El poder por el poder
No todos los políticos son de su laya, como se puede probar con un vistazo de historia patria
ELÍAS PINO ITURRIETA | EL UNIVERSAL
domingo 16 de septiembre de 2012 12:00 AM
No es cierto que todos los políticos busquen el poder para permanecer en su disfrute, haciendo lo que les parece para su bienestar sin ocuparse de la administración del bien común, en cuya procura se batieron cuando manifestaron ante la sociedad su deseo de dirigirla. Conviene comenzar con una observación de esta naturaleza, con el objeto de alejarnos de la común idea de acuerdo con la cual son el egoísmo y la mentira los resortes capaces de animar a quienes buscan el gobierno de la sociedad para no soltarlo sino por la fuerza, o conminados por un rechazo masivo. Nada más alejado de la realidad, desde una constatación que no significa negar la existencia de individuos y grupos de individuos cuyo propósito es el disfrute del poder a toda costa, sin ocuparse del bienestar de la ciudadanía ni del cumplimiento de las promesas que alguna vez hicieran para pescar apoyos en el episodio de la escalada. Sólo que, si apenas se constatan los manejos truculentos, la indiferencia y las depredaciones entre quienes llegan al poder, o entre quienes lo anhelan desde la oposición, carecerían de sentido las esperanzas que pueden despertar los procesos electorales. ¿Para qué preocuparse por elecciones, si apenas pueden significar, en el mejor de los casos y de acuerdo con la sensibilidad que insiste en la parte negativa de los políticos, un relevo de irresponsables, una mudanza de indiferentes o de incompetentes que en breve se alejarán del pueblo?
El régimen del presidente Chávez se inscribe o encabeza la lista de esos poderosos debido a cuyo tránsito por el poder la gente termina por aborrecer a todos los políticos, a dudar de sus promesas cada vez que las formulan o a mirar con desconfianza los procesos electorales. Tal vez sean el presidente Chávez y su burocracia uno de los mayores testimonios de incompetencia y de alejamiento de la oferta de beneficios sociales mediante las cuales llegaron al poder, que se registra en la historia de Venezuela. Hasta el punto de que, pese a la estatura de sus faltas, al tamaño gigantesco de sus pecados, han restituido la confianza en las elecciones que habitualmente se pierde de ver un desfile de inútiles y truhanes en los corredores de palacio. Su gestión ha sido tan desastrada en términos descomunales, que las elecciones se convierten en un salvavidas rescatado del rincón de las suspicacias. Las analogías traen problemas, pero es de tal magnitud la calamidad provocada por la actual administración que bien pudiera compararse con algunas gestiones del siglo XIX debido a las cuales se llegó a pensar en la desaparición de la república. Con el régimen de los hermanos Monagas, por ejemplo, en cuyo contexto se destruyó la legalidad de estirpe liberal, se reemplazó la competencia por la mediocridad y se establecieron un personalismo y una corruptela sin precedentes que condujeron a una especie de nausea general y a lamentables situaciones de violencia. Con el breve gobierno de Julián Castro, por ejemplo, síntesis de la falta de talento o del exceso de tinieblas que llegaron a predominar en las esferas públicas. Con la última administración de Crespo, por ejemplo, capaz de provocar la alarma de sus partidarios, la perplejidad de sus enemigos y el anuncio de formas políticas desconocidas en el país.
Ese registro de intentos fracasados de gobierno, de desgraciadas conductas de los hombres públicos del pasado a las cuales se agrega la actual "revolución", puede apuntalar la idea de que no exista quien sirva entre ellos, antaño y hogaño, pero también los hay dignos de encomio. Páez y su burocracia en los primeros períodos de su gestión, por ejemplo, fundadores de una república decente, respetuosos de la libre expresión del pensamiento, ajenos a ventajas y latrocinios. El General Soublette y su equipo, por ejemplo, puntillosos en el respeto de la independencia de los poderes públicos aun en períodos de sacudimientos. El General Linares Alcántara y sus colaboradores, empeñados en un adelanto de democracia que librara a la sociedad de los excesos del guzmancismo. Don Rómulo Gallegos y su gabinete, por ejemplo, modelos de austeridad, paradigmas de integridad y rectitud lamentablemente desplazados por una militarada. La nómina se reanuda a partir del derrocamiento de Pérez Jiménez, sobre la cual tendrán los lectores opiniones contrapuestas, seguramente, pero quizá ninguna capaz de negar del todo la parte constructiva del oficio de los políticos y de lo que hacen para bien de la colectividad cuando toman el poder.
O cualquiera capaz de considerarse como antípoda, no sólo de lo mal que lo ha hecho la "revolución bolivariana", sino también de lo que es capaz de hacer para continuar en el poder sin ningún tipo de escrúpulo, sin observar recato alguno, sin freno a la hora de comprar conciencias comprables, sin que le importe efectuar sus manipulaciones a la vista de todos. Pero no todos los políticos son de su laya, como se puede probar con un vistazo de historia patria, no todos quieren el poder por el poder. No sólo porque lo testimonian los hechos del pasado, sino también porque en cada época la sociedad supo sacárselos de encima. Hoy se puede hacer algo parecido sin necesidad de ninguna guerra, votando por el ingrediente positivo y constructivo del género de los políticos representado por Henrique Capriles.
eliaspinoitu@hotmail.com
El régimen del presidente Chávez se inscribe o encabeza la lista de esos poderosos debido a cuyo tránsito por el poder la gente termina por aborrecer a todos los políticos, a dudar de sus promesas cada vez que las formulan o a mirar con desconfianza los procesos electorales. Tal vez sean el presidente Chávez y su burocracia uno de los mayores testimonios de incompetencia y de alejamiento de la oferta de beneficios sociales mediante las cuales llegaron al poder, que se registra en la historia de Venezuela. Hasta el punto de que, pese a la estatura de sus faltas, al tamaño gigantesco de sus pecados, han restituido la confianza en las elecciones que habitualmente se pierde de ver un desfile de inútiles y truhanes en los corredores de palacio. Su gestión ha sido tan desastrada en términos descomunales, que las elecciones se convierten en un salvavidas rescatado del rincón de las suspicacias. Las analogías traen problemas, pero es de tal magnitud la calamidad provocada por la actual administración que bien pudiera compararse con algunas gestiones del siglo XIX debido a las cuales se llegó a pensar en la desaparición de la república. Con el régimen de los hermanos Monagas, por ejemplo, en cuyo contexto se destruyó la legalidad de estirpe liberal, se reemplazó la competencia por la mediocridad y se establecieron un personalismo y una corruptela sin precedentes que condujeron a una especie de nausea general y a lamentables situaciones de violencia. Con el breve gobierno de Julián Castro, por ejemplo, síntesis de la falta de talento o del exceso de tinieblas que llegaron a predominar en las esferas públicas. Con la última administración de Crespo, por ejemplo, capaz de provocar la alarma de sus partidarios, la perplejidad de sus enemigos y el anuncio de formas políticas desconocidas en el país.
Ese registro de intentos fracasados de gobierno, de desgraciadas conductas de los hombres públicos del pasado a las cuales se agrega la actual "revolución", puede apuntalar la idea de que no exista quien sirva entre ellos, antaño y hogaño, pero también los hay dignos de encomio. Páez y su burocracia en los primeros períodos de su gestión, por ejemplo, fundadores de una república decente, respetuosos de la libre expresión del pensamiento, ajenos a ventajas y latrocinios. El General Soublette y su equipo, por ejemplo, puntillosos en el respeto de la independencia de los poderes públicos aun en períodos de sacudimientos. El General Linares Alcántara y sus colaboradores, empeñados en un adelanto de democracia que librara a la sociedad de los excesos del guzmancismo. Don Rómulo Gallegos y su gabinete, por ejemplo, modelos de austeridad, paradigmas de integridad y rectitud lamentablemente desplazados por una militarada. La nómina se reanuda a partir del derrocamiento de Pérez Jiménez, sobre la cual tendrán los lectores opiniones contrapuestas, seguramente, pero quizá ninguna capaz de negar del todo la parte constructiva del oficio de los políticos y de lo que hacen para bien de la colectividad cuando toman el poder.
O cualquiera capaz de considerarse como antípoda, no sólo de lo mal que lo ha hecho la "revolución bolivariana", sino también de lo que es capaz de hacer para continuar en el poder sin ningún tipo de escrúpulo, sin observar recato alguno, sin freno a la hora de comprar conciencias comprables, sin que le importe efectuar sus manipulaciones a la vista de todos. Pero no todos los políticos son de su laya, como se puede probar con un vistazo de historia patria, no todos quieren el poder por el poder. No sólo porque lo testimonian los hechos del pasado, sino también porque en cada época la sociedad supo sacárselos de encima. Hoy se puede hacer algo parecido sin necesidad de ninguna guerra, votando por el ingrediente positivo y constructivo del género de los políticos representado por Henrique Capriles.
eliaspinoitu@hotmail.com
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