerras íntimas estuvo lista en 2002. Eran 16 cuentos. Por cosas de la vida no salió publicado. Menos mal. Con el tiempo me di cuenta de que muchos de esos relatos no ofrecían gran cosa. No estaban bien cerrados o no eran piezas de mayor interés. Me puse a reescribir, a eliminar. Me di cuenta de que es sumamente útil para uno engavetar las cosas, dejar que pase el tiempo y retomarlas para ver qué pasa. Me fui dando cuenta de que es mucho más justo con los cuentos, con el lector incluso, esperar lo suficiente, tener la honradez de ver que si algo no sirve, no tienes que publicarlo. No hay que publicar todo lo que se escribe. Reynaldo Pérez So decía que uno no tiene derecho a hacerle perder al lector cinco minutos de su vida.
-¿Siempre es necesario tocar fondo antes de salvarse?
-Esa es una de esas frases del libro. Quizás sí. En el lugar en el que se dice, y el personaje que lo dice, ciertamente. En esa situación límite del cuento, esa frase es una verdad para ese personaje. Esperemos que no todo en la vida tenga que ser tan dramático. Ojalá algunos nos podamos salvar sin tocar fondo. Lo deseo de corazón.
dfermin@eluniversal.com
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