GERMÁN GARCÍA-VELUTINI, ABOGADO, INVERSIONISTA
"Salvado por Dios del secuestro"
"Miedo a la muerte siempre tienes. Pero más angustia me generaba que me cortaran un pedacito de dedo o de oreja como prueba de vida" "No les guardo rencor a mis secuestradores y los perdono pero no los exculpo. Una cosa es el perdón y otra la justicia" GERMÁN GARCÍA-VELUTINI Abogado, inversionista
Prueba de vida a los familiares. 11 de septiembre del 2009 (G. Pulido)
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ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
domingo 9 de diciembre de 2012 08:41 AM
Germán García-Velutini confiesa que no quiere escuchar más nunca un corrido de Cristóbal Jiménez y lo dice sin ánimo de ofender. Pero durante 11 meses, encerrado en un sofocante cuchitril, vigilado las 24 horas por un cámara de televisión, sometido a la condición de mercancía con precio negociable, mañana, tarde y noche la voz, amplificada al máximo, del cantor llanero, se le metía por mente y oídos en agobiante reiteración para evitar la filtración de ruidos del exterior que le permitieran intuir algo sobre el emplazamiento de su sitio de reclusión.
Germán fue secuestrado el 25 de febrero del 2009 al salir de su trabajo en Vencred y se mantuvo en poder de sus captores hasta el 3 de febrero del 2010. Su experiencia la narra en un libro, recién aparecido, Dios en mi Secuestro, escrito al alimón con su sobrina Isabel y la participación de Sebastián de la Nuez . El testimonio, más allá del sesgo truculento que presenta una situación como esa, da cuenta de un espíritu templado en la fe, la determinación y el coraje para enfrentar la adversidad y escapar del cautiverio gracias a la oración, la lectura de la Biblia y su llamada, oportunamente atendida, al 0500 Dios.
-Luego de leer su libro uno concluye que en Venezuela a todo secuestrado, sólo le queda encomendarse a Dios y esperar que la familia resuelva el problema. Eso es importante, pero ¿resulta suficiente?
-Para nada. Uno llega a esa conclusión mientras ocurre el hecho. En ese lapso hay que tener fe, esperar que la familia haga lo indicado y se llegue a un proceso de negociación. Pero más importante es lo que ocurre al recobrar la libertad. Que la familia no quede marcada por ese hecho violento porque éste se prolonga por un lapso determinado, pero las consecuencias son permanentes. Si uno, ya afuera, se llena de odio hacia quienes perpetraron esa acción o hacia el Gobierno, que promovió la violencia o no hace nada por controlarla, entra en la desesperación. Así se destruye uno mismo y destruye a la familia.
-¿Quiere decir que usted perdonó a sus secuestradores?
-Creo que sí. No les guardo rencor, ni a ellos ni a las autoridades. Tampoco me los he encontrado frente a frente y quizás ese evento pueda cambiarme. Pero tampoco me los van a traer esposados a preguntarme, ¿qué les hacemos?
-El perdón es una virtud cristiana, pero cualquiera sabe, si comete un acto ilegal, que las leyes pueden sancionarlo.
-Por un lado tenemos el perdón y por el otro la justicia. Que una persona perdone no indica que deje de hacerse justicia.
-No los está exculpando.
-No los exculpo.
-Ellos deben cumplir una pena.
-Ellos deben cumplir con el ordenamiento legal para que la sociedad pueda funcionar. Probablemente hoy día están planificando o han ejecutado otro secuestro. De repente han sometido otras personas al sufrimiento. Algunos expertos me decían que la industria del secuestro es parte de una gran corporación con diferentes unidades de negocios. Así, por ejemplo, tenemos a la guerrilla, dedicada al secuestro y al narcotráfico. Es la misma casa matriz con diferentes unidades de negocio. De manera que una cosa es que yo los pueda perdonar y otra que la justicia se cumpla. Al Mayordomo de El Vaticano el Papa le otorgó el perdón, pero no lo han soltado.
-Narra usted que antes de la liberación se produjo un gesto amistoso, por parte de uno de los secuestradores.
-El día anterior ellos me envían un papel (nunca me dirigieron la palabra) con unas instrucciones. Me advierten que van a entrar, me colocarán una venda, me afeitarán, me cortarán el pelo y me dormirán para la entrega. En la nota advierten: "nada de venganzas" y "no nos vaya a buscar". En ese momento le pido a uno de los secuestradores que me devuelva la Biblia que me habían quitado. Cuando lo hace le enseño el Evangelio de San Lucas, quien sentencia que uno debe hacerle el bien a los demás aun cuando le hagan el mal. El lo lee, me da la mano, enguantada, me abraza por la espalda y se va.
-¿Síndrome de Estocolmo al revés?
-Puede que sí. No lo sé. En todo caso nunca los vi. Cuando entraban debía colocarme una capucha. De manera que no tuvimos ninguna afinidad. Ellos nunca me hablaron. Mantuvieron una disciplina militar. La comida y los tobos de agua para el aseo los pasaban por una abertura, en la parte baja de la puerta, similar a la que le colocan a perros y gatos para que entren y salgan.
-Usted habla de "disciplina militar" y un periodista alemán, parte de cuyo reportaje usted cita en el libro, señala la posibilidad de que los autores del secuestro hayan sido militares retirados.
-Yo hablo de disciplina militar. Las luces (un bombillo de una luz para el día y de otra para la noche) las prendían y las apagaban a la hora. Nunca nadie me habló y nunca nadie rompió esas reglas. Cuando tocaban la puerta debía colocarme la capucha. Entraban y sacaban platos y tobos. Le subían el volumen a la música siempre en el mismo momento. Por la rendija de la puerta se colaba el olor a detergente. A limpio. Nunca transgredieron ese orden
-El hecho de que le facilitaran la Biblia y algunos libros, incluso uno de Tolstoi, escritor de intensa vida espiritual, ¿no implica ... .?
-Los Relatos de Tolstoi. Los gocé y los leí hasta cinco veces.
-¿No indica eso que se trataba de malandros ilustrados?
-Creo que sí. Nunca les descubrí una sola falta de ortografía. La redacción era limpia. Y los libros, que me daban y me quitaban, estaban dirigidos a mí situación. El primero, fue El Éxito Depende de Ti, de Gabriela Febres Cordero. Me dieron uno de George Soros, otro sobre la vida de Gustavo Cisneros y me hicieron una maldad con La Danza de las Luciérnagas, de Fermín Mármol León, que trata de casos similares al mío. Desagradable y angustiante, eso evidenciaba que trataban de ponerme presión. Decidí, entonces, que si ellos eran fregados y me querían mansito, yo podía responder. Sin insultos les anoté que al fin y al cabo ellos eran profesionales y eso me daba tranquilidad. Y así era porque yo sabía que mientras negociaran estaría bien.
-El hecho de que fueran instruidos y con manejo cultural, ¿indicaba que podían tener piedad a la hora de un final indeseado?
-La misericordia y la compasión son intrínsecas al ser humano. Quizás el ilustrado sea menos misericordioso y compasivo porque con toda la información que tiene se puede creer dueño del mundo. En cambio esos sentimientos afloran fácilmente cuando la gente es llana y humilde.
-¿Lo torturaron?
-Torturas físicas no. Pero tenerme en un cuarto de 2x1 metros, sin ver la luz del sol durante once meses, es suficiente tortura.
-¿No sintió que la muerte rondaba cerca?
-Miedo a la muerte siempre tienes. Pero más angustia me generaba que me cortaran un pedacito de dedo como prueba de vida. Al fin y al cabo si te meten un tiro... paf... ya está. No tienes tiempo ni de asustarte. Pero la tortura para que escribiera ciertas cosas que ellos querían transmitir a la familia o que me cortaran una oreja, me aterraba.
-Cita usted en el libro al filósofo español Julián Marías, quien sostiene la necesidad de aceptar el destino bajo la forma del azar, diría yo, casi como fatalidad.
-Hay fatalidad y resignación, pero yo entiendo lo de Julián Marías y la fe como una aceptación del destino. Ahora, una vez fuera del secuestro, traumatizados o no, asumimos unas acciones para sobrellevarlo, más allá de la fatalidad.
-¿Eso no desafía el precepto bíblico de la predestinación?
-No. Dios nos da la libertad y nos dice: "Estos son los hechos y este es el camino". Ahora, si quieres ir por el camino contrario puedes hacerlo. Eso es lo que no le gusta a los regímenes totalitarios porque "yo decido por todos". En una democracia real cada quien decide por sí mismo. La fe no es decir "yo creo en Dios". La fe se traduce en hechos.
-¿Cómo se comportó la familia?
-Ellos se ponen furiosos porque digo que el secuestro ha sido algo extraordinario. En el buen sentido porque hubo unión entre mis hijos y de ellos con Oscar, su tío. Me cuentan, sí, que no dejaron de presentarse pleitos por la situación tan difícil que vivían. Pero lo bonito de todo eso es que salieron adelante y hoy están mucho más unidos que antes.
-¿Cuál era la razón concreta de los roces?
-Decisiones no compartidas. En diciembre unos querían sacar un anuncio de prensa, otros no. Cuando llegaba una comunicación de los secuestradores, uno opinaba mantener cierta posición, mientras otros señalaban recomendaban ser más duros. A Cristina, que vivía aquí, se la querían llevar con alguno de sus dos hermanos. (Germán y Guillermo) Ella respondió que no se iba de su casa. Al final acordaron una solución intermedia.
-El secuestro produjo un desajuste en las relaciones familiares.
-El secuestro es más duro en la familia que en el secuestrado.
-¿Resultó preferible que lo secuestraran a usted y no a uno de sus hijos?
-Todos los días se lo agradezco a Dios. Hoy no sé si podría intervenir en una sesión de estrategia para el rescate de alguien cercano. Lo digo por la angustia que me generaría hacerlo.
rgiusti@eluniversal.com
Germán fue secuestrado el 25 de febrero del 2009 al salir de su trabajo en Vencred y se mantuvo en poder de sus captores hasta el 3 de febrero del 2010. Su experiencia la narra en un libro, recién aparecido, Dios en mi Secuestro, escrito al alimón con su sobrina Isabel y la participación de Sebastián de la Nuez . El testimonio, más allá del sesgo truculento que presenta una situación como esa, da cuenta de un espíritu templado en la fe, la determinación y el coraje para enfrentar la adversidad y escapar del cautiverio gracias a la oración, la lectura de la Biblia y su llamada, oportunamente atendida, al 0500 Dios.
-Luego de leer su libro uno concluye que en Venezuela a todo secuestrado, sólo le queda encomendarse a Dios y esperar que la familia resuelva el problema. Eso es importante, pero ¿resulta suficiente?
-Para nada. Uno llega a esa conclusión mientras ocurre el hecho. En ese lapso hay que tener fe, esperar que la familia haga lo indicado y se llegue a un proceso de negociación. Pero más importante es lo que ocurre al recobrar la libertad. Que la familia no quede marcada por ese hecho violento porque éste se prolonga por un lapso determinado, pero las consecuencias son permanentes. Si uno, ya afuera, se llena de odio hacia quienes perpetraron esa acción o hacia el Gobierno, que promovió la violencia o no hace nada por controlarla, entra en la desesperación. Así se destruye uno mismo y destruye a la familia.
-¿Quiere decir que usted perdonó a sus secuestradores?
-Creo que sí. No les guardo rencor, ni a ellos ni a las autoridades. Tampoco me los he encontrado frente a frente y quizás ese evento pueda cambiarme. Pero tampoco me los van a traer esposados a preguntarme, ¿qué les hacemos?
-El perdón es una virtud cristiana, pero cualquiera sabe, si comete un acto ilegal, que las leyes pueden sancionarlo.
-Por un lado tenemos el perdón y por el otro la justicia. Que una persona perdone no indica que deje de hacerse justicia.
-No los está exculpando.
-No los exculpo.
-Ellos deben cumplir una pena.
-Ellos deben cumplir con el ordenamiento legal para que la sociedad pueda funcionar. Probablemente hoy día están planificando o han ejecutado otro secuestro. De repente han sometido otras personas al sufrimiento. Algunos expertos me decían que la industria del secuestro es parte de una gran corporación con diferentes unidades de negocios. Así, por ejemplo, tenemos a la guerrilla, dedicada al secuestro y al narcotráfico. Es la misma casa matriz con diferentes unidades de negocio. De manera que una cosa es que yo los pueda perdonar y otra que la justicia se cumpla. Al Mayordomo de El Vaticano el Papa le otorgó el perdón, pero no lo han soltado.
-Narra usted que antes de la liberación se produjo un gesto amistoso, por parte de uno de los secuestradores.
-El día anterior ellos me envían un papel (nunca me dirigieron la palabra) con unas instrucciones. Me advierten que van a entrar, me colocarán una venda, me afeitarán, me cortarán el pelo y me dormirán para la entrega. En la nota advierten: "nada de venganzas" y "no nos vaya a buscar". En ese momento le pido a uno de los secuestradores que me devuelva la Biblia que me habían quitado. Cuando lo hace le enseño el Evangelio de San Lucas, quien sentencia que uno debe hacerle el bien a los demás aun cuando le hagan el mal. El lo lee, me da la mano, enguantada, me abraza por la espalda y se va.
-¿Síndrome de Estocolmo al revés?
-Puede que sí. No lo sé. En todo caso nunca los vi. Cuando entraban debía colocarme una capucha. De manera que no tuvimos ninguna afinidad. Ellos nunca me hablaron. Mantuvieron una disciplina militar. La comida y los tobos de agua para el aseo los pasaban por una abertura, en la parte baja de la puerta, similar a la que le colocan a perros y gatos para que entren y salgan.
-Usted habla de "disciplina militar" y un periodista alemán, parte de cuyo reportaje usted cita en el libro, señala la posibilidad de que los autores del secuestro hayan sido militares retirados.
-Yo hablo de disciplina militar. Las luces (un bombillo de una luz para el día y de otra para la noche) las prendían y las apagaban a la hora. Nunca nadie me habló y nunca nadie rompió esas reglas. Cuando tocaban la puerta debía colocarme la capucha. Entraban y sacaban platos y tobos. Le subían el volumen a la música siempre en el mismo momento. Por la rendija de la puerta se colaba el olor a detergente. A limpio. Nunca transgredieron ese orden
-El hecho de que le facilitaran la Biblia y algunos libros, incluso uno de Tolstoi, escritor de intensa vida espiritual, ¿no implica ... .?
-Los Relatos de Tolstoi. Los gocé y los leí hasta cinco veces.
-¿No indica eso que se trataba de malandros ilustrados?
-Creo que sí. Nunca les descubrí una sola falta de ortografía. La redacción era limpia. Y los libros, que me daban y me quitaban, estaban dirigidos a mí situación. El primero, fue El Éxito Depende de Ti, de Gabriela Febres Cordero. Me dieron uno de George Soros, otro sobre la vida de Gustavo Cisneros y me hicieron una maldad con La Danza de las Luciérnagas, de Fermín Mármol León, que trata de casos similares al mío. Desagradable y angustiante, eso evidenciaba que trataban de ponerme presión. Decidí, entonces, que si ellos eran fregados y me querían mansito, yo podía responder. Sin insultos les anoté que al fin y al cabo ellos eran profesionales y eso me daba tranquilidad. Y así era porque yo sabía que mientras negociaran estaría bien.
-El hecho de que fueran instruidos y con manejo cultural, ¿indicaba que podían tener piedad a la hora de un final indeseado?
-La misericordia y la compasión son intrínsecas al ser humano. Quizás el ilustrado sea menos misericordioso y compasivo porque con toda la información que tiene se puede creer dueño del mundo. En cambio esos sentimientos afloran fácilmente cuando la gente es llana y humilde.
-¿Lo torturaron?
-Torturas físicas no. Pero tenerme en un cuarto de 2x1 metros, sin ver la luz del sol durante once meses, es suficiente tortura.
-¿No sintió que la muerte rondaba cerca?
-Miedo a la muerte siempre tienes. Pero más angustia me generaba que me cortaran un pedacito de dedo como prueba de vida. Al fin y al cabo si te meten un tiro... paf... ya está. No tienes tiempo ni de asustarte. Pero la tortura para que escribiera ciertas cosas que ellos querían transmitir a la familia o que me cortaran una oreja, me aterraba.
-Cita usted en el libro al filósofo español Julián Marías, quien sostiene la necesidad de aceptar el destino bajo la forma del azar, diría yo, casi como fatalidad.
-Hay fatalidad y resignación, pero yo entiendo lo de Julián Marías y la fe como una aceptación del destino. Ahora, una vez fuera del secuestro, traumatizados o no, asumimos unas acciones para sobrellevarlo, más allá de la fatalidad.
-¿Eso no desafía el precepto bíblico de la predestinación?
-No. Dios nos da la libertad y nos dice: "Estos son los hechos y este es el camino". Ahora, si quieres ir por el camino contrario puedes hacerlo. Eso es lo que no le gusta a los regímenes totalitarios porque "yo decido por todos". En una democracia real cada quien decide por sí mismo. La fe no es decir "yo creo en Dios". La fe se traduce en hechos.
-¿Cómo se comportó la familia?
-Ellos se ponen furiosos porque digo que el secuestro ha sido algo extraordinario. En el buen sentido porque hubo unión entre mis hijos y de ellos con Oscar, su tío. Me cuentan, sí, que no dejaron de presentarse pleitos por la situación tan difícil que vivían. Pero lo bonito de todo eso es que salieron adelante y hoy están mucho más unidos que antes.
-¿Cuál era la razón concreta de los roces?
-Decisiones no compartidas. En diciembre unos querían sacar un anuncio de prensa, otros no. Cuando llegaba una comunicación de los secuestradores, uno opinaba mantener cierta posición, mientras otros señalaban recomendaban ser más duros. A Cristina, que vivía aquí, se la querían llevar con alguno de sus dos hermanos. (Germán y Guillermo) Ella respondió que no se iba de su casa. Al final acordaron una solución intermedia.
-El secuestro produjo un desajuste en las relaciones familiares.
-El secuestro es más duro en la familia que en el secuestrado.
-¿Resultó preferible que lo secuestraran a usted y no a uno de sus hijos?
-Todos los días se lo agradezco a Dios. Hoy no sé si podría intervenir en una sesión de estrategia para el rescate de alguien cercano. Lo digo por la angustia que me generaría hacerlo.
rgiusti@eluniversal.com
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